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EL CAMINO DE MARIA: Newsletter 672. LA SAGRADA EUCARISTIA, FUENTE Y CULMEN DE LA VIDA Y DE LA MISION DE LA IGLESIA . Editada por SantoRosario.info

Esta edición la puede leer y/o imprimir desde: http://www.mariamediadora.com/Oracion/Newsletter672.htm

El detalle de todas las ediciones de "El Camino de María" del año 2010, 2011 y 2012 lo puede obtener en:

http://twitter.com/MariaMediadora
 

 

EL CAMINO DE MARÍA

«Mi Carne es verdadera comida, y Mi Sangre verdadera bebida; el que come Mi Carne, y bebe Mi Sangre, en Mí mora, y Yo en él.» (Jn 6, 56-57)

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“Mane nobiscum, Domine!”
 
Como los dos discípulos del Evangelio, te imploramos.
 
Señor Jesús, ¡quédate con nosotros! 

Tú, divino Caminante, experto de nuestras calzadas y conocedor de nuestro corazón, no nos dejes prisioneros de las sombras de la noche. 

Ampáranos en el cansancio, perdona nuestros pecados, orienta nuestros pasos por la vía del bien. 

Bendice a los niños, a los jóvenes, a los ancianos, a las familias y  a los enfermos. Bendice a los sacerdotes y a las personas consagradas. Bendice a toda la humanidad. 

En la Eucaristía te has hecho “remedio de inmortalidad”: danos el gusto de una vida plena, que nos ayude a caminar sobre esta tierra como peregrinos seguros y alegres, mirando siempre hacia la meta de la vida sin fin. 

Quédate con nosotros, Señor!

ORACIÓN DEL BEATO  JUAN PABLO II  AL FINALIZAR LA HOMILÍA DURANTE LA CELEBRACIÓN DE LA SANTA MISA, ADORACIÓN Y BENDICIÓN EUCARÍSTICA CON OCASIÓN DEL COMIENZO DEL AÑO DE LA EUCARISTÍA .17-OCT-2004

JESUS, CONFIO EN TI

"Ofrezco a los hombres un Recipiente con el que han de venir a la Fuente de la Misericordia para recoger gracias. Ese Recipiente es esta Imagen con la firma: JESÚS, EN TI CONFÍO" (Diario, 327).

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Newsletter 672

LA EUCARISTÍA, FUENTE Y CÚLMEN DE LA VIDA Y DE LA MISIÓN DE LA IGLESIA

Domingo 1 de julio de 2012

Soy todo tuyo y todas mis cosas Te pertenecen. Te pongo al centro de mi vida. Dame tu Corazón, oh María.

  Soy todo tuyo, María
Madre de nuestro Redentor
Virgen Madre de Dios, Virgen piadosa. Madre del Salvador del mundo. Amen.

Oh Dios Padre Misericordioso, que por mediación de Jesucristo, nuestro Redentor, y de su Madre, la Bienaventurada Virgen María, y la acción del Espíritu Santo, concediste al Beato Juan Pablo II  la gracia de ser Pastor ejemplar en el servicio de la Iglesia peregrina, de los hijos e hijas de la Iglesia y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, haz que yo sepa también responder con fidelidad a las exigencias de la vocación cristiana, convirtiendo todos los momentos y circunstancias de mi vida en ocasión de amarte y de servir al Reino de Jesucristo. Te ruego que te dignes glorificar al Beato Juan Pablo II y que me concedas por su intercesión el favor que te pido... (pídase). 

A Tí, Padre Omnipotente, origen del cosmos y del hombre, por Cristo, el que vive, Señor del tiempo y de la historia, en el Espíritu Santo que santifica el universo, alabanza, honor y gloria ahora y por los siglos de los siglos. Amén.

Padrenuestro, Avemaría, Gloria.

