Cum
Maria contemplemur Christi vultum!
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Oh María, Tú que has
recorrido
el camino de la Cruz junto
con tu Hijo,
quebrantada por el dolor
en tu Corazón de Madre,
pero recordando siempre el
"fiat"
e íntimamente confiada en
que Aquél para quien nada
es imposible cumpliría sus
promesas,
suplica para nosotros y
para los hombres de las
generaciones futuras la
gracia del abandono en el
Amor de Dios.
Haz que, ante el
sufrimiento, el rechazo y
la prueba,
por dura y larga que sea,
jamás dudemos de su Amor.
A Jesús todo honor y toda
gloria por los siglos de
los siglos.
R/.Amén.
Juan
Pablo II .Cuarta Estación
del Viernes Santo del Año 2000
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Santa María, Madre del Señor, has permanecido fiel cuando los discípulos
huyeron. Al igual que creíste cuando el ángel te anunció lo que parecía
increíble –que serías la Madre del Altísimo– también has creído en el
momento de su mayor humillación. Por eso, en la hora de la Cruz, en la
hora de la noche más oscura del mundo, te has convertido en la Madre de
los creyentes, Madre de la Iglesia. Te rogamos que nos enseñes a creer
y nos ayudes para que la fe nos impulse a servir y dar muestras de un amor
que socorre y sabe compartir el sufrimiento.
Benedicto
XVI. Cuarta Estación del Viernes Santo del Año 2005
"Ofrezco a los hombres un Recipiente con el que han de venir a la Fuente
de la Misericordia para recoger gracias. Ese Recipiente es esta Imagen
con la firma: JESÚS, EN TI CONFÍO"
Misericordia Divina, que brota del seno del Padre, en Ti confío.
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Te
amo, Dios mío, y mi único deseo es amarte hasta el último suspiro de mi
vida. Te amo, Dios mío infinitamente amable, y prefiero morir amándote a
vivir sin amarte. Te amo, Señor, y la única gracia que te pido es amarte
eternamente... Dios mío, si mi lengua no puede decir en todos los
momentos que te amo, quiero que mi corazón te lo repita cada vez que
respiro (San Juan María Bautista Vianney, oración).
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Edición
416
Miércoles de Ceniza
25 de febrero de 2009
«Oh
Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu
firme» (Sal 50, 12).
Soy
todo tuyo y todas mis cosas Te pertenecen. Te pongo al centro de mi vida.
Dame tu Corazón, oh María.
Soy
todo tuyo, María
Madre de nuestro Redentor
Virgen Madre de Dios, Virgen piadosa. Madre del Salvador del mundo. Amen
Oh Dios Padre
Misericordioso,
que por
mediación de Jesucristo, nuestro Redentor, y de su Madre, la
Bienaventurada Virgen María, y la acción del Espíritu Santo,
concediste a tu Siervo Juan Pablo II, Servus Servorum Dei,
la gracia de ser Pastor ejemplar en el servicio de la Iglesia peregrina,
de los hijos e hijas de la Iglesia y de todos los hombres y mujeres
de buena voluntad, haz que yo sepa también responder con fidelidad
a las exigencias de la vocación cristiana, convirtiendo todos los
momentos y circunstancias de mi vida en ocasión de amarte y de servir
al Reino de Jesucristo. Te ruego que te dignes glorificar a tu Siervo
Juan Pablo II, Servus Servorum Dei, y que me concedas por su
intercesión el favor que te pido... (pídase). A Tí,
Padre Omnipotente, origen del cosmos y del hombre, por Cristo, el que
vive, Señor del tiempo y de la historia, en el Espíritu Santo que
santifica el universo, alabanza, honor y gloria ahora y por los siglos
de los siglos. Amén.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
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Santidad
Santidad es levantar los ojos a los montes;
es intimidad con el Padre que está en el Cielo.
De esta intimidad vive el hombre consciente
de su camino, que tiene sus límites y sus dificultades.
Santidad es tener conciencia de ser
custodiados, custodiados por Dios.
