Newsletter 199
NUESTRA
SEÑORA DE LOURDES
11 de
febrero de 2006
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Sexta
Semana de Tiempo Ordinario
12 al
18 de
febrero de 2006
Totus
tuus ego sum et omnia mea Tua sunt. Accipio Te in mea omnia. Praebe mihi
cor Tuum, Maria.
Soy
todo tuyo y todas mis cosas Te pertenecen. Te pongo al centro de mi vida.
Dame tu Corazón, oh María.
Totus
tuus sum, Maria,
Mater nostri Redemptoris.
Virgo Dei, Virgo pia,
Mater mundi Salvatoris.
Soy
todo tuyo, María
Madre de nuestro Redentor
Virgen Madre de Dios, Virgen piadosa. Madre del Salvador del mundo.
Amen.
Oh Dios Padre
Misericordioso, que por
mediación de Jesucristo, nuestro Redentor, y de su Madre, la
Bienaventurada Virgen María, y la acción del Espíritu Santo,
concediste a tu Siervo Juan Pablo II, Servus Servorum Dei,
la gracia de ser Pastor ejemplar en el servicio de la Iglesia peregrina,
de los hijos e hijas de la Iglesia y de todos los hombres y mujeres
de buena voluntad, haz que yo sepa también responder con fidelidad
a las exigencias de la vocación cristiana, convirtiendo todos los
momentos y circunstancias de mi vida en ocasión de amarte y de servir
al Reino de Jesucristo. Te ruego que te dignes glorificar a tu Siervo
Juan Pablo II, Servus Servorum Dei, y que me concedas por su
intercesión el favor que te pido... (pídase). A Tí,
Padre Omnipotente, origen del cosmos y del hombre, por Cristo, el que
vive, Señor del tiempo y de la historia, en el Espíritu Santo que
santifica el universo, alabanza, honor y gloria ahora y por los siglos
de los siglos. Amén.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
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LIBRO
DE VISITAS
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Nuestra Señora de Lourdes.
JUSTICIA Y CARIDAD
26. Desde el siglo XIX se ha
planteado una objeción contra la actividad
caritativa de la Iglesia, desarrollada después con
insistencia sobre todo por el pensamiento marxista.
Los pobres, se dice, no necesitan obras de
caridad, sino de justicia. Las obras de caridad —la
limosna— serían en realidad un modo para que los
ricos eludan la instauración de la justicia y
acallen su conciencia, conservando su propia
posición social y despojando a los pobres de sus
derechos. En vez de contribuir con obras aisladas de
caridad a mantener las condiciones existentes, haría
falta crear un orden justo, en el que todos reciban
su parte de los bienes del mundo y, por lo tanto, no
necesiten ya las obras de caridad. Se debe reconocer
que en esta argumentación hay algo de verdad, pero
también bastantes errores. Es cierto que una norma
fundamental del Estado debe ser perseguir la
justicia y que el objetivo de un orden social justo
es garantizar a cada uno, respetando el principio de
subsidiaridad, su parte de los bienes comunes. Eso
es lo que ha subrayado también la doctrina cristiana
sobre el Estado y la doctrina social de la Iglesia.
La cuestión del orden justo de la colectividad,
desde un punto de vista histórico, ha entrado en una
nueva fase con la formación de la sociedad
industrial en el siglo XIX. El surgir de la
industria moderna ha desbaratado las viejas
estructuras sociales y, con la masa de los
asalariados, ha provocado un cambio radical en la
configuración de la sociedad, en la cual la relación
entre el capital y el trabajo se ha convertido en la
cuestión decisiva, una cuestión que, en estos
términos, era desconocida hasta entonces. Desde ese
momento, los medios de producción y el capital eran
el nuevo poder que, estando en manos de pocos,
comportaba para las masas obreras una privación de
derechos contra la cual había que rebelarse.
27. Se debe admitir que los
representantes de la Iglesia percibieron sólo
lentamente que el problema de la estructura justa de
la sociedad se planteaba de un modo nuevo. No
faltaron pioneros: uno de ellos, por ejemplo, fue el
Obispo Ketteler de Maguncia († 1877). Para hacer
frente a las necesidades concretas surgieron también
círculos, asociaciones, uniones, federaciones y,
sobre todo, nuevas Congregaciones religiosas, que en
el siglo XIX se dedicaron a combatir la pobreza, las
enfermedades y las situaciones de carencia en el
campo educativo. En 1891, se interesó también el
magisterio pontificio con la Encíclica
Rerum novarum de León XIII. Siguió con
la Encíclica de Pío XI
Quadragesimo anno, en 1931. En 1961, el
beato Papa Juan XXIII publicó la Encíclica Mater
et Magistra, mientras que Pablo VI, en la
Encíclica
Populorum progressio (1967) y en la
Carta apostólica
Octogesima adveniens (1971), afrontó
con insistencia la problemática social que, entre
tanto, se había agudizado sobre todo en
Latinoamérica. Mi gran predecesor Juan Pablo II nos
ha dejado una trilogía de Encíclicas sociales:
Laborem exercens (1981),
Sollicitudo rei socialis
(1987) y
Centesimus annus (1991). Así pues,
cotejando situaciones y problemas nuevos cada vez,
se ha ido desarrollando una doctrina social
católica, que en 2004 ha sido presentada de modo
orgánico en el
Compendio de la doctrina social de la Iglesia,
redactado por el Consejo Pontificio Iustitia
et Pax. El marxismo había presentado la
revolución mundial y su preparación como la panacea
para los problemas sociales: mediante la revolución
y la consiguiente colectivización de los medios de
producción —se afirmaba en dicha doctrina— todo iría
repentinamente de modo diferente y mejor. Este sueño
se ha desvanecido. En la difícil situación en la que
nos encontramos hoy, a causa también de la
globalización de la economía, la doctrina social
de la Iglesia se ha convertido en una indicación
fundamental, que propone orientaciones válidas mucho
más allá de sus confines: estas orientaciones —ante
el avance del progreso— se han de afrontar en
diálogo con todos los que se preocupan seriamente
por el hombre y su mundo.
