Editores de
"El Camino de
María"
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Acordaos, ¡oh piadosísima
Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de los
que han acudido a vuestra protección, implorando vuestra
asistencia y reclamando vuestro socorro, haya sido
desamparado. Animado por esta confianza, a Vos también
acudo, ¡oh Madre, Virgen de las vírgenes!, y gimiendo bajo el
peso de mis pecados me atrevo a comparecer ante vuestra presencia
soberana. ¡Oh Madre de Dios!, no desechéis mis súplicas, antes
bien, escuchadlas y acogedlas benignamente.
Amén.
Acuérdate, Virgen Madre de Dios, cuando estés delante del
Señor, de decirle cosas buenas de mí. "Recordare, Virgo Mater Dei,
dum steteris in conspectu Domini, ut loquaris pro nobis
bona".
(Oración
de la Misa de María Mediadora de todas de todas las
gracias)
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La
Mediación de María está íntimamente unida a su maternidad
La Iglesia sabe y enseña con
San Pablo que uno solo es nuestro mediador: «Hay un solo Dios, y
también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús,
hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos »
(1 Tm 2, 5-6). «La misión maternal de María para con los hombres
no oscurece ni disminuye en modo alguno esta mediación única de
Cristo, antes bien sirve para demostrar su poder»: es mediación
en Cristo.
La Iglesia sabe y enseña que
« todo el influjo salvífico de la Santísima Virgen sobre los hombres
... dimana del divino beneplácito y de la superabundancia de los
méritos de Cristo; se apoya en la mediación de éste, depende
totalmente de ella y de la misma saca todo su poder. Y, lejos de
impedir la unión inmediata de los creyentes con Cristo, la fomenta
».(95) Este saludable influjo está mantenido por el Espíritu Santo,
quien, igual que cubrió con su sombra a la Virgen María comenzando
en ella la maternidad divina, mantiene así continuamente su
solicitud hacia los hermanos de su Hijo.
Efectivamente, la
mediación de María está íntimamente unida a su maternidad
y posee un carácter específicamente materno que la
distingue del de las demás criaturas que, de un modo diverso y
siempre subordinado, participan de la única mediación de Cristo,
siendo también la suya una mediación participada.(96) En efecto, si
« jamás podrá compararse criatura alguna con el Verbo encarnado y
Redentor », al mismo tiempo « la única mediación del Redentor no
excluye, sino que suscita en las criaturas diversas clases de
cooperación, participada de la única fuente »; y así « la bondad de
Dios se difunde de distintas maneras sobre las criaturas
».(97)
La enseñanza del Concilio
Vaticano II presenta la verdad sobre la mediación de María como una
participación de esta única fuente que es la mediación de Cristo
mismo. Leemos al respecto: « La Iglesia no duda en confesar esta
función subordinada de María, la experimenta continuamente y la
recomienda a la piedad de los fieles, para que, apoyados en esta
protección maternal, se unan con mayor intimidad al Mediador y
Salvador». Esta función es, al mismo tiempo, especial y
extraordinaria. Brota de su maternidad divina y puede ser
comprendida y vivida en la fe, solamente sobre la base de la plena
verdad de esta maternidad. Siendo María, en virtud de la elección
divina, la Madre del Hijo consubstancial al Padre y «compañera
singularmente generosa» en la obra de la redención, es nuestra madre
en el orden de la gracia». Esta función constituye una dimensión
real de su presencia en el misterio salvífico de Cristo y de la
Iglesia. (Redemptoris Mater,
38) |
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