PEREGRINANDO EN LA FE CON  MARÍA

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Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María!,
que jamás se ha oído decir que ninguno
de los que han acudido a vuestra protección,
implorando vuestra asistencia y reclamando
vuestro socorro, haya sido desamparado.
Animado por esta confianza, a Vos también acudo,
¡oh Madre, Virgen de las vírgenes!,
y gimiendo bajo el peso de mis pecados
me atrevo a comparecer ante vuestra presencia soberana.
¡Oh Madre de Dios!, no desechéis mis súplicas,
antes bien, escuchadlas y acogedlas benignamente. Amén.

 

Acuérdate, Virgen Madre de Dios, cuando estés delante del Señor, de decirle cosas buenas de mí. "Recordare, Virgo Mater Dei, dum steteris in conspectu Domini, ut loquaris pro nobis bona".
(Oración de la Misa de María Mediadora de todas de todas las gracias)

 

 

 

Anuncio de la Maternidad Mesiánica

 

 

 

 La Sagrada Escritura del Antiguo y del Nuevo Testamento y la venerable Tradición, muestran en forma cada vez más clara el oficio de la Madre del Salvador en la economía de la salvación y, por así decirlo, lo muestran ante los ojos. Los libros del Antiguo Testamento describen la historia de la Salvación en la cual se prepara, paso a paso, el advenimiento de Cristo al mundo. Estos primeros documentos, tal como son leídos en la Iglesia y son entendidos bajo la luz de una ulterior y más plena revelación, cada vez con mayor claridad, iluminan la figura de la mujer Madre del Redentor; ella misma, bajo esta luz es insinuada proféticamente en la promesa de victoria sobre la serpiente, dada a nuestros primeros padres caídos en pecado (cf. Gen., 3,15). Así también, ella es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo cuyo nombre será Emmanuel (Is., 7,14; Miq., 5,2-3; Mt., 1,22-23). Ella misma sobresale entre los humildes y pobres del Señor, que de El esperan con confianza la salvación. En fin, con ella, excelsa Hija de Sión, tras larga espera de la primera, se cumple la plenitud de los tiempos y se inaugura la nueva economía, cuando el Hijo de Dios asumió de ella la naturaleza humana para librar al hombre del pecado mediante los misterios de su carne. (Lumen Gentiun, 55)

 

CATEQUESIS DEL PAPA JUAN PABLO II

 

ANUNCIO DE LA MATERNIDAD MESIÁNICA

 Audiencia General del miércoles 31 de enero  de 1996

Anuncio de la Maternidad Mesiánica
 
 
Queridos hermanos y hermanas:

1. Tratando de la figura de María en el Antiguo Testamento, el Concilio(44) se refiere al conocido texto de Isaías, que ha atraído de modo particular la atención de los primeros cristianos: «He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel» (Is 7,14).
En el contexto del anuncio del ángel, que invita a José a tomar consigo a María su esposa, «porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo», Mateo atribuye un significado cristológico y mariano al oráculo. En efecto, añade: «Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que quiere decir: "Dios con nosotros"» (Mt 1,22-23).
2. Esta profecía, en el texto hebreo, no anuncia explícitamente el nacimiento virginal del Emmanuel. En efecto, el vocablo usado (almah) significa simplemente una mujer joven, no necesariamente una virgen. Además, es sabido que la tradición judaica no proponía el ideal de la virginidad perpetua, ni había expresado nunca la idea de una maternidad virginal.
Por el contrario, en la traducción griega, el vocablo hebreo se tradujo con el término párthenos, virgen. En este hecho, que podría parecer simplemente una particularidad de la traducción, debemos reconocer una misteriosa orientación dada por el Espíritu Santo a las palabras de Isaías, para preparar la comprensión del nacimiento extraordinario del Mesías. La traducción con el término virgen se explica basándose en el hecho de que el texto de Isaías prepara con gran solemnidad el anuncio de la concepción y lo presenta como un signo divino (ver Is 7,10-14), suscitando la espera de una concepción extraordinaria. Ahora bien, que una mujer joven conciba un hijo después de haberse unido al marido no constituye un hecho extraordinario. Por otra parte, el oráculo no alude de ningún modo al marido. Esa formulación sugería, por tanto, la interpretación que después se dio en la versión griega.
3. En el contexto original, el oráculo de Isaías 7,14 constituía la respuesta divina a una falta de fe del rey Acaz, que, frente a la amenaza de una invasión de los ejércitos de los reyes vecinos, buscaba su salvación y la de su reino en la protección de Asiria. Al aconsejarle que pusiera su confianza sólo en Dios, y renunciara a la temible intervención asiria, el profeta Isaías lo invita en nombre del Señor a un acto de fe en el poder divino: «Pide para ti una señal del Señor tu Dios...». Ante el rechazo del rey, que prefiere buscar la salvación en la ayuda humana, el profeta pronuncia el célebre oráculo: «Oíd, pues, casa de David: ¿Os parece poco cansar a los hombres, que cansáis también a mi Dios? Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel» (Is 7,13-14).
El anuncio del signo del Emmanuel, Dios con nosotros, implica la promesa de la presencia divina en la historia, que encontrará su pleno significado en el misterio de la Encarnación del Verbo.
4. En el anuncio del nacimiento prodigioso del Emmanuel, la indicación de la mujer que concibe y da a luz muesta cierta intención de unir la madre al destino del hijo -un príncipe destinado a establecer un reino ideal, el reino mesiánico-, y permite vislumbrar un designio divino particular, que destaca el papel de la mujer.
En efecto, el signo no es sólo el niño, sino también la concepción extraordinaria, revelada después en el parto, acontecimiento pleno de esperanza, que subraya el papel central de la madre.
Además, el oráculo del Emmanuel se ha de entender en la perspectiva que abrió la promesa hecha a David, promesa que se lee en el segundo libro de Samuel. Aquí el profeta Natán promete al rey el favor divino para su descendiente: «Él constituirá una casa para mi Nombre y yo consolidaré el trono de su realeza para siempre. Yo seré para él padre y él será para mí hijo» (2Sam 7,13-14).
Ante la estirpe davídica, Dios quiere desempeñar una función paternal, que manifestará su significado pleno y auténtico en el Nuevo Testamento, con la Encarnación del Hijo de Dios en la familia de David (ver Rom 1,3).
5. El mismo profeta Isaías, en otro texto muy conocido, reafirma el carácter excepcional del nacimiento del Emmanuel. Estas son sus palabras: «Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Estará el señorío sobre su hombro, y es su nombre "Maravilla de consejero", "Dios fuerte", "Padre perpetuo", "Príncipe de paz"» (Is 9,5). Así, en la serie de nombres dados al niño, el profeta expresa las cualidades de su misión real: sabiduría, fuerza, benevolencia paterna y acción pacificadora.
Aquí ya no se nombra a la madre, pero la exaltación del hijo, que da al pueblo todo lo que puede esperarse en el reino mesiánico, la comparte también la mujer que lo ha concebido y dado a luz.
6. Del mismo modo, un famoso oráculo de Miqueas alude al nacimiento del Emmanuel. Dice el profeta: «Mas tú, Belén de Efratá, aunque eres la menor entre las aldeas de Judá, de ti ha de salir aquel que ha de dominar en Israel, y cuyos orígenes son de antigüedad, desde los días de antaño. Por eso él los abandonará hasta el tiempo en que dé a luz la que ha de dar a luz...» (Miq 5,1-2). En estas palabras resuena la espera de un parto rebosante de esperanza mesiánica, en el que se resalta, una vez más, el papel de la madre, recordada y exaltada explícitamente por el admirable acontecimiento que trae gozo y salvación.
7. El favor que Dios concedió a los humildes y a los pobres(45) preparó de un modo más general la maternidad virginal de María.
Los pobres, poniendo toda su confianza en el Señor, anticipan con su actitud el significado profundo de la virginidad de María, que, renunciando a la riqueza de la maternidad humana, esperó de Dios toda la fecundidad de su propia vida.
Así pues, el Antiguo Testamento no contiene un anuncio formal de la maternidad virginal, que se reveló plenamente sólo en el Nuevo Testamento. Sin embargo, el oráculo de Isaías (Is 7,14) prepara la revelación de este misterio, y, en este sentido, se precisó en la traducción griega del Antiguo Testamento. El evangelio de Mateo, citando el oráculo traducido de este modo, proclama su perfecto cumplimiento mediante la concepción de Jesús en el seno virginal de María.
MARÍA ES MI MADRE!

