EL CAMINO DE MARÍA

Cum Maria contemplemur Christi vultum!

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JESUS, CONFIO EN TI

"Ofrezco a los hombres un Recipiente con el que han de venir a la Fuente de la Misericordia para recoger gracias. Ese Recipiente es esta Imagen con la firma: JESÚS, EN TI CONFÍO" (Diario, 327)

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Edición 392

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

1 de noviembre de 2008

CONMEMORACIÓN DE LOS FIELES DIFUNTOS

2 de noviembre de 2008

Oh Dios mío, de Quien es propio compadecerse y perdonar: te rogamos suplicantes por las almas de tus siervos que has mandado emigrar de este mundo, para que no las dejes en el purgatorio, sino que mandes que tus
santos ángeles las tomen y las lleven a la patria del paraíso, para que, pues esperaron y creyeron en Ti, no padezcan las penas del purgatorio, sino que posean los gozos eternos. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

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 Una flor sobre su tumba se marchita. Una lágrima sobre su recuerdo se evapora. Una oración por su alma, la recibe Dios.

San Agustín

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Debemos ayudar a los que se hallan en el purgatorio. Demasiado insensible seria quien no auxiliara a un ser querido encarcelado en la tierra; mas insensible es el que no auxilia a un amigo que esta en el purgatorio, pues no hay comparación entre las penas de este mundo y las de allí.

Santo Tomás de Aquino

Soy todo tuyo y todas mis cosas Te pertenecen. Te pongo al centro de mi vida. Dame tu Corazón, oh María.

  Soy todo tuyo, María
Madre de nuestro Redentor
Virgen Madre de Dios, Virgen piadosa. Madre del Salvador del mundo. Amen.

 

Oh Dios Padre Misericordioso, que por mediación de Jesucristo, nuestro Redentor, y de su Madre, la Bienaventurada Virgen María, y la acción del Espíritu Santo, concediste a tu Siervo Juan Pablo II, Servus Servorum Dei, la gracia de ser Pastor ejemplar en el servicio de la Iglesia peregrina, de los hijos e hijas de la Iglesia y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, haz que yo sepa también responder con fidelidad a las exigencias de la vocación cristiana, convirtiendo todos los momentos y circunstancias de mi vida en ocasión de amarte y de servir al Reino de Jesucristo. Te ruego que te dignes glorificar a tu Siervo Juan Pablo II, Servus Servorum Dei, y que me concedas por su intercesión el favor que te pido... (pídase). A Tí, Padre Omnipotente, origen del cosmos y del hombre, por Cristo, el que vive, Señor del tiempo y de la historia, en el Espíritu Santo que santifica el universo, alabanza, honor y gloria ahora y por los siglos de los siglos. Amén.

Padrenuestro, Avemaría, Gloria.

25 de marzo al 25 de diciembre

Año Paulino

Junio 2008-2009

 

LA PERSPECTIVA DE LA IGLESIA ES LA SANTIDAD

Queridos hermanos y hermanas.

Con interés especial hoy os pido a los que estáis aquí reunidos, para rezar conmigo el Ángelus, que os detengáis un momento a reflexionar sobre el misterio de la liturgia del día.

La Iglesia vive con una gran perspectiva, la acompaña siempre, la forja continuamente y la proyecta hacia la eternidad. La liturgia del día pone en evidencia la realidad escatológica, una realidad que brota de todo el plan de salvación y, a la vez de la historia del hombre, realidad que da el sentido último a la existencia misma de la Iglesia y a su misión.

Por esto vivimos con tanta intensidad la Solemnidad de Todos los Santos, así como también el día de mañana, Conmemoración de los Difuntos. Estos dos días engloban en sí de modo muy especial la fe en la "vida eterna" (últimas palabras del Credo apostólico).

Si bien estos dos días enfocan ante los ojos de nuestra alma lo ineludible de la muerte, dan también al mismo tiempo testimonio de la vida.

El hombre que está "condenado a muerte", según las leyes de la naturaleza, el hombre que vive con la perspectiva de la aniquilación de su cuerpo, este hombre desarrolla su existencia al mismo tiempo con perspectivas de vida futura y está llamado a la gloria.

La Solemnidad de todos los Santos pone ante los ojos de nuestra fe a los que han alcanzado ya la plenitud de su llamada a la unión con Dios. El día de la Conmemoración de los Difuntos hace converger nuestros pensamientos en quienes, después de dejar este mundo, en la expiación esperan alcanzar la plenitud de amor que requiere la unión con Dios.

Se trata de dos días grandes en la Iglesia que "prolonga su vida" de cierta manera en sus santos y en todos los que se han preparado a esa vida sirviendo a la verdad y al amor.

