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EL CAMINO DE MARIA: Newsletter 571. MIERCOLES DE CENIZA. CUARESMA 2011 . Editada por SantoRosario.info

Esta edición la puede leer y/o imprimir desde: http://www.mariamediadora.com/Oracion/Newsletter571.htm

El detalle de todas las ediciones de "El Camino de María" del año 2010 y 2011 lo puede obtener en:

http://twitter.com/MariaMediadora

 

EL CAMINO DE MARÍA

Cum Maria contemplemur Christi vultum!

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Santa María, Madre del Señor, has permanecido fiel cuando los discípulos huyeron. Al igual que creíste cuando el ángel te anunció lo que parecía increíble –que serías la Madre del Altísimo– también has creído en el momento de su mayor humillación. Por eso, en la hora de la Cruz, en la hora de la noche más oscura del mundo, te has convertido en la Madre de los creyentes, Madre de la Iglesia. Te rogamos que nos enseñes a creer y nos ayudes para que la fe nos impulse a servir y dar muestras de un amor que socorre y sabe compartir el sufrimiento.

 Benedicto XVI. Cuarta Estación del Viernes Santo del Año 2005

 JESUS, CONFIO EN TI

"Ofrezco a los hombres un Recipiente con el que han de venir a la Fuente de la Misericordia para recoger gracias. Ese Recipiente es esta Imagen con la firma: JESÚS, EN TI CONFÍO"  

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Edición 571

Miércoles de Ceniza

9 de marzo de 2011

«Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme» (Sal 50, 12).

Soy todo tuyo y todas mis cosas Te pertenecen. Te pongo al centro de mi vida. Dame tu Corazón, oh María.

Soy todo tuyo, María
Madre de nuestro Redentor
Virgen Madre de Dios, Virgen piadosa. Madre del Salvador del mundo. Amen

Oh Dios Padre Misericordioso, que por mediación de Jesucristo, nuestro Redentor, y de su Madre, la Bienaventurada Virgen María, y la acción del Espíritu Santo, concediste al Beato Juan Pablo II la gracia de ser Pastor ejemplar en el servicio de la Iglesia peregrina, de los hijos e hijas de la Iglesia y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, haz que yo sepa también responder con fidelidad a las exigencias de la vocación cristiana, convirtiendo todos los momentos y circunstancias de mi vida en ocasión de amarte y de servir al Reino de Jesucristo. Te ruego que me concedas por su intercesión el favor que te pido (...) (pídase).

A Tí, Padre Omnipotente, origen del cosmos y del hombre, por Cristo, el que vive, Señor del tiempo y de la historia, en el Espíritu Santo que santifica el universo, alabanza, honor y gloria ahora y por los siglos de los siglos. Amén.

Padrenuestro, Avemaría, Gloria

VIA MATRIS

Contemplación y meditación de los 7 Dolores de la Virgen Santísima

La Santísima Virgen María manifestó a Santa Brígida que concedía 7 gracias a quienes diariamente le honrasen considerando sus lágrimas y dolores y rezando siete Avemarías:

1.Pondré paz en sus familias.

2.Serán iluminados en los Divinos Misterios.

3.Los consolaré en sus penas y acompañaré en sus trabajos.

4.Les daré cuanto me pidan, con tal que no se oponga a la voluntad adorable de mi Hijo y a la santificación de sus almas.

5.Los defenderé en los combates espirituales con el enemigo infernal, y protegeré en todos los instantes de su vida.

6.Los asistiré visiblemente en el momento de su muerte: verán el rostro de su Madre.

7.He conseguido de mi Divino Hijo que las almas que propaguen esta devoción a mis lágrimas y dolores sean trasladadas de esta vida terrenal a la felicidad eterna directamente, pues serán borrados todos sus pecados, y mi Hijo y Yo seremos su consolación y alegría

 

 LA CUARESMA

GRAN RETIRO ESPIRITUAL QUE DURA 40 DÍAS

Ángelus, Miércoles  6 de febrero de 2008

 
¡Queridos hermanos y hermanas!

Hoy, Miércoles de Ceniza, volvemos a emprender, como todos los años, el camino cuaresmal animados por un espíritu más intenso de oración y de reflexión, de penitencia y de ayuno. Entramos en un tiempo litúrgico «intenso» que, mientras nos prepara para las celebraciones de la Pascua, corazón del año litúrgico y de toda nuestra existencia, nos invita, es más, nos provoca a imprimir un impulso más decidido a nuestra existencia cristiana.

