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"En aquel tiempo, Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de Él; sin embargo, algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo:

«Yo he recibido todo poder en el Cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que Yo les he mandado. Y Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo». (San Mateo 28,16-20 )

 


EL CAMINO DE MARÍA

Edición 825 - 1 de Junio de 2014

LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR


Querido/a Suscriptor/a de "El Camino de María"

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El significado de la Ascensión, el acontecimiento que culmina la vida terrenal de Jesús, ha sido el tema de la catequesis del Papa Francisco durante la Audiencia general del miércoles 17 de abril de 2013, celebrada en la Plaza de San Pedro.

“En el Credo -ha señalado Francisco- confesamos nuestra fe en Cristo, que “subió al Cielo y está sentado a la derecha del Padre”... ¿Qué significa esto para nosotros? Ya al comienzo de su “subida” a Jerusalén, donde tendrá lugar su éxodo de esta vida, Jesús ve ya la meta, el Cielo, pero sabe que el camino de vuelta a la gloria del Padre pasa por la Cruz, por la obediencia al designio divino de amor por la humanidad. ..También nosotros hemos de saber que entrar en la gloria de Dios exige la fidelidad cotidiana a su Voluntad, aun a costa de sacrificios y del cambio de nuestros programas.”

El Papa ha explicado la Ascensión a la luz del Evangelio de San Lucas que la narra de forma sintética. Jesús llevó a los discípulos "fuera hacia Betania, y alzando sus manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo”...Durante la Ascensión Jesús cumple el gesto de la bendición sacerdotal... “Este es un primer punto importante -ha afirmado Francisco- Jesús es el único y eterno Sacerdote, que con su Pasión ha pasado por la muerte y la tumba, resucitó y ascendió a los cielos y está con Dios Padre, intercediendo por siempre en nuestro favor. Como escribe San Juan en su primera carta: Él es nuestro abogado, nuestro defensor ante el Padre. !Que bello es escuchar estas palabras!. Cuando a uno lo cita un juez o tiene un pleito, lo primero que hace es buscarse un abogado para que lo defienda; nosotros tenemos Uno que nos defiende siempre, nos defiende de las asechanzas del diablo, de nuestros pecados... No tengamos miedo de acudir a pedirle perdón, bendición y misericordia. Nos perdona siempre: es nuestro Abogado; nos defiende siempre. ¡No lo olvidéis nunca! La Ascensión de Jesús al Cielo nos da a conocer esta realidad tan consoladora para nuestro camino: en Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, nuestra humanidad ha sido llevada a Dios. El nos ha abierto el paso, es como el jefe de un grupo de montañeros, que llegado a la cima, tira de nosotros y nos lleva a Dios. Si le confiamos nuestras vidas; si nos dejamos guiar por Él estamos seguros de estar en buenas manos”.

San Lucas menciona que los apóstoles, después de ver a Jesús ascender al Cielo regresaron a Jerusalén “con gran alegría”. “Y esto nos resulta raro -ha dicho el Papa- porque cuando estamos separados de nuestras familias o nuestros amigos, sobre todo por un cambio definitivo o por la muerte, sentimos una tristeza natural porque... no podemos disfrutar ya de su presencia. En cambio, el evangelista pone de relieve la profunda alegría de los Apóstoles. ¿Por qué? Porque, con los ojos de la fe, entienden que aunque ya no lo vean con los ojos, Jesús permanece con ellos para siempre, no los abandona y en la gloria del Padre, los sostiene, los guía e intercede por ellos”.

El evangelista coloca la Ascensión al comienzo de los Hechos de los Apóstoles, “para subrayar que este evento es como el eslabón que engancha y une la vida terrenal de Jesús con la de la Iglesia” y también menciona que mientras una nube lo arrebataba de la vista de los apóstoles y éstos siguen mirando al Cielo, dos hombres vestidos de blanco, les instan a no quedarse inmóviles allí, sino a nutrir su vida y su testimonio con la certeza de que Jesús volverá de la misma manera en que ascendió al cielo. “Se trata -ha explicado el Santo Padre- de una invitación a partir de la contemplación del Señorío de Jesús, para recibir de Él la fuerza de dar testimonio del Evangelio en la vida cotidiana: contemplar y actuar. “Ora et labora” como San Benito enseña:ambas son necesarias en nuestra vida de cristianos”.

“La Ascensión -ha concluido Francisco- no indica la ausencia de Jesús, sino que nos dice que Él está vivo entre nosotros de una manera nueva; ya no está en un lugar concreto como lo estaba antes de la Ascensión; ahora está en el señorío de Dios, presente en todo el espacio y el tiempo, cerca de cada uno de nosotros. En nuestras vidas nunca estamos solos: tenemos a este Abogado que nos espera y nos defiende; nunca estamos solos: el Señor Crucificado y Resucitado nos guía, y con nosotros hay muchos hermanos y hermanas que...en la vida familiar y laboral, con sus problemas y dificultades, sus alegrías y esperanzas viven la fe día a día y llevan, con nosotros, al mundo del señorío del Amor de Dios, en Cristo Resucitado, ascendido al Cielo, Abogado nuestro”

 

  

 

LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

Homilía del Papa emérito Benedicto XVI

Cassino, Plaza Miranda -  Domingo 24 de mayo de 2009

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

"Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra" (Hch 1, 8). Con estas palabras, Jesús se despide de los Apóstoles, como acabamos de escuchar en la primera lectura. Inmediatamente después, el autor sagrado añade que "fue elevado en presencia de ellos, y una nube le ocultó a sus ojos" (Hch 1, 9). Es el misterio de la Ascensión, que hoy celebramos solemnemente. Pero ¿qué nos quieren comunicar la Biblia y la liturgia diciendo que Jesús "fue elevado"? El sentido de esta expresión no se comprende a partir de un solo texto, ni siquiera de un solo libro del Nuevo Testamento, sino en la escucha atenta de toda la Sagrada Escritura. En efecto, el uso del verbo "elevar" tiene su origen en el Antiguo Testamento, y se refiere a la toma de posesión de la realeza. Por tanto, la Ascensión de Cristo significa, en primer lugar, la toma de posesión del Hijo del hombre crucificado y resucitado de la realeza de Dios sobre el mundo.

