EL CAMINO DE MARÍA

Cum Maria contemplemur Christi vultum!

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«Yo soy no sólo la Reina del Cielo, sino también la Madre de la Misericordia y tu Madre»

«Soy Madre de todos gracias a la  Misericordia de Dios»  

JESUS, CONFIO EN TI

"Ofrezco a los hombres un Recipiente con el que han de venir a la Fuente de la Misericordia para recoger gracias. Ese Recipiente es esta Imagen con la firma: JESÚS, EN TI CONFÍO" (Diario, 327).

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Newsletter 374

LA EUCARISTÍA, DON DE DIOS PARA LA VIDA DEL MUNDO

Domingo 6 de julio de 2008

Soy todo tuyo y todas mis cosas Te pertenecen. Te pongo al centro de mi vida. Dame tu Corazón, oh María.

  Soy todo tuyo, María
Madre de nuestro Redentor
Virgen Madre de Dios, Virgen piadosa. Madre del Salvador del mundo. Amen.

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Yo te elijo, hoy, Oh María, en presencia de toda la Corte Celestial, como mi Madre y mi Reina. Me consagro y me entrego como un esclavo, mi cuerpo y mi alma, mis bienes interiores y exteriores, y mis acciones pasadas, presentes y futuras, y te dejo el derecho absoluto para disponer de mí y de todo lo que me pertenece, sin excepción, según Tu voluntad para mayor Gloria de Dios y por toda la eternidad. Amén»

San Luis María Grignion de Montfort

Oh Dios Padre Misericordioso, que por mediación de Jesucristo, nuestro Redentor, y de su Madre, la Bienaventurada Virgen María, y la acción del Espíritu Santo, concediste a tu Siervo Juan Pablo II, Servus Servorum Dei,  la gracia de ser Pastor ejemplar en el servicio de la Iglesia peregrina, de los hijos e hijas de la Iglesia y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, haz que yo sepa también responder con fidelidad a las exigencias de la vocación cristiana, convirtiendo todos los momentos y circunstancias de mi vida en ocasión de amarte y de servir al Reino de Jesucristo. Te ruego que te dignes glorificar a tu Siervo Juan Pablo II, Servus Servorum Dei, y que me concedas por su intercesión el favor que te pido... (pídase).  A Tí, Padre Omnipotente, origen del cosmos y del hombre, por Cristo, el que vive, Señor del tiempo y de la historia, en el Espíritu Santo que santifica el universo, alabanza, honor y gloria ahora y por los siglos de los siglos. Amén.

Padrenuestro, Avemaría, Gloria.

25 de marzo al 25 de diciembre

Año Paulino

Junio 2008-2009

Clementísima Madre de Dios

¡Oh clementísima Virgen María, Madre de Dios,
Reina del Cielo,
Señora del mundo,
Júbilo de los santos,
Consuelo de los pecadores!
Atiende los gemidos de los arrepentidos; calma los deseo de los devotos;
socorre las necesidades de los enfermos; conforta los corazones de los atribulados; asiste a los agonizantes; protege contra los ataques de los demonios a tus siervos que te imploran; guía a los que te aman al premio de la eterna bienaventuranza,
en donde con Tu amantísimo Hijo Jesucristo
reinas felizmente por toda la eternidad. Amen.

Tomás de Kempis (Kempen, Colonia, 1380 - Amsterdam, 1471.  Monje católico, autor de la "Imitacion de Cristo"

 

«Mi Carne es verdadera comida, y Mi Sangre verdadera bebida; el que come Mi Carne, y bebe Mi Sangre, en Mí mora, y Yo en él.» (Jn 6, 56-57)

“Mane nobiscum, Domine!”

Como los dos discípulos del Evangelio, te imploramos.

Señor Jesús, ¡quédate con nosotros! 

Tú, divino Caminante, experto de nuestras calzadas y conocedor de nuestro corazón, no nos dejes prisioneros de las sombras de la noche. 

Ampáranos en el cansancio, perdona nuestros pecados, orienta nuestros pasos por la vía del bien. 

Bendice a los niños, a los jóvenes, a los ancianos, a las familias y particularmente a los enfermos. Bendice a los sacerdotes y a las personas consagradas. Bendice a toda la humanidad. 