Dado que los compromisos, los afanes y las preocupaciones nos hacen volver a caer en la rutina, exponiéndonos al riesgo de olvidar hasta qué punto es extraordinaria la aventura en la que nos ha involucrado Jesús, tenemos necesidad, cada día, de comenzar de nuevo nuestro itinerario exigente de vida evangélica, retirándonos en nosotros mismos a través de momentos de pausa que regeneran el espíritu. Con el antiguo rito de la imposición de las cenizas, la Iglesia nos introduce en la Cuaresma como en un gran retiro espiritual que dura cuarenta días.

Entramos, por tanto, en el clima cuaresmal, que nos ayuda a redescubrir el don de la fe recibida con el Bautismo y nos lleva a acercarnos al Sacramento de la Reconciliación, poniendo nuestro compromiso de conversión bajo el signo de la Misericordia Divina. En los orígenes, en la Iglesia primitiva, la Cuaresma era el tiempo privilegiado para la preparación de los catecúmenos a los sacramentos del Bautismo y de la Eucaristía, que se celebraban en la Vigilia pascual. Se consideraba la Cuaresma como el tiempo para hacerse cristianos, que no se vivía en un solo momento, sino que exigía un largo camino de conversión y renovación.

Al imponer sobre la cabeza las cenizas, el celebrante dice: «Polvo eres y en polvo te convertirás» (Cf. Génesis 3, 19), o «Convertíos y creed en el Evangelio» (Cf. Marcos 1, 15). Ambas fórmulas recuerdan la verdad de la existencia humana: somos criaturas limitadas, pecadores que siempre necesitamos penitencia y conversión. ¡Qué importante es escuchar y acoger este llamamiento en nuestro tiempo! Cuando proclama su total autonomía de Dios, el hombre contemporáneo se convierte en esclavo de sí mismo, y con frecuencia se encuentra en una soledad desconsolada. La invitación a la conversión es, por tanto, un impulso a volver a los brazos de Dios, Padre Misericordioso, a fiarse de Él, a encomendarse a Él como hijos adoptivos, regenerados por su Amor. Con sabia pedagogía la Iglesia repite que la conversión es ante todo una gracia, un don que abre el corazón a la infinita bondad de Dios. Él mismo anticipa con su gracia nuestro deseo de conversión y acompaña nuestros esfuerzos hacia la plena adhesión a su voluntad salvífica. Convertirse quiere decir, entonces, dejarse conquistar por Jesús (Cf. Filipenses 3, 12) y «volver» con Él al Padre.

La conversión implica por tanto seguir humildemente las enseñanzas de Jesús y caminar siguiendo dócilmente sus huellas. Son iluminantes las palabras con las que Él mismo indica las condiciones para ser sus auténticos discípulos. Después de haber afirmado que «...quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por Mí y por el Evangelio, la salvará», añade: «¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?» (Marcos 8, 35-36).

(...) l camino cuaresmal de conversión, que hoy emprendemos con toda la Iglesia, se convierte, por tanto, en la ocasión propicia, «el momento favorable» (Cf. 2 Corintios 6, 2) para renovar nuestro abandono filial en las manos de Dios y para aplicar lo que Jesús sigue repitiéndonos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Marcos 8, 34), y de este modo emprenda el camino del amor y de la auténtica felicidad.

En el tiempo de Cuaresma, la Iglesia, dando eco al Evangelio, propone algunos compromisos específicos que acompañan a los fieles en este itinerario de renovación interior: la oración, el ayuno y la limosna .
.. Al presentarnos la práctica de la limosna, la Iglesia nos educa a salir al paso de las necesidades del prójimo, a imitación de Jesús, que, como observa san Pablo, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (Cf. 2 Corintios 8, 9).

Queridos hermanos y hermanas: pidamos a la Virgen, Madre de Dios y de la Iglesia, que nos acompañe en el camino cuaresmal, para que sea un camino de auténtica conversión. Dejémonos guiar por Ella y llegaremos interiormente renovados a la celebración del gran misterio de la Pascua de Cristo, revelación suprema del Amor Misericordioso de Dios. ¡Buena Cuaresma a todos!