Pero hay un sentido más profundo, que no se percibe en un primer momento. En la página de los Hechos de los Apóstoles se dice ante todo que Jesús "fue elevado" (Hch 1, 9), y luego se añade que "ha sido llevado" (Hch 1, 11). El acontecimiento no se describe como un viaje hacia lo alto, sino como una acción del poder de Dios, que introduce a Jesús en el espacio de la proximidad divina. La presencia de la nube que "lo ocultó a sus ojos" (Hch 1, 9) hace referencia a una antiquísima imagen de la teología del Antiguo Testamento, e inserta el relato de la Ascensión en la historia de Dios con Israel, desde la nube del Sinaí y sobre la tienda de la Alianza en el desierto, hasta la nube luminosa sobre el monte de la Transfiguración. Presentar al Señor envuelto en la nube evoca, en definitiva, el mismo misterio expresado por el simbolismo de "sentarse a la derecha de Dios".

En el Cristo elevado al Cielo el ser humano ha entrado de modo inaudito y nuevo en la intimidad de Dios; el hombre encuentra, ya para siempre, espacio en Dios.  La palabra Cielo no indica un lugar sobre las estrellas, sino algo mucho más osado y sublime: indica a Cristo mismo, la Persona divina que acoge plenamente y para siempre a la humanidad, Aquel en quien Dios y el hombre están inseparablemente unidos para siempre. El estar el hombre en Dios es el Cielo. Y nosotros nos acercamos al Cielo, más aún, entramos en el Cielo en la medida en que nos acercamos a Jesús y entramos en comunión con él. Por tanto, la Solemnidad de la Ascensión nos invita a una comunión profunda con Jesús Muerto y Resucitado, invisiblemente presente en la vida de cada uno de nosotros.

Desde esta perspectiva comprendemos la razón por la que el evangelista San Lucas afirma que, después de la Ascensión, los discípulos volvieron a Jerusalén "con gran gozo" (Lc 24, 52). La causa de su gozo radica en que lo que había acontecido no había sido en realidad una separación, una ausencia permanente del Señor; más aún, en ese momento tenían la certeza de que el Crucificado-Resucitado estaba vivo, y en Él se habían abierto para siempre a la humanidad las puertas de Dios, las puertas de la vida eterna. En otras palabras, su Ascensión no implicaba la ausencia temporal del mundo, sino que más bien inauguraba la forma nueva, definitiva y perenne de su presencia, en virtud de su participación en el poder regio de Dios. Precisamente a sus discípulos, llenos de intrepidez por la fuerza del Espíritu Santo, corresponderá hacer perceptible su presencia con el testimonio, el anuncio y el compromiso misionero.

También a nosotros la Solemnidad de la Ascensión del Señor debería colmarnos de serenidad y entusiasmo, como sucedió a los Apóstoles, que  se marcharon "con gran gozo". Al igual que ellos, también nosotros, aceptando la invitación de los "dos hombres vestidos de blanco", no debemos quedarnos mirando al Cielo, sino que, bajo la guía del Espíritu Santo, debemos ir por doquier y proclamar el anuncio salvífico de la Muerte y Resurrección de Cristo. Nos acompañan y consuelan sus mismas palabras, con las que concluye el Evangelio según san Mateo: "Y he aquí que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20)

Queridos hermanos y hermanas, el carácter histórico del misterio de la Resurrección y de la Ascensión de Cristo nos ayuda a reconocer y comprender la condición trascendente de la Iglesia, la cual no ha nacido ni vive para suplir la ausencia de su Señor "desaparecido", sino que, por el contrario, encuentra la razón de su ser y de su misión en la presencia permanente, aunque invisible, de Jesús, una presencia que actúa con la fuerza de su Espíritu. En otras palabras, podríamos decir que la Iglesia no desempeña la función de preparar la vuelta de un Jesús "ausente", sino que, por el contrario, vive y actúa para proclamar su "presencia gloriosa" de manera histórica y existencial. Desde el día de la Ascensión, toda comunidad cristiana avanza en su camino terreno hacia el cumplimiento de las promesas mesiánicas, alimentándose con la Palabra de Dios y con el Cuerpo y la Sangre de su Señor. Esta es la condición de la Iglesia —nos lo recuerda el concilio Vaticano II—, mientras "prosigue su peregrinación en medio de las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, anunciando la Cruz y la Muerte del Señor hasta que vuelva" (Lumen gentium, 8).

(...) Queridos hermanos y hermanas, no es difícil percibir que vuestra comunidad, esta porción de Iglesia que vive en torno a Montecassino, es heredera y depositaria de la misión, impregnada del espíritu de San Benito, de proclamar que en nuestra vida nadie ni nada debe quitar a Jesús el primer lugar; la misión de construir, en nombre de Cristo, una nueva humanidad caracterizada por la acogida y la ayuda a los más débiles.

Que os ayude y acompañe vuestro santo patriarca, con Santa Escolástica, su hermana; y que os protejan vuestros santos patronos y, sobre todo, María, Madre de la Iglesia y Estrella de nuestra esperanza. Amén.

 

 

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