EL CAMINO DE MARÍA

Newsletter 194

Segunda Semana de Tiempo Ordinario

15 al 20 de enero de 2006

 

Totus tuus ego sum et omnia mea Tua sunt. Accipio Te in mea omnia. Praebe mihi cor Tuum, Maria.

Soy todo tuyo y todas mis cosas Te pertenecen. Te pongo al centro de mi vida. Dame tu Corazón, oh María.

Totus tuus sum, Maria,
Mater nostri Redemptoris.
Virgo Dei, Virgo pia,
Mater mundi Salvatoris.
 

Soy todo tuyo, María
Madre de nuestro Redentor
Virgen Madre de Dios, Virgen piadosa. Madre del Salvador del mundo. Amen.

Oh Dios Padre Misericordioso, que por mediación de Jesucristo, nuestro Redentor, y de su Madre, la Bienaventurada Virgen María, y la acción del Espíritu Santo, concediste a tu Siervo Juan Pablo II, Servus Servorum Dei,  la gracia de ser Pastor ejemplar en el servicio de la Iglesia peregrina, de los hijos e hijas de la Iglesia y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, haz que yo sepa también responder con fidelidad a las exigencias de la vocación cristiana, convirtiendo todos los momentos y circunstancias de mi vida en ocasión de amarte y de servir al Reino de Jesucristo. Te ruego que te dignes glorificar a tu Siervo Juan Pablo II, Servus Servorum Dei, y que me concedas por su intercesión el favor que te pido... (pídase).  A Tí, Padre Omnipotente, origen del cosmos y del hombre, por Cristo, el que vive, Señor del tiempo y de la historia, en el Espíritu Santo que santifica el universo, alabanza, honor y gloria ahora y por los siglos de los siglos. Amén.

Padrenuestro, Avemaría, Gloria.

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 LIBRO DE VISITAS

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MARÍA, MADRE DE LA UNIDAD Y DE LA ESPERANZA

Audiencia Semanal, miércoles 12 de noviembre de 1997

LA EUCARISTÍA, LA PALABRA Y LA UNIÓN DE LOS CRISTIANOS

  Audiencia Semanal,  miércoles 15 de noviembre de 2000

 

QUE MARÍA INTERCEDA POR

 LA UNIÓN DE LOS CRISTIANOS


Ofrece gran gozo y consuelo para este Sacrosanto Concilio, el hecho de que tampoco falten entre los hermanos separados quienes tributan debido honor a la Madre del Señor y Salvador, especialmente entre los orientales, que corren parejos con nosotros por su impulso fervoroso y ánimo devoto en el culto de la siempre Virgen Madre de Dios. Ofrezcan todos los fieles súplicas insistentes a la Madre de Dios y Madre de los hombres, para que Ella, que asistió con sus oraciones a la naciente Iglesia, ahora también, ensalzada en el cielo sobre todos los bienaventurados y los ángeles en la comunión de todos los santos, interceda ante su Hijo para que las familias de todos los pueblos tanto los que se honran con el nombre de cristianos, como los que aún ignoran al Salvador, sean felizmente congregados con paz y concordia en un solo Pueblo de Dios, para gloria de la Santísima e indivisible Trinidad. (Constitución Dogmática "Lumen Gentium", 69)

 

Queridos Suscriptores de "El Camino de María"

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"...El Dios que ama es un Dios que no permanece alejado, sino que interviene en la historia. Cuando revela su nombre a Moisés, lo hace para garantizar su asistencia amorosa en el acontecimiento salvífico del Éxodo, una asistencia que durará para siempre (cf. Ex 3, 15). A través de las palabras de los profetas, recordará continuamente a su pueblo este gesto suyo de amor. Leemos, por ejemplo, en Jeremías: «Así dice el Señor: halló gracia en el desierto el pueblo que se libró de la espada: va a su descanso Israel. De lejos el Señor se me apareció. Con amor eterno te he amado: por eso he reservado gracia para ti»..." (Jr 31, 2-3).
 
Con esta introducción continuamos publicando textos catequéticos del Siervo de Dios Juan Pablo II sobre la virtud teologal de la caridad que tiene en Dios su fuente y su meta.
 
Creemos que es oportuno meditar, especialmente en este mes en que el Santo Padre Benedicto XVI nos dará su primera Carta-Encíclica "Deus caritas est" (Dios es Amor), sobre la virtud teologal de la caridad, recordando la sintética y plena afirmación de la primera Carta de Juan: «Dios es Amor»
 

 

Hoy comienza la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, que tradicionalmente se celebra del 18 al 25 de enero. El tema elegido para 2006 es: "Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos. (Mt 18,20). Durante los próximos ocho días, en todas las partes del mundo, los cristianos de las diferentes confesiones y tradiciones se reunirán para pedir intensamente al Señor que refuerce el compromiso común por su plena unidad. Lo harán precisamente a partir de la riqueza contenida en la promesa de Cristo, meditando, día a día, en su don evangélico de la paz y en los compromisos que ésta comporta.
 
