Cum
Maria contemplemur Christi vultum!
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Nuestra Señora a Santa
Brígida
"Miro a todos los que viven en el
mundo para ver si hay quien se compadezca de Mí y medite mi
dolor, mas hallo poquísimos que piensen en mi tribulación y
padecimientos. Por eso tú, hija mía, no te olvides de Mí que soy
olvidada y menospreciada por muchos. Mira mi dolor e imítame en
lo que pudieres. Considera mis angustias y mis lágrimas y
duélete de que sean tan pocos los amigos de Dios"
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Edición
609
EL SANTÍSIMO NOMBRE DE MARÍA
12 de septiembre de 2011
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LA EXALTACIÓN DE LA SANTA
CRUZ
14 de septiembre de 2011
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VIRGEN DE LOS DOLORES
15 de septiembre de 2011
Soy todo tuyo y todas mis cosas Te
pertenecen. Te pongo al centro de mi vida. Dame tu Corazón, oh María.
Soy
todo tuyo, María
Madre de nuestro Redentor
Virgen Madre de Dios, Virgen piadosa. Madre del Salvador del mundo.
Amen.
VIRGEN DE LOS DOLORES
15 de
septiembre
de
2011
LOS 7
DOLORES
DE LA VIRGEN MARÍA
1.LA
PROFECÍA DE SIMEÓN EN LA PRESENTACIÓN DEL NIÑO JESÚS EN EL
TEMPLO.
Lucas 2: 25-35.
2.LA
HUÍDA A EGIPTO CON JESÚS Y JOSÉ.
Mateo 2:
13-15.
3.EL
NIÑO JESÚS PERDIDO Y HALLADO EN EL TEMPLO.
Lucas
2: 41-50.
4,EL
ENCUENTRO DE MARÍA CON CRISTO EN EL CAMINO DEL CALVARIO .
Via Crucis -
IV Estación.
5.LA
CRUCIFIXIÓN Y MUERTE DE JESÚS
Juan
19: 25-30.
6.JESÚS ES DESCENDIDO DE LA CRUZ Y DESCANSA EN EL REGAZO
DE SU MADRE.
Marcos 15, 42-46
7JESÚS ES COLOCADO EN EL
SEPULCRO LA SOLEDAD DE LA VIRGEN MARÍA
Juan 19, 38-42
25 de
marzo al 25 de diciembre
VIA MATRIS
Contemplación y meditación de los 7 Dolores de la
Virgen Santísima
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"¡Oh santa Madre
verdaderamente una espada ha traspasado tu alma!... Hasta tal
punto la violencia del dolor ha traspasado tu alma, que con
razón te podemos llamar más que mártir, porque en Ti la
participación en la Pasión del Hijo superó con mucho en
intensidad los sufrimientos físicos del martirio"
(San
Bernardo . Sermón en el Domingo dentro de la octava de la
Asunción, 14: PL 183, 437-438).
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La
Santísima Virgen María manifestó a Santa Brígida que
concedía 7 gracias a quienes diariamente le honrasen
considerando sus lágrimas y dolores y rezando siete
Avemarías:
1.Pondré paz en sus familias.
2.Serán iluminados en los Divinos Misterios.
3.Los consolaré en sus penas y acompañaré en sus
trabajos.
4.Les daré cuanto me pidan, con tal que no se oponga a
la voluntad adorable de mi Hijo y a la santificación de
sus almas.
5.Los defenderé en los combates espirituales con el
enemigo infernal, y protegeré en todos los instantes de
su vida.
6.Los asistiré visiblemente en el momento de su muerte:
verán el rostro de su Madre.
7.He
conseguido de mi Divino Hijo que las almas que propaguen
esta devoción a mis lágrimas y dolores sean trasladadas
de esta vida terrenal a la felicidad eterna directamente,
pues serán borrados todos sus pecados, y mi Hijo y Yo
seremos su consolación y alegría.
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Querido/a Suscriptor/a de
"El Camino de María"
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Según costumbre de los judíos,
ocho días después del nacimiento de la Virgen, sus padres le
impusieron el Nombre de María. La liturgia, que ha fijado
algunos días después de la Navidad la fiesta del
Santísimo Nombre de
Jesús, ha querido instituir también la fiesta del
Santísimo Nombre de María cuatro días después de su Natividad.
