
Cum
Maria contemplemur Christi vultum!
¯¯¯
Si
dijeses basta, estás perdido. Ve siempre a más, camina siempre, progresa
siempre. No permanezcas en el mismo sitio, no retrocedas, no te desvíes
(San Agustín, Sermo 169, 15)
"Ofrezco a los hombres
un Recipiente con el que han de venir a la Fuente de la Misericordia
para recoger gracias. Ese Recipiente es esta Imagen con la firma:
JESÚS, EN TI CONFÍO"
Misericordia Divina,
que brota del seno del Padre, en Ti confío.
¯¯¯
Himno
“Audi benigne Conditor”
Oh Creador,
Tú conoces el corazón del hombre,
comprendes nuestras lágrimas y el clamor de nuestra plegaria.
En este santo ayuno cuaresmal, condúcenos al desierto, purifícanos.
En tu ternura, Señor, escrutas nuestros corazones, conoces la debilidad de
todas nuestras fuerzas, da, a todo el que vuelve a Ti, el perdón y la
gracia de tu Amor.
Sí,hemos pecado contra Ti:
perdona a los que lloran y confiesan tu Nombre.
Para alabanza de tu gloria,
inclínate sobre nuestras heridas, Señor, y sánanos.
Que la abstinencia libere nuestro cuerpo, que tu gracia lo ilumine en este
tu Cuerpo de Luz.
Que nuestro espíritu se vuelva sobrio, que evite todo mal y todo pecado.
Te rogamos, Santísima Trinidad, que nos conduzcas hasta los goces de las
fiestas pascuales. y veremos a Cristo elevarse, de entre los muertos,
glorioso y viviente.
¯¯¯
Confieso
mi culpa ante Ti: he seguido mi propio camino, me alejé de Ti; te abandoné
siendo así que Contigo estaba bien; y, si ha sido doloroso para mí el
haber estado sin Ti, ha sido para mi bien. Porque si me hubiera encontrado
bien sin Ti, posiblemente no hubiera querido regresar a Ti. (San Agustín)
¯¯¯
Edición
348
Tiempo de
Cuaresma
Semana V
Quinto
Domingo
9 de marzo
de 2008


Soy
todo tuyo y todas mis cosas Te pertenecen. Te pongo al centro de mi vida.
Dame tu Corazón, oh María.
Soy
todo tuyo, María
Madre de nuestro Redentor
Virgen Madre de Dios, Virgen piadosa. Madre del Salvador del mundo. Amen

Santa María,
Madre del Señor, has permanecido fiel cuando los discípulos huyeron. Al
igual que creíste cuando el ángel te anunció lo que parecía increíble
–que serías la Madre del Altísimo– también has creído en el momento de
su mayor humillación. Por eso, en la hora de la Cruz, en la hora de la
noche más oscura del mundo, te has convertido en la Madre de los
creyentes, Madre de la Iglesia. Te rogamos que nos enseñes a creer y
nos ayudes para que la fe nos impulse a servir y dar muestras de un amor
que socorre y sabe compartir el sufrimiento.
(Benedicto XVI . ORACIÓN Cuarta Estación Via
Crucis en el Coliseo 2005.)
.




Oh Dios Padre
Misericordioso,
que por
mediación de Jesucristo, nuestro Redentor, y de su Madre, la
Bienaventurada Virgen María, y la acción del Espíritu Santo,
concediste a tu Siervo Juan Pablo II, Servus Servorum Dei,
la gracia de ser Pastor ejemplar en el servicio de la Iglesia peregrina,
de los hijos e hijas de la Iglesia y de todos los hombres y mujeres
de buena voluntad, haz que yo sepa también responder con fidelidad
a las exigencias de la vocación cristiana, convirtiendo todos los
momentos y circunstancias de mi vida en ocasión de amarte y de servir
al Reino de Jesucristo. Te ruego que te dignes glorificar a tu Siervo
Juan Pablo II, Servus Servorum Dei, y que me concedas por su
intercesión el favor que te pido... (pídase). A Tí,
Padre Omnipotente, origen del cosmos y del hombre, por Cristo, el que
vive, Señor del tiempo y de la historia, en el Espíritu Santo que
santifica el universo, alabanza, honor y gloria ahora y por los siglos
de los siglos. Amén.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
|


LOS
MILAGROS: UN LLAMADO A LA FE
Audiencia
general del miércoles, 16de diciembre
de 1987
Los "milagros y los signos" que
Jesús realizaba para confirmar su misión mesiánica y la venida del reino de
Dios, están ordenados y estrechamente ligados a la llamada a la fe. Esta
llamada con relación al milagro tiene dos formas: la fe precede al milagro,
más aún, es condición para que se realice; la fe constituye un efecto del
milagro, bien porque el milagro mismo la provoca en el alma de quienes lo han
recibido, bien porque han sido testigos de él (...)