Por ello los primeros días de noviembre la Iglesia se une de modo especial a su Redentor, que nos ha introducido en la realidad misma de esa vida a través de su Muerte y Resurrección. Al mismo tiempo ha hecho de nosotros "un reino de sacerdotes" para su Padre.

Por ello, a nuestra oración común uniré una intención especial por las vocaciones sacerdotales en la Iglesia de todo el mundo. Me dirijo a Cristo para que llame a muchos jóvenes y les diga: "Ven y sígueme". Y pido a los jóvenes que no se opongan, que no contesten "no". A todos ruego que oren y colaboren en favor de las vocaciones.

La mies es grande. La Solemnidad de todos los Santos nos dice precisamente que la mies es abundante. No la mies de la muerte, sino la de la salvación; no la mies del mundo que pasa, sino la mies de Cristo que perdura a través de los siglos.

Querido/a Suscriptor/a de "El Camino de María"

Con la meditación antes del rezo del Ángelus en la Solemnidad de Todos los Santos del 1 de noviembre de 1978 del Siervo de Dios Juan Pablo II presentamos la Edición 392 de  "El Camino de María", Newsletter Semanal con Textos para hacer oración con la María Santísima, Madre del Redentor y Reina de Todos los Santos.
 
Recordemos que que el 1 de noviembre de 1950, el Papa Pío XII en la Constitución Munificentisimus Deus, proclamó el Dogma de la Asunción:
 
"Después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces y de invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios Omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para aumentar la gloria de la misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que La Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del Cielo".
 
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La Iglesia Católica anima el 2 de noviembre, Conmemoración de los fieles difuntos, a rezar por los ellos. Los fieles difuntos son miembros del Cuerpo Místico de Cristo y forman parte de la Iglesia. Constituyen la Iglesia Purgante y viven en solidaridad con los demás miembros –los de la Iglesia Militante en la tierra y los de la Iglesia Triunfante en el Paraíso– y en comunión con Dios, aunque de diverso modo.
 
Así como las almas de los fieles que alcanzaron ya su meta definitiva en el Cielo, viven en una perfecta intimidad con la Trinidad Beatísima, y los que aún vivimos en el mundo batallamos contra nuestras pasiones por ser fieles a Dios, las almas del Purgatorio pasaron ya por el mundo, pero todavía no gozan de Dios y requieren, por lo tanto, de nuestras oraciones a la Misericordia infinita de la Santísima Trinidad.
 
El Santo Padre Benedicto XVI, en la meditación antes del rezo del Ángelus del 1 de noviembre de 2007, expresó:
 

En esta Solemnidad de Todos los Santos, nuestro corazón, superando los confines del tiempo y del espacio, se ensancha con las dimensiones del cielo. En los inicios del cristianismo, a los miembros de la Iglesia también se les solía llamar "los santos". Por ejemplo, San Pablo, en la primera carta a los Corintios, se dirige "a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos, con cuantos en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor nuestro" (1 Co 1, 2).

En efecto, el cristiano ya es santo, pues el bautismo lo une a Jesús y a su misterio pascual, pero al mismo tiempo debe llegar a serlo, conformándose a Él cada vez más íntimamente. A veces se piensa que la santidad es un privilegio reservado a unos pocos elegidos. En realidad, llegar a ser santo es la tarea de todo cristiano, más aún, podríamos decir, de todo hombre.

El apóstol Pablo escribe que Dios desde siempre nos ha bendecido y nos ha elegido en Cristo "para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor" (Ef 1, 4). Por tanto, todos los seres humanos están llamados a la santidad que, en última instancia, consiste en vivir como hijos de Dios, en la "semejanza" a Él según la cual han sido creados.

Todos los seres humanos son hijos de Dios, y todos deben llegar a ser lo que son, a través del camino exigente de la libertad. Dios invita a todos a formar parte de su pueblo santo. El "camino" es Cristo, el Hijo, el Santo de Dios: nadie puede llegar al Padre sino por Él (cf. Jn 14, 6).

La Iglesia ha establecido sabiamente que a la fiesta de todos los Santos suceda inmediatamente la conmemoración de Todos los Fieles Difuntos. A nuestra oración de alabanza a Dios y de veneración a los espíritus bienaventurados, que nos presenta hoy la liturgia como "una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas" (Ap 7, 9), se une la oración de sufragio por quienes nos han precedido en el paso de este mundo a la vida eterna. Mañana les dedicaremos a ellos de manera especial nuestra oración y por ellos celebraremos el sacrificio Eucarístico. En verdad, cada día la Iglesia nos invita a rezar por ellos, ofreciendo también los sufrimientos y los esfuerzos diarios para que, completamente purificados, sean admitidos a gozar para siempre de la luz y la paz del Señor.