 
 
 
María es mi Madre!
Bajo su manto me amparo, con sus frutos me alimento, con el Pan Eucarístico que me proporciona.
Ella es mi Madre!
Me arrojo en sus brazos y Ella me estrecha contra su corazón.
La escucho y su palabra me instruye.
La miro y su belleza me alumbra.
Ella es mi Madre!
Si estoy débil me sostiene, la invoco y su bondad me atiende.
Ella es mi Madre!
Si enfermo me sana, si muerto por el pecado me da la vida de la gracia.
Ella es mi Madre!

En la lucha me socorre, en la tentación me auxilia, en la angustia me consuela, en el trabajo me sostiene, en la agonía me acompaña.
Ella es mi Madre!
Cuando voy a Jesús, me conduce, cuando llego a sus pies, me presenta.
Cuando le pido favores, me protege.
Ella es mi Madre!
Si soy constante en mi súplica, me escucha. Si la visito me atiende.
En la vida me guía al cielo y en la muerte recibiré de sus manos la eterna corona.
Ella es mi Madre!
Que buena es María, que dulce y hermosa es!
Ella es mi Madre!

Nuestra Señora del Santísimo Sacramento.
Ruega por nosotros !

SÚPLICA A LA VIRGEN

SÚPLICA A LA VIRGEN DE POMPEYA (*)

Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra; Dios te salve. A Ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a Ti suspiramos, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos; y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce siempre Virgen María!

PIDAMOS A MARIA SU SANTA BENDICIÓN

Otra gracia más os pedimos, ¡oh poderosa Reina!, que no podéis negarnos en este día de tanta solemnidad. Concedednos a todos, además de un amor constante hacia Vos, vuestra maternal bendición. No, no nos retiraremos de vuestras plantas hasta que nos hayáis bendecido. Bendecid, ¡oh María!, en este instante al Sumo Pontífice. A los antiguos laureles e Innumerables triunfos alcanzados con vuestro Rosario, y que os han merecido el título de Reina de las Victorias, agregad este otro: el triunfo de la Religión y la paz de la trabajada humanidad. Bendecid también a nuestro Prelado, a los Sacerdotes y a todos los que celan el honor de vuestro Santuario. Bendecid a los asociados al Rosario Perpetuo y a todos los que practican y promueven la devoción de vuestro Santo Rosario.

(*) Súplica redactada por el Beato Bartolo Longo .

ORACIÓN

 
Omnipotente y sempiterno Dios, que con la cooperación del Espíritu Santo, preparaste el cuerpo y el alma de la gloriosa Virgen y Madre María para que fuese merecedora de ser digna morada de tu Hijo; concédenos que, pues celebramos con alegría su conmemoración, por su piadosa intercesión seamos liberados de los males presentes y de la muerte eterna. Por el mismo Cristo nuestro Señor. Amén.

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