Jesús subraya
más de una vez que los milagros que El realiza están vinculados a la fe.
"Tu fe te ha curado", dice a la mujer que padecía hemorragias desde
hacia doce años y que, acercándose por detrás le había tocado el borde de su
manto, quedando sana (cfr. Mt 9, 20-22; Lc 8, 48; Mc 5, 34). Palabras semejantes
pronuncia Jesús mientras cura al ciego Bartimeo, que, a la salida de Jericó,
pedía con insistencia su ayuda gritando: "¡Hijo de David, Jesús, ten piedad
de mi!" (cfr. Mc 10, 46-52). Según Marcos: "Anda, tu fe te ha salvado"
le responde Jesús. Y Lucas precisa la respuesta: "Ve, tu fe te ha hecho
salvo" (Lc 18,42).
Una declaración
idéntica hace al Samaritano curado de la lepra (Lc 17, 19). Mientras a los otros
dos ciegos que invocan a volver a ver, Jesús les pregunta: "«¿Creéis que
puedo yo hacer esto?». «Sí, Señor»... «Hágase en vosotros,
según vuestra fe»" (Mt 9, 28-29).
Impresiona de
manera particular el episodio de la mujer cananea que no cesaba de pedir a ayuda
de Jesús para su hija "atormentada cruelmente por un demonio". Cuando la
cananea se postró delante de Jesús para implorar su ayuda, El le respondió: "No
es bueno tomar el pan de los hijos y arrojarlo a los perrillos." (Era una
referencia a la diversidad étnica entre israelitas y Cananeos que Jesús, Hijo de
David, no podía ignorar en su comportamiento práctico, pero a la que alude con
finalidad metodológica para provocar la fe). Y he aquí que la mujer llega
intuitivamente a un acto insólito de fe y de humildad. Y dice: "Cierto,
Señor, pero también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de
sus señores". Ante esta respuesta tan humilde, elegante y confiada, Jesús
replica: "¡Mujer, grande es tu fe! Hágase contigo como tú quieres"
(cfr. Mt 15, 21-28).
Es un suceso
difícil de olvidar, sobre todo si se piensa en los innumerables "cananeos" de
todo tiempo, país, color y condición social que tienden su mano para pedir
comprensión y ayuda en sus necesidades!
Nótese cómo en
la narración evangélica se pone continuamente de relieve el hecho de que Jesús,
cuando "ve la fe", realiza el milagro. Esto se dice expresamente en el caso
del paralítico que pusieron a sus pies desde un agujero abierto en el techo (cfr.
Mc 2, 5; Mt 9, 2; Lc 5, 20). Pero la observación se puede hacer en tantos otros
casos que los evangelistas nos presentan. El factor fe es indispensable; pero,
apenas se verifica, el corazón de Jesús se proyecta a satisfacer las demandas de
los necesitados que se dirigen a El para que los socorra con su poder divino.
Una vez más
constatamos que, como hemos dicho al principio, el milagro es un "signo" del
poder y del amor de Dios que salvan al hombre en Cristo. Pero,
precisamente por esto es al mismo tiempo una llamada del hombre a la fe. Debe
llevar a creer sea al destinatario del milagro sea a los testigos del mismo.
