Editores de
"El Camino de
María"
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V Señor, ten
misericordia de nosotros R. Señor, ten misericordia de
nosotros V. Cristo, ten misericordia de nosotros R. Cristo,
ten misericordia de nosotros V. Señor, ten misericordia de
nosotros R. Señor, ten misericordia de nosotros V. Cristo,
óyenos R. Cristo, óyenos V. Cristo, escúchanos R. Cristo,
escúchanos V. Dios, Padre celestial R. Ten misericordia de
nosotros V. Dios Hijo Redentor del mundo R. Ten misericordia
de nosotros V. Dios Espíritu Santo R. Ten misericordia de
nosotros V. Trinidad Santa, un solo Dios
R. Ten misericordia de
nosotros
Acordaos, ¡oh piadosísima
Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de los
que han acudido a vuestra protección, implorando vuestra
asistencia y reclamando vuestro socorro, haya sido
desamparado. Animado por esta confianza, a Vos también
acudo, ¡oh Madre, Virgen de las vírgenes!, y gimiendo bajo el
peso de mis pecados me atrevo a comparecer ante vuestra presencia
soberana. ¡Oh Madre de Dios!, no desechéis mis súplicas, antes
bien, escuchadlas y acogedlas benignamente.
Amén.
Acuérdate, Virgen Madre de Dios, cuando estés delante del
Señor, de decirle cosas buenas de mí. "Recordare, Virgo Mater Dei,
dum steteris in conspectu Domini, ut loquaris pro nobis
bona". (Oración de la Misa de María Mediadora de
todas de todas las gracias)
La Santísima Virgen en el ministerio público de
Jesús
En la vida pública de Jesús, su Madre aparece
significativamente; ya al principio durante las nupcias de Caná de
Galilea, movida a misericordia, consiguió por su intercesión el
comienzo de los milagros de Jesús Mesías (cf. Jn 2,1-11). En el
decurso de su predicación recibió las palabras con las que el Hijo
(cf. Lc 2,19-51), elevando el Reino de Dios sobre los motivos y
vínculos de la carne y de la sangre, proclamó bienaventurados a los
que oían y observaban la palabra de Dios como ella lo hacía
fielmente (cf. Mc 3,35; Lc 11, 27-28). Así también la
Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y
mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la Cruz, en donde, no
sin designio divino, se mantuvo de pie (cf. Jn 19, 25), se condolió
vehementemente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a
su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima
engendrada por Ella misma, y, por fin, fue dada como Madre al
discípulo por el mismo Cristo Jesús, moribundo en la Cruz con estas
palabras: "¡Mujer, he ahí a tu hijo!" (Jn19,26-27). (Lumen Gentium,
58)
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