El nombre hebreo de María, en
latín Domina, significa Señora o Soberana;
y eso es Ella en realidad por la autoridad misma de su Hijo,
soberano Señor de todo el universo. Gocémonos en llamar a María
Nuestra Señora, como llamamos a Jesús Nuestro Señor; pronunciar
su Nombre es afirmar su poder, implorar su ayuda y ponernos bajo
su maternal protección
En su libro "Las Glorias de
María", San Alfonso María de Ligorio escribe:
"Aprovechemos
siempre el hermoso consejo de San Bernardo: "En los
peligros, en las angustias, en las dudas, invoca a María. Que no
se te caiga de los labios, que no se te quite del corazón".
En todos los peligros de perder la gracia divina, pensemos en
María, invoquemos a María junto con el Nombre de Jesús, que
siempre han de ir estos nombres inseparablemente unidos. No se
aparten jamás de nuestro corazón y de nuestros labios estos
Nombres tan dulces y poderosos, porque estos Nombres nos darán
la fuerza para no ceder nunca jamás ante las tentaciones y para
vencerlas todas. Son maravillosas las gracias prometidas por
Jesucristo a los devotos del Nombre de María, como lo dio a
entender a Santa Brígida hablando con su Madre Santísima,
revelándole que "quien invoque el Nombre de María con
confianza y propósito de la enmienda, recibirá estas gracias
especiales: un perfecto dolor de sus pecados, expiarlos cual
conviene, la fortaleza para alcanzar la perfección y al fin la
gloria del paraíso". Porque, añadió el divino Salvador,
"son para Mí tan dulces y queridas tus palabras, oh María,
que no puedo negarte lo que me pides."
En suma, llega a decir San Efrén, que el Nombre de María es la
llave que abre la Puerta del Cielo a quien lo invoca con
devoción. Por eso tiene razón San Buenaventura al llamar a María "salvación de todos los que la invocan", como si fuera lo
mismo invocar el Nombre de María que obtener la salvación
eterna. Por tanto, concluye Tomás de Kempis: "Si buscáis,
hermanos míos, ser consolados en todos vuestros trabajos,
recurrid a María, invocad a María, obsequiad a María,
encomendaos a María. Disfrutad con María, llorad con María,
caminad con María, y con María buscad a Jesús. Finalmente desead
vivir y morir con Jesús y María. Haciéndolo así siempre iréis
adelante en los caminos del Señor, ya que María, gustosa rezará
por vosotros, y el Hijo ciertamente atenderá a la Madre."
INVOCACIONES AL SANTÍSIMO NOMBRE DE MARÍA
Madre
mía amantísima, en todos los instantes de mi vida,
acuérdate de mí, miserable pecador. Avemaría.
Acueducto
de las divinas gracias, concédeme abundancia de lágrimas
para llorar mis pecados. Avemaría.
Reina
del Cielo y de la tierra, sé mi amparo y defensa en las
tentaciones de mis enemigos. Avemaría.
Inmaculada
hija de Joaquín y Ana, alcánzame de tu Santísimo Hijo las
gracias que necesito para mi salvación. Avemaría.
Abogada
y Refugio de los pecadores, asísteme en el trance de mi
muerte y ábreme las puertas del Cielo. Avemaría.
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El miércoles 14 y jueves 15 de
septiembre
la
Iglesia nos presenta dos celebraciones litúrgicas que nos
invitan a realizar una peregrinación espiritual hasta el
Calvario: la Exaltación de la Santa Cruz y
la Virgen de los Dolores.
Ambas nos
invitan a unirnos a la
Virgen María en la contemplación del misterio de la Santa
Cruz.
El 14 de septiembre del año 628, el
emperador Heraclio rescató la Santa Cruz de manos de los
Persas, que se la habían robado de Jerusalén. La
Santa Cruz (para evitar nuevos robos) fue partida en
varios pedazos. Uno fue llevado a Roma, otro a Constantinopla,
un tercero se dejó en un hermoso cofre de plata en Jerusalén.