Benedicto XVI

 

Queridos Suscriptores de "El Camino de María"

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El  Miércoles de Ceniza, al comenzar la Cuaresma, la liturgia de la Iglesia nos dirige a todos los fieles una intensa invitación a la conversión con las palabras del Apóstol Pablo: «En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!» (2 Corintios 5, 20). La Cuaresma es un período de penitencia y de reconciliación con Dios por medio de la Cruz de Cristo.  Esta reconciliación constituye el fruto de la gracia de la Redención, que se ofrece sobreabundantemente al hombre de todas las generaciones y épocas, de todas las naciones y razas. Nos la ofrece a cada uno de nosotros el Espíritu Santo, que "nos ha sido dado".

"...Así pues, dejémonos guiar por el Espíritu Santo durante este tiempo privilegiado: para preparar a Jesús a su misión, lo impulsó al desierto de la tentación y lo confortó luego en la hora de la prueba, acompañándolo desde el monte de los olivos hasta el Gólgota. El Espíritu Santo está a nuestro lado mediante la gracia de los sacramentos. En particular, en el Sacramento de la Reconciliación nos lleva, por el camino del arrepentimiento y de la confesión de nuestras culpas, a los brazos misericordiosos del Padre.

Deseo de corazón que la Cuaresma sea para cada cristiano una ocasión propicia para este camino de conversión, que tiene su referencia fundamental e irrenunciable en el sacramento de la penitencia. Esta es la condición para llegar a una experiencia más íntima y profunda del amor del Padre.

Que nos acompañe, a lo largo de este itinerario cuaresmal, María, ejemplo de dócil acogida del Espíritu de Dios. A Ella nos dirigimos hoy, en el momento en que, junto con los creyentes de todo el mundo, entramos en el clima austero y penitencial de la Cuaresma. (Beato Juan Pablo II. Audiencia 25 de febrero de 1998)

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Les informamos que hemos preparado un un libro digital con meditaciones del Venerable Juan Pablo II que lleva por título: PEREGRINANDO EN CUARESMA CON MARÍA SANTÍSIMA.

"...La Cuaresma, que se inicia con el austero y significativo rito de la imposición de las cenizas, constituye un momento privilegiado para intensificar un compromiso de conversión a Cristo. El itinerario cuaresmal se convertirá, de este modo, en ocasión propicia para examinarse a sí mismos con sinceridad y verdad, para volver a poner en orden la propia vida, así como las relaciones con los demás y con Dios. «Convertíos y creed en el Evangelio» (Marcos 1, 15). Que en este exigente camino espiritual nos apoye la Virgen, Madre de Dios. Que nos haga dóciles a la escucha de la palabra de Dios, que nos empuja a la conversión personal y a la fraterna reconciliación. Que María nos guíe hacia el encuentro con Cristo en el misterio pascual de su Muerte y Resurrección." (Juan Pablo II, Ángelus 22-2-2004)

Le invitamos a descargar gratuitamente a su computadora dicho libro desde la siguiente dirección de la Hemeroteca Digital Virgo Fidelis.

http://virgofidelis.com.ar/paFileDB/biblioteca.htm

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Debido a que Vía Crucis es un ejercicio de piedad especialmente adecuado al tiempo de Cuaresma, les invitamos a inscribirse en el e-Curso Via Crucis. A lo largo de 16 mensajes por correo electrónico le enviaremos las meditaciones que realizó el Santo Padre Benedicto XVI en el Vía Crucis en el Coliseo el Viernes Santo del año 2005. Para ello deben llenar un simple formulario en la siguiente dirección de nuestro sitio:

 

"¡Queridos hijos! La naturaleza se despierta y en los árboles se ven los primeros capullos que darán una hermosísima flor y fruto. Deseo que también ustedes, hijitos, trabajen en su conversión y que sean quienes testimonien con su propia vida, de manera que su ejemplo sea para los demás un signo y un estímulo a la conversión. Yo estoy con ustedes e intercedo ante mi Hijo Jesús por su conversión. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!”

