Editores de
"El Camino de
María"


|
V Señor, ten
misericordia de nosotros R. Señor, ten misericordia de
nosotros V. Cristo, ten misericordia de nosotros R. Cristo,
ten misericordia de nosotros V. Señor, ten misericordia de
nosotros R. Señor, ten misericordia de nosotros V. Cristo,
óyenos R. Cristo, óyenos V. Cristo, escúchanos R. Cristo,
escúchanos V. Dios, Padre celestial R. Ten misericordia de
nosotros V. Dios Hijo Redentor del mundo R. Ten misericordia
de nosotros V. Dios Espíritu Santo R. Ten misericordia de
nosotros V. Trinidad Santa, un solo Dios
R. Ten misericordia de
nosotros
Acordaos, ¡oh piadosísima
Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de los
que han acudido a vuestra protección, implorando vuestra
asistencia y reclamando vuestro socorro, haya sido
desamparado. Animado por esta confianza, a Vos también
acudo, ¡oh Madre, Virgen de las vírgenes!, y gimiendo bajo el
peso de mis pecados me atrevo a comparecer ante vuestra presencia
soberana. ¡Oh Madre de Dios!, no desechéis mis súplicas, antes
bien, escuchadlas y acogedlas benignamente.
Amén.
Acuérdate, Virgen Madre de Dios, cuando estés delante del
Señor, de decirle cosas buenas de mí. "Recordare, Virgo Mater Dei,
dum steteris in conspectu Domini, ut loquaris pro nobis
bona". (Oración de la Misa de María Mediadora de
todas de todas las gracias)

María
y José en la vida oculta de Jesús
Después de la muerte de Herodes,
cuando la sagrada familia regresa a Nazaret, comienza el largo
período de la vida oculta. La que « ha creído que se cumplirán
las cosas que le fueron dichas de parte del Señor » (Lc 1, 45) vive
cada día el contenido de estas palabras. Diariamente junto a ella
está el Hijo a quien ha puesto por nombre Jesús; por consiguiente,
en la relación con él usa ciertamente este nombre, que por lo demás
no podía maravillar a nadie, usándose desde hacía mucho tiempo en
Israel. Sin embargo, María sabe que el que lleva por nombre Jesús ha
sido llamado por el ángel « Hijo del Altísimo » (cf. Lc 1, 32).
María sabe que lo ha concebido y dado a luz « sin conocer varón »,
por obra del Espíritu Santo, con el poder del Altísimo que ha
extendido su sombra sobre ella (cf. Lc 1, 35), así como la nube
velaba la presencia de Dios en tiempos de Moisés y de los padres
(cf. Ex 24, 16; 40, 34-35; 1 Rom 8, 10-12). Por lo tanto, María sabe
que el Hijo dado a luz virginalmente, es precisamente aquel « Santo
», el « Hijo de Dios », del que le ha hablado el ángel.
A lo largo de la vida
oculta de Jesús en la casa de Nazaret, también la vida de María está
« oculta con Cristo en Dios » (cf. Col 3, 3), por medio de la fe.
Pues la fe es un contacto con el misterio de Dios. María
constantemente y diariamente está en contacto con el misterio
inefable de Dios que se ha hecho hombre, misterio que supera todo lo
que ha sido revelado en la Antigua Alianza. Desde el momento de la
anunciación, la mente de la Virgen-Madre ha sido introducida en la
radical « novedad » de la autorrevelación de Dios y ha tomado
conciencia del misterio. Es la primera de aquellos « pequeños », de
los que Jesús dirá: « Padre ... has ocultado estas cosas a sabios e
inteligentes, y se las has revelado a pequeños » (Mt 11, 25). Pues «
nadie conoce bien al Hijo sino el Padre » (Mt 11, 27). ¿Cómo puede,
pues, María « conocer al Hijo »? Ciertamente no lo conoce como el
Padre; sin embargo, es la primera entre aquellos a quienes el Padre
« lo ha querido revelar » (cf. Mt 11, 26-27; 1 Cor 2, 11). Pero si
desde el momento de la anunciación le ha sido revelado el Hijo, que
sólo el Padre conoce plenamente, como aquel que lo engendra en el
eterno « hoy » (cf. Sal 2, 7), María, la Madre, está en contacto con
la verdad de su Hijo únicamente en la fe y por la fe. Es, por tanto,
bienaventurada, porque « ha creído » y cree cada día en medio de
todas las pruebas y contrariedades del período de la infancia de
Jesús y luego durante los años de su vida oculta en Nazaret, donde «
vivía sujeto a ellos » (Lc 2, 51): sujeto a María y también a José,
porque éste hacía las veces de padre ante los hombres; de ahí que el
Hijo de María era considerado también por las gentes como « el hijo
del carpintero » (Mt 13, 55).
La Madre de aquel
Hijo, por consiguiente, recordando cuanto le ha sido dicho en la
anunciación y en los acontecimientos sucesivos, lleva consigo la
radical « novedad » de la fe: el inicio de la Nueva Alianza. Esto es
el comienzo del Evangelio, o sea de la buena y agradable nueva. No
es difícil, pues, notar en este inicio una particular fatiga del
corazón, unida a una especie de a noche de la fe » —usando una
expresión de San Juan de la Cruz—, como un « velo » a través del
cual hay que acercarse al Invisible y vivir en intimidad con el
misterio.36 Pues de este modo
María, durante muchos años, permaneció en intimidad con el misterio
de su Hijo, y avanzaba en su itinerario de fe, a medida que Jesús «
progresaba en sabiduría ... en gracia ante Dios y ante los hombres »
(Lc 2, 52). Se manifestaba cada vez más ante los ojos de los hombres
la predilección que Dios sentía por él. La primera entre estas
criaturas humanas admitidas al descubrimiento de Cristo era María ,
que con José vivía en la casa de Nazaret.
Pero, cuando, después
del encuentro en el templo, a la pregunta de la Madre: « ¿por qué
has hecho esto? », Jesús, que tenía doce años, responde « ¿No
sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre? », y el
evangelista añade: « Pero ellos (José y María) no comprendieron la
respuesta que les dio » (Lc 2, 48-50) Por lo tanto, Jesús tenía
conciencia de que « nadie conoce bien al Hijo sino el Padre » (cf.
Mt 11, 27), tanto que aun aquella, a la cual había sido revelado más
profundamente el misterio de su filiación divina, su Madre, vivía en
la intimidad con este misterio sólo por medio de la fe. Hallándose
al lado del hijo, bajo un mismo techo y « manteniendo fielmente la
unión con su Hijo », « avanzaba en la peregrinación de la fe »,como
subraya el Concilio.37 Y así sucedió a lo
largo de la vida pública de Cristo (cf. Mc 3, 21,35); de donde, día
tras día, se cumplía en ella la bendición pronunciada por Isabel en
la visitación: « Feliz la que ha creído ». (Redemptoris Mater,
17) |
 |
 |
|