Esto vale para
los mismos Apóstoles, desde el primer "signo" realizado por Jesús en Caná de
Galilea; fue entonces cuando "creyeron en El" (Jn 2, 11). Cuando, más tarde,
tiene lugar la multiplicación milagrosa de los panes cerca de Cafarnaum, con la
que está unido el pre-anuncio de la Eucaristía, el evangelista hace notar que
"desde entonces muchos de sus discípulos se retiraron y ya no le seguían",
porque no estaban en condiciones de acoger un lenguaje que les parecía demasiado
"duro". Entonces Jesús preguntó a los Doce: '¿Queréis iros vosotros también?'.
Respondió Pedro: "Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna,
y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo de Dios" (cfr. Jn 6,
66-69).
Así, pues,
el principio de la fe es fundamental en la relación con Cristo, ya como
condición para obtener el milagro, ya como fin por el que el milagro se ha
realizado. Esto queda bien claro al final del Evangelio de Juan donde
leemos: "Muchas otras señales hizo Jesús en presencia de los discípulos que
no están escritas en este libro; y éstas fueron escritas para que creáis que
Jesús es el Mesías, Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre"
(Jn 20, 30-31).
|
Queridos
Suscriptores de "El Camino de María"
%EmailAddress%
Desde el
tercer domingo de Cuaresma, hemos entrado en el corazón
de este particular tiempo de conversión y de renovación
espiritual, que nos llevará hasta Pascua. El tercer,
cuarto y quinto domingo de Cuaresma forman un
estimulante itinerario bautismal que se remonta a los
primeros siglos del cristianismo, cuando por norma se
administraban los Bautismos durante la Vigilia pascual.
Los «catecúmenos», después de unos tres años de
catequesis bien estructurada, en las últimas semanas de
Cuaresma recorrían las etapas finales de su camino,
recibiendo simbólicamente el «Credo», el «Padrenuestro»
y el «Evangelio». Por este motivo todavía hoy la
liturgia de estos domingos se caracteriza por tres
textos del Evangelio de Juan, que son propuestos según
un esquema antiquísimo: a) Jesús promete a la
Samaritana el agua viva, b) Jesús vuelve a dar la vista
al ciego de nacimiento, c) Jesús resucita de la tumba
a su amigo Lázaro. Queda así clara la perspectiva
del Bautismo: a través del agua, símbolo del Espíritu
Santo, el creyente recibe la Luz y renace en la fe a una
vida nueva y eterna.
En el
Evangelio del Domingo de la 5ª semana de Cuaresma leemos
el relato de uno de los signos del Amor de Dios: Cristo con una palabra restituyó la vida física a
Lázaro. Anteriormente lo había hecho con el hijo de
la viuda de Naín y con la hija de Jairo. Otros signos de
Su Amor misericordioso fueron devolver la vida
espiritual a Zaqueo, a María Magdalena, a la adúltera y
a cuantos supieron reconocer su presencia salvadora.
Respecto a la resurrección de Lázaro, Juan Pablo
II expresaba lo siguiente en dos párrafos de la Audiencia
general del miércoles, 18 de noviembre de 1987:

"...Una
atención particular merece la
resurrección de Lázaro, descrita
detalladamente por el cuarto
Evangelista. Leemos: "Jesús,
alzando los ojos al cielo, dijo:
Padre, te doy gracias porque me has
escuchado; yo sé que siempre me
escuchas, pero por la muchedumbre
que me rodea lo digo, para que crean
que Tú me has enviado. Diciendo
esto, gritó con fuerte voz Lázaro,
sal fuera. Y salió el muerto"
(Jn 11, 41-44).
En la descripción cuidadosa de este
episodio se pone de relieve que
Jesús resucitó a su amigo Lázaro con
el propio poder y en unión
estrechísima con el Padre.
