PEREGRINANDO EN LA FE CON  MARÍA

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Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María!,
que jamás se ha oído decir que ninguno
de los que han acudido a vuestra protección,
implorando vuestra asistencia y reclamando
vuestro socorro, haya sido desamparado.
Animado por esta confianza, a Vos también acudo,
¡oh Madre, Virgen de las vírgenes!,
y gimiendo bajo el peso de mis pecados
me atrevo a comparecer ante vuestra presencia soberana.
¡Oh Madre de Dios!, no desechéis mis súplicas,
antes bien, escuchadlas y acogedlas benignamente. Amén.

 

Acuérdate, Virgen Madre de Dios, cuando estés delante del Señor, de decirle cosas buenas de mí. "Recordare, Virgo Mater Dei, dum steteris in conspectu Domini, ut loquaris pro nobis bona".
(Oración de la Misa de María Mediadora de todas de todas las gracias)

 

 

María, Madre de Dios,

en el misterio de Cristo y de la Iglesia

 

 

Nos prepara a esto el Concilio Vaticano II, presentando en su magisterio a la Madre de Dios en el misterio de Cristo y de la Iglesia. En efecto, si es verdad que « el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado » —como proclama el mismo Concilio 8—, es necesario aplicar este principio de modo muy particular a aquella excepcional « hija de las generaciones humanas », a aquella « mujer » extraordinaria que llegó a ser Madre de Cristo. Sólo en el misterio de Cristo se esclarece plenamente su misterio. Así, por lo demás, ha intentado leerlo la Iglesia desde el comienzo. El misterio de la Encarnación le ha permitido penetrar y esclarecer cada vez mejor el misterio de la Madre del Verbo encarnado. En este profundizar tuvo particular importancia el Concilio de Éfeso (a. 431) durante el cual, con gran gozo de los cristianos, la verdad sobre la maternidad divina de María fue confirmada solemnemente como verdad de fe de la Iglesia. María es la Madre de Dios (Theotókos), ya que por obra del Espíritu Santo concibió en su seno virginal y dio al mundo a Jesucristo, el Hijo de Dios consubstancial al Padre.9 « El Hijo de Dios... nacido de la Virgen María... se hizo verdaderamente uno de los nuestros... »,10 se hizo hombre. Así pues, mediante el misterio de Cristo, en el horizonte de la fe de la Iglesia resplandece plenamente el misterio de su Madre. A su vez, el dogma de la maternidad divina de María fue para el Concilio de Éfeso y es para la Iglesia como un sello del dogma de la Encarnación, en la que el Verbo asume realmente en la unidad de su persona la naturaleza humana sin anularla. (Redemptoris Mater, 4)

El Concilio Vaticano II, presentando a María en el misterio de Cristo, encuentra también, de este modo, el camino para profundizar en el conocimiento del misterio de la Iglesia. En efecto, María, como Madre de Cristo, está unida de modo particular a la Iglesia, « que el Señor constituyó como su Cuerpo ».11 El texto conciliar acerca significativamente esta verdad sobre la Iglesia como cuerpo de Cristo (según la enseñanza de las Cartas paulinas) a la verdad de que el Hijo de Dios « por obra del Espíritu Santo nació de María Virgen ». La realidad de la Encarnación encuentra casi su prolongación en el misterio de la Iglesia-cuerpo de Cristo. Y no puede pensarse en la realidad misma de la Encarnación sin hacer referencia a María, Madre del Verbo encarnado.

En las presentes reflexiones, sin embargo, quiero hacer referencia sobre todo a aquella « peregrinación de la fe », en la que « la Santísima Virgen avanzó », manteniendo fielmente su unión con Cristo.12 De esta manera aquel doble vínculo, que une la Madre de Dios a Cristo y a la Iglesia, adquiere un significado histórico. No se trata aquí sólo de la historia de la Virgen Madre, de su personal camino de fe y de la « parte mejor » que ella tiene en el misterio de la salvación, sino además de la historia de todo el Pueblo de Dios, de todos los que toman parte en la misma peregrinación de la fe.

Esto lo expresa el Concilio constatando en otro pasaje que María « precedió», convirtiéndose en «tipo de la Iglesia ... en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo».13 Este « preceder » suyo como tipo, o modelo, se refiere al mismo misterio íntimo de la Iglesia, la cual realiza su misión salvífica uniendo en sí —como María— las cualidades de madre y virgen. Es virgen que « guarda pura e íntegramente la fe prometida al Esposo » y que « se hace también madre ... pues ... engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios ».14 (Redemptoris Mater, 5)

CATEQUESIS DEL PAPA JUAN PABLO II

 

MARÍA, MADRE DE DIOS

 Audiencia General del miércoles 20 de noviembre de  de 1996

María, Madre de Dios
 
 
Queridos hermanos y hermanas:
 
