"El Camino de
María"
Colección de
Libros Digitales:
"Virgo
Fidelis"
¡ Oh
Virgen fiel, que fuiste siempre solícita y dispuesta a
recibir, conservar y meditar la Palabra de Dios!:
Haz que
también nosotros, en medio de las dramáticas vicisitudes de la
historia, sepamos mantener siempre intacta nuestra fe
cristiana.
Marisa y Eduardo
Vinante
"El Camino de
María"
Editores
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En el camino doloroso y en el
Gólgota está la Madre, la primera
Mártir.
"...En los misterios
dolorosos contemplamos en Cristo todos los dolores del hombre:
en El, angustiado, traicionado, abandonado, capturado
aprisionado; en El, injustamente procesado y sometido a la
flagelación; en El, mal entendido y escarnecido en su misión;
en El, condenado con complicidad del poder político; en El
conducido públicamente al suplicio y expuesto a la muerte más
infamante; en El, Varón de dolores profetizado por Isaías,
queda resumido y santificado todo dolor humano.
Siervo del Padre,
Primogénito entre muchos hermanos, Cabeza de la humanidad,
transforma el padecimiento humano en oblación agradable a
Dios, en sacrificio que redime. El es el Cordero que quita el
pecado del mundo, el Testigo fiel, que capitula en sí y hace
meritorio todo martirio.
En el camino
doloroso y en el Gólgota está la Madre, la primera Mártir.
Y nosotros, con el corazón de la Madre, a la cual desde la
cruz entregó en testamento a cada uno de los discípulos y a
cada uno de los hombres, contemplamos conmovidos los
padecimientos de Cristo, aprendiendo de El la obediencia hasta
la muerte, y muerte de cruz; aprendiendo de Ella a acoger a
cada hombre como hermano, para estar con Ella junto a las
innumerables cruces en las que el Señor de la gloria todavía
está injustamente enclavado, no en su Cuerpo glorioso, sino en
los miembros dolientes de su Cuerpo místico". (JUAN PABLO
II: Ángelus del 30 de octubre, 1983).
"...Los Evangelios dan gran relieve a los
misterios del dolor de Cristo. La piedad cristiana,
especialmente en la Cuaresma, con la práctica del Via Crucis,
se ha detenido siempre sobre cada uno de los momentos de la
Pasión, intuyendo que ellos son el cúlmen de la revelación del
amor y la fuente de nuestra salvación. El Rosario escoge
algunos momentos de la Pasión, invitando al orante a fijar en
ellos la mirada de su corazón y a revivirlos. El itinerario
meditativo se abre con Getsemaní, donde Cristo vive un momento
particularmente angustioso frente a la voluntad del Padre,
contra la cual la debilidad de la carne se sentiría inclinada
a rebelarse. Allí, Cristo se pone en lugar de todas las
tentaciones de la humanidad y frente a todos los pecados de
los hombres, para decirle al Padre: «no se haga mi
voluntad, sino la tuya» (Lc 22, 42 par.). Este «sí» suyo
cambia el «no» de los progenitores en el Edén. Y cuánto le
costaría esta adhesión a la voluntad del Padre se muestra en
los misterios siguientes, en los que, con la flagelación, la
coronación de espinas, la subida al Calvario y la muerte en
cruz, se ve sumido en la mayor ignominia: Ecce
homo!
En este oprobio
no sólo se revela el amor de Dios, sino el sentido mismo del
hombre. Ecce homo: quien quiera conocer al hombre, ha de saber
descubrir su sentido, su raíz y su cumplimiento en Cristo,
Dios que se humilla por amor «hasta la muerte y muerte de
cruz» (Flp 2, 8). Los misterios de dolor llevan el creyente
a revivir la muerte de Jesús poniéndose al pie de la cruz
junto a María, para penetrar con ella en la inmensidad del
amor de Dios al hombre y sentir toda su fuerza
regeneradora..."