Otro se partió en pequeñísimas astillas para repartirlas en
diversas iglesias del mundo entero, que se llamaron "Veracruz"
(Verdadera Cruz).
La memoria de la Virgen
de los Dolores nos recuerda los dolores que sufrió la
Madre de Jesús, sobre todo el día de la Pasión y Muerte de su
Hijo, dolores que fueron profetizados por el anciano Simeón,
cuando en el templo de Jerusalén dijo a María que una espada le
traspasaría el corazón. La piedad popular ha representado a la
Virgen Dolorosa con un corazón traspasado por siete
espadas que simbolizan otros tantos dolores de María (hasta hace
pocos años, esta conmemoración se denominaba "Los siete
dolores de la Virgen María"). El tema de los dolores de la
Madre de Jesús ha sido, en el correr de los siglos, fuente de
inspiración para el arte cristiano. Pinturas y esculturas,
poesías y cánticos tienen como motivo los dolores de la Virgen.
Entre ellos sobresale la antífona "Stabat Mater",
que ha inspirado a grandes maestros de la música.
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El Beato Juan Pablo II expresó en la meditación antes del rezo del
Ángelus del Domingo 15 de septiembre de 1991:
"Stabat Mater dolorosa...".
Hoy, 15 de septiembre en el calendario litúrgico se
celebra la memoria de los dolores de la Santísima Virgen
María. Esta fiesta fue precedida por la de la Exaltación de la
Santa Cruz que celebramos ayer.
¡Qué desconcertante
es el misterio de la Cruz! Después de haber meditado
largamente en él San Pablo escribió a los cristianos de
Galacia "En cuanto a mí, ¡Dios me libre de gloriarme si no
es en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el
mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el
mundo" (Ga 6, 14).
También la Santísima
Virgen podría haber repetido —¡y con mayor verdad!— esas
mismas palabras. Contemplando a su Hijo moribundo en el
Calvario había comprendido que la "gloria" de su maternidad
divina alcanzaba en aquel momento su ápice, participando
directamente en la obra de la Redención. Además, había
comprendido que a partir de aquel momento el dolor humano,
hecho suyo por el Hijo Crucificado, adquiría un valor
inestimable.
Hoy, por tanto,
la Virgen de los Dolores, firme junto a la Cruz, con la
elocuencia muda del ejemplo, nos habla del significado del
sufrimiento en el Plan Divino de la Redención.
Ella fue la primera
que supo y quiso participar en el misterio salvífico
"asociándose con entrañas de madre a su sacrificio
consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que
Ella misma había engendrado" (Lumen
gentium
58). Íntimamente enriquecida por
esta experiencia inefable, se acerca a quien sufre, lo toma de
la mano y lo invita a subir con Ella al Calvario y a detenerse
ante el Crucificado.
En aquel cuerpo
martirizado está la única respuesta convincente para
las preguntas que se elevan imperiosamente desde el corazón. Y
con la respuesta se recibe también la fuerza necesaria para
desempeñar el propio papel en la lucha que —como escribí en la
carta apostólica
Salvifici doloris—
opone las fuerzas del bien a las del mal (cf. n. 27). Y
agregué: "Los que participan en los sufrimientos de Cristo
conservan en sus sufrimientos una especialísima partícula del
tesoro infinito de la redención del mundo, y pueden compartir
este tesoro con los demás" (ib.)
Pidamos a la
Virgen de los Dolores que alimente en nosotros la firmeza de
la fe y el ardor de la caridad, de forma que llevemos con
valor nuestra cruz cada día (cf. Lc 9, 23) y así
participemos eficazmente en la obra de la redención. "Fac
ut ardeat cor meum", "¡haz que, amando a Cristo, se inflame mi
corazón, para que pueda agradarle!" Amén.
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María,
Madre de Misericordia,
cuida de todos para que no se haga
inútil
la Cruz de Cristo,
para que el hombre
no pierda el camino del bien,
no pierda la conciencia del pecado
y crezca en la esperanza en Dios,
«rico en Misericordia» (Ef 2,
4),
para que haga libremente las buenas
obras
que Él le asignó (cf. Ef 2, 10)
y, de esta manera, toda su vida
sea «un himno a su gloria» (Ef 1,
12).
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