El santo conoce muy bien su fragilidad, la
precariedad de su existencia, de sus capacidades, pero no se
asusta, se siente igualmente seguro.
Los santos, a pesar de darse cuenta de las
tinieblas que hay en ellos mismos, sienten que han sido hechos
para la Verdad...
Juan Pablo II.
Totus Tuus. Abril 2007
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GRAN
RETIRO ESPIRITUAL QUE DURA
40 DÍAS
Ángelus,
Miércoles 6 de
febrero de 2008
¡Queridos hermanos y
hermanas!
Hoy,
Miércoles de Ceniza,
volvemos a emprender,
como todos los años,
el camino cuaresmal
animados por un
espíritu más intenso
de oración y de
reflexión, de
penitencia y de ayuno.
Entramos en un tiempo
litúrgico «intenso»
que, mientras nos
prepara para las
celebraciones de la
Pascua, corazón del
año litúrgico y de
toda nuestra
existencia, nos
invita, es más, nos
provoca a imprimir un
impulso más decidido a
nuestra existencia
cristiana.
Dado que los
compromisos, los
afanes y las
preocupaciones nos
hacen volver a caer en
la rutina,
exponiéndonos al
riesgo de olvidar
hasta qué punto es
extraordinaria la
aventura en la que nos
ha involucrado Jesús,
tenemos necesidad,
cada día, de comenzar
de nuevo nuestro
itinerario exigente de
vida evangélica,
retirándonos en
nosotros mismos a
través de momentos de
pausa que regeneran el
espíritu. Con el
antiguo rito de la
imposición de las
cenizas, la Iglesia
nos introduce en la
Cuaresma como en un
gran retiro espiritual
que dura cuarenta días.
Entramos, por tanto,
en el clima cuaresmal,
que nos ayuda a
redescubrir el don de
la fe recibida con el
Bautismo y nos lleva a
acercarnos al
Sacramento de la
Reconciliación,
poniendo nuestro
compromiso de
conversión bajo el
signo de la
Misericordia Divina.
En los orígenes, en la
Iglesia primitiva, la
Cuaresma era el tiempo
privilegiado para la
preparación de los
catecúmenos a los
sacramentos del
Bautismo y de la
Eucaristía, que se
celebraban en la
Vigilia pascual. Se
consideraba la
Cuaresma como el
tiempo para hacerse
cristianos, que no se
vivía en un solo
momento, sino que
exigía un largo camino
de conversión y
renovación.
A esta preparación se
unían también los ya
bautizados,
reactivando el
recuerdo del
Sacramento recibido, y
preparándose a una
renovada comunión con
Cristo en la
celebración gozosa de
la Pascua. De este
modo, la Cuaresma
tenía, y todavía hoy
lo conserva, el
carácter de un
itinerario bautismal,
en el sentido de que
ayuda a mantener
despierta la
conciencia de que ser
cristianos se realiza
siempre como un nuevo
hacerse cristianos: no
es nunca una historia
concluida que queda a
nuestras espaldas,
sino un camino que
exige siempre un nuevo
ejercicio.
Al imponer sobre la
cabeza las cenizas, el
celebrante dice:
«Polvo eres y en polvo
te convertirás»
(Cf. Génesis 3, 19), o
«Convertíos y creed
en el Evangelio»
(Cf. Marcos 1, 15).
Ambas fórmulas
recuerdan la verdad de
la existencia humana:
somos criaturas
limitadas, pecadores
que siempre
necesitamos penitencia
y conversión. ¡Qué
importante es escuchar
y acoger este
llamamiento en nuestro
tiempo! Cuando
proclama su total
autonomía de Dios, el
hombre contemporáneo
se convierte en
esclavo de sí mismo, y
con frecuencia se
encuentra en una
soledad desconsolada.
La invitación a la
conversión es, por
tanto, un impulso a
volver a los brazos de
Dios, Padre
Misericordioso, a
fiarse de Él, a
encomendarse a Él como
hijos adoptivos,
regenerados por su
Amor. Con sabia
pedagogía la Iglesia
repite que la
conversión es ante
todo una gracia, un
don que abre el
corazón a la infinita
bondad de Dios. Él
mismo anticipa con su
gracia nuestro deseo
de conversión y
acompaña nuestros
esfuerzos hacia la
plena adhesión a su
voluntad salvífica.