 

 

 

Querido/a Suscriptor/a de "El Camino de María"

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"Empieza hoy el mes de julio, que la tradición popular dedica a la contemplación de la Preciosísima Sangre de Cristo, misterio insondable de Amor y Misericordia. En la liturgia de hoy, el apóstol San Pablo afirma en la Carta a los Gálatas que "para ser libres nos libertó Cristo" (Ga 5, 1) Esta libertad tiene un precio muy alto:  la Vida, la Sangre del Redentor. ¡Sí! La Sangre de Cristo es el precio que Dios pagó para librar a la humanidad de la esclavitud del pecado y de la muerte. La Sangre de Cristo es la prueba irrefutable del Amor del Padre Celestial a todo hombre, sin excluir a nadie. Todo esto lo subrayó muy bien el beato Juan XXIII, devoto de la Sangre del Señor desde su infancia, cuando en su hogar oía rezar sus letanías especiales. Elegido Papa, escribió una Carta Apostólica para promover su culto (Inde a primis, 30 de junio de 1960), invitando a los fieles a meditar en el valor infinito de esa Sangre, de la que "una sola gota puede salvar a todo el mundo de cualquier culpa" (Himno Adoro Te Devote).(Beato Juan Pablo II. Ángelus. Domingo 1 de julio de 2001)

La Newsletter 521 que publicamos el 1 de julio de 2010 incluye textos que nos ayudan a la contemplación del misterio de la Preciosísima Sangre de Cristo. La puede leer y/o imprimir desde la siguiente dirección:

http://www.mariamediadora.com/Oracion/Newsletter521.htm

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Desde esta edición de El Camino de María, meditaremos sobre la Sagrada Eucaristía con textos extraídos de la EXHORTACIÓN APOSTÓLICA SACRAMENTUM CARITATIS del Santo Padre Benedicto XVI, del 22 de febrero de 2007: LA EUCARISTÍA, FUENTE Y CULMEN DE LA VIDA Y DE LA MISIÓN DE LA IGLESIA.

En la introducción de Sacramentum Caritatis, el Papa escribe:

1.Sacramento de la caridad, la Santísima Eucaristía es el don que Jesucristo hace de Sí mismo, revelándonos el Amor infinito de Dios por cada hombre. En este Sacramento se manifiesta el amor «más grande », aquel que impulsa a «dar la vida por los propios amigos» (cf. Jn 15,13) En efecto, Jesús «los amó hasta el extremo» (Jn 13,1). Con esta expresión, el evangelista presenta el gesto de infinita humildad de Jesús: antes de morir por nosotros en la Cruz, ciñéndose una toalla, lava los pies a sus discípulos. Del mismo modo, en el Sacramento Eucarístico Jesús sigue amándonos «hasta el extremo», hasta el don de su Cuerpo y de su Sangre. ¡Qué emoción debió embargar el corazón de los Apóstoles ante los gestos y palabras del Señor durante aquella Cena! ¡Qué admiración ha de suscitar también en nuestro corazón el Misterio Eucarístico!

Alimento de la verdad

2.En el Sacramento del altar, el Señor viene al encuentro del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,27), acompañándole en su camino. En efecto, en este Sacramento el Señor se hace comida para el hombre hambriento de verdad y libertad. Puesto que sólo la verdad nos hace auténticamente libres (cf. Jn 8,36), Cristo se convierte para nosotros en alimento de la Verdad. San Agustín, con un penetrante conocimiento de la realidad humana, puso de relieve cómo el hombre se mueve espontáneamente, y no por coacción, cuando se encuentra ante algo que lo atrae y le despierta el deseo. Así pues, al preguntarse sobre lo que puede mover al hombre por encima de todo y en lo más íntimo, el santo exclama: «¿Ama algo el alma con más ardor que la verdad?». En efecto, todo hombre lleva en sí mismo el deseo indeleble de la verdad última y definitiva. Por eso, el Señor Jesús, «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6), se dirige al corazón anhelante del hombre, que se siente peregrino y sediento, al corazón que suspira por la fuente de la vida, al corazón que mendiga la Verdad. En efecto, Jesucristo es la Verdad en Persona, que atrae el mundo hacia Sí. « Jesús es la estrella polar de la libertad humana: sin Él pierde su orientación, puesto que sin el conocimiento de la Verdad, la libertad se desnaturaliza, se aísla y se reduce a arbitrio estéril. Con Él, la libertad se reencuentra». En particular, Jesús nos enseña en el Sacramento de la Eucaristía la Verdad del Amor, que es la esencia misma de Dios. Ésta es la verdad evangélica que interesa a cada hombre y a todo el hombre. Por eso la Iglesia, cuyo centro vital es la Eucaristía, se compromete constantemente a anunciar a todos, «a tiempo y a destiempo» (2 Tm 4,2) que Dios es Amor. Precisamente porque Cristo se ha hecho por nosotros alimento de la Verdad, la Iglesia se dirige al hombre, invitándolo a acoger libremente el Don de Dios . (Sacramentum Caritatis, 1-2)