Mensaje de Nuestra Señora Reina de la Paz en Medjugorge. 25/2/2010

MENSAJE DEL SANTO PADRE
BENEDICTO XVI
PARA LA CUARESMA 2011

Con Cristo sois sepultados en el Bautismo,
con Él también habéis resucitado» (cf. Col 2, 12)

La Cuaresma, que nos lleva a la celebración de la Santa Pascua, es para la Iglesia un tiempo litúrgico muy valioso e importante, con vistas al cual me alegra dirigiros unas palabras específicas para que lo vivamos con el debido compromiso. La Comunidad eclesial, asidua en la oración y en la caridad operosa, mientras mira hacia el encuentro definitivo con su Esposo en la Pascua eterna, intensifica su camino de purificación en el espíritu, para obtener con más abundancia del Misterio de la redención la vida nueva en Cristo Señor (cf. Prefacio I de Cuaresma).

1. Esta misma vida ya se nos transmitió el día del Bautismo, cuando «al participar de la muerte y resurrección de Cristo» comenzó para nosotros «la aventura gozosa y entusiasmante del discípulo» (Homilía en la fiesta del Bautismo del Señor, 10 de enero de 2010). San Pablo, en sus Cartas, insiste repetidamente en la comunión singular con el Hijo de Dios que se realiza en este lavacro. El hecho de que en la mayoría de los casos el Bautismo se reciba en la infancia pone de relieve que se trata de un don de Dios: nadie merece la vida eterna con sus fuerzas. La Misericordia de Dios, que borra el pecado y permite vivir en la propia existencia «los mismos sentimientos que Cristo Jesús» (Flp 2, 5) se comunica al hombre gratuitamente.

El Apóstol de los gentiles, en la Carta a los Filipenses, expresa el sentido de la transformación que tiene lugar al participar en la muerte y resurrección de Cristo, indicando su meta: que yo pueda «conocerle a Él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a Él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos» (Flp 3, 10-11). El Bautismo, por tanto, no es un rito del pasado sino el encuentro con Cristo que conforma toda la existencia del bautizado, le da la vida divina y lo llama a una conversión sincera, iniciada y sostenida por la Gracia, que lo lleve a alcanzar la talla adulta de Cristo.

Un nexo particular vincula al Bautismo con la Cuaresma como momento favorable para experimentar la Gracia que salva. Los Padres del Concilio Vaticano II exhortaron a todos los Pastores de la Iglesia a utilizar «con mayor abundancia los elementos bautismales propios de la liturgia cuaresmal» (Sacrosanctum Concilium, 109). En efecto, desde siempre, la Iglesia asocia la Vigilia Pascual a la celebración del Bautismo: en este Sacramento se realiza el gran misterio por el cual el hombre muere al pecado, participa de la vida nueva en Jesucristo Resucitado y recibe el mismo espíritu de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos (cf. Rm 8, 11). Este don gratuito debe ser reavivado en cada uno de nosotros y la Cuaresma nos ofrece un recorrido análogo al catecumenado, que para los cristianos de la Iglesia antigua, así como para los catecúmenos de hoy, es una escuela insustituible de fe y de vida cristiana: viven realmente el Bautismo como un acto decisivo para toda su existencia.

CATEQUESIS DEL BEATO JUAN PABLO II

 

Angelus. Benedicto XVI

LA CUARESMA

TIEMPO DE AUTÉNTICA RENOVACIÓN INTERIOR Y COMUNITARIA

Audiencia general . Miércoles 17 de febrero de 1999

 LA CUARESMA

 

¡Queridos hermanos y hermanas!

1.Comienza hoy, con la austera ceremonia de la imposición de la ceniza, el itinerario penitencial de la Cuaresma.

«Padre, he pecado contra Ti» (Lc 15, 18). Estas palabras, en el período de Cuaresma, suscitan una emoción singular, dado que se trata de un tiempo en el que la comunidad eclesial está invitada a una profunda conversión. Es verdad que el pecado cierra al hombre a Dios; pero la confesión sincera de los pecados vuelve a abrir la conciencia a la acción regeneradora de su gracia. En efecto, el hombre sólo recupera la amistad con Dios cuando brotan de sus labios y de su corazón las palabras: «Padre, he pecado». Su esfuerzo, entonces, resulta eficaz por el encuentro de salvación que tiene lugar gracias a la muerte y a la resurrección de Cristo. En el misterio pascual, centro de la Iglesia, es donde el penitente recibe como don el perdón de las culpas y la alegría de renacer a la vida inmortal.

2.A la luz de esta extraordinaria realidad espiritual, cobra una elocuencia inmediata la parábola del hijo pródigo, con la que Jesús quiso hablarnos de la ternura y la Misericordia del Padre Celestial. Son tres los momentos clave en la historia de este joven, con el que cada uno de nosotros, en cierto sentido, nos identificamos cuando cedemos ante la tentación y caemos en el pecado.