En la Eucaristía te has hecho “remedio de inmortalidad”: danos el gusto de una vida plena, que nos ayude a caminar sobre esta tierra como peregrinos seguros y alegres, mirando siempre hacia la meta de la vida sin fin. 

Quédate con nosotros, Señor!

Quédate con nosotros! Amén.

ORACIÓN AL FINALIZAR LA HOMILÍA DURANTE LA CELEBRACIÓN DE LA SANTA MISA, ADORACIÓN Y BENDICIÓN EUCARÍSTICA CON OCASIÓN DEL COMIENZO DEL AÑO DE LA EUCARISTÍA .17 DE OCTUBRE DE 2004

 

Querido/a Suscriptor/a de "El Camino de María"

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Desde esta edición de El Camino de María, comenzaremos a enviarles  meditaciones sobre la Sagrada Eucaristía extraídas del Magisterio de la Iglesia en particular, y de los textos catequéticos escritos por el Siervo de Dios Juan Pablo II y el Santo Padre Benedicto XVI en particular.

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En el mes de Junio de 2008 se ha celebrado el Congreso Eucarístico Internacional en la ciudad de Quebec, y ha sido para la Iglesia un tiempo fuerte de oración y reflexión para celebrar el don de la Sagrada Eucaristía.

La Eucaristía nos recuerda la Pascua del Señor, es su “memorial”, cuyo sentido bíblico es no solamente recordar sino realizar la presencia del evento salvífico. El Congreso Eucarístico ha sido una ocasión privilegiada para honorar ese don de Dios al corazón de la vida cristiana y de acordarse de las raíces cristianas de muchos países que esperan una nueva evangelización.

El tema central del Congreso, aprobado por el papa Benedicto XVI , ha sido: La Eucaristía, don de Dios para la vida del mundo. Recordar el don de Dios, tiene una un importancia capital en nuestro tiempo, pues el mundo moderno conoce, en medio de los grandes avances técnicos, sobre todo en el plan de las comunicaciones, un vacío interior muy dramático experimentado como una ausencia de Dios. El hombre contemporáneo, fascinado por sus logros creadores, tiende, de hecho, a olvidar a su Creador y a establecerse como único dueño de su propio destino.

El gran riesgo del olvido del Creador es, sobre todo, que el hombre se encierre en sí mismo, en un egocentrismo que genere una incapacidad de amar y comprometerse de una forma sostenible, llevando a una frustración creciente de la aspiración universal al amor y a la libertad. Ya que el hombre, creado a la imagen de Dios y por la comunión con El, “no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás”. (Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et Spes, n. 24). La realización de su persona pasa por este don de sí mismo que significa apertura al otro, acogida y respeto de la vida.

La Sagrada Eucaristía contiene lo esencial de la respuesta cristiana al drama de un humanismo que ha perdido su referencia constitutiva a un Dios creador y salvador.

La Sagrada Eucaristía es la memoria de Dios en un evento de salvación. Memorial de la Muerte y de la Resurrección de Jesucristo, lleva al mundo el Evangelio de la paz definitiva, que sigue siendo, sin embargo, un objeto de esperanza en la vida presente. Al celebrar la Sagrada Eucaristía, en nombre de toda la humanidad redimida por Jesucristo, la Iglesia acoge el don prometido a Ella: “El Espíritu Santo, el Intérprete que el Padre les va a enviar en mi Nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que Yo les he dicho” (Jn 14, 26). Es Dios mismo quien se acuerda de su alianza con la humanidad y que se da como alimento de vida eterna.

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«El Señor Jesús, la noche en que fue entregado» (1 Co 11, 23), instituyó el Sacrificio eucarístico de su Cuerpo y de su Sangre. Las palabras del apóstol Pablo nos llevan a las circunstancias dramáticas en que nació la Eucaristía. En Ella está inscrito de forma indeleble el acontecimiento de la Pasión y Muerte del Señor. No sólo lo evoca sino que lo hace sacramentalmente presente. Es el Sacrificio de la Cruz que se perpetúa por los siglos. Esta verdad la expresan bien las palabras con las cuales, en el rito latino, el pueblo responde a la proclamación del «misterio de la fe» que hace el sacerdote: « Anunciamos tu muerte, Señor ».