1. La contemplación del misterio del nacimiento del Salvador ha impulsado al pueblo cristiano no sólo a dirigirse a la Virgen Santísima como a la Madre de Jesús, sino también a reconocerla como Madre de Dios. Esa verdad fue profundizada y percibida, ya desde los primeros siglos de la era cristiana, como parte integrante del patrimonio de la fe de la Iglesia, hasta el punto de que fue proclamada solemnemente en el año 431 por el Concilio de Éfeso.
En la primera comunidad cristiana, mientras crece entre los discípulos la conciencia de que Jesús es el Hijo de Dios, resulta cada vez más claro que María es la Theotokos, la Madre de Dios. Se trata de un título que no aparece explícitamente en los textos evangélicos, aunque en ellos se habla de la «Madre de Jesús» y se afirma que él es Dios (Jn 20,28; ver 5,18; 10,30.33). Por lo demás, presentan a María como Madre del Emmanuel, que significa Dios con nosotros (ver Mt 1,22-23).
Ya en el siglo III, como se deduce de un antiguo testimonio escrito, los cristianos de Egipto se dirigían a María con esta oración: «Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios: no desoigas la oración de tus hijos necesitados; líbranos de todo peligro, oh siempre Virgen gloriosa y bendita». En este antiguo testimonio aparece por primera vez de forma explícita la expresión Theotokos, «Madre de Dios».
En la mitología pagana a menudo alguna diosa era presentada como madre de algún dios. Por ejemplo, Zeus, dios supremo, tenía por madre a la diosa Rea. Ese contexto facilitó, tal vez, en los cristianos el uso del título Theotokos, «Madre de Dios», para la madre de Jesús. Con todo, conviene notar que este título no existía, sino que fue creado por los cristianos para expresar una fe que no tenía nada que ver con la mitología pagana, la fe en la concepción virginal, en el seno de María, de Aquel que era desde siempre el Verbo eterno de Dios.
 
2. En el siglo IV, el término Theotokos ya se usa con frecuencia tanto en Oriente como en Occidente. La piedad y la teología se refieren cada vez más a menudo a ese término, que ya había entrado a formar parte del patrimonio de fe de la Iglesia.
Por ello se comprende el gran movimiento de protesta que surgió en el siglo V cuando Nestorio puso en duda la legitimidad del título «Madre de Dios». En efecto, al pretender considerar a María sólo como madre del hombre Jesús, sostenía que sólo era correcta doctrinalmente la expresión «Madre de Cristo». Lo que indujo a Nestorio a ese error fue la dificultad que sentía para admitir la unidad de la persona de Cristo y su interpretación errónea de la distinción entre las dos naturalezas -divina y humana- presentes en él.
El Concilio de Éfeso, en el año 431, condenó sus tesis y, al afirmar la subsistencia de la naturaleza divina y de la naturaleza humana en la única persona del Hijo, proclamó a María Madre de Dios.
 
3. Las dificultades y las objeciones planteadas por Nestorio nos brindan la ocasión de hacer algunas reflexiones útiles para comprender e interpretar correctamente ese titulo. La expresión Theotokos, que literalmente significa «la que ha engendrado a Dios», a primera vista puede resultar sorprendente, pues suscita la pregunta: ¿cómo es posible que una criatura humana engendre a Dios? La respuesta de la fe de la Iglesia es clara: la maternidad divina de María se refiere sólo a la generación humana del Hijo de Dios y no a su generación divina. El Hijo de Dios fue engendrado desde siempre por Dios Padre y es consustancial con él. Evidentemente, en esa generación eterna María no intervino para nada. Pero el Hijo de Dios, hace dos mil años, tomó nuestra naturaleza humana y entonces María lo concibió y lo dio a luz.
Así pues, al proclamar a María «Madre de Dios», la Iglesia desea afirmar que ella es la «Madre del Verbo encarnado, que es Dios». Su maternidad, por tanto, no atañe a toda la Trinidad, sino únicamente a la segunda Persona, al Hijo, que, al encarnarse, tomó de ella la naturaleza humana.
La maternidad es una relación entre persona y persona: una madre no es madre sólo del cuerpo o de la criatura física que sale de su seno, sino de la persona que engendra. Por ello, María, al haber engendrado según la naturaleza humana a la persona de Jesús, que es persona divina, es Madre de Dios.
 