Los textos de este año han sido preparados por un grupo ecuménico de Dublín (Irlanda), designado por el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos y la Comisión "Fe y Constitución" del Consejo Mundial de Iglesias.
 
Cada día de esta semana tendrá un tema distinto:
 
18/1: Unidos por la presencia de Cristo. "Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo". (Ef 4,5-6).
19/1: Edificar la unidad de los cristianos con Jesús entre nosotros. Ecumenismo diario. "También vosotros debéis lavaros los pies unos a otros". (Jn 13,14).
20/1: Orar juntos en el nombre de Jesús. "El Señor espera el momento para apiadarse de vosotros". (Is 30,18).
21/1: Del pasado al futuro: perdón y purificación de la memoria. "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete". (Mt 18,22).
22/1: La presencia de Dios entre nosotros: una llamada a la paz. "El Señor está con nosotros". (Sal 46).
23/1: Ser misioneros en el nombre de Jesús. "Vuestro Padre celestial no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños". (Mt 18,14).
24/1: Reconocer la presencia de Dios en el otro: aceptar al otro en nombre de Jesús. "El que acepta en mi nombre a un niño como éste, a Mí me acepta". (Mt 18,5).
25/1: Unidos en la esperanza. "Cuando llegue aquél día, comprenderéis que Yo estoy en mi Padre; vosotros en Mi y Yo en vosotros". (Jn 14,20).
 
Aunque la fecha tradicional para la celebración de esta semana de oración es el mes de enero, sin embargo, en el hemisferio sur -al ser tiempo de vacaciones- las Iglesias buscan a veces otros días. Por ejemplo, alrededor de Pentecostés, que también es una fecha simbólica para la unidad de la Iglesia, y que había sido sugerido por el movimiento Fe y Constitución en 1926. La Conferencia Episcopal Española ha traducido al español todo el texto, el cual lo puede obtener en la siguiente dirección:

http://www.conferenciaepiscopal.es/interconfesional/unidad/2006/Unidad2006.pdf

Hoy el Santo Padre Benedicto XVI dedicó la catequesis de la audiencia general de los miércoles a la "Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos" . Esta semana, explicó el Papa, "es una cita importante para reflexionar sobre el drama de la división de la comunidad cristiana y pedir junto al mismo Jesús "que todos sean uno para que el mundo crea".
 
"La oración "por la unión de todos" -prosiguió- engloba en formas y tiempos diversos a católicos, ortodoxos y protestantes acomunados en la fe en  Jesucristo, único Señor y Salvador" y "forma parte de ese núcleo que el Concilio Vaticano II define como "el alma de todo el movimiento ecuménico".
 
"Los elementos que, a pesar de la división permanente, siguen uniendo a los cristianos nos dan la posibilidad de elevar una oración común a Dios. Esta comunión en Cristo sostiene todo el movimiento ecuménico e indica el fin mismo de la búsqueda de la unidad de todos los cristianos en la Iglesia de Dios. Es lo que distingue al movimiento ecuménico de cualquier otra iniciativa de diálogo y de relación con otras religiones e ideologías".
 
El Santo Padre recordó que las oraciones rezadas en todo el mundo en esta época y también en Pentecostés "expresan además la voluntad del compromiso común para el restablecimiento de la plena comunión de todos los cristianos".
 
Pero esas oraciones, observó Benedicto XVI, no deben ser sólo de petición. "Debemos dar gracias al Señor -subrayó- por la nueva situación creada, con tanto esfuerzo, en las relaciones ecuménicas entre los cristianos, por los fuertes lazos de solidaridad establecidos, por el crecimiento de la comunión y convergencia (...) entre los diversos diálogos. El futuro está ante nosotros".
 
El Papa concluyó citando las palabras de Juan Pablo II, que "hizo tanto y sufrió tanto por la cuestión ecuménica", en la encíclica "Ut unum sint": "Reconocer lo que Dios ya ha concedido es condición que nos predispone a recibir aquellos dones aún indispensables para llevar a término la obra ecuménica de la unidad".

El miércoles 25 de enero, fiesta de la Conversión de San Pablo Apóstol, Benedicto XVI presidirá a las 17,30 en la basílica de San Pablo Extramuros la celebración de las Vísperas, con la que clausurará la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos.