(ROSARIUM VIRGINIS
MARIAE,
22) |
MARÍA Y LA RESURRECCIÓN DE CRISTO
1. Después de que Jesús es colocado en el sepulcro,
María «es la única que mantiene viva la llama de la fe,
preparándose para acoger el anuncio gozoso y sorprendente de
la Resurrección». La espera que vive la Madre del
Señor el Sábado santo constituye uno de los momentos más altos
de su fe: en la oscuridad que envuelve el universo, ella
confía plenamente en el Dios de la vida y, recordando las
palabras de su Hijo, espera la realización plena de las
promesas divinas. Los evangelios refieren varias
apariciones del Resucitado, pero no hablan del encuentro de
Jesús con su madre. Este silencio no debe llevarnos a concluir
que, después de su resurrección, Cristo no se apareció a
María; al contrario, nos invita a tratar de descubrir los
motivos por los cuales los evangelistas no lo
refieren. Suponiendo que se trata de una «omisión», se
podría atribuir al hecho de que todo lo que es necesario para
nuestro conocimiento salvífico se encomendó a la palabra de
«testigos escogidos por Dios» (Hch 10,41), es decir, a los
Apóstoles, los cuales «con gran poder» (Hch 4,33) dieron
testimonio de la resurrección del Señor Jesús. Antes que a
ellos, el Resucitado se apareció a algunas mujeres fieles, por
su función eclesial: «Id, avisad a mis hermanos que vayan a
Galilea; allí me verán» (Mt 28,10). Si los autores del
Nuevo Testamento no hablan del encuentro de Jesús resucitado
con su madre, tal vez se debe atribuir al hecho de que los que
negaban la resurrección del Señor podrían haber considerado
ese testimonio demasiado interesado y, por consiguiente, no
digno de fe.
2. Los evangelios, además, refieren sólo unas cuantas
apariciones de Jesús resucitado, y ciertamente no pretenden
hacer una crónica completa de todo lo que sucedió durante los
cuarenta días después de la Pascua. San Pablo recuerda una
aparición «a más de quinientos hermanos a la vez» (1Cor 15,6).
¿Cómo justificar que un hecho conocido por muchos no sea
referido por los evangelistas, a pesar de su carácter
excepcional? Es signo evidente de que otras apariciones del
Resucitado, aun siendo consideradas hechos reales y notorios,
no quedaron recogidas. ¿Cómo podría la Virgen, presente en
la primera comunidad de los discípulos (ver Hch 1,14), haber
sido excluida del número de los que se encontraron con su
divino Hijo resucitado de entre los muertos?
3. Más aún, es legítimo pensar que verosímilmente
Jesús resucitado se apareció a su madre en primer lugar.
La ausencia de María del grupo de las mujeres que al alba se
dirigieron al sepulcro (ver Mc 16,1; Mt 28,1), ¿no podría
constituir un indicio del hecho de que ella ya se había
encontrado con Jesús? Esta deducción quedaría confirmada
también por el dato de que las primeras testigos de la
resurrección, por voluntad de Jesús, fueron las mujeres, las
cuales permanecieron fieles al pie de la cruz y, por tanto,
más firmes en la fe. En efecto, a una de ellas, María
Magdalena, el Resucitado le encomienda el mensaje que debía
transmitir a los Apóstoles (ver Jn 20,17-18). Tal vez, también
este dato permite pensar que Jesús se apareció primero a su
madre, pues ella fue la más fiel y en la prueba conservó
íntegra su fe. Por último, el carácter único y especial de
la presencia de la Virgen en el Calvario y su perfecta unión
con su Hijo en el sufrimiento de la cruz, parecen postular su
participación particularísima en el misterio de la
Resurrección. Un autor del siglo V, Sedulio, sostiene que
Cristo se manifestó en el esplendor de la vida resucitada ante
todo a su madre. En efecto, Ella, que en la Anunciación fue el
camino de su ingreso en el mundo, estaba llamada a difundir la
maravillosa noticia de la resurrección, para anunciar su
gloriosa venida. Así inundada por la gloria del Resucitado,
ella anticipa el «resplandor» de la Iglesia.
4. Por ser imagen y modelo de la Iglesia, que espera
al Resucitado y que en el grupo de los discípulos se encuentra
con él durante las apariciones pascuales, parece razonable
pensar que María mantuvo un contacto personal con su Hijo
resucitado, para gozar también ella de la plenitud de
la alegría pascual. La Virgen Santísima, presente en
el Calvario durante el Viernes santo (ver Jn 19,25) y en el
cenáculo en Pentecostés (ver Hch 1,14), fue probablemente
testigo privilegiada también de la resurrección de Cristo,
completando así su participación en todos los momentos
esenciales del misterio pascual. María, al acoger a Cristo
resucitado, es también signo y anticipación de la humanidad,
que espera lograr su plena realización mediante la
resurrección de los muertos. En el tiempo pascual la
comunidad cristiana, dirigiéndose a la Madre del Señor, la
invita a alegrarse: «Regina caeli, laetare. Alleluia».
«¡Reina del cielo, alégrate. Aleluya!». Así recuerda
el gozo de María por la resurrección de Jesús, prolongando en
el tiempo el «¡Alégrate!» que le dirigió el
ángel en la Anunciación, para que se convirtiera en «causa de
alegría» para la humanidad entera.
(Juan Pablo II, Audiencia General del
miércoles 21/5/1997)
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