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Cum
Maria contemplemur Christi vultum!
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Si
dijeses basta, estás perdido. Ve siempre a más, camina siempre, progresa
siempre. No permanezcas en el mismo sitio, no retrocedas, no te desvíes
(San Agustín, Sermo 169, 15)
"Ofrezco a los hombres
un Recipiente con el que han de venir a la Fuente de la Misericordia
para recoger gracias. Ese Recipiente es esta Imagen con la firma:
JESÚS, EN TI CONFÍO"
Misericordia Divina,
que brota del seno del Padre, en Ti confío.
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Himno
“Audi benigne Conditor”
Oh Creador,
Tú conoces el corazón del hombre,
comprendes nuestras lágrimas y el clamor de nuestra plegaria.
En este santo ayuno cuaresmal, condúcenos al desierto, purifícanos.
En tu ternura, Señor, escrutas nuestros corazones, conoces la debilidad de
todas nuestras fuerzas, da, a todo el que vuelve a Ti, el perdón y la
gracia de tu Amor.
Sí,hemos pecado contra Ti:
perdona a los que lloran y confiesan tu Nombre.
Para alabanza de tu gloria,
inclínate sobre nuestras heridas, Señor, y sánanos.
Que la abstinencia libere nuestro cuerpo, que tu gracia lo ilumine en este
tu Cuerpo de Luz.
Que nuestro espíritu se vuelva sobrio, que evite todo mal y todo pecado.
Te rogamos, Santísima Trinidad, que nos conduzcas hasta los goces de las
fiestas pascuales. y veremos a Cristo elevarse, de entre los muertos,
glorioso y viviente.
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Confieso
mi culpa ante Ti: he seguido mi propio camino, me alejé de Ti; te abandoné
siendo así que Contigo estaba bien; y, si ha sido doloroso para mí el
haber estado sin Ti, ha sido para mi bien. Porque si me hubiera encontrado
bien sin Ti, posiblemente no hubiera querido regresar a Ti. (San Agustín)
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Edición
578
Tiempo de
Cuaresma
Semana V
Quinto
Domingo
10 de abril
de 2001


Soy
todo tuyo y todas mis cosas Te pertenecen. Te pongo al centro de mi vida.
Dame tu Corazón, oh María.
Soy
todo tuyo, María
Madre de nuestro Redentor
Virgen Madre de Dios, Virgen piadosa. Madre del Salvador del mundo. Amen.



Oh Dios Padre Misericordioso, que por mediación de
Jesucristo, nuestro Redentor, y de su Madre, la Bienaventurada Virgen
María, y la acción del Espíritu Santo, concediste al Beato Juan Pablo II
la gracia de ser Pastor ejemplar en el servicio de la Iglesia peregrina,
de los hijos e hijas de la Iglesia y de todos los hombres y mujeres de
buena voluntad, haz que yo sepa también responder con fidelidad a las
exigencias de la vocación cristiana, convirtiendo todos los momentos y
circunstancias de mi vida en ocasión de amarte y de servir al Reino de
Jesucristo. Te ruego que me concedas por su intercesión el favor que te
pido (...) (pídase).
A Tí, Padre Omnipotente, origen del cosmos y del
hombre, por Cristo, el que vive, Señor del tiempo y de la historia, en
el Espíritu Santo que santifica el universo, alabanza, honor y gloria
ahora y por los siglos de los siglos. Amén.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria

VIA MATRIS
Contemplación y meditación de
los 7 Dolores de la Virgen Santísima
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Queridos
Suscriptores de "El Camino de María"
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Desde el
Domingo III de Cuaresma, hemos entrado en el corazón
de este particular tiempo de conversión y de renovación
espiritual, que nos llevará hasta Pascua. El tercer,
cuarto y quinto domingo de Cuaresma forman un
estimulante itinerario bautismal que se remonta a los
primeros siglos del cristianismo, cuando por norma se
administraban los Bautismos durante la Vigilia pascual.
Los «catecúmenos», después de unos tres años de
catequesis bien estructurada, en las últimas semanas de
Cuaresma recorrían las etapas finales de su camino,
recibiendo simbólicamente el «Credo», el «Padrenuestro»
y el «Evangelio». Por este motivo todavía hoy la
liturgia de estos domingos se caracteriza por tres
textos del Evangelio de Juan, que son propuestos según
un esquema antiquísimo: a) Jesús promete a la
Samaritana el agua viva, b) Jesús vuelve a dar la vista
al ciego de nacimiento, c) Jesús resucita de la tumba
a su amigo Lázaro. Queda así clara la perspectiva
del Bautismo: a través del agua, símbolo del Espíritu
Santo, el creyente recibe la Luz y renace en la fe a una
vida nueva y eterna.
En el
Evangelio del Domingo de la 5ª semana de Cuaresma leemos
el relato de uno de los signos del Amor de Dios: Cristo con una palabra restituyó la vida física a
Lázaro. Anteriormente lo había hecho con el hijo de
la viuda de Naín y con la hija de Jairo. Otros signos de
Su Amor misericordioso fueron devolver la vida
espiritual a Zaqueo, a María Magdalena, a la adúltera y
a cuantos supieron reconocer su presencia salvadora.
En la descripción cuidadosa de este episodio se pone
de relieve que Jesús resucitó a su amigo Lázaro con el
propio poder y en unión estrechísima con el Padre.
Aquí hallan su confirmación las palabras de Jesús:
"Mi Padre sigue obrando todavía, y por eso obro Yo
también" (Jn 5,17), y tiene una demostración,
que se puede decir preventiva, lo que Jesús dirá en el
Cenáculo, durante la conversación con los Apóstoles en
la última Cena, sobre sus relaciones con el Padre y, más
aún, sobre su identidad sustancial con El.

