EL CAMINO DE MARÍA
Edición 826 -
8 de Junio de 2014
SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS
Querido/a Suscriptor/a de
"El Camino de María"
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El Tiempo
Pascual concluye en el quincuagésimo
día, con el Domingo de Pentecostés,
conmemorativo de la efusión del Espíritu
Santo sobre los Apóstoles, de los
comienzos de la Iglesia y del inicio de
su misión a toda lengua, pueblo y
nación. Es significativa la importancia
que ha adquirido, especialmente en la
Iglesia la celebración prolongada de la
Misa de la Vigilia, que tiene el
carácter de una oración intensa y
perseverante de toda la comunidad
cristiana, según el ejemplo de los
Apóstoles reunidos en oración unánime
con la Madre del Señor.
Exhortando a la oración y a la
participación en la misión, el misterio
de Pentecostés ilumina la piedad
popular: también esta es una
demostración continua de la presencia
del Espíritu Santo en la Iglesia. Éste
enciende en los corazones la fe, la
esperanza y el amor, virtudes excelentes
que dan valor a la piedad cristiana. El
mismo Espíritu ennoblece las numerosas y
variadas formas de transmitir el mensaje
cristiano según la cultura y las
costumbres de cualquier lugar, en
cualquier momento histórico.
La acción que el
Espíritu Santo lleva a cabo en la guía de la Iglesia y en cada
uno de nosotros ha sido el tema elegido por el Papa Francisco
para la catequesis de la Audiencia
General del miércoles 15 de mayo de 2013.
“Vivimos en una
época en la que se es bastante escéptico respecto a la verdad”, ha
dicho el Santo Padre a las más de 75.000 personas presentes en
la Plaza de San Pedro. “Benedicto XVI ha hablado muchas veces
del relativismo, es decir, la tendencia a creer que no hay nada
definitivo y a pensar que la verdad proceda del consenso o de
aquello que satisfaga nuestros deseos. . Aquí me viene en mente
la pregunta de Pilatos cuando Jesús le revela el sentido
profundo de su misión: "¿Qué es la verdad?" . Pilatos no
entiende que "la" Verdad está enfrente de él; no puede ver a
Jesús el rostro de la verdad, que es el Rostro de Dios,...La
verdad no se aferra como una cosa: se encuentra. No es una
posesión, es un encuentro con una Persona”
“Pero, ¿quién nos
hace reconocer que Jesús es "la" Palabra de verdad, el Hijo
unigénito de Dios Padre? San Pablo enseña que "nadie puede
llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo" ...a quien
Jesús llamaba el "Paráclito" que significa "el que viene en
nuestra ayuda", el que está a nuestro lado para sostenernos en
este camino de conocimiento”.
¿Cuál es entonces la
acción del Espíritu Santo?. “En
primer lugar -ha
explicado el Papa- recuerda y graba en los corazones de los
creyentes las palabras que Jesús ha dicho y precisamente, a
través de estas palabras, la ley de Dios.... se inscribe en
nuestros corazones y se convierte en el principio de evaluación
de nuestras decisiones y de guía en las acciones cotidianas; se
convierte en un principio de vida”.
El Espíritu
Santo, como promete Jesús, “nos conduce "a toda la verdad"; nos
lleva no sólo al encuentro con Jesús, que es la plenitud de la
verdad, sino que nos guía "dentro" de la Verdad; es decir, nos
hace entrar en una comunión cada vez más profunda con Jesús,
dándonos la inteligencia de las cosas de Dios ... La Tradición
de la Iglesia afirma que el Espíritu de la verdad actúa en
nuestros corazones suscitando ese “sentido de la fe", a través
del cual, como dice el Concilio Vaticano II, el Pueblo de Dios,
bajo la guía del Magisterio, se adhiere indefectiblemente a la
fe confiada, penetra más profundamente en ella con juicio
certero y le da más plena aplicación en la vida”.