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"...Hagamos nuestros los sentimientos de Santo Tomás de Aquino, teólogo eximio y, al mismo tiempo, cantor apasionado de Cristo eucarístico, y dejemos que nuestro ánimo se abra también en esperanza a la contemplación de la meta, a la cual aspira el corazón, sediento como está de alegría y de paz"  (Beato Juan Pablo II. Conclusión de la Encíclica Ecclesia de Eucharistia)

Buen pastor, pan verdadero,
o Jesús, ten Misericordia de nosotros:
nútrenos y defiéndenos,
llévanos a los bienes eternos
en la tierra de los vivientes.

Tú que todo lo sabes y puedes,
que nos alimentas en la tierra,
conduce a tus hermanos
a la mesa del Cielo
a la alegría de tus santos. Amén

Salve, María, Madre de Dios, veneradísimo tesoro de todo el orbe, antorcha inextinguible, corona de la virginidad, trono de la recta doctrina, templo indestructible, habitáculo de Aquel que no puede ser contenido en lugar alguno, Virgen y Madre por Quien se nos ha dado el llamado en los Evangelios bendito el que viene en Nombre del Señor.

Salve, Tú que encerraste en tu seno virginal a Quien es inmenso e inabarcable. Tú, por Quien la Santísima Trinidad es adorada y glorificada. Tú, por Quien la Cruz es celebrada y adorada en todo el mundo. Tú, por Quien exulta el Cielo, se alegran los ángeles y arcángeles, huyen los demonios; por Quien el diablo tentador fue arrojado del Cielo, y la criatura, caída por el pecado, es elevada al Cielo.

San Cirilo de Alejandría. Defensor del título de María "Théotokos" en el Concilio de Éfeso (431)

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA DE BENEDICTO XVI 

LA EUCARISTÍA

 FUENTE Y CULMEN DE LA VIDA Y DE LA MISIÓN DE LA IGLESIA

           

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL
SACRAMENTUM CARITATIS

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PRIMERA PARTE

EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE CREER

«Éste es el trabajo que Dios quiere:
que creáis en el que Él ha enviado» (Jn 6, 29)

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La Fe Eucarística de la Iglesia

6.«Este es el Misterio de la fe». Con esta expresión, pronunciada inmediatamente después de las palabras de la consagración, el sacerdote proclama el misterio celebrado y manifiesta su admiración ante la conversión sustancial del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús, una realidad que supera toda comprensión humana. En efecto, la Eucaristía es « misterio de la fe » por excelencia: « es el compendio y la suma de nuestra fe ». La fe de la Iglesia es esencialmente fe eucarística y se alimenta de modo particular en la mesa de la Eucaristía. La fe y los sacramentos son dos aspectos complementarios de la vida eclesial. La fe que suscita el anuncio de la Palabra de Dios se alimenta y crece en el encuentro de gracia con el Señor Resucitado que se produce en los sacramentos: «La fe se expresa en el rito y el rito refuerza y fortalece la fe». Por eso, el Sacramento del altar está siempre en el centro de la vida eclesial; «gracias a la Eucaristía,la Iglesia renace siempre de nuevo".  Cuanto más viva es la Fe Eucarística en el Pueblo de Dios, tanto más profunda es su participación en la vida eclesial a través de la adhesión consciente a la misión que Cristo ha confiado a sus discípulos. La historia misma de la Iglesia es testigo de ello. Toda gran reforma está vinculada de algún modo al redescubrimiento de la fe en la presencia eucarística del Señor en medio de su pueblo.

