PEREGRINANDO EN LA FE CON  MARÍA

Editores de

"El Camino de María"

ASCENSIÓN DE JESÚS

Hoy la Iglesia celebra la fiesta de la Ascensión del Señor, en conmemoración de aquel acontecimiento en que Jesús, cuarenta días después de su resurrección, en presencia de sus Apóstoles, se elevó a los cielos.

 

Mes de María 

Vigésimo-tercer día

Peregrinando en

la Fe con María"

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Ultimo día

 

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V Señor, ten misericordia de nosotros
R. Señor, ten misericordia de nosotros
V. Cristo, ten misericordia de nosotros
R. Cristo, ten misericordia de nosotros
V. Señor, ten misericordia de nosotros
R. Señor, ten misericordia de nosotros
V. Cristo, óyenos
R. Cristo, óyenos
V. Cristo, escúchanos
R. Cristo, escúchanos
V. Dios, Padre celestial
R. Ten misericordia de nosotros
V. Dios Hijo Redentor del mundo
R. Ten misericordia de nosotros
V. Dios Espíritu Santo
R. Ten misericordia de nosotros
V. Trinidad Santa, un solo Dios
R. Ten misericordia de nosotros

 

 

Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María!,
que jamás se ha oído decir que ninguno
de los que han acudido a vuestra protección,
implorando vuestra asistencia y reclamando
vuestro socorro, haya sido desamparado.
Animado por esta confianza, a Vos también acudo,
¡oh Madre, Virgen de las vírgenes!,
y gimiendo bajo el peso de mis pecados
me atrevo a comparecer ante vuestra presencia soberana.
¡Oh Madre de Dios!, no desechéis mis súplicas,
antes bien, escuchadlas y acogedlas benignamente. Amén.

 

Acuérdate, Virgen Madre de Dios, cuando estés delante del Señor, de decirle cosas buenas de mí. "Recordare, Virgo Mater Dei, dum steteris in conspectu Domini, ut loquaris pro nobis bona". (Oración de la Misa de María Mediadora de todas de todas las gracias)

 

 

 Jesús perdido y hallado en el Templo

 

 
Sus padres iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Y cuando tuvo doce años, subieron a la fiesta, como era costumbre. Pasados aquellos días, al regresar, el niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que lo advirtieran sus padres. Suponiendo que iba en la caravana, hicieron un día de camino buscándolo entre los parientes y conocidos, y al no encontrarlo, volvieron a Jerusalén en su busca. Y al cabo de tres días lo encontraron en el Templo, sentado en medio de los doctores, escuchándoles y preguntándoles. Cuando le oían quedaban admirados de su sabiduría y de sus respuestas. Al verlo se maravillaron, y le dijo su madre: -Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira que tu padre y yo, angustiados, te buscábamos.
Y él les dijo: -¿Por qué me buscábais? ¿No sabíais que es necesario que yo esté en las cosas de mi Padre? 
Pero ellos no comprendieron lo que les dijo.(Lc 2, 41-50)

CATEQUESIS DEL PAPA JUAN PABLO II

LA ASCENSIÓN, MISTERIO ANUNCIADO

 Audiencia General del miércoles 5 de abril de  1989

Meditación del día del Mes de María

JESÚS PERDIDO Y HALLADO EN EL TEMPLO

 Audiencia General del miércoles 15 de enero de  1997

LA ASCENSIÓN, MISTERIO ANUNCIADO

 
 
Queridos hermanos y hermanas:

 

1. Los símbolos de fe más antiguos ponen después del artículo sobre la resurrección de Cristo, el de su ascensión. A este respecto los textos evangélicos refieren que Jesús resucitado, después de haberse entretenido con sus discípulos durante cuarenta días con varias apariciones y en lugares diversos, se sustrajo plena y definitivamente a las leyes del tiempo y del espacio, para subir al cielo, completando así el 'retorno al Padre' iniciado ya con la resurrección de entre los muertos.

En esta catequesis vemos cómo Jesús anunció su ascensión (o regreso al Padre) hablando de ella con la Magdalena y con los discípulos en los días pascuales y en los anteriores la Pascua.

2. Jesús, cuando encontró a la Magdalena después de la resurrección, le dice: 'No me toques, que todavía no he subido al Padre; pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios' (Jn 20,17).

Ese mismo anuncio lo dirigió Jesús varias veces a sus discípulos en el período pascual. Lo hizo especialmente durante la última Cena, 'sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre..., sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía' (Jn 13, 1-3). Jesús tenía, sin duda, en la mente su muerte ya cercana y, sin embargo, miraba más allá y pronunciaba aquellas palabras en la perspectiva de su próxima partida, de su regreso al Padre mediante la ascensión al cielo: 'Me voy a aquel que me ha enviado' ( Jn 16, 5): ' Me voy al Padre, y ya no me veréis' (Jn 16, 10). Los discípulos no comprendieron bien, entonces, qué tenía Jesús en mente, tanto menos cuanto que hablaba de forma misteriosa: 'Me voy y volveré a vosotros', e incluso añadía: 'Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que yo' (Jn 14, 28). Tras la resurrección aquellas palabras se hicieron para los discípulos más comprensibles y transparentes, como anuncio de su ascensión al cielo.