Convertirse quiere
decir, entonces,
dejarse conquistar por
Jesús (Cf. Filipenses
3, 12) y «volver» con
Él al Padre.
La conversión
implica por tanto
seguir humildemente
las enseñanzas de
Jesús y caminar
siguiendo dócilmente
sus huellas. Son
iluminantes las
palabras con las que
Él mismo indica las
condiciones para ser
sus auténticos
discípulos. Después de
haber afirmado que
«...quien quiera
salvar su vida, la
perderá; pero quien
pierda su vida por Mí
y por el Evangelio, la
salvará»,
añade: «¿de qué
le sirve al hombre
ganar el mundo entero
si arruina su vida?»
(Marcos 8, 35-36).
La conquista del
éxito, la obsesión por
el prestigio y la
búsqueda de las
comodidades, cuando
absorben totalmente la
vida hasta llegar a
excluir a Dios del
propio horizonte,
¿llevan verdaderamente
a la felicidad? ¿Puede
haber felicidad
auténtica
prescindiendo de Dios?
La experiencia
demuestra que no se es
feliz por el hecho de
satisfacer las
expectativas y las
exigencias materiales.
En realidad, la única
alegría que llena el
corazón humano es la
que procede de Dios:
tenemos necesidad, de
hecho, de la alegría
infinita. Ni las
preocupaciones
cotidianas, ni las
dificultades de la
vida, logran apagar la
alegría que nace de la
amistad con Dios. La
invitación de Jesús a
cargar con la propia
cruz y a seguirle en
un primer momento
puede parecer algo
duro y en contra de lo
que queremos,
mortificador para
nuestro deseo de
realización personal.
Pero si lo analizamos
con más atención, nos
damos cuenta de que no
es así: el testimonio
de los santos
demuestra que en la
Cruz de Cristo, en el
amor que se entrega,
renunciando a la
posesión de sí mismo,
se encuentra esa
profunda serenidad que
es manantial de
entrega generosa a los
hermanos, en especial,
a los pobres y
necesitados.
Y esto también nos da
alegría a nosotros
mismos. El camino
cuaresmal de
conversión, que hoy
emprendemos con toda
la Iglesia, se
convierte, por tanto,
en la ocasión
propicia, «el
momento favorable»
(Cf. 2 Corintios 6, 2)
para renovar nuestro
abandono filial en las
manos de Dios y para
aplicar lo que Jesús
sigue repitiéndonos:
«Si alguno quiere
venir en pos de mí,
niéguese a sí mismo,
tome su cruz y sígame»
(Marcos 8, 34), y de
este modo emprenda el
camino del amor y de
la auténtica
felicidad.
En el tiempo de
Cuaresma, la Iglesia,
dando eco al
Evangelio, propone
algunos compromisos
específicos que
acompañan a los fieles
en este itinerario de
renovación interior:
la oración, el ayuno y
la limosna. En el
Mensaje para la
Cuaresma de este año
he querido reflexionar
sobre «la práctica
de la limosna, que
representa una manera
concreta de ayudar a
los necesitados y, al
mismo tiempo, un
ejercicio ascético
para liberarse del
apego a los bienes
terrenales» (n.
1).
Por desgracia sabemos
hasta qué punto la
sugestión de las
riquezas materiales
penetra en la sociedad
moderna. Como
discípulos de
Jesucristo, no estamos
llamados a idolatrar
los bienes terrenales,
sino a utilizarlos
como medios para vivir
y para ayudar a los
que tienen
necesidades. Al
presentarnos la
práctica de la
limosna, la Iglesia
nos educa a salir al
paso de las
necesidades del
prójimo, a imitación
de Jesús, que, como
observa san Pablo, se
hizo pobre para
enriquecernos con su
pobreza (Cf. 2
Corintios 8, 9).
