Editores de
"El Camino de
María"
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Acordaos, ¡oh piadosísima
Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de los
que han acudido a vuestra protección, implorando vuestra
asistencia y reclamando vuestro socorro, haya sido
desamparado. Animado por esta confianza, a Vos también
acudo, ¡oh Madre, Virgen de las vírgenes!, y gimiendo bajo el
peso de mis pecados me atrevo a comparecer ante vuestra presencia
soberana. ¡Oh Madre de Dios!, no desechéis mis súplicas, antes
bien, escuchadlas y acogedlas benignamente.
Amén.
Acuérdate, Virgen Madre de Dios, cuando estés delante del
Señor, de decirle cosas buenas de mí. "Recordare, Virgo Mater Dei,
dum steteris in conspectu Domini, ut loquaris pro nobis
bona".
(Oración
de la Misa de María Mediadora de todas de todas las
gracias)
El Espíritu
Santo en la Presentación de Jesús en el Templo
Siempre a través de
este camino de la «obediencia de la fe» María oye algo más tarde
otras palabras; las pronunciadas por Simeón en el templo de
Jerusalén. Cuarenta días después del nacimiento de Jesús,
según lo prescrito por la Ley de Moisés, María y José « llevaron al
niño a Jerusalén para presentarle al Señor » (Lc 2, 22) El
nacimiento se había dado en una situación de extrema pobreza.
Sabemos, pues, por Lucas que, con ocasión del censo de la población
ordenado por las autoridades romanas, María se dirigió con José a
Belén; no habiendo encontrado « sitio en el alojamiento », dio a luz
a su hijo en un establo y «le acostó en un pesebre » (cf. Lc 2,
7).
Un
hombre justo y piadoso, llamado Simeón, aparece al comienzo del «
itinerario» de la fe de María. Sus palabras, sugeridas por el
Espíritu Santo (cf. Lc 2, 25-27), confirman la verdad de la
anunciación. Leemos, en efecto, que «tomó en brazos» al niño, al que
—según la orden del ángel— «se le dio el nombre de Jesús» (cf. Lc 2,
21). El discurso de Simeón es conforme al significado de este
nombre, que quiere decir Salvador: «Dios es la salvación». Vuelto al
Señor, dice lo siguiente: «Porque han visto mis ojos tu
salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz
para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel» (Lc
2, 30-32). Al mismo tiempo, sin embargo, Simeón se dirige a María
con estas palabras: «Este está puesto para caída y elevación de
muchos en Israel, y para ser señal de contradicción ... a fin de que
queden al descubierto las intenciones de muchos corazones»; y
añade con referencia directa a María: «y a ti misma una espada te
atravesará el alma» (Lc 2, 34-35). Las palabras de Simeón dan
nueva luz al anuncio que María ha oído del ángel: Jesús es el
Salvador, es « luz para iluminar » a los hombres. ¿No es aquel que
se manifestó, en cierto modo, en la Nochebuena, cuando los pastores
fueron al establo? ¿No es aquel que debía manifestarse todavía más
con la llegada de los Magos del Oriente? (cf. Mt 2, 1-12). Al mismo
tiempo, sin embargo, ya al comienzo de su vida, el Hijo de María —y
con él su Madre— experimentarán en sí mismos la verdad de las
restantes palabras de Simeón: « Señal de contradicción » (Lc 2, 34).
El anuncio de Simeón parece como un segundo anuncio a María, dado
que le indica la concreta dimensión histórica en la cual el Hijo
cumplirá su misión, es decir en la incomprensión y en el dolor. Si
por un lado, este anuncio confirma su fe en el cumplimiento de las
promesas divinas de la salvación, por otro, le revela también que
deberá vivir en el sufrimiento su obediencia de fe al lado del
Salvador que sufre, y que su maternidad será oscura y dolorosa. En
efecto, después de la visita de los Magos, después de su homenaje («
postrándose le adoraron »), después de ofrecer unos dones (cf. Mt 2,
11), María con el niño debe huir a Egipto bajo la protección
diligente de José, porque « Herodes buscaba al niño para matarlo »
(cf. Mt 2, 13). Y hasta la muerte de Herodes tendrán que permanecer
en Egipto (cf. Mt 2, 15). (Redemptoris Mater,
16) |
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