Santísima Trinidad y Eucaristía

El Pan que baja del Cielo

7.La primera realidad de la Fe Eucarística es el misterio mismo de Dios, el Amor Trinitario. En el diálogo de Jesús con Nicodemo encontramos una expresión iluminadora a este respecto: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él» (Jn 3,16-17). Estas palabras muestran la raíz última del Don de Dios. En la Eucaristía, Jesús no da «algo», sino a Sí mismo; ofrece su Cuerpo y derrama su Sangre. Entrega así toda su Vida, manifestando la fuente originaria de este Amor Divino. Él es el Hijo eterno que el Padre ha entregado por nosotros. En el Evangelio escuchamos también a Jesús que, después de haber dado de comer a la multitud con la multiplicación de los panes y los peces, dice a sus interlocutores que lo habían seguido hasta la sinagoga de Cafarnaúm: «Es mi Padre el que os da el verdadero Pan del Cielo. Porque el Pan de Dios es el que baja del Cielo y da la vida al mundo » (Jn 6,32-33); y llega a identificarse Él mismo, la propia Carne y la propia Sangre, con ese pan: «Yo soy el Pan vivo que ha bajado del Cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el Pan que yo daré es mi Carne, para la vida del mundo» (Jn 6,51). Jesús se manifiesta así como el Pan de vida, que el Padre eterno da a los hombres.

Don gratuito de la Santísima Trinidad

8.En la Eucaristía se revela el designio de amor que guía toda la historia de la salvación (cf. Ef 1,10; 3,8-11). En ella, el Deus Trinitas, que en Sí mismo es Amor (cf. 1 Jn 4,7-8), se une plenamente a nuestra condición humana. En el pan y en el vino, bajo cuya apariencia Cristo se nos entrega en la cena pascual (cf. Lc 22,14-20; 1 Co 11,23-26), nos llega toda la vida divina y se comparte con nosotros en la forma del Sacramento. Dios es comunión perfecta de Amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Ya en la creación, el hombre fue llamado a compartir en cierta medida el aliento vital de Dios (cf. Gn 2,7). Pero es en Cristo muerto y resucitado, y en la efusión del Espíritu Santo que se nos da sin medida (cf. Jn 3,34), donde nos convertimos en verdaderos partícipes de la intimidad divina. Jesucristo, pues, «que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha» (Hb 9,14), nos comunica la misma vida divina en el don eucarístico. Se trata de un don absolutamente gratuito, que se debe sólo a las promesas de Dios, cumplidas por encima de toda medida. La Iglesia, con obediencia fiel, acoge, celebra y adora este don. El «misterio de la fe» es misterio del Amor Trinitario, en el cual, por gracia, estamos llamados a participar. Por tanto, también nosotros hemos de exclamar con san Agustín: «Ves la Trinidad si ves el amor».

Eucaristía: Jesús, el verdadero Cordero inmolado

La nueva y eterna alianza en la Sangre del Cordero

9.La misión para la que Jesús vino a nosotros llega a su cumplimiento en el Misterio pascual. Desde lo alto de la Cruz, donde atrae todo hacia Sí (cf. Jn 12,32), antes de « entregar el espíritu » dice: «Todo está cumplido» (Jn 19,30). En el misterio de su obediencia hasta la muerte, y una muerte de cruz (cf. Flp 2,8), se ha cumplido la nueva y eterna alianza. La libertad de Dios y la libertad del hombre se han encontrado definitivamente en su Carne Crucificada, en un pacto indisoluble y válido para siempre. También el pecado del hombre ha sido expiado una vez por todas por el Hijo de Dios (cf. Hb 7,27; 1 Jn 2,2; 4,10). Como he tenido ya oportunidad de decir: «En su muerte en la Cruz se realiza ese ponerse Dios contra Sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es el amor en su forma más radical». En el Misterio pascual se ha realizado verdaderamente nuestra liberación del mal y de la muerte. En la institución de la Eucaristía, Jesús mismo habló de la «nueva y eterna alianza», estipulada en su Sangre derramada (cf. Mt 26,28; Mc 14,24; Lc 22,20). Esta meta última de su misión era ya bastante evidente al comienzo de su vida pública. En efecto, cuando a orillas del Jordán Juan Bautista ve venir a Jesús, exclama: «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1,19). Es significativo que la misma expresión se repita cada vez que celebramos la Santa Misa, con la invitación del sacerdote para acercarse a comulgar: « Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor». Jesús es el verdadero Cordero pascual que se ha ofrecido espontáneamente a Sí mismo en sacrificio por nosotros, realizando así la nueva y eterna alianza. La Eucaristía contiene en Sí esta novedad radical, que se nos propone de nuevo en cada celebración.

