Editores de
"El Camino de
María"
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Acordaos, ¡oh piadosísima
Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de los
que han acudido a vuestra protección, implorando vuestra
asistencia y reclamando vuestro socorro, haya sido
desamparado. Animado por esta confianza, a Vos también
acudo, ¡oh Madre, Virgen de las vírgenes!, y gimiendo bajo el
peso de mis pecados me atrevo a comparecer ante vuestra presencia
soberana. ¡Oh Madre de Dios!, no desechéis mis súplicas, antes
bien, escuchadlas y acogedlas benignamente.
Amén.
Acuérdate, Virgen Madre de Dios, cuando estés delante del
Señor, de decirle cosas buenas de mí. "Recordare, Virgo Mater Dei,
dum steteris in conspectu Domini, ut loquaris pro nobis
bona".
(Oración
de la Misa de María Mediadora de todas de todas las
gracias)
El Espíritu Santo en la
Visitación
«Cuando Dios revela hay que prestarle la obediencia de
la fe» (Rom 16, 26; cf. Rom 1, 5; 2 Cor 10, 5-6), por la que el
hombre se confía libre y totalmente a Dios, como enseña el
Concilio.29 Esta descripción de la fe encontró
una realización perfecta en María. El momento « decisivo » fue la
anunciación, y las mismas palabras de Isabel «Feliz la que ha creído
» se refieren en primer lugar a este instante.30
En
efecto, en la Anunciación María se ha abandonado en Dios
completamente, manifestando «la obediencia de la fe» a aquel que le
hablaba a través de su mensajero y prestando «el homenaje del
entendimiento y de la voluntad».31 Ha respondido, por tanto, con
todo su « yo » humano, femenino, y en esta respuesta de fe estaban
contenidas una cooperación perfecta con « la gracia de Dios que
previene y socorre » y una disponibilidad perfecta a la acción del
Espíritu Santo, que, « perfecciona constantemente la fe por medio de
sus dones ».32
La
palabra del Dios viviente, anunciada a María por el ángel, se
refería a ella misma « vas a concebir en el seno y vas a dar a luz
un hijo » (Lc 1, 31). Acogiendo este anuncio, María se convertiría
en la « Madre del Señor » y en ella se realizaría el misterio divino
de la Encarnación: « El Padre de las misericordias quiso que
precediera a la encarnación la aceptación de parte de la Madre
predestinada ».33 Y María da este consentimiento,
después de haber escuchado todas las palabras del mensajero. Dice: «
He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra » (Lc 1,
38). Este fiat de María —« hágase en mí »— ha decidido, desde el
punto de vista humano, la realización del misterio divino. Se da una
plena consonancia con las palabras del Hijo que, según la Carta a
los Hebreos, al venir al mundo dice al Padre: « Sacrificio y
oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo ... He aquí que
vengo ... a hacer, oh Dios, tu voluntad » (Hb 10, 5-7). El misterio
de la Encarnación se ha realizado en el momento en el cual María ha
pronunciado su fiat: « hágase en mí según tu palabra », haciendo
posible, en cuanto concernía a ella según el designio divino, el
cumplimiento del deseo de su Hijo. María ha pronunciado este fiat
por medio de la fe. Por medio de la fe se confió a Dios sin reservas
y « se consagró totalmente a sí misma, cual esclava del Señor, a la
persona y a la obra de su Hijo ».34 Y este Hijo —como enseñan los
Padres— lo ha concebido en la mente antes que en el seno:
precisamente por medio de la fe.35 Justamente, por ello, Isabel
alaba a María: « ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas
que le fueron dichas por parte del Señor! ». Estas palabras ya se
han realizado. María de Nazaret se presenta en el umbral de la casa
de Isabel y Zacarías como Madre del Hijo de Dios. Es el
descubrimiento gozoso de Isabel: «¿de donde a mí que la Madre de mi
Señor venga a mí?». (Redemptoris Mater,
13) |
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