En el centro de la asamblea de los santos resplandece la Virgen María, "la más humilde y excelsa de las criaturas" (Dante, Paraíso, XXXIII, 2). Al darle la mano, nos sentimos animados a caminar con mayor impulso por el camino de la santidad. A Ella le encomendamos hoy nuestro compromiso diario y le pedimos también por nuestros queridos difuntos, con la profunda esperanza de volvernos a encontrar un día todos juntos en la comunión gloriosa de los santos.

 

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Prosiguiendo con la meditación de distintos aspectos de la meditación de la Carta Apostólica "Rosarium Virginis Mariae", hoy reflexionaremos sobre el n.15 en el que el Siervo de Dios el Papa Juan Pablo II, nos enseña cómo "Configurarse a Cristo con María".  

"En el recorrido espiritual del Rosario, basado en la contemplación incesante del Rostro de Cristo –en compañía de María– este exigente ideal de configuración con Él se consigue a través de una asiduidad que pudiéramos decir 'amistosa'. Ésta nos introduce de modo natural en la vida de Cristo y nos hace como 'respirar' sus sentimientos. Acerca de esto dice el Beato Bartolomé Longo: «Como dos amigos, frecuentándose, suelen parecerse también en las costumbres, así nosotros, conversando familiarmente con Jesús y la Virgen, al meditar los Misterios del Rosario, y formando juntos una misma vida de comunión, podemos llegar a ser, en la medida de nuestra pequeñez, parecidos a ellos, y aprender de estos eminentes ejemplos el vivir humilde, pobre, escondido, paciente y perfecto». Además, mediante este proceso de configuración con Cristo, en el Rosario nos encomendamos en particular a la acción materna de la Virgen Santa. Ella, que es la Madre de Cristo y a la vez miembro de la Iglesia como «miembro supereminente y completamente singular», es al mismo tiempo 'Madre de la Iglesia'. Como tal 'engendra' continuamente hijos para el Cuerpo místico del Hijo. Lo hace mediante su intercesión, implorando para ellos la efusión inagotable del Espíritu. Ella es el icono perfecto de la maternidad de la Iglesia"


NOVENA POR LOS FIELES DIFUNTOS

(Para rezar por los fieles difuntos en cualquier época del año y en especial del 24 de Octubre al 1 de Noviembre) 

http://virgofidelis.com.ar/Novena.por.los.Fieles.Difuntos.pdf


CATEQUESIS DEL SIERVO DE DIOS JUAN PABLO II

LA SANTIDAD PERFECTA DE MARÍA

 Audiencia General -  Miércoles 15 de mayo de 1996

LA SANTIDAD PERFECTA DE MARÍA

Queridos hermanos y hermanas:

1. En María, llena de gracia, la Iglesia ha reconocido a la "toda santa, libre de toda mancha de pecado, (...) enriquecida desde el primer instante de su concepción con una resplandeciente santidad del todo singular" (Lumen gentium, 56).

Este reconocimiento requirió un largo itinerario de reflexión doctrinal, que llevó a la proclamación solemne del dogma de la Inmaculada Concepción.

El término "hecha llena de gracia" que el ángel aplica a María en la Anunciación se refiere al excepcional favor divino concedido a la joven de Nazaret con vistas a la maternidad anunciada, pero indica más directamente el efecto de la gracia divina en María, pues fue colmada, de forma íntima y estable, por la gracia divina y, por tanto, santificada. El calificativo "llena de gracia" tiene un significado densísimo, que el Espíritu Santo ha impulsado siempre a la Iglesia a profundizar.

2. En la catequesis anterior puse de relieve que en el saludo del ángel la expresión llena de gracia equivale prácticamente a un nombre: es el nombre de María a los ojos de Dios. Según la costumbre semítica, el nombre expresa la realidad de las personas y de las cosas a que se refiere. Por consiguiente, el título llena de gracia manifiesta la dimensión más profunda de la personalidad de la joven de Nazaret: de tal manera estaba colmada de gracia y era objeto del favor divino, que podía ser definida por esta predilección especial.

El Concilio recuerda que a esa verdad aludían los Padres de la Iglesia cuando llamaban a María la toda santa, afirmando al mismo tiempo que era "una criatura nueva, creada y formada por el Espíritu Santo" (Lumen gentium, 56).

La gracia, entendida en su sentido de gracia santificante que lleva a cabo la santidad personal, realizó en María la nueva creación, haciéndola plenamente conforme al proyecto de Dios.

3. Así, la reflexión doctrinal ha podido atribuir a María una perfección de santidad que, para ser completa, debía abarcar necesariamente el origen de su vida.