4. Cuando proclama a María «Madre de Dios», la Iglesia profesa con una única expresión su fe en el Hijo y en la Madre. Esta unión aparece ya en el Concilio de Éfeso; con la definición de la maternidad divina de María los padres querían poner de relieve su fe en la divinidad de Cristo. A pesar de las objeciones, antiguas y recientes, sobre la oportunidad de reconocer a María ese título, los cristianos de todos los tiempos, interpretando correctamente el significado de esa maternidad, la han convertido en expresión privilegiada de su fe en la divinidad de Cristo y de su amor a la Virgen.
En la Theotokos la Iglesia, por una parte, encuentra la garantía de la realidad de la Encarnación, porque, como afirma San Agustín, «si la Madre fuera ficticia, sería ficticia también la carne (...) y serían ficticias también las cicatrices de la resurrección». Y, por otra, contempla con asombro y celebra con veneración la inmensa grandeza que confirió a María Aquel que quiso ser hijo suyo. La expresión «Madre de Dios» nos dirige al Verbo de Dios, que en la Encarnación asumió la humildad de la condición humana para elevar al hombre a la filiación divina. Pero ese título, a la luz de la sublime dignidad concedida a la Virgen de Nazaret, proclama también la nobleza de la mujer y su altísima vocación. En efecto, Dios trata a María como persona libre y responsable y no realiza la Encarnación de su Hijo sino después de haber obtenido su consentimiento.
Siguiendo el ejemplo de los antiguos cristianos de Egipto, los fieles se encomiendan a Aquella que, siendo Madre de Dios, puede obtener de su Hijo divino las gracias de la liberación de los peligros y de la salvación eterna.
MARÍA ES MI MADRE!

 
 
 
María es mi Madre!
Bajo su manto me amparo, con sus frutos me alimento, con el Pan Eucarístico que me proporciona.
Ella es mi Madre!
Me arrojo en sus brazos y Ella me estrecha contra su corazón.
La escucho y su palabra me instruye.
La miro y su belleza me alumbra.
Ella es mi Madre!
Si estoy débil me sostiene, la invoco y su bondad me atiende. 
Ella es mi Madre!
Si enfermo me sana, si muerto por el pecado me da la vida de la gracia.
Ella es mi Madre!

En la lucha me socorre, en la tentación me auxilia, en la angustia me consuela, en el trabajo me sostiene, en la agonía me acompaña.
Ella es mi Madre!
Cuando voy a Jesús, me conduce, cuando llego a sus pies, me presenta.
Cuando le pido favores, me protege.
Ella es mi Madre!
Si soy constante en mi súplica, me escucha. Si la visito me atiende.
En la vida me guía al cielo y en la muerte recibiré de sus manos la eterna corona.
Ella es mi Madre!
Que buena es María, que dulce y hermosa es!
Ella es mi Madre!

Nuestra Señora del Santísimo Sacramento.
Ruega por nosotros !

ALABANZAS A LA MATERNIDAD DIVINA

ALABANZAS DE SAN CIRILO (*)

 

Salve María, criatura la más preciosa de la creación !
Salve María, purísima paloma !
Salve María, antorcha inextinguible !
Salve María, que por Ti nació el Sol de justicia !
Salve María, morada de la inmensidad, que encerraste en tu seno al Dios inmenso, al Verbo Unigénito, produciendo sin arado y sin semilla, la espiga inmarcesible!
Salve María, Madre de Dios, aclamada por los profetas, bendecida por los pastores cuando los Ángeles cantaron en Belén:
Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad!
Salve María, Madre de Dios, alegría de los Ángeles, júbilo de los Arcángeles que te glorifican en el Cielo!
Salve María, Madre de Dios, por Ti adoran a Cristo los Magos, guiados por la estrella de Oriente!
Salve María, Madre de Dios, honor de los Apóstoles!
Salve María, Madre de Dios, por quien el Bautista desde el seno de su
madre saltó de gozo, adorando como lucero a la luz  perenne…!
Salve María, Madre de Dios, por quien se poblaron de iglesias nuestras ciudades ortodoxas!
Salve María, Madre de Dios, por quien vino al mundo el vencedor de la muerte y el destructor del  infierno.
Salve María, por quien vino al mundo el autor de la creación y el restaurador de las criaturas, el Rey de los Cielos .
Salve María, Madre de Dios, por quien brilló y resplandeció la gloria de la resurrección…!

 

(*) Fragmento del himno de alabanzas con que el gran defensor de la Maternidad Divina saludó a la Virgen Santísima en la apertura del magno Concilio de Éfeso, que proclamara solemnemente ese dogma en el año 431. Agradecemos el envio de estas Alabanzas a Jorge Sermani, autor de Correos Marianos. Esta Alabanza esta en la Edición "Correos Marianos XXIII" (giorgiosernani@arnet.com.ar) .

ORACIÓN

 
Omnipotente y sempiterno Dios, que con la cooperación del Espíritu Santo, preparaste el cuerpo y el alma de la gloriosa Virgen y Madre María para que fuese merecedora de ser digna morada de tu Hijo; concédenos que, pues celebramos con alegría su conmemoración, por su piadosa intercesión seamos liberados de los males presentes y de la muerte eterna. Por el mismo Cristo nuestro Señor. Amén.

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