DON DE TEMOR DE DIOS

 

LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO

(Haga doble click en cada uno de los dones)

SABIDURÍA

ENTENDIMIENTO

CIENCIA

CONSEJO

FORTALEZA

PIEDAD

TEMOR DE DIOS

LETANÍAS AL ESPÍRITU SANTO

 

 

 

 

 

VEN, ESPÍRITU DE AMOR Y DE PAZ!

 Juan Pablo II 

Espíritu Santo, dulce huésped del alma,
muéstranos el sentido profundo del gran jubileo
y prepara nuestro espíritu para celebrarlo con fe,
en la esperanza que no defrauda,
en la caridad que no espera recompensa.

Espíritu de verdad, que conoces las profundidades de Dios,
memoria y profecía de la Iglesia,
dirige la humanidad para que reconozca en Jesús de Nazaret
el Señor de la gloria, el Salvador del mundo,
la culminación de la historia.

¡Ven, Espíritu de amor y de paz!

Espíritu creador, misterioso artífice del Reino,
guía la Iglesia con la fuerza de tus santos dones
para cruzar con valentía el umbral del nuevo milenio
y llevar a las generaciones venideras
la luz de la Palabra que salva.

Espíritu de santidad, aliento divino que mueve el universo,
ven y renueva la faz de la tierra.
Suscita en los cristianos el deseo de la plena unidad,
para ser verdaderamente en el mundo signo e instrumento
de la íntima unión con Dios y de la unidad del género humano.

¡Ven, Espíritu de amor y de paz!

Espíritu de comunión, alma y sostén de la Iglesia,
haz que la riqueza de los carismas y ministerios
contribuya a la unidad del Cuerpo de Cristo,
y que los laicos, los consagrados y los ministros ordenados
colaboren juntos en la edificación del único reino de Dios.

Espíritu de consuelo, fuente inagotable de gozo y de paz,
suscita solidaridad para con los necesitados,
da a los enfermos el aliento necesario,
infunde confianza y esperanza en los que sufren,
acrecienta en todos el compromiso por un mundo mejor.

¡Ven, Espíritu de amor y de paz!

Espíritu de sabiduría, que iluminas la mente y el corazón,
orienta el camino de la ciencia y de la técnica
al servicio de la vida, de la justicia y de la paz.
Haz fecundo el diálogo con los miembros de otras religiones,
y que las diversas culturas se abran a los valores del Evangelio.

Espíritu de vida, por el cual el Verbo se hizo carne
en el seno de la Virgen, mujer del silencio y de la escucha,
haznos dóciles a las muestras de tu amor
y siempre dispuestos a acoger los signos de los tiempos
que tú pones en el curso de la historia.

¡Ven, Espíritu de amor y de paz!

A ti, Espíritu de amor,
junto con el Padre omnipotente
y el Hijo unigénito,
alabanza, honor y gloria
por los siglos de los siglos. Amén.

Oración compuesta con ocasión del  segundo año del preparación al Jubileo del año 2000 dedicado al Espíritu Santo

 

 

 

CATEQUESIS DEL PAPA JUAN PABLO II

LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO

DON DE TEMOR DE DIOS

Ángelus, 11 de junio de 1989

 DON DE TEMOR DE DIOS

 
 
Queridos hermanos y hermanas:

1. Hoy deseo completar con vosotros la reflexión sobre los dones del Espíritu Santo. El último, en el orden de enumeración de estos dones, es el don del temor de Dios.  
 
La Sagrada Escritura afirma que “Principio del saber, es el temor de Yahveh” (Sal 110/111, 10; Pr 1, 7). ¿Pero de qué temor se trata? No ciertamente de ese “miedo de Dios” que impulsa a evitar pensar o acordarse de Él, como de algo o de alguno que turba e inquieta. Este fue el estado de ánimo que, según la Biblia, impulsó a nuestros progenitores, después del pecado, “a ocultarse de la vista de Yahveh Dios por entre los árboles del jardín” (Gn 3, 8); éste fue también el sentimiento del siervo infiel y malvado de la parábola evangélica, que escondió bajo tierra el talento recibido (cf. Mt 25, 18. 26).  
 