“Preguntémonos:
¿estoy abierto a la acción del Espíritu Santo, le rezo para que
me de luz y me haga más sensible a las cosas de Dios? Es una
oración que tenemos que rezar todos los días: “Espíritu
Santo, haz que mi corazón esté abierto a la Palabra de Dios, que
mi corazón esté abierto al bien, a la belleza de Dios todos los
días”. Quiero
preguntaros algo: ¿Cuantos de vosotros rezan todos los días al
Espíritu Santo? Serán pocos... pero tenemos que cumplir este
deseo de Jesús y rezar todos los días al Espíritu Santo para que
abra nuestro corazón”.
La acogida de las
palabras y las verdades de fe, para que se conviertan en vida, “se
realiza y crece bajo la acción del Espíritu Santo. En este
sentido, debemos aprender de María, reviviendo su "sí", su
disponibilidad total para recibir al Hijo de Dios en su vida,
que desde ese momento se ha transformado. A través del Espíritu
Santo, el Padre y el Hijo toman morada en nosotros, vivimos en
Dios y de Dios”.
“Tenemos que
dejarnos inundar de la luz del Espíritu Santo, para que Él nos
introduzca en la verdad de Dios, que es el único Señor de
nuestra vida En este Año de la Fe preguntémonos si hemos dado
algunos pasos concretos para llegar a conocer más a Cristo y las
verdades de la fe... Pero al mismo tiempo preguntémonos qué
pasos estamos dando para que la fe oriente toda nuestra
existencia. ¡No se es cristiano "a tiempo determinado", en
algunos momentos, en algunas circunstancias, en algunas
opciones, se es cristiano en todos los tiempos!.La verdad de
Cristo, que el Espíritu Santo nos enseña y nos da, interesa para
siempre y totalmente nuestra vida diaria. Invoquémosle más a
menudo”. “Os hago
una propuesta: Invoquemos todos los días al Espíritu Santo de
modo que nos acerque a Jesucristo” concluyó
el Santo Padre.
LA UNIDAD DE PENTECOSTÉS
VENCE LAS DIVISIONES Y LAS ENEMISTADES
Homilía del Papa emérito Benedicto XVI
Domingo 27 de mayo de 2012
Queridos
hermanos y hermanas:
Esta mañana quiero reflexionar
sobre un aspecto esencial del misterio de Pentecostés,
que en nuestros días conserva toda su importancia.
Pentecostés es la fiesta de la unión, de la
comprensión y de la comunión humana. Todos
podemos constatar cómo en nuestro mundo, aunque estemos
cada vez más cercanos los unos a los otros gracias al
desarrollo de los medios de comunicación, y las
distancias geográficas parecen desaparecer, la
comprensión y la comunión entre las personas a menudo es
superficial y difícil. Persisten desequilibrios que con
frecuencia llevan a conflictos; el diálogo entre las
generaciones es cada vez más complicado y a veces
prevalece la contraposición; asistimos a sucesos diarios
en los que nos parece que los hombres se están volviendo
más agresivos y huraños; comprenderse parece demasiado
arduo y se prefiere buscar el propio yo, los propios
intereses. En esta situación, ¿podemos verdaderamente
encontrar y vivir la unidad que tanto necesitamos?
La narración de Pentecostés en los Hechos de los
Apóstoles, que hemos escuchado en la primera lectura (cf. Hch 2,
1-11), contiene en el fondo uno de los grandes cuadros
que encontramos al inicio del Antiguo Testamento: la
antigua historia de la construcción de la torre de Babel
(cf. Gn 11,
1-9). Pero, ¿qué es Babel? Es la descripción de un reino
en el que los hombres alcanzaron tanto poder que
pensaron que ya no necesitaban hacer referencia a un
Dios lejano, y que eran tan fuertes que podían construir
por sí mismos un camino que llevara al Cielo para abrir
sus puertas y ocupar el lugar de Dios. Pero precisamente
en esta situación sucede algo extraño y singular.
Mientras los hombres estaban trabajando juntos para
construir la torre, improvisamente se dieron cuenta de
que estaban construyendo unos contra otros. Mientras
intentaban ser como Dios, corrían el peligro de ya no
ser ni siquiera hombres, porque habían perdido un
elemento fundamental de las personas humanas: la
capacidad de ponerse de acuerdo, de entenderse y de
actuar juntos.