A esta pureza original parece que se refería un obispo de Palestina, que vivió entre los años 550 y 650, Theoteknos de Livias. Presentando a María como "santa y toda hermosa", "pura y sin mancha", alude a su nacimiento con estas palabras: "Nace como los querubines la que está formada por una arcilla pura e inmaculada" (Panegírico para la fiesta de la Asunción, 5-6).

Esta última expresión, recordando la creación del primer hombre, formado por una arcilla no manchada por el pecado, atribuye al nacimiento de María las mismas características: también el origen de la Virgen fue puro e inmaculado, es decir, sin ningún pecado. Además, la comparación con los querubines reafirma la excelencia de la santidad que caracterizó la vida de María ya desde el inicio de su existencia.

La afirmación de Theoteknos marca una etapa significativa de la reflexión teológica sobre el misterio de la Madre del Señor. Los Padres griegos y orientales habían admitido una purificación realizada por la gracia en María tanto antes de la Encarnación (San Gregorio Nacianceno, Oratio 38, 16) como en el momento mismo de la Encarnación (San Efrén, Javeriano de Gabala y Santiago de Sarug). Theoteknos de Livias parece exigir para María una pureza absoluta ya desde el inicio de su vida. En efecto, la mujer que estaba destinada a convertirse en Madre del Salvador no podía menos de tener un origen perfectamente santo, sin mancha alguna.

4. En el siglo VIII, Andrés de Creta es el primer teólogo que ve en el nacimiento de María una nueva creación. Argumenta así: "Hoy la humanidad, en todo el resplandor de su nobleza inmaculada, recibe su antigua belleza. Las vergüenzas del pecado habían oscurecido el esplendor y el atractivo de la naturaleza humana; pero cuando nace la Madre del Hermoso por excelencia, esta naturaleza recupera, en su persona, sus antiguos privilegios, y es formada según un modelo perfecto y realmente digno de Dios. (...) Hoy comienza la reforma de nuestra naturaleza, y el mundo envejecido, que sufre una transformación totalmente divina, recibe las primicias de la segunda creación" (Sermón I, sobre el nacimiento de María).

Más adelante, usando la imagen de la arcilla primitiva, afirma: "El cuerpo de la Virgen es una tierra que Dios ha trabajado, las primicias de la masa adamítica divinizada en Cristo, la imagen realmente semejante a la belleza primitiva, la arcilla modelada por las manos del Artista divino" (Sermón I, sobre la dormición de María).

La Concepción pura e inmaculada de María aparece así como el inicio de la nueva creación. Se trata de un privilegio personal concedido a la mujer elegida para ser la Madre de Cristo, que inaugura el tiempo de la gracia abundante, querido por Dios para la humanidad entera.

Esta doctrina, recogida en el mismo siglo VIII por San Germán de Constantinopla y por San Juan Damasceno, ilumina el valor de la santidad original de María, presentada como el inicio de la Redención del mundo.

De este modo, la reflexión eclesial ha recibido y explicitado el sentido auténtico del título llena de gracia, que el ángel atribuye a la Virgen Santa. María está llena de gracia santificante, y lo está desde el primer momento de su existencia. Esta gracia, según la carta a los Efesios (Ef 1, 6), es otorgada en Cristo a todos los creyentes. La santidad original de María constituye el modelo insuperable del don y de la difusión de la gracia de Cristo en el mundo.

EL ROSARIO DE NUESTRA MADRE SANTÍSIMA

"La naturaleza misma ha hecho del nombre de la madre el más dulce de todos los nombres, y del amor maternal una forma de amor solícito pleno de ternura; de la misma manera el alma piadosa siente vivamente que la palabra es incapaz de expresar cómo arde en María Santísima la llama de un amor benovolente y activo. Porque María es nuestra Madre, no sólo en el plano natural sino a través de Cristo.

Ella nos conoce mejor que nadie, Ella ve todo los que nos toca: la ayuda que necesitamos en la vida, los peligros que corremos, las angustias y los males que nos rodean, la dificultad, y sobre todo la batalla que libramos por la salvación de nuestra alma frente al enemigo encarnizado. En todo eso y en todas las pruebas, Ella tiene mejor que nadie el poder y la voluntad de llevarle a sus hijos amados el consuelo, la fuerza y el socorro siempre.

Dirijámonos a María, con ánimo y ardor, supliquémosle en nombre de todos los lazos maternales que la unen estrechamente a Jesús y a nosotros, invoquemos con profunda piedad su asistencia a través de la oración que Ella nos ha indicado y que le complace. Así podremos, y con justa razón, reposarnos en seguridad y alegría bajo la protección de la mejor de todas las madres."


Papa San León XIII (1810-1903)
Carta “El Rosario de María”, 7 de septiembre 1892

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