3. Si queremos examinar brevemente el contenido de los anuncios transmitidos, podemos ante todo advertir que la ascensión al cielo constituye la etapa final de la peregrinación terrena de Cristo. Hijo de Dios, consubstancial al Padre, que se hizo hombre por nuestra salvación. Pero esta última etapa permanece estrechamente conectada con la primera, es decir, con su 'descenso del cielo', ocurrido en la encarnación Cristo 'salido del Padre' (Jn 16, 28) y venido al mundo mediante la encarnación, ahora, tras la conclusión de su misión, 'deja el mundo y va al Padre' (Cfr. Jn 16, 28). Es un modo único de 'subida' como lo fue el del 'descenso' Solamente el que salió del Padre como Cristo lo hizo puede retornar al Padre en el modo de Cristo. Lo pone en evidencia Jesús mismo en el coloquio con Nicodemo: 'Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo' (Jn 3, 13). Sólo Él posee la energía divina y el derecho de 'subir al cielo', nadie más. La humanidad abandonada a sí misma, a sus fuerzas naturales, no tiene acceso a esa 'casa del Padre' (Jn 14, 2), a la participación en la vida y en la felicidad de Dios. Sólo Cristo puede abrir al hombre este acceso: Él, el Hijo que 'bajó el cielo', que 'salió del Padre' precisamente para esto. Tenemos aquí un primer resultado de nuestro análisis: la ascensión se integra en el misterio de la Encarnación, que es su momento conclusivo.

4. La Ascensión al cielo está, por tanto, estrechamente unida a la 'economía de la salvación', que se expresa en el misterio de la encarnación y, sobre todo, en la muerte redentora de Cristo en la cruz Precisamente en el coloquio ya citado con Nicodemo, Jesús mismo, refiriéndose a un hecho simbólico y figurativo narrado por el Libro de los Números (21, 4-9), afirma: 'Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado (es decir, crucificado) el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna' (Jn 3, 14-1 5).

Y hacia el final de su ministerio, cerca ya la Pascua, Jesús repitió claramente que era Él el que abriría a la humanidad el acceso a la 'casa del Padre' por medio de su cruz: 'cuando sea levantado en la tierra, atraeré a todos hacia mi' (Jn 12, 32). La 'elevación' en la cruz es el signo particular y el anuncio definitivo de otra 'elevación' que tendrá lugar a través de la ascensión al cielo. El Evangelio de Juan vio esta 'exaltación' del Redentor ya en el Gólgota. La cruz es el inicio de la ascensión al cielo.

5. Encontramos la misma verdad en la Carta a los Hebreos, donde se lee que Jesucristo, el único Sacerdote de la Nueva y Eterna Alianza, no penetró en un santuario hecho por mano de hombre, sino en el mismo cielo, para presentarse ahora ante el acatamiento de Dios en favor nuestro' (Heb 9, 24). Y entró 'con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna: 'penetró en el santuario una vez para siempre' (Heb 9, 12). Entró, como Hijo 'el cual, siendo resplandor de su gloria (del Padre) e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas' (Heb 1, 3)

Este texto de la Carta a los Hebreos y el del coloquio con Nicodemo (Jn 3, 13) coinciden en el contenido sustancial, o sea en la afirmación del valor redentor de la ascensión al cielo en el culmen de la economía de la salvación, en conexión con el principio fundamental ya puesto por Jesús 'Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre' (Jn 3, 13).

6. Otras palabras de Jesús, pronunciadas en el Cenáculo, se refieren a su muerte, pero en perspectiva de la ascensión: 'Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros. Vosotros me buscaréis, y adonde yo voy (ahora) vosotros no podéis venir' (Jn 13, 33). Sin embargo, dice en seguida: 'En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho, porque voy a prepararos un lugar' (Jn 14, 2).

5. Es un discurso dirigido a los Apóstoles, pero que se extiende más allá de su grupo. Jesucristo va al Padre (a la casa del Padre) para 'introducir' a los hombres que 'sin Él no podrían entrar'. Sólo Él puede abrir su acceso a todos: Él que 'bajó del cielo' (Jn 3, 13), que 'salió del Padre' (Jn 16, 28) y ahora vuelve al Padre 'con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna' (Heb 9, 12). Él mismo afirma: 'Yo soy el Camino nadie va al Padre sino por mí' (Jn 14, 6).