 
María Santísima, Hija predilecta del Padre, se presenta ante nuestra mirada como ejemplo perfecto de caridad, tanto con Dios como con el prójimo. Pidámosle a Ella que su materna intercesión ayude a los cristianos a formar un solo corazón y una sola alma y a todos los hombres a crecer en la solidaridad para construir un mundo de paz, a efectos de poner por obra el pedido del Concilio Vaticano II en la Lumen Gentium, 69: «Todos los fieles han de ofrecer insistentes súplicas a la Madre de Dios y Madre de los hombres, para que ella, que estuvo presente en los comienzos de la Iglesia con sus oraciones, también ahora en el cielo, exaltada sobre todos los bienaventurados y ángeles, en comunión con todos los santos, interceda ante su Hijo  para que las familias de todos los pueblos tanto los que se honran con el nombre de cristianos, como los que aún ignoran al Salvador, sean felizmente congregados con paz y concordia en un solo Pueblo de Dios, para gloria de la Santísima e indivisible Trinidad.».
 

Marisa y Eduardo

 

Dios te salve, María, llena de Gracia!

¡Dios te salve, María, llena de gracia!
Tú eres la Hija amada del Padre,
la Madre de Cristo, nuestro Dios y Señor,
el Templo vivo del Espíritu Santo.

Llevas en tu nombre, Virgen de la Caridad,
la memoria del Dios que es Amor

el recuerdo del mandamiento nuevo de Jesús,
la evocación del Espíritu Santo:
Amor derramado en nuestros corazones,
Fuego de caridad enviado en Pentecostés sobre la Iglesia,
Don de la plena libertad de los hijos de Dios.

¡Bendita tú entre las mujeres
y bendito el fruto de tu vientre, Jesús!

Has venido a visitar nuestro pueblo
y has querido quedarte con nosotros
como Madre y Señora de Cuba,
a lo largo de su peregrinar
por los caminos de la historia.
Tu nombre y tu imagen están esculpidos
en la mente y en el corazón de todos los cubanos,
como signo de esperanza y centro de comunión fraterna.

¡Santa María. Madre de Dios y Madre nuestra!
Ruega por nosotros ante tu Hijo Jesucristo,
intercede por nosotros con tu corazón maternal,
inundado de la caridad del Espíritu.
Acrecienta nuestra fe, aviva la esperanza,
aumenta y fortalece en nosotros el amor
Ampara nuestras familias,
protege a los jóvenes y a los niños,
consuela a los que sufren.

Sé Madre de los fieles y de los pastores de la Iglesia.
Modelo y Estrella de la nueva evangelización.
¡Madre de la reconciliación!

Reúne a tu pueblo disperso por el mundo.
Haz de la nación cubana un hogar de hermanos y hermanas
para que este pueblo abra de par en par
su mente, su corazón y su vida a Cristo, único Salvador y Redentor,
que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.

ORACIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II AL CORONAR LA VIRGEN NUESTRA SEÑORA DE LA CARIDAD DEL COBRE .  24 de enero, de 1998

MEDITACIONES DEL SIERVO DE DIOS JUAN PABLO II 

   

LA VIRTUD TEOLOGAL DE LA CARIDAD

EL AMOR DE DIOS

Audiencia General del miércoles 6 de octubre de 1999

"...El Dios que ama es un Dios que no permanece alejado, sino que interviene en la historia. Cuando revela su nombre a Moisés, lo hace para garantizar su asistencia amorosa en el acontecimiento salvífico del Éxodo, una asistencia que durará para siempre (cf. Ex 3, 15). A través de las palabras de los profetas, recordará continuamente a su pueblo este gesto suyo de amor. Leemos, por ejemplo, en Jeremías: «Así dice el Señor: halló gracia en el desierto el pueblo que se libró de la espada: va a su descanso Israel. De lejos el Señor se me apareció. Con amor eterno te he amado: por eso he reservado gracia para ti»..." (Jr 31, 2-3).

 LA VIRTUD TEOLOGAL DE LA CARIDAD

 

Queridos hermanos y hermanas:  

1. En este año del Padre, es particularmente oportuno poner de relieve la virtud teologal de la caridad, según la indicación de la Carta Apostólica Tertio millennio adveniente (cf. n. 50).

El apóstol San Juan recomienda: «Queridos hermanos: amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor» (1 Jn 4, 7-8).

Estas palabras sublimes, al tiempo que nos revelan la esencia misma de Dios como misterio de caridad infinita, ponen también las bases en que se apoya la ética cristiana, concentrada totalmente en el mandato del amor. El hombre está llamado a amar a Dios con una entrega total y a tratar a sus hermanos con una actitud de amor inspirado en el amor mismo de Dios. Convertirse significa convertirse al amor.