Aquí hallan su confirmación las
palabras de Jesús: "Mi Padre
sigue obrando todavía, y por eso
obro Yo también" (Jn 5,17),
y tiene una demostración, que se
puede decir preventiva, lo que Jesús
dirá en el Cenáculo, durante la
conversación con los Apóstoles en la
última Cena, sobre sus relaciones
con el Padre y, más aún, sobre su
identidad sustancial con El..."
|
¯¯¯
Por su parte el
Santo Padre Benedicto XVI hizo la siguiente
meditación antes del rezo del Ángelus del Domingo 9
de marzo de 2008.
Queridos hermanos
y hermanas:
En nuestro itinerario de Cuaresma hemos llegado al V
Domingo, caracterizado por el Evangelio de la
resurrección de Lázaro (Juan 11, 1-45). Se trata del
último gran «signo» realizado por Jesús, tras el
cual los sumos sacerdotes reunieron al Sanedrín y
decidieron matar incluso al mismo Lázaro, que era la
prueba viviente de la divinidad de Cristo, Señor de
la vida y de la muerte.
En realidad, esta página del Evangelio muestra a
Jesús como verdadero Hombre y verdadero Dios. Ante
todo, el evangelista insiste en su amistad con
Lázaro y con las hermanas Marta y María. Subraya que
Jesús les amaba (Cf. Juan 11, 5), y por este motivo
quiso realizar el gran milagro. «Nuestro amigo
Lázaro duerme; pero voy a despertarle» (Juan
11, 11), dijo a sus discípulos, expresando con la
metáfora del sueño el punto de vista de Dios sobre
la muerte física: Dios la ve como un sueño, del que
se puede despertar. Jesús demostró un poder
absoluto ante esta muerte: puede verse cuando
devolvió la vida al joven hijo de la viuda de Naím
(Cf. Lucas 7, 11-17) y a la niña de doce años (Cf.
Marcos 5, 35-43). De ella dijo precisamente:
«No ha muerto; está dormida» (Marcos 5,39),
provocando burlas entre los presentes. Pero es
precisamente así: la muerte del cuerpo es un
sueño del que Dios nos puede despertar en cualquier
momento.
Este señorío sobre la muerte no impidió a Jesús
experimentar sincera "com-pasión" por el dolor de la
lejanía. Viendo llorar a Marta y María y a cuantos
habían venido a consolarle, también Jesús «se
conmovió interiormente, se turbó» y «se echó
a llorar» (Juan 11, 33.35). El Corazón de Cristo
es divino-humano: en Él, Dios y Hombre se han
encontrado perfectamente, sin separación y sin
confusión. Él es la imagen, más aún, la Encarnación
del Dios que es Amor, Misericordia, ternura paterna
y maternal, del Dios que es Vida. Por este motivo
declaró solemnemente a Marta: «Yo soy la
Resurrección, el que cree en Mí, aunque muera,
vivirá; y todo el que vive y cree en Mí, no morirá
jamás». Y añadió: «¿Crees esto?»
(Juan 11, 25-26).
Una pregunta que Jesús nos dirige a cada uno de
nosotros; una pregunta que ciertamente nos supera,
supera nuestra capacidad de comprensión y nos pide
que nos encomendemos a Él como Él se encomendó a su
Padre.
La respuesta de Marta es ejemplar: «Sí, Señor, yo
creo que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que
iba a venir al mundo» (Juan 11, 27). Sí, ¡Señor!
Nosotros también creemos, a pesar de nuestras dudas
y de nuestras oscuridades; creemos en Ti, porque Tú
tienes palabras de vida eterna; queremos creer en
Ti, que nos das una esperanza confiable de vida más
allá de la vida, de vida auténtica y llena en tu
Reino de luz y de paz.
Encomendamos nuestra oración a María Santísima. Que
su intercesión refuerce nuestra fe y nuestra
esperanza en Jesús, especialmente en los momentos de
mayor prueba y dificultad."
¯¯¯
Pidamos al Espíritu Santo, por intercesión de María
Santísima y de San José, que nos conceda a todos
abrir nuestro corazón al don de su gracia, para que
continuemos en el camino de una radical
renovación interior, y de esa forma podamos
participar con nueva madurez en el misterio pascual
de Cristo, nuestro único Redentor.
|
 |
|