7. Por esta razón Jesús también añade, la misma tarde de la vigilia de la pasión: 'Os conviene que yo me vaya.' Sí, es conveniente, es necesario, es indispensable desde el punto de vista de la eterna economía salvífica. Jesús lo explica hasta el final a los Apóstoles: 'Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré' (Jn 16, 7). Si. Cristo debe poner término a su presencia terrena, a la presencia visible del Hijo de Dios hecho hombre, para que pueda permanecer de modo invisible, en virtud del Espíritu de la verdad, del Consolador) Paráclito. Y por ello prometió repetidamente: 'Me voy y volveré a vosotros' (Jn 3. 28).

Nos encontramos aquí ante un doble misterio: El de la disposición eterna o predestinación divina, que fija los modos, los tiempos, los ritmos de la historia de la salvación con un designio admirable, pero para nosotros insondable; y el de la presencia de Cristo en el mundo humano mediante el Espíritu Santo, santificador y vivificador: el modo cómo la humanidad del Hijo obra mediante el Espíritu Santo en las almas y en la Iglesia )verdad claramente enseñada por Jesús) permanece el envuelto en la niebla luminosa del misterio trinitario y cristológico, y requiere nuestro acto de fe humilde y sabio.

8. La presencia invisible de Cristo se actúa en la Iglesia, también de modo sacramental. En el centro de la Iglesia se así encuentra la Eucaristía. Cuando Jesús anunció su institución por vez primera, muchos 'se escandalizaron' (Cfr. Jn 6, 61), ya que hablaba de 'comer su Cuerpo y beber su Sangre'. Pero fue entonces cuando Jesús reafirmó: '¿Esto os escandaliza? ¿Y cuándo veáis al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es el que da la vida, la carne no sirve para nada' (Jn 6, 61-63) .

La Jesús habla aquí de su ascensión al cielo cuando su Cuerpo terreno se entregue a la muerte en la cruz, se manifestará el Espíritu 'que da la vida'. Cristo subirá al Padre, para que venga el Espíritu. Y, el día de Pascua, el Espíritu glorificará el Cuerpo de Cristo en la resurrección. El día de Pentecostés, el Espíritu sobre la Iglesia para que, renovado en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo, podamos participar en la nueva vida de su Cuerpo glorificado por el Espíritu y de este modo prepararnos para entrar en las 'moradas eternas', donde nuestro Redentor nos ha precedido para prepararnos un lugar en la te 'Casa del Padre' (Jn 14, 2).

Jesús perdido y hallado en el Templo

 
 Queridos hermanos y hermanas:
 
1. Como última página de los relatos de la infancia, antes del comienzo de la predicación de Juan el Bautista, el evangelista Lucas pone el episodio de la peregrinación de Jesús adolescente al templo de Jerusalén. Se trata de una circunstancia singular, que arroja luz sobre los largos años de la vida oculta de Nazaret.
En esa ocasión Jesús revela, con su fuerte personalidad, la conciencia de su misión, confiriendo a este segundo «ingreso» en la «casa del Padre» el significado de una entrega completa a Dios, que ya había caracterizado su presentación en el templo.
Este pasaje da la impresión de que contradice la anotación de Lucas, que presenta a Jesús sumiso a José y a María (ver Lc 2,51). Pero, si se mira bien, Jesús parece aquí ponerse en una consciente y casi voluntaria antítesis con su condición normal de hijo, manifestando repentinamente una firme separación de María y José. Afirma que asume como norma de su comportamiento sólo su pertenencia al Padre, y no los vínculos familiares terrenos.
 
2. A través de este episodio, Jesús prepara a su madre para el misterio de la Redención. María, al igual que José, vive en esos tres dramáticos días, en que su Hijo se separa de ellos para permanecer en el templo, la anticipación del triduo de su pasión, muerte y resurrección.
Al dejar partir a su madre y a José hacia Galilea, sin avisarles de su intención de permanecer en Jerusalén, Jesús los introduce en el misterio del sufrimiento que lleva a la alegría, anticipando lo que realizaría más tarde con los discípulos mediante el anuncio de su Pascua.
Según el relato de Lucas, en el viaje de regreso a Nazaret, María y José, después de una jornada de viaje, preocupados y angustiados por el niño Jesús, lo buscan inútilmente entre sus parientes y conocidos. Vuelven a Jerusalén y, al encontrarlo en el templo, quedan asombrados porque lo ven «sentado en medio de los doctores, escuchándoles y preguntándoles» (Lc 2,46). Su conducta es muy diversa de la acostumbrada. Y seguramente el hecho de encontrarlo al tercer día revela a sus padres otro aspecto relativo a su persona y a su misión.
Jesús asume el papel de maestro, como hará más tarde en la vida pública, pronunciando palabras que despiertan admiración: «Todos los que lo oían estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas» (Lc 2,47). Manifestando una sabiduría que asombra a los oyentes, comienza a practicar el arte del diálogo, que será una característica de su misión salvífica.
Su madre le pregunta: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando» (Lc 2,48). Se podría descubrir aquí el eco de los «porqués» de tantas madres ante los sufrimientos que les causan sus hijos, así como los interrogantes que surgen en el corazón de todo hombre en los momentos de prueba.
 