(Benedicto XVI, Dios es Amor, 26 Y 27)
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Queridos
Suscriptores de "El Camino de María"
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Con la imagen de
Nuestra Señora de Lourdes, cuya festividad
celebramos el 11 de febrero comenzamos esta edición
semanal de El Camino de María. En
esta fiesta
conmemoramos las 18 apariciones de la Santísima Virgen, entre el 11 de
febrero y el 16 de julio de 1858, a una niña de 14 años, llamada
Bernardita Soubirous, en Lourdes, Francia, cerca del río Gave. En el lugar
de las apariciones se levantó, con el tiempo, una Basílica que después de
la de San Pedro del Vaticano, es el principal centro de peregrinaciones
católicas del mundo..
La edición de hoy la
dedicaremos a reflexionar sobre Justicia y Caridad, con textos de la
Encíclica
"Deus caritas est" (puntos 26 y 27) y con un texto
catequético del Siervo de Dios Juan Pablo II
del miércoles 27 de octubre de 1999 sobre el Amor
preferencial por los pobres. Continuamos de esta
forma con
la publicación de textos de su
catequesis sobre las
virtudes teologales en general y sobre la virtud
teologal de la caridad en particular que iniciamos con
nuestra
Edición 193.
Sobre el Amor que el
Señor reserva de manera particular al pobre y el débil
se refirió el Santo Padre Benedicto XVI en la Catequesis
del miércoles 8 de febrero de 2006 dedicada a meditar el Salmo 144:
"El Señor esta cerca de los que lo invocan".
"Siguiendo
a la Liturgia, que lo divide en dos partes, volvemos a
reflexionar sobre el Salmo 144, un canto admirable en
honor del Señor, rey cariñoso y atento a sus
criaturas. Queremos meditar ahora en la segunda parte,
en los versículos 14 a 21, que retoman el tema
fundamental del primer movimiento del himno.
En él se exaltaban la piedad, la ternura, la fidelidad
y la bondad divina que se extienden a toda la
humanidad, involucrando a toda criatura. Ahora el
salmista concentra su atención en el Amor que el
Señor reserva de manera particular al pobre y al
débil. Por tanto, la realeza divina no es ni
indiferente ni altanera, como a veces puede suceder
con el ejercicio del poder humano. Dios expresa su
realeza inclinándose ante las criaturas más frágiles e
indefensas.
De hecho, antes que nada, es un Padre que «sostiene
a los que van a caer» y endereza a los que han
caído en el polvo de la humillación (Cf. versículo
14). Los seres vivientes, por tanto, están orientados
hacia el Señor como si fueran mendigos hambrientos y
Él les ofrece, como Padre atento, la comida que
necesitan para vivir (Cf. versículo 15).
De los labios del orante surge entonces la profesión
de fe en las dos cualidades divinas por excelencia: la
justicia y la santidad. «El Señor es justo en todos
sus caminos, es santo en todas sus acciones»
(versículo 17). En hebreo, nos encontramos con dos
adjetivos típicos para ilustrar la alianza que existe
entre Dios y su pueblo: «saddiq» y «hasid». Expresan
la justicia que quiere salvar y liberar del mal y la
fidelidad que es signo de la grandeza amorosa del
Señor.
El salmista se pone de parte de los beneficiados a los
que define con diferentes expresiones; son términos
que constituyen, en la práctica, una representación
del auténtico creyente. Éste «invoca» al Señor en la
oración confiada, lo busca en la vida «sinceramente»
(Cf. versículo 18), teme a su Dios, respetando su
voluntad y obedeciendo a su palabra (Cf. versículo
19), pero sobre todo le «ama», confiado en que será
acogido bajo el manto de su protección y de su
intimidad (Cf. versículo 20).
La última palabra del salmista es, entonces la misma
con la que había comenzado el himno: es una invitación
a alabar y a bendecir al Señor y su «nombre», es
decir, la persona viviente y santa que actúa y salva
en el mundo y en la historia Es más, es un llamamiento
a que toda criatura que ha recibido el don de la vida
se asocie a la alabanza de la oración: «todo viviente
bendiga su Santo Nombre por siempre jamás» (versículo
21). Es una especie de canto perenne que debe elevarse
de la tierra al cielo, es la celebración comunitaria
del Amor universal de Dios, manantial de paz, alegría
y salvación.