Institución de la Eucaristía

10.De este modo llegamos a reflexionar sobre la institución de la Eucaristía en la última Cena. Sucedió en el contexto de una cena ritual con la que se conmemoraba el acontecimiento fundamental del pueblo de Israel: la liberación de la esclavitud de Egipto. Esta cena ritual, relacionada con la inmolación de los corderos (Ex 12,1- 28.43-51), era conmemoración del pasado, pero, al mismo tiempo, también memoria profética, es decir, anuncio de una liberación futura. En efecto, el pueblo había experimentado que aquella liberación no había sido definitiva, puesto que su historia estaba todavía demasiado marcada por la esclavitud y el pecado. El memorial de la antigua liberación se abría así a la súplica y a la esperanza de una salvación más profunda, radical, universal y definitiva. Éste es el contexto en el cual Jesús introduce la novedad de su don. En la oración de alabanza, la Berakah, da gracias al Padre no sólo por los grandes acontecimientos de la historia pasada, sino también por la propia «exaltación». Al instituir el Sacramento de la Eucaristía, Jesús anticipa e implica el Sacrificio de la Cruz y la victoria de la Resurrección. Al mismo tiempo, se revela como el verdadero Cordero inmolado, previsto en el designio del Padre desde la creación del mundo, como se lee en la primera Carta de San Pedro (cf. 1,18-20). Situando en este contexto su don, Jesús manifiesta el sentido salvador de su muerte y resurrección, misterio que se convierte en el factor renovador de la historia y de todo el cosmos. En efecto, la institución de la Eucaristía muestra cómo aquella muerte, de por sí violenta y absurda, se ha transformado en Jesús en un supremo acto de Amor y de liberación definitiva del mal para la humanidad.

11.De este modo Jesús inserta su novum radical dentro de la antigua cena sacrificial judía. Para nosotros los cristianos, ya no es necesario repetir aquella cena. Como dicen con precisión los Padres, figura transit in veritatem: lo que anunciaba realidades futuras, ahora ha dado paso a la verdad misma. El antiguo rito ya se ha cumplido y ha sido superado definitivamente por el Don de Amor del Hijo de Dios Encarnado. Con el mandato «Haced esto en conmemoración Mía» (cf. Lc 22,19; 1 Co 11,25), nos pide corresponder a su don y representarlo sacramentalmente. Por tanto, el Señor expresa con estas palabras, por decirlo así, la esperanza de que su Iglesia, nacida de su sacrificio, acoja este don, desarrollando bajo la guía del Espíritu Santo la forma litúrgica del Sacramento. En efecto, el memorial de su total entrega no consiste en la simple repetición de la última Cena, sino propiamente en la Eucaristía, es decir, en la novedad radical del culto cristiano. Jesús nos ha encomendado así la tarea de participar en  «Su hora». «La Eucaristía nos adentra en el acto oblativo de Jesús. No recibimos solamente de modo pasivo el Logos encarnado, sino que nos implicamos en la dinámica de su entrega». Él «nos atrae hacia sí». La conversión sustancial del pan y del vino en su Cuerpo y en su Sangre introduce en la creación el principio de un cambio radical, como una forma de « fisión nuclear », por usar una imagen bien conocida hoy por nosotros, que se produce en lo más íntimo del ser; un cambio destinado a suscitar un proceso de transformación de la realidad, cuyo término último será la transfiguración del mundo entero, el momento en que Dios será Todo para todos (cf. 1 Co 15,28).

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EL CAMINO DE MARIA . Edición número 672 para %EmailAddress%

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