El
Santo Padre Benedicto XVI hizo la siguiente
meditación antes del rezo del Ángelus del Domingo 9
de marzo de 2008.
En nuestro itinerario de Cuaresma hemos llegado al V
Domingo, caracterizado por el Evangelio de la
resurrección de Lázaro (Juan 11, 1-45). Se trata del
último gran «signo» realizado por Jesús, tras el
cual los sumos sacerdotes reunieron al Sanedrín y
decidieron matar incluso al mismo Lázaro, que era la
prueba viviente de la divinidad de Cristo, Señor de
la vida y de la muerte.
En realidad, esta página del Evangelio muestra a
Jesús como verdadero Hombre y verdadero Dios. Ante
todo, el evangelista insiste en su amistad con
Lázaro y con las hermanas Marta y María. Subraya que
Jesús les amaba (Cf. Juan 11, 5), y por este motivo
quiso realizar el gran milagro. «Nuestro amigo
Lázaro duerme; pero voy a despertarle» (Juan
11, 11), dijo a sus discípulos, expresando con la
metáfora del sueño el punto de vista de Dios sobre
la muerte física: Dios la ve como un sueño, del que
se puede despertar. Jesús demostró un poder
absoluto ante esta muerte: puede verse cuando
devolvió la vida al joven hijo de la viuda de Naím
(Cf. Lucas 7, 11-17) y a la niña de doce años (Cf.
Marcos 5, 35-43). De ella dijo precisamente:
«No ha muerto; está dormida» (Marcos 5,39),
provocando burlas entre los presentes. Pero es
precisamente así: la muerte del cuerpo es un
sueño del que Dios nos puede despertar en cualquier
momento.
Este señorío sobre la muerte no impidió a Jesús
experimentar sincera "com-pasión" por el dolor de la
lejanía. Viendo llorar a Marta y María y a cuantos
habían venido a consolarle, también Jesús «se
conmovió interiormente, se turbó» y «se echó
a llorar» (Juan 11, 33.35). El Corazón de Cristo
es divino-humano: en Él, Dios y Hombre se han
encontrado perfectamente, sin separación y sin
confusión. Él es la imagen, más aún, la Encarnación
del Dios que es Amor, Misericordia, ternura paterna
y maternal, del Dios que es Vida. Por este motivo
declaró solemnemente a Marta: «Yo soy la
Resurrección, el que cree en Mí, aunque muera,
vivirá; y todo el que vive y cree en Mí, no morirá
jamás». Y añadió: «¿Crees esto?»
(Juan 11, 25-26).
Una pregunta que Jesús nos dirige a cada uno de
nosotros; una pregunta que ciertamente nos supera,
supera nuestra capacidad de comprensión y nos pide
que nos encomendemos a Él como Él se encomendó a su
Padre.
La respuesta de Marta es ejemplar: «Sí, Señor, yo
creo que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que
iba a venir al mundo» (Juan 11, 27). Sí, ¡Señor!
Nosotros también creemos, a pesar de nuestras dudas
y de nuestras oscuridades; creemos en Ti, porque Tú
tienes palabras de vida eterna; queremos creer en
Ti, que nos das una esperanza confiable de vida más
allá de la vida, de vida auténtica y llena en tu
Reino de luz y de paz.
Encomendamos nuestra oración a María Santísima. Que
su intercesión refuerce nuestra fe y nuestra
esperanza en Jesús, especialmente en los momentos de
mayor prueba y dificultad."

"¡Queridos hijos, de manera especial, hoy deseo
invitaros a la conversión. Que a partir de hoy
comience una vida nueva en vuestro corazón. Hijitos,
deseo ver vuestro “sí” y que vuestra vida sea el
vivir con alegría la Voluntad de Dios en cada
momento de vuestra vida. Hoy, de manera especial, Yo
os bendigo con mi bendición maternal de paz, de amor
y de unidad en mi Corazón y en el Corazón de mi Hijo
Jesús. ¡Gracias por haber respondido a mi llamada!"
Nuestra Señora
Reina de la Paz en Medjugorge. 25/3/2011
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