Concluyendo nuestra reflexión, volvamos a meditar en
ese dulce versículo que dice: «Cerca está el
Señor de los que lo invocan, de los que lo invocan
sinceramente» (versículo 18). Era una frase que
le gustaba particularmente a Barsanufio de Gaza, un
asceta fallecido en torno a la mitad del siglo VI,
quien era consultado por monjes, eclesiásticos y
laicos por la sabiduría de su discernimiento.
Por ejemplo, a un discípulo que expresaba el deseo
de «buscar las causas de las diferentes tentaciones
que le habían asaltado», Barsanufio respondía:
«Hermano Juan, no tengas miedo de las tentaciones
que han surgido contra ti para ponerte a la prueba,
no te afanes tratando de comprender de qué se trata,
sino más bien grita el nombre de Jesús:
\"Jesús, ayúdame\". Y Él te escuchará porque \"cerca
está el Señor de los que lo invocan\". No te
desalientes, corre con ardor y alcanzarás la meta,
en Cristo, Jesús, Señor nuestro» (Barsanufio y
Juan de Gaza, «Epistolario», 39: «Collana di Testi
Patristici», XCIII, Roma 1991, p. 109).
Y estas palabras del antiguo padre son válidas
también para nosotros. En nuestras dificultades,
problemas, tentaciones, no tenemos que hacer
simplemente una reflexión teórica --¿de dónde
vienen?-- sino que tenemos que reaccionar
positivamente, invocando al Señor, manteniendo el
contacto vivo con el Señor. Es más, tenemos que
gritar el nombre de Jesús: \"Jesús, ¡ayúdame!\".
Y podemos estar seguros de que Él nos escucha,
pues está cerca de quien le busca. No nos
desalentemos, sino más bien corramos con ardor
--como dice este padre-- y también nosotros
alcanzaremos la vida, Jesús, el Señor."
Siguiendo una
antigua tradición y como recuerdo de los principales
dolores y gozos de la vida de San José, la Iglesia
dedica los siete domingos anteriores a su festividad
(19 de marzo). Por ello hemos confeccionado un libro
digital con meditaciones para cada domingo
extractadas de la Exhortación Apostólica
Redemptoris
custos,
en la que el Siervo de Dios Juan Pablo II recoge la
tradición patrística y teológica sobre San José,
abriendo horizontes de estudio y meditación sobre la
figura de este santo, que está, en la escala que
baja del Cielo, inmediato a María, por encima de los
Ángeles. Le
invitamos a descargar gratuitamente en su
computadora el libro digital que lleva por título:
LA MISIÓN DE SAN JOSÉ EN LA VIDA DE CRISTO Y DE
LA IGLESIA, desde la siguiente dirección de
nuestro sitio
VirgoFidelis:
http://virgofidelis.com.ar/paFileDB/pafiledb.php?action=file&id=28
Pidamos
a María Santísima, Esposa del Espíritu Santo y
Madre de los creyentes, que nos enseñe
a vivir y a
difundir el amor de Cristo
. Podemos hacerlo con la
siguiente Oración que el Siervo de Dios Juan Pablo
II le dirigió en el Santuario de Lourdes el 14 de
agosto de 2004.
Dios te salve, María,
llena de Gracia!
¡Ave María, Mujer
humilde,
bendecida por el
Altísimo!
Virgen de la
esperanza, profecía de
tiempos nuevos,
nosotros nos unimos a
tu cántico de alabanza
para celebrar las
misericordias del
Señor,
para anunciar la
venida del Reino
y la plena liberación
del hombre.
¡Ave María, humilde
sierva del Señor,
gloriosa Madre de
Cristo!
Virgen fiel, morada
santa del Verbo,
enséñanos a perseverar
en la escucha de la
Palabra,
a ser dóciles a la
voz del Espíritu
Santo,
atentos a sus llamados
en la intimidad de la
conciencia
y a sus
manifestaciones en los
acontecimientos de la
historia.
¡Ave María, Mujer
del dolor,
Madre de los vivos!
Virgen Esposa ante la
Cruz, Eva nueva,
sed nuestra guía por
los caminos del mundo,
enséñanos a vivir y a
difundir el amor de
Cristo,
a detenernos contigo
ante las innumerables
cruces
en las que tu Hijo aún
está crucificado.
¡Ave María, Mujer
de la fe,
primera entre los
discípulos!
Virgen Madre de la
Iglesia, ayúdanos a
dar siempre
razón de la esperanza
que habita en
nosotros,
confiando en la bondad
del hombre y en el
Amor del Padre.
Enséñanos a construir
el mundo desde
adentro:
en la profundidad del
silencio y de la
oración,
en la alegría del amor
fraterno,
en la fecundidad
insustituible de la
Cruz.
Santa María, Madre
de los creyentes,
Nuestra Señora de
Lourdes,
ruega por nosotros.
JUAN
PABLO II . SANTUARIO DE
LOURDES . 14 de agosto
de 2004
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