La Iglesia ha recibido la Eucaristía de Cristo, su Señor, no sólo como un don entre otros muchos, aunque sea muy valioso, sino como el don por excelencia, porque es don de Sí mismo, de su Persona en su santa humanidad y, además, de su obra de salvación. Ésta no queda relegada al pasado, pues «todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos... ».

Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial de la Muerte y Resurrección de su Señor, se hace realmente presente este acontecimiento central de salvación y «se realiza la obra de nuestra redención». Este sacrificio es tan decisivo para la salvación del género humano, que Jesucristo lo ha realizado y ha vuelto al Padre sólo después de habernos dejado el medio para participar de Él, como si hubiéramos estado presentes. Así, todo fiel puede tomar parte en Él, obteniendo frutos inagotablemente. Ésta es la fe de la que han vivido a lo largo de los siglos las generaciones cristianas. Ésta es la fe que el Magisterio de la Iglesia ha reiterado continuamente con gozosa gratitud por tan inestimable don. Deseo, una vez más, llamar la atención sobre esta verdad, poniéndome con vosotros, mis queridos hermanos y hermanas, en adoración delante de este Misterio: Misterio grande, Misterio de Misericordia. ¿Qué más podía hacer Jesús por nosotros? Verdaderamente, en la Eucaristía nos muestra un Amor que llega «hasta el extremo» (Jn 13, 1), un Amor que no conoce medida. (Ecclesia de Eucharistia, 11)

Este aspecto de caridad universal del Sacramento eucarístico se funda en las palabras mismas del Salvador. Al instituirlo, no se limitó a decir «Éste es mi Cuerpo»,  «Esta copa es la Nueva Alianza en mi Sangre », sino que añadió «entregado por vosotros... derramada por vosotros » (Lc 22, 19-20). No afirmó solamente que lo que les daba de comer y beber era su Cuerpo y su Sangre, sino que manifestó su valor sacrificial, haciendo presente de modo sacramental su sacrificio, que cumpliría después en la Cruz algunas horas más tarde, para la salvación de todos. «La Misa es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que se perpetúa el sacrificio de la Cruz, y el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor».

La Iglesia vive continuamente del sacrificio redentor, y accede a él no solamente a través de un recuerdo lleno de fe, sino también en un contacto actual, puesto que este sacrificio se hace presente, perpetuándose sacramentalmente en cada comunidad que lo ofrece por manos del ministro consagrado. De este modo, la Eucaristía aplica a los hombres de hoy la reconciliación obtenida por Cristo una vez por todas para la humanidad de todos los tiempos. En efecto, « el sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio » Ya lo decía elocuentemente san Juan Crisóstomo: « Nosotros ofrecemos siempre el mismo Cordero, y no uno hoy y otro mañana, sino siempre el mismo. Por esta razón el sacrificio es siempre uno sólo [...]. También nosotros ofrecemos ahora aquella víctima, que se ofreció entonces y que jamás se consumirá »

La Misa hace presente el sacrificio de la Cruz, no se le añade y no lo multiplica. Lo que se repite es su celebración memorial (memorialis demonstratio), por la cual el único y definitivo Sacrificio Redentor de Cristo se actualiza siempre en el tiempo. La naturaleza sacrificial del Misterio eucarístico no puede ser entendida, por tanto, como algo aparte, independiente de la Cruz o con una referencia solamente indirecta al sacrificio del Calvario. (Ecclesia de Eucharistia, 12)

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"...Hagamos nuestros los sentimientos de Santo Tomás de Aquino, teólogo eximio y, al mismo tiempo, cantor apasionado de Cristo eucarístico, y dejemos que nuestro ánimo se abra también en esperanza a la contemplación de la meta, a la cual aspira el corazón, sediento como está de alegría y de paz."  (Juan Pablo II. Conclusión de la Encíclica Ecclesia de Eucharistia)

“Buen pastor, pan verdadero,
o Jesús, piedad de nosotros:
nútrenos y defiéndenos,
llévanos a los bienes eternos
en la tierra de los vivos.

Tú que todo lo sabes y puedes,
que nos alimentas en la tierra,
conduce a tus hermanos
a la mesa del Cielo
a la alegría de tus santos”.

HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI 

LA EUCARISTÍA, DON DE DIOS

 PARA LA VIDA DEL MUNDO

          

HOMILÍA EN LA SANTA MISA DE CLAUSURA DEL 49° CONGRESO EUCARÍSTICO INTERNACIONAL CELEBRADO EN QUEBEC (CANADÁ)

Domingo 22 de junio de 2008

LA EUCARISTÍA, DON DE DIOS PARA LA VIDA DEL MUNDO

 

Queridos hermanos y hermanas: 

Mientras estáis reunidos con motivo del 49° Congreso Eucarístico Internacional, me alegra unirme a vosotros a través de la televisión, asociándome así a vuestra oración. Ante todo deseo saludar al señor cardenal Marc Ouellet, arzobispo de Quebec, y al señor cardenal Jozef Tomko, enviado especial al Congreso, así como a todos los cardenales y obispos presentes (...).

El tema elegido para este nuevo Congreso eucarístico internacional es:  "La Eucaristía, don de Dios para la vida del mundo". La Eucaristía es nuestro tesoro más valioso. Es el Sacramento por excelencia; nos introduce anticipadamente en la vida eterna; contiene todo el misterio  de nuestra salvación; y es la fuente y la cumbre de la acción y de la vida de la Iglesia, como recuerda el Concilio Vaticano II (cf. Sacrosanctum Concilium, 8).

Por tanto, es sumamente importante que los pastores y los fieles se comprometan constantemente a profundizar en este gran Sacramento. Así, cada uno podrá fortalecer su fe y cumplir cada vez mejor su misión en la Iglesia y en el mundo, recordando que la Eucaristía conlleva la fecundidad en su vida personal, así como en la vida de la Iglesia y del mundo. El Espíritu de Verdad da testimonio en vuestro corazón; también vosotros dad testimonio de Cristo ante los hombres, como reza la antífona del Aleluya de esta misa.

Por consiguiente, la participación en la Eucaristía no nos aleja de nuestros contemporáneos; al contrario, dado que es la expresión por excelencia del Amor de Dios, nos invita a comprometernos con todos nuestros hermanos para afrontar los desafíos actuales y para hacer de la tierra un lugar en que se viva bien. Por eso, debemos luchar sin cesar para que se respete a toda persona desde su concepción hasta su muerte natural; para que nuestras sociedades ricas acojan a los más pobres y reconozcan toda su dignidad; para que cada persona pueda alimentarse y mantener a su familia; y para que en todos los continentes reinen la paz y la justicia. Estos son algunos de los desafíos que han de movilizar a todos nuestros contemporáneos:  para afrontarlos, los cristianos deben encontrar la fuerza en el misterio eucarístico.

"Misterio de la fe":  es lo que proclamamos en cada Misa. Deseo que todos se esfuercen por estudiar este gran misterio, especialmente releyendo y profundizando, individual y colectivamente, en el texto del Concilio sobre la liturgia, la constitución Sacrosanctum Concilium, con el fin de testimoniar con valentía ese misterio. De este modo, cada persona logrará entender mejor el sentido de cada aspecto de la Eucaristía, comprendiendo su profundidad y viviéndola cada vez con mayor intensidad.

Cada frase, cada gesto tiene su sentido, y entraña un misterio. Espero sinceramente que este Congreso impulse a todos los fieles a comprometerse igualmente en una renovación de la catequesis eucarística, de modo que ellos mismos adquieran una auténtica conciencia eucarística y, a su vez, enseñen a los niños y a los jóvenes a reconocer el misterio central de la fe y a construir su vida en torno a él. Exhorto de manera especial a los sacerdotes a rendir el debido honor al rito eucarístico y pido a todos los fieles que, en la acción eucarística, respeten la función de cada persona, tanto del sacerdote como de los laicos. La liturgia no nos pertenece a nosotros:  es el tesoro de la Iglesia.

La recepción de la Eucaristía, la adoración del Santísimo Sacramento —con Ella queremos profundizar nuestra comunión, prepararnos para Ella y prolongarla— nos permite entrar en comunión con Cristo, y a través de Él, con toda la Trinidad, para llegar a ser lo que recibimos y para vivir en comunión con la Iglesia. Al recibir el Cuerpo de Cristo recibimos la fuerza "para la unidad con Dios y con los demás" (cf. san Cirilo de Alejandría, In Ioannis Evangelium, 11, 11; cf. san Agustín, Sermo 577).

