Editores de
"El Camino de
María"
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Acordaos, ¡oh piadosísima
Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de los
que han acudido a vuestra protección, implorando vuestra
asistencia y reclamando vuestro socorro, haya sido
desamparado. Animado por esta confianza, a Vos también
acudo, ¡oh Madre, Virgen de las vírgenes!, y gimiendo bajo el
peso de mis pecados me atrevo a comparecer ante vuestra presencia
soberana. ¡Oh Madre de Dios!, no desechéis mis súplicas, antes
bien, escuchadlas y acogedlas benignamente.
Amén.
Acuérdate, Virgen Madre de Dios, cuando estés delante del
Señor, de decirle cosas buenas de mí. "Recordare, Virgo Mater Dei,
dum steteris in conspectu Domini, ut loquaris pro nobis
bona".
(Oración
de la Misa de María Mediadora de todas de todas las
gracias)
¡Feliz la que ha
creído...!
Poco
después de la narración de la anunciación, el evangelista Lucas nos
guía tras los pasos de la Virgen de Nazaret hacia « una ciudad de
Judá » (Lc 1, 39). Según los estudiosos esta ciudad debería ser la
actual Ain-Karim, situada entre las montañas, no distante de
Jerusalén. María llegó allí «con prontitud» para visitar a Isabel su
pariente. El motivo de la visita se halla también en el hecho de
que, durante la anunciación, Gabriel había nombrado de modo
significativo a Isabel, que en edad avanzada había concebido de su
marido Zacarías un hijo, por el poder de Dios: « Mira, también
Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya
el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es
imposible a Dios »(Lc 1, 36-37). El mensajero divino se había
referido a cuanto había acontecido en Isabel, para responder a la
pregunta de María: « ¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón? »
(Lc 1, 34). Esto sucederá precisamente por el « poder del Altísimo
», como y más aún que en el caso de Isabel.
Así pues María, movida por la caridad, se dirige a la
casa de su pariente. Cuando entra, Isabel, al responder a su saludo
y sintiendo saltar de gozo al niño en su seno, « llena de Espíritu
Santo », a su vez saluda a María en alta voz: « Bendita tú entre las
mujeres y bendito el fruto de tu seno » (cf. Lc 1, 40-42). Esta
exclamación o aclamación de Isabel entraría posteriormente en el Ave
María, como una continuación del saludo del ángel, convirtiéndose
así en una de las plegarias más frecuentes de la Iglesia. Pero más
significativas son todavía las palabras de Isabel en la pregunta que
sigue: «¿de donde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? »(Lc 1,
43). Isabel da testimonio de María: reconoce y proclama que ante
ella está la Madre del Señor, la Madre del Mesías. De este
testimonio participa también el hijo que Isabel lleva en su seno:
«saltó de gozo el niño en su seno» (Lc 1, 44). EL niño es el futuro
Juan el Bautista, que en el Jordán señalará en Jesús al
Mesías.
En el saludo de Isabel cada palabra está llena de
sentido y, sin embargo, parece ser de importancia fundamental lo que
dice al final: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las
cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1,
45).28
Estas palabras se pueden poner junto al apelativo «llena de gracia»
del saludo del ángel. En ambos textos se revela un contenido
mariológico esencial, o sea, la verdad sobre María, que ha llegado a
estar realmente presente en el misterio de Cristo precisamente
porque «ha creído». La plenitud de gracia, anunciada por el
ángel, significa el don de Dios mismo; la fe de María, proclamada
por Isabel en la visitación, indica como la Virgen de Nazaret ha
respondido a este don. (Redemptoris Mater,
12)
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