El primer momento es el alejamiento. Nos alejamos de Dios, como ese hijo de su padre, cuando, olvidando que Dios nos ha dado como una tarea los bienes y los talentos que poseemos, los dilapidamos con gran ligereza. El pecado es siempre un despilfarro de nuestra humanidad, despilfarro de valores muy preciosos, como la dignidad de la persona y la herencia de la gracia divina.

El segundo momento es el proceso de conversión. El hombre, que con el pecado se ha alejado voluntariamente de la casa paterna, al comprobar lo que ha perdido, madura el paso decisivo de volver en sí: «Me levantaré e iré a mi padre» (Lc 15, 18). La certeza de que Dios «es bueno y me ama» es más fuerte que la vergüenza y que el desaliento: ilumina con una luz nueva el sentido de la culpa y de la propia indignidad.

El tercer momento es el regreso. Para el padre el hecho más importante es que ha recuperado a su hijo. El abrazo entre el padre y el hijo pródigo se convierte en la fiesta del perdón y de la alegría. Es conmovedora esta escena evangélica, que manifiesta con numerosos detalles la actitud del Padre Celestial, «rico en Misericordia» (Ef 2, 4).

3.¡Cuántos hombres de todo tiempo han reconocido en esta parábola los rasgos fundamentales de su historia personal! El camino que, después de la amarga experiencia del pecado, lleva de nuevo a la Casa del Padre, pasa a través del examen de conciencia, el arrepentimiento y el propósito firme de conversión. Es un proceso interior que cambia el modo de valorar la realidad, hace comprobar la propia fragilidad e impulsa al creyente a abandonarse en los brazos de Dios. Cuando el hombre, sostenido por la gracia, recorre dentro de su espíritu estas etapas, surge en él la necesidad apremiante de reencontrarse a sí mismo y su propia dignidad de hijo en el abrazo del Padre.

Así, de modo sencillo y profundo, esta parábola, tan querida en la tradición de la Iglesia, describe la realidad de la conversión, ofreciendo la expresión más concreta de la obra de la Misericordia Divina en el mundo humano. El Amor Misericordioso de Dios «revalida, promueve y extrae el bien de todas las formas de mal existentes en el mundo y en el hombre. (...) Constituye el contenido fundamental del mensaje mesiánico de Cristo y la fuerza constitutiva de su misión» (Dives in misericordia, 6).

4.Al inicio de la Cuaresma es importante preparar nuestro espíritu para recibir en abundancia el don de la Misericordia Divina. La palabra de Dios nos invita a convertirnos y a creer en el Evangelio, y la Iglesia nos indica los medios a través de los cuales podemos entrar en el clima de la auténtica renovación interior y comunitaria: la oración, la penitencia y el ayuno, así como la ayuda generosa a los hermanos. De este modo podemos experimentar la sobreabundancia del amor del Padre Celestial, dado en plenitud a la humanidad entera en el misterio pascual. Podríamos decir que la Cuaresma es el tiempo de una particular solicitud de Dios por perdonar y borrar nuestros pecados: es el tiempo de la reconciliación. Por esto, es un período muy propicio para acercarnos con fruto al Sacramento de la Reconciliación.

Amadísimos hermanos y hermanas, conscientes de que nuestra reconciliación con Dios se realiza gracias a una auténtica conversión, recorramos la peregrinación cuaresmal con la mirada fija en Cristo, nuestro único Redentor.

La Cuaresma nos ayudará a volver a entrar en nosotros mismos, a abandonar con valentía cuanto nos impide seguir fielmente el Evangelio. Contemplemos, especialmente en estos días, la imagen del abrazo entre el Padre y el hijo que vuelve a la casa paterna.

El abrazo de la reconciliación entre el Padre y toda la humanidad pecadora se dio en el Calvario. Que el crucifijo, signo del Amor de Cristo que se inmoló por nuestra salvación, suscite en el corazón de cada hombre y de cada mujer de nuestro tiempo la misma confianza que impulsó al hijo pródigo a decir: «Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado». Recibió como don el perdón y la alegría.

Juan Pablo II  

 

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EL CAMINO DE MARIA . Edición nro. 571 para %EmailAddress%

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