No debemos olvidar nunca que la Iglesia está construida en torno a Cristo y que, como dijeron San Agustín, Santo Tomás de Aquino y San Alberto Magno, siguiendo a San Pablo (cf. 1 Co 10, 17), la Eucaristía es el Sacramento de la unidad de la Iglesia, porque todos formamos un solo cuerpo, cuya Cabeza es el Señor. Debemos recordar siempre la Última Cena del Jueves Santo, donde recibimos la prenda del misterio de nuestra redención en la Cruz. La Última Cena es el lugar donde nació la Iglesia, el seno donde se encuentra la Iglesia de todos los tiempos. En la Eucaristía se renueva continuamente el Sacrificio de Cristo, se renueva continuamente Pentecostés. Ojalá que todos toméis cada vez mayor conciencia de la importancia de la Eucaristía dominical, porque el Domingo, el primer día de la semana, es el día en que honramos a Cristo, el día en que recibimos la fuerza para vivir diariamente el don de Dios.

También deseo invitar a los pastores y a los fieles a prestar atención renovada a su preparación para recibir la Eucaristía. A pesar de nuestra debilidad y nuestro pecado, Cristo quiere habitar en nosotros. Por eso, debemos hacer todo lo posible para recibirlo con un corazón puro, recuperando sin cesar, mediante el sacramento del perdón, la pureza que el pecado mancilló, "poniendo nuestra alma de acuerdo con nuestra voz" según la invitación del Concilio (cf. Sacrosanctum Concilium, 11). De hecho, el pecado, sobre todo el pecado grave, se opone a la acción de la gracia eucarística en nosotros. Por otra parte, los que no pueden comulgar debido a su situación, de todos modos encontrarán en una comunión de deseo y en la participación en la Eucaristía una fuerza y una eficacia salvadora.

La Eucaristía ocupa un lugar muy especial en la vida de los santos (...) Seguid su ejemplo. Como ellos, no tengáis miedo. Dios os acompaña y os protege. Haced que cada día sea una ofrenda a la gloria de Dios Padre y participad en la construcción del mundo, recordando con sano orgullo vuestra herencia religiosa y su arraigo social y cultural, y esforzándoos por difundir en vuestro entorno los valores morales y espirituales que nos vienen del Señor.

La Eucaristía no es sólo un banquete entre amigos. Es misterio de alianza. "Las plegarias y los ritos del sacrificio eucarístico hacen revivir continuamente ante los ojos de nuestra alma, siguiendo el ciclo litúrgico, toda la historia de la salvación, y nos ayudan a penetrar cada vez más en su significado" (Santa Teresa Benedicta de la Cruz, [Edith Stein], Wege zur inneren Stille, Aschaffenburg 1987, p. 67). Estamos llamados a entrar en este misterio de alianza modelando cada vez más nuestra vida según el don recibido en la Eucaristía.

La Eucaristía, como recuerda el concilio Vaticano II, tiene un carácter sagrado:  "Toda celebración litúrgica, como obra de Cristo Sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es la acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no iguala ninguna otra acción de la Iglesia" (Sacrosanctum Concilium, 7). En cierto sentido, es una "liturgia celestial", anticipación del Banquete en el Reino Eterno, al anunciar la Muerte y la Resurrección de Cristo, "hasta que vuelva" (1 Co 11, 26).

A fin de que al pueblo de Dios no le falten nunca ministros para darle el Cuerpo de Cristo, debemos pedir al Señor que otorgue a su Iglesia el don de nuevos sacerdotes. Os invito también a transmitir la llamada al sacerdocio a los jóvenes, para que acepten con alegría y sin miedo responder a Cristo. No quedarán defraudados. Que las familias sean el lugar principal y la cuna de las vocaciones (...)

Encomendándoos a la intercesión de Nuestra Señora, de Santa Ana, patrona de Quebec, y de todos los santos de vuestra tierra, os imparto a todos una afectuosa bendición apostólica, y a todas  las personas presentes, que han acudido de los diferentes países del mundo.

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