«Siguiendo sus
enseñanzas podemos
aprender a hacer de
nuestra vida un don
total --he escrito
en el mencionado
Mensaje--;
imitándole conseguimos
estar dispuestos a
dar, no tanto algo de
lo que poseemos, sino
a darnos a nosotros
mismos». Y añadía:
«¿Acaso no se resume
todo el Evangelio en
el único mandamiento
de la caridad? Por
tanto, la práctica
cuaresmal de la
limosna se convierte
en un medio para
profundizar nuestra
vocación cristiana. El
cristiano, cuando
gratuitamente se
ofrece a sí mismo, da
testimonio de que no
es la riqueza material
la que dicta las leyes
de la existencia, sino
el amor» (n. 5).
Queridos hermanos y
hermanas: pidamos a la
Virgen, Madre de Dios
y de la Iglesia, que
nos acompañe en el
camino cuaresmal, para
que sea un camino de
auténtica conversión.
Dejémonos guiar por
Ella y llegaremos
interiormente
renovados a la
celebración del gran
misterio de la Pascua
de Cristo, revelación
suprema del Amor
Misericordioso de
Dios. ¡Buena Cuaresma
a todos!
|
Queridos
Suscriptores de "El Camino de María"
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El Miércoles de Ceniza,
al comenzar la Cuaresma, la liturgia de la Iglesia nos dirige a todos los fieles una intensa
invitación a la conversión con las palabras del Apóstol
Pablo: «En nombre de Cristo os suplicamos:
¡reconciliaos con Dios!» (2 Corintios 5, 20). La Cuaresma
es un período de
penitencia y de reconciliación con Dios por medio de la
Cruz de Cristo. Esta reconciliación constituye el fruto
de la gracia de la Redención, que se ofrece
sobreabundantemente al hombre de todas las generaciones
y épocas, de todas las naciones y razas. Nos la ofrece a
cada uno de nosotros el Espíritu Santo, que "nos ha
sido dado".
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Les
informamos que hemos
preparado un un libro digital con
meditaciones del Siervo de Dios Juan Pablo II que lleva
por título: PEREGRINANDO EN CUARESMA CON MARÍA
SANTÍSIMA.
"...La Cuaresma, que
se inicia con el austero y significativo rito de la
imposición de las cenizas, constituye un momento
privilegiado para intensificar un compromiso de
conversión a Cristo. El itinerario cuaresmal se
convertirá, de este modo, en ocasión propicia para
examinarse a sí mismos con sinceridad y verdad, para
volver a poner en orden la propia vida, así como las
relaciones con los demás y con Dios. «Convertíos y creed
en el Evangelio» (Marcos 1, 15). Que en este exigente
camino espiritual nos apoye la Virgen, Madre de Dios.
Que nos haga dóciles a la escucha de la palabra de Dios,
que nos empuja a la conversión personal y a la fraterna
reconciliación. Que María nos guíe hacia el encuentro
con Cristo en el misterio pascual de su Muerte y
Resurrección." (Juan Pablo II, Ángelus 22-2-2004)
Le invitamos a descargar
gratuitamente a su computadora dicho libro desde la
siguiente dirección de la Hemeroteca Digital
Virgo Fidelis.
http://virgofidelis.com.ar/paFileDB/biblioteca.htm
Debido a que
Vía Crucis es un ejercicio de piedad
especialmente adecuado al tiempo de Cuaresma, les
invitamos a inscribirse en el e-Curso Via
Crucis. A lo largo de 16 mensajes por correo
electrónico le enviaremos las meditaciones que
realizó el Santo Padre Benedicto XVI en el Vía
Crucis en el Coliseo el Viernes Santo del
año 2005. Para ello deben llenar un simple
formulario en la siguiente dirección de nuestro
sitio:
Que
María Santísima, Madre del Amor Hermoso, nos
lleve de la mano y nos acompañe durante la
Cuaresma hacia la Pascua para poder contemplar al
Señor Jesucristo Resucitado. Pidámosle también que
nos ayude a no cerrar nuestro corazón al Amor de
Dios.
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