Este relato bíblico contiene una verdad perenne; lo
podemos ver a lo largo de la historia, y también en
nuestro mundo. Con el progreso de la ciencia y de la
técnica hemos alcanzado el poder de dominar las fuerzas
de la naturaleza, de manipular los elementos, de
fabricar seres vivos, llegando casi al ser humano mismo.
En esta situación, orar a Dios parece algo superado,
inútil, porque nosotros mismos podemos construir y
realizar todo lo que queremos. Pero no caemos en la
cuenta de que estamos reviviendo la misma experiencia de
Babel. Es verdad que hemos multiplicado las
posibilidades de comunicar, de tener informaciones, de
transmitir noticias, pero ¿podemos decir que ha crecido
la capacidad de entendernos o quizá, paradójicamente,
cada vez nos entendemos menos? ¿No parece insinuarse
entre los hombres un sentido de desconfianza, de
sospecha, de temor recíproco, hasta llegar a ser
peligrosos los unos para los otros? Volvemos, por tanto,
a la pregunta inicial: ¿puede haber verdaderamente
unidad, concordia? Y ¿cómo?
Encontramos la respuesta en la Sagrada Escritura:
sólo puede existir la unidad con el don del Espíritu de
Dios, el cual nos dará un corazón nuevo y una lengua
nueva, una capacidad nueva de comunicar. Esto es lo que
sucedió en Pentecostés. Esa mañana, cincuenta días
después de la Pascua, un viento impetuoso sopló sobre
Jerusalén y la llama del Espíritu Santo bajó sobre los
discípulos reunidos, se posó sobre cada uno y encendió
en ellos el fuego divino, un fuego de amor, capaz de
transformar. El miedo desapareció, el corazón sintió una
fuerza nueva, las lenguas se soltaron y comenzaron a
hablar con franqueza, de modo que todos pudieran
entender el anuncio de Jesucristo muerto y resucitado.
En Pentecostés, donde había división e indiferencia,
nacieron unidad y comprensión.
Pero veamos el Evangelio de hoy, en el que Jesús afirma:
«Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, os
guiará hasta la verdad plena» (Jn 16,
13). Aquí Jesús, hablando del Espíritu Santo, nos
explica qué es la Iglesia y cómo debe vivir para ser lo
que debe ser, para ser el lugar de la unidad y de la
comunión en la Verdad; nos dice que actuar como
cristianos significa no estar encerrados en el propio
«yo», sino orientarse hacia el todo; significa acoger en
nosotros mismos a toda la Iglesia o, mejor dicho, dejar
interiormente que ella nos acoja. Entonces, cuando yo
hablo, pienso y actúo como cristiano, no lo hago
encerrándome en mi yo, sino que lo hago siempre en el
todo y a partir del todo: así el Espíritu Santo,
Espíritu de unidad y de verdad, puede seguir resonando
en el corazón y en la mente de los hombres,
impulsándolos a encontrarse y a aceptarse mutuamente. El
Espíritu, precisamente por el hecho de que actúa así,
nos introduce en toda la verdad, que es Jesús; nos guía
a profundizar en ella, a comprenderla: nosotros no
crecemos en el conocimiento encerrándonos en nuestro yo,
sino sólo volviéndonos capaces de escuchar y de
compartir, sólo en el «nosotros» de la Iglesia, con una
actitud de profunda humildad interior. Así resulta
más claro por qué Babel es Babel y Pentecostés es
Pentecostés. Donde los hombres quieren ocupar el lugar
de Dios, sólo pueden ponerse los unos contra los otros.
En cambio, donde se sitúan en la verdad del Señor, se
abren a la acción de su Espíritu, que los sostiene y los
une.