Pero este concepto del temor-miedo no es el verdadero concepto del temor-don del Espíritu. Aquí se trata de algo mucho más noble y sublime: es el sentimiento sincero y trémulo que el hombre experimenta frente a la tremenda majestad de Dios, especialmente cuando reflexiona sobre las propias infidelidades y sobre el peligro de ser “encontrado falto de peso” (Dn 5, 27) en el juicio eterno, del que nadie puede escapar. El creyente se presenta y se pone ante Dios con el “corazón contrito” y con el “corazón humillado” (Sal 50/51, 19), sabiendo bien que debe atender a la propia salvación “con temor y temblor” (Flp 2, 12). Sin embargo, esto no significa miedo irracional, sino sentido de responsabilidad y de fidelidad a su ley.
 
2. El Espíritu Santo asume todo este conjunto y lo eleva con el don del temor de Dios. Ciertamente ello no excluye la trepidación que nace de la conciencia de las culpas cometidas y de la perspectiva del castigo divino, la suaviza con la fe en la misericordia divina y con la certeza de la solicitud paterna de Dios, que quiere la salvación eterna de todos. Sin embargo, con este don, el Espíritu Santo infunde en el alma sobre todo el temor filial que es un sentimiento arraigado en el amor de Dios: el alma se preocupa entonces de no disgustar a Dios, amado como Padre; de no ofenderlo en nada, de “permanecer” y crecer en la caridad (cf. Jn 15, 4-7).
 
3. De este santo y justo temor, conjugado en el alma con el amor a Dios, depende toda la práctica de las virtudes cristianas, y especialmente de la humildad, de la templanza, de la castidad, de la mortificación de los sentidos. Recordemos la exhortación del Apóstol Pablo a sus cristianos: “Queridos míos, purifiquémonos de toda mancha de la carne y del espíritu, consumando la santificación en el temor de Dios” (2 Co 7, 1).
 
Es una advertencia para todos nosotros que, a veces, con tanta facilidad transgredimos la ley de Dios, ignorando o desafiando sus castigos. Invoquemos al Espíritu Santo a fin de que infunda largamente el don del santo temor de Dios en los hombres de nuestro tiempo. Invoquémoslo por intercesión de Aquella que, al anuncio del mensaje celeste “se conturbó” (Lc 1, 29) y, aún trepidante por la inaudita responsabilidad que se le confiaba, supo pronunciar el “fiat” de la fe, de la obediencia y del amor.

ORACIÓN PARA PEDIR LOS 7 DONES

 

¡Oh Espíritu Santo!, llena de nuevo mi alma con la abundancia de tus dones y frutos. Haz que yo sepa, con el don de Sabiduría, tener este gusto por las cosas de Dios que me haga apartar de las terrenas.

Que sepa, con el don del Entendimiento, ver con fe viva la importancia y la belleza de la verdad cristiana.

Que, con el don del Consejo, ponga los medios más conducentes para santificarme, perseverar y salvarme.

Que el don de Fortaleza me haga vencer todos los obstáculos en la confesión de la fe y en el camino de la salvación.

Que sepa con el don de Ciencia, discernir claramente entre el bien y el mal, lo falso de lo verdadero, descubriendo los engaños del demonio, del mundo y del pecado.

Que, con el don de Piedad, ame a Dios como Padre, le sirva con fervorosa devoción y sea misericordioso con el prójimo.

Finalmente, que, con el don de Temor de Dios, tenga el mayor respeto y veneración por los mandamientos de Dios, cuidando de no ofenderle jamás con el pecado.

Lléname, sobre todo, de tu amor divino; que sea el móvil de toda mi vida espiritual; que, lleno de unción, sepa enseñar y hacer entender, al menos con mi ejemplo, la belleza de tu doctrina, la bondad de tus preceptos y la dulzura de tu amor. Amén.

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