3. La respuesta de Jesús, en forma de pregunta, es densa de significado: «Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía ocuparme de las cosas de mi Padre?» (Lc 2,49).
Con esa expresión, Jesús revela a María y a José, de modo inesperado e imprevisto, el misterio de su Persona, invitándolos a superar las apariencias y abriéndoles perspectivas nuevas sobre su futuro.
En la respuesta a su madre angustiada, el Hijo revela enseguida el motivo de su comportamiento. María había dicho: «Tu padre», designando a José; Jesús responde: «Mi Padre», refiriéndose al Padre celestial.
Jesús, al aludir a su ascendencia divina, más que afirmar que el templo, casa de su Padre, es el «lugar» natural de su presencia, lo que quiere dejar claro es que él debe ocuparse de todo lo que atañe al Padre y a su designio. Desea reafirmar que sólo la voluntad del Padre es para él norma que vincula su obediencia.
El texto evangélico subraya esa referencia a la entrega total al proyecto de Dios mediante la expresión verbal «debía», que volverá a aparecer en el anuncio de la Pasión (ver Mc 8,31).
Así pues, a sus padres se les pide que le permitan cumplir su misión donde lo lleve la voluntad del Padre celestial.
 
4. El evangelista comenta: «Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio» (Lc 2,50).
María y José no entienden el contenido de su respuesta, ni el modo, que parece un rechazo, como reacciona a su preocupación de padres. Con esta actitud, Jesús quiere revelar los aspectos misteriosos de su intimidad con el Padre, aspectos que María intuye, pero sin saberlos relacionar con la prueba que estaba atravesando.
Las palabras de Lucas nos permiten conocer cómo vivió María en lo más profundo de su alma este episodio realmente singular: «conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón» (Lc 2,51). La madre de Jesús vincula los acontecimientos al misterio de su Hijo, tal como se le reveló en la Anunciación, y ahonda en ellos en el silencio de la contemplación, ofreciendo su colaboración con el espíritu de un renovado «fiat».
Así comienza el primer eslabón de una cadena de acontecimientos que llevará a María a superar progresivamente el papel natural que le correspondía por su maternidad, para ponerse al servicio de la misión de su Hijo divino.
En el templo de Jerusalén, en este preludio de su misión salvífica, Jesús asocia a su Madre a sí; ya no será solamente la madre que lo engendró, sino la Mujer que, con su obediencia al plan del Padre, podrá colaborar en el misterio de la Redención.
De este modo, María, conservando en su corazón un evento tan rico de significado, llega a una nueva dimensión de su cooperación en la salvación.

MARÍA ES MI MADRE !

 
 
 
María es mi Madre!
Bajo su manto me amparo, con sus frutos me alimento, con el Pan Eucarístico que me proporciona.
Ella es mi Madre!
Me arrojo en sus brazos y Ella me estrecha contra su corazón.
La escucho y su palabra me instruye.
La miro y su belleza me alumbra.
Ella es mi Madre!
Si estoy débil me sostiene, la invoco y su bondad me atiende.
Ella es mi Madre!
Si enfermo me sana, si muerto por el pecado me da la vida de la gracia.
Ella es mi Madre!

En la lucha me socorre, en la tentación me auxilia, en la angustia me consuela, en el trabajo me sostiene, en la agonía me acompaña.
Ella es mi Madre!
Cuando voy a Jesús, me conduce, cuando llego a sus pies, me presenta.
Cuando le pido favores, me protege.
Ella es mi Madre!
Si soy constante en mi súplica, me escucha. Si la visito me atiende.
En la vida me guía al cielo y en la muerte recibiré de sus manos la eterna corona.
Ella es mi Madre!
Que buena es María, que dulce y hermosa es!
Ella es mi Madre!

Nuestra Señora del Santísimo Sacramento.
Ruega por nosotros !

ORACIÓN

 
Omnipotente y sempiterno Dios, que con la cooperación del Espíritu Santo, preparaste el cuerpo y el alma de la gloriosa Virgen y Madre María para que fuese merecedora de ser digna morada de tu Hijo; concédenos que, pues celebramos con alegría su conmemoración, por su piadosa intercesión seamos liberados de los males presentes y de la muerte eterna. Por el mismo Cristo nuestro Señor. Amén.

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