La contraposición entre Babel y Pentecostés aparece
también en la segunda lectura, donde el Apóstol dice:
«Caminad según el Espíritu y no realizaréis los deseos
de la carne» (Ga 5,
16). San Pablo nos explica que nuestra vida personal
está marcada por un conflicto interior, por una
división, entre los impulsos que provienen de la carne y
los que proceden del Espíritu; y nosotros no podemos
seguirlos todos. Efectivamente, no podemos ser al mismo
tiempo egoístas y generosos, seguir la tendencia a
dominar sobre los demás y experimentar la alegría del
servicio desinteresado. Siempre debemos elegir cuál
impulso seguir y sólo lo podemos hacer de modo auténtico
con la ayuda del Espíritu de Cristo. San Pablo —como
hemos escuchado— enumera las obras de la carne: son los
pecados de egoísmo y de violencia, como enemistad,
discordia, celos, disensiones; son pensamientos y
acciones que no permiten vivir de modo verdaderamente
humano y cristiano, en el amor. Es una dirección que
lleva a perder la propia vida. En cambio, el Espíritu
Santo nos guía hacia las alturas de Dios, para que
podamos vivir ya en esta tierra el germen de una vida
divina que está en nosotros. De hecho, san Pablo afirma:
«El fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz» (Ga 5,
22). Notemos cómo el Apóstol usa el plural para
describir las obras de la carne, que provocan la
dispersión del ser humano, mientras que usa el singular
para definir la acción del Espíritu; habla de «fruto»,
precisamente como a la dispersión de Babel se opone la
unidad de Pentecostés.
Queridos amigos, debemos vivir según el Espíritu de
unidad y de verdad, y por esto debemos pedir al Espíritu
que nos ilumine y nos guíe a vencer la fascinación de
seguir nuestras verdades, y a acoger la verdad de Cristo
transmitida en la Iglesia. El relato de Pentecostés en
el Evangelio de san Lucas nos dice que Jesús, antes de
subir al Cielo, pidió a los Apóstoles que permanecieran
juntos para prepararse a recibir el don del Espíritu
Santo. Y ellos se reunieron en oración con María en el
Cenáculo a la espera del acontecimiento prometido (cf. Hch 1,
14). Reunida con María, como en su nacimiento, la
Iglesia también hoy reza: «Veni Sancte Spiritus!»,
«¡Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles
y enciende en ellos el fuego de tu amor!». Amén.
Ven, Espíritu Creador
visita las almas de tus fíeles
y llena de la divina gracia los corazones,
que Tú mismo creaste.
Tú eres nuestro Consolador,
don de Dios Altísimo,
fuente viva, fuego, caridad
y espiritual unción.
Tú derramas sobre nosotros los siete dones;
Tú, el dedo de la mano de Dios;
Tú, el prometido del Padre;
Tú, que pones en nuestros labios los tesoros de tu palabra.
Enciende con tu luz nuestros sentidos;
infunde tu Amor en nuestros corazones;
y, con tu perpetuo auxilio,
fortalece nuestra débil carne,
Aleja de nosotros al enemigo,
danos pronto la paz,
sé Tú mismo nuestro guía,
y puestos bajo tu dirección,
evitaremos todo lo nocivo.
Por Ti conozcamos al Padre,
y también al Hijo;
y que en Ti, Espíritu de entrambos,
creamos en todo tiempo.,
Gloria a Dios Padre,
y al Hijo que resucitó,
y al Espíritu Consolador,
por los siglos infinitos. Amén.
V. Envía tu Espíritu y serán creados.
R. Y renovarás la faz de la tierra.
Oh Dios, que has iluminado los corazones de tus hijos con la luz del Espíritu Santo; haznos dóciles a tu Espíritu para gustar siempre el bien y gozar de su consuelo. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amen.
(El himno "VEN ESPÍRITU CREADOR" era rezado a diario por San Juan Pablo II. En Enero de 1980 le expresó a un grupo de la renovación carismática: "Desde pequeño aprendí a rezarle al Espíritu Santo. Cuando tenía 11 años, me entristecía porque se me dificultaban mucho las matemáticas. Mi padre, me mostró en un librito el himno '"VEN ESPÍRITU CREADOR', y me dijo: Rézalo y verás que Él te ayudará a comprender. Llevo mas de 40 años rezando este himno todos los días y he sabido lo mucho que ayuda el Divino Espíritu.")
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Papa Francisco.
Audiencia del miércoles 15 de mayo de 2013 (Video)
http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=VgGApQcVhq4 |