Newsletter 193
Primera Semana de Tiempo
Ordinario
9 al 14 de enero de 2006
Totus
tuus ego sum et omnia mea Tua sunt. Accipio Te in mea omnia. Praebe mihi
cor Tuum, Maria.
Soy
todo tuyo y todas mis cosas Te pertenecen. Te pongo al centro de mi vida.
Dame tu Corazón, oh María.
Totus
tuus sum, Maria,
Mater nostri Redemptoris.
Virgo Dei, Virgo pia,
Mater mundi Salvatoris.
Soy
todo tuyo, María
Madre de nuestro Redentor
Virgen Madre de Dios, Virgen piadosa. Madre del Salvador del mundo.
Amen.
Oh Dios Padre
Misericordioso, que por
mediación de Jesucristo, nuestro Redentor, y de su Madre, la
Bienaventurada Virgen María, y la acción del Espíritu Santo,
concediste a tu Siervo Juan Pablo II, Servus Servorum Dei,
la gracia de ser Pastor ejemplar en el servicio de la Iglesia peregrina,
de los hijos e hijas de la Iglesia y de todos los hombres y mujeres
de buena voluntad, haz que yo sepa también responder con fidelidad
a las exigencias de la vocación cristiana, convirtiendo todos los
momentos y circunstancias de mi vida en ocasión de amarte y de servir
al Reino de Jesucristo. Te ruego que te dignes glorificar a tu Siervo
Juan Pablo II, Servus Servorum Dei, y que me concedas por su
intercesión el favor que te pido... (pídase). A Tí,
Padre Omnipotente, origen del cosmos y del hombre, por Cristo, el que
vive, Señor del tiempo y de la historia, en el Espíritu Santo que
santifica el universo, alabanza, honor y gloria ahora y por los siglos
de los siglos. Amén.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
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LIBRO
DE VISITAS
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DIOS, CREADOR
DEL CIELO Y DE LA TIERRA, PADRE DE JESÚS Y PADRE NUESTRO
Bendito seas Señor,
Padre que estás en el cielo, porque en tu infinita
misericordia te has inclinado sobre la miseria del hombre y
nos has dado a Jesús, tu Hijo, nacido de mujer, nuestro Salvador y amigo, hermano y Redentor. Gracias, Padre bueno,
por el don del Año jubilar; haz que sea un tiempo favorable,
el año del gran retorno a la casa paterna, donde Tú, lleno
de amor, esperas a tus hijos descarriados para darles el
abrazo del perdón y sentarlos a tu mesa, vestidos con el
traje de fiesta.
¡A ti, Padre,
nuestra alabanza por siempre!
Padre clemente,
que en este año se fortalezca nuestro amor a Ti y al prójimo:
que los discípulos de Cristo promuevan la justicia y la paz;
se anuncie a los pobres la Buena Nueva y que la Madre Iglesia
haga sentir su amor de predilección a los pequeños y
marginados.
¡A ti, Padre,
nuestra alabanza por siempre!
Padre justo, que
este año sea una ocasión propicia para que todos los católicos
descubran el gozo de vivir en la escucha de tu palabra,
abandonándose a tu Voluntad; que experimenten el valor de la
comunión fraterna partiendo juntos el pan y alabándote con
himnos y cánticos espirituales.
¡A ti, Padre,
nuestra alabanza por siempre!
Padre, rico en
misericordia, que este año sea un tiempo de apertura, de diálogo
y de encuentro con todos los que creen en Cristo y con los
miembros de otras religiones: en tu inmenso amor, muestra
generosamente tu misericordia con todos.
¡A ti, Padre,
nuestra alabanza por siempre!
Padre omnipotente,
haz que todos tus hijos sientan que en su caminar hacia Ti,
meta última del hombre, los acompaña bondadosamente la
Virgen María, icono del amor puro, elegida por Ti para ser
Madre de Cristo y de la Iglesia.
¡A ti, Padre,
nuestra alabanza por siempre!
A ti, Padre
de la vida, principio sin principio, suma bondad y eterna luz,
con el Hijo y el Espíritu, honor y gloria, alabanza y
gratitud por los siglos sin fin. Amén.
(ORACIÓN
DEL SIERVO DE
DIOS JUAN PABLO II PARA LA CELEBRACIÓN DEL JUBILEO DEL AÑO
2000)
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"La
fe, la
esperanza y la caridad son como tres estrellas que brillan en
el cielo de nuestra vida espiritual para guiarnos hacia Dios.
Son, por excelencia, las virtudes "teologales": nos
ponen en comunión con Dios y nos llevan a Él. Forman un tríptico
que tiene su vértice en la caridad, el agape, que
canta de forma excelsa San Pablo en un himno de la primera
carta a los Corintios. Ese himno concluye con la siguiente
declaración: "Ahora permanecen estas tres cosas: la fe,
la esperanza y la caridad, pero la más excelente de ellas es
la caridad" (1 Co 13, 13)." (Juan Pablo II, 22
de noviembre de 2000)
Con esta
introducción comenzamos
a publicar desde esta edición una serie de textos catequéticos
del Siervo de Dios Juan Pablo II sobre las virtudes
teologales en general y sobre la virtud teologal de la
caridad en particular.
Creemos que es
oportuno, especialmente en este año en que el Santo Padre
Benedicto XVI nos dará su primera Carta-Encíclica sobre
el Amor de Dios, resaltar la virtud teologal de la caridad,
recordando la sintética y plena afirmación de la
primera Carta de Juan: «Dios es Amor». La caridad, en su doble faceta de amor a Dios
y a los hermanos, es la síntesis de la vida moral del
creyente. La caridad tiene en Dios su fuente y su meta.
La caridad es aquí en la
tierra la virtud más grande, como nos enseña San Pablo (Primera
Epístola a los Corintios, 13, 13); es la virtud que va más allá de la vida y de
la muerte. Porque cuando termina el tiempo de la fe y de la
esperanza, el Amor permanece.
María
Santísima, Hija
predilecta del Padre, se presenta ante nuestra mirada como ejemplo perfecto de
caridad, tanto con Dios como con el prójimo.
Pidamosle a Ella que interceda ante el Espiritu Santo para que
aumente en nosotros la fe, la esperanza y la caridad, que
nos ayuden a llegar a una mayor comunión con la Santísima
Trinidad y con nuestros hermanos.
Marisa y
Eduardo
Oh
Virgen Santísima
Enséñanos
a creer como has creído Tú.
Madre
de Dios,
Madre de Cristo,
Madre de la Iglesia,
míranos clemente en esta hora.
Virgo
fidélis, Virgen fiel,
ruega por nosotros.
Enséñanos a creer como has creído Tú.
Haz que nuestra fe
en Dios, en Cristo, en la Iglesia,
sea siempre límpida, serena, valiente,
fuerte, generosa.
Mater
amábilis, Madre digna de amor.
Mater pulchrae dilectiónis, Madre del Amor
Hermoso,
¡ruega por nosotros!
Enséñanos a amar a Dios y a nuestros
hermanos
como les amaste Tú;
haz que nuestro amor a los demás
sea siempre paciente, benigno, respetuoso.
Causa
nostrae laetítiae, causa de nuestra alegría,
¡ruega por nosotros!
Enséñanos a saber captar, en la fe,
la paradoja de la alegría cristiana,
que nace y florece en el dolor,
en la renuncia,
en la unión con tu Hijo crucificado:
¡haz que nuestra alegría
sea siempre auténtica y plena
para podérsela comunicar a todos!
Amén.
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