Ya en el Antiguo Testamento se puede descubrir la dinámica profunda de este mandamiento, en la relación de alianza instaurada por Dios con Israel: por una parte está la iniciativa de amor de Dios; por otra, la respuesta de amor que Él espera. Por ejemplo, en el libro del Deuteronomio se presenta así la iniciativa divina: «No porque seáis el más numeroso de todos los pueblos se ha prendado el Señor de vosotros y os ha elegido, pues sois el menos numeroso de todos los pueblos; sino por el amor que os tiene» (Dt 7, 7-8). A este amor de predilección, totalmente gratuito, corresponde el mandamiento fundamental, que orienta toda la religiosidad de Israel: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6, 5).

2. El Dios que ama es un Dios que no permanece alejado, sino que interviene en la historia. Cuando revela su nombre a Moisés, lo hace para garantizar su asistencia amorosa en el acontecimiento salvífico del Éxodo, una asistencia que durará para siempre (cf. Ex 3, 15). A través de las palabras de los profetas, recordará continuamente a su pueblo este gesto suyo de amor. Leemos, por ejemplo, en Jeremías: «Así dice el Señor: halló gracia en el desierto el pueblo que se libró de la espada: va a su descanso Israel. De lejos el Señor se me apareció. Con amor eterno te he amado: por eso he reservado gracia para ti» (Jr 31, 2-3).

Es un amor que asume rasgos de una inmensa ternura (cf. Os 11, 8 ss; Jr 31, 20); normalmente utiliza la imagen paterna, pero a veces se expresa también con la metáfora nupcial: «Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en amor y en compasión» (Os 2, 21; cf. 18-25).

Incluso después de haber constatado en su pueblo una repetida infidelidad a la alianza, este Dios está dispuesto a ofrecer su amor, creando en el hombre un corazón nuevo, que lo capacita para acoger sin reservas la ley que se le da, como leemos en el profeta Jeremías: «Pondré mi ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré» (Jr 31, 33). De forma similar, se lee en Ezequiel: «Os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne» (Ez 36, 26).

3. El Nuevo Testamento nos presenta esta dinámica del amor centrada en Jesús, Hijo amado por el Padre (cf. Jn 3, 35; 5, 20; 10, 17), el cual se manifiesta mediante Él. Los hombres participan en este amor conociendo al Hijo, o sea, acogiendo su doctrina y su obra redentora.

Sólo es posible acceder al amor del Padre imitando al Hijo en el cumplimiento de los mandamientos del Padre:

 «Como el Padre me amó, Yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi Amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi Amor, como Yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su Amor» (Jn 15, 9-10). 

Así se llega a participar del conocimiento que el Hijo tiene del Padre:

 «No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn 15, 15).

4. El amor nos hace entrar plenamente en la vida filial de Jesús, convirtiéndonos en hijos en el Hijo: «Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues lo somos. El mundo no nos conoce porque no le conoció a Él» (1 Jn 3, 1). El amor transforma la vida e ilumina también nuestro conocimiento de Dios, hasta alcanzar el conocimiento perfecto del que habla san Pablo: «Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido» (1 Co 13, 12).

Es preciso subrayar la relación que existe entre conocimiento y amor. La conversión íntima que el cristianismo propone es una auténtica experiencia de Dios, en el sentido indicado por Jesús, durante la Última Cena, en la oración sacerdotal:

 «Esta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y al que Tú has enviado, Jesucristo» (Jn 17, 3). 

Ciertamente, el conocimiento de Dios tiene también una dimensión de orden intelectual (cf. Rm 1, 19-20). Pero la experiencia viva del Padre y del Hijo se realiza en el amor, es decir, en último término, en el Espíritu Santo, puesto que «...el Amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rm 5, 5).

Gracias al Espíritu Santo Paráclito hacemos la experiencia del amor paterno de Dios. Y el efecto más consolador de su presencia en nosotros es precisamente la certeza de que este amor perenne e ilimitado, con el que Dios nos ha amado primero, no nos abandonará nunca: «¿Quién nos separará del amor de Cristo? (...) Estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro» (Rm 8, 35. 38-39). El corazón nuevo, que ama y conoce, late en sintonía con Dios, que ama con un amor perenne.

 

    

HIMNO DE LA CARIDAD

Primera Epístola a los Corintios . 13, 1-13

1.Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe.
2.Aunque tuviera el don de profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy.
3.Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha.
4.La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe;
5.Es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal;
6.No se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad.
7.Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta.
8.La caridad no acaba nunca. Desaparecerán las profecías. Cesarán las lenguas. Desaparecerá la ciencia.
9.Porque parcial es nuestra ciencia y parcial nuestra profecía.
10.Cuando vendrá lo perfecto, desaparecerá lo parcial.
11.Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño. Al hacerme hombre, dejé todas las cosas de niño.
12.Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido.
13.Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad.


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