Cum
Maria contemplemur Christi vultum!
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Ave Regina
Caelorum
Salve,
Reina del Cielo
y Señora de los Ángeles.
Salve raíz, salve puerta,
por quien la Luz ha brillado en el mundo. Alégrate, Virgen gloriosa,
entre todas la más bella. Salve, agraciada Doncella,
ruega a Cristo por nosotros.
"Ofrezco a los hombres
un Recipiente con el que han de venir a la Fuente de la Misericordia
para recoger gracias. Ese Recipiente es esta Imagen con la firma:
JESÚS, EN TI CONFÍO"
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REGINA
COELI
Soy
todo tuyo y todas mis cosas Te pertenecen. Te pongo al centro de mi vida.
Dame tu Corazón, oh María.
Soy
todo tuyo, María
Madre de nuestro Redentor
Virgen Madre de Dios, Virgen piadosa. Madre del Salvador del mundo.
Amen.
Oh Dios Padre
Misericordioso,
que por
mediación de Jesucristo, nuestro Redentor, y de su Madre, la
Bienaventurada Virgen María, y la acción del Espíritu Santo,
concediste a tu Siervo Juan Pablo II, Servus Servorum Dei,
la gracia de ser Pastor ejemplar en el servicio de la Iglesia peregrina,
de los hijos e hijas de la Iglesia y de todos los hombres y mujeres
de buena voluntad, haz que yo sepa también responder con fidelidad
a las exigencias de la vocación cristiana, convirtiendo todos los
momentos y circunstancias de mi vida en ocasión de amarte y de servir
al Reino de Jesucristo. Te ruego que te dignes glorificar a tu Siervo
Juan Pablo II, Servus Servorum Dei, y que me concedas por su
intercesión el favor que te pido... (pídase). A Tí,
Padre Omnipotente, origen del cosmos y del hombre, por Cristo, el que
vive, Señor del tiempo y de la historia, en el Espíritu Santo que
santifica el universo, alabanza, honor y gloria ahora y por los siglos
de los siglos. Amén.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria
Madre, Tu
protección va más allá de nuestro entendimiento
¿Quién, después
de Tu Hijo, se interesa como Tú en el género humano? ¿Quién nos
defiende sin cesar en nuestras tribulaciones? ¿Quién nos libra
tan pronto de las tentaciones que nos acosan? ¿Quién toma
nuestra defensa para disculparlas en los casos desesperados? En
virtud de la fuerza que Tu maternidad te ha
concedido ante Tu Hijo, aunque seamos condenados por nuestros
pecados y que no nos atrevamos más a mirar hacia el Cielo, Tú
por medio de Tus súplicas e intercesión nos salvas del suplicio
eterno. Por eso el afligido en Ti se refugia, el que padece la
injusticia a Ti recurre, el que está dentro del mal invoca tu
asistencia. Todo lo que viene de Ti, Madre de Dios, es
maravilloso, todo es más grande que la naturaleza, todo supera
nuestra razón y nuestras fuerzas. Tu protección va más allá de
nuestro entendimiento.
San Germán de
Constantinopla
Dulzura de los ángeles, Alegría de
los afligidos, Abogada de los cristianos,
Virgen Madre del Señor, protégeme y sálvame de los
sufrimientos eternos.
María, purísimo incensario de oro, que ha contenido a la
Trinidad excelsa: en Ti se ha complacido el Padre, ha habitado
el Hijo, y el Espíritu Santo, cubriéndote con su sombra,
Virgen, te ha hecho Madre de Dios.
Tú eres nuestra defensa ante Dios. Extiende tu mano invencible
y aplasta a nuestros enemigos. Manda a tus siervos el socorro
del Cielo. Amen.
(Oración de la Liturgia Bizantina)
25 de marzo
al 25 de diciembre
VIA MATRIS
Contemplación y meditación de los 7 Dolores de la Virgen
Santísima
La
Santísima Virgen María manifestó a Santa Brígida que
concedía 7 gracias a quienes diariamente le honrasen
considerando sus lágrimas y dolores y rezando siete
Avemarías.
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CRISTO RESUCITADO SE APARECE A SU MADRE
1.Después de que
Jesús es colocado en el Sepulcro, María «es
la única
que mantiene viva la llama de la fe, preparándose para acoger el
anuncio gozoso y sorprendente de la Resurrección».
La espera que vive la Madre del Señor el Sábado Santo constituye uno
de los momentos más altos de su fe: en la oscuridad que envuelve
el universo, Ella confía plenamente en el Dios de la vida y,
recordando las palabras de su Hijo, espera la realización plena de
las promesas divinas.
Los Evangelios refieren varias apariciones del Resucitado, pero no
hablan del encuentro de Jesús con su Madre. Este silencio no debe
llevarnos a concluir que, después de su Resurrección, Cristo no se
apareció a María; al contrario, nos invita a tratar de descubrir los
motivos por los cuales los evangelistas no lo refieren.
Suponiendo que se trata de una «omisión», se podría atribuir al
hecho de que todo lo que es necesario para nuestro conocimiento
salvífico se encomendó a la palabra de «testigos escogidos por
Dios» (Hch 10,41), es decir, a los Apóstoles, los cuales «con
gran poder» (Hch 4,33) dieron testimonio de la Resurrección del
Señor Jesús. Antes que a ellos, el Resucitado se apareció a algunas
mujeres fieles, por su función eclesial: «Id, avisad a mis
hermanos que vayan a Galilea; allí me verán» (Mt 28,10). Si
los autores del Nuevo Testamento no hablan del encuentro de Jesús
Resucitado con su Madre, tal vez se debe atribuir al hecho de que
los que negaban la Resurrección del Señor podrían haber considerado
ese testimonio demasiado interesado y, por consiguiente, no digno de
fe.
2.Los Evangelios,
además, refieren sólo unas cuantas apariciones de Jesús Resucitado,
y ciertamente no pretenden hacer una crónica completa de todo lo que
sucedió durante los cuarenta días después de la Pascua. San Pablo
recuerda una aparición «a más de quinientos hermanos a la vez»
(1Cor 15,6). ¿Cómo justificar que un hecho conocido por muchos
no sea referido por los evangelistas, a pesar de su carácter
excepcional? Es signo evidente de que otras apariciones del
Resucitado, aun siendo consideradas hechos reales y notorios, no
quedaron recogidas.
¿Cómo podría la Virgen, presente en la primera comunidad de los
discípulos (ver Hch 1,14), haber sido excluida del número de los que
se encontraron con su Divino Hijo Resucitado de entre los muertos?
3.Más aún, es
legítimo pensar que verosímilmente Jesús Resucitado se apareció a su
Madre en primer lugar. La ausencia de María del grupo de las
mujeres que al alba se dirigieron al sepulcro (ver Mc 16,1; Mt
28,1), ¿no podría constituir un indicio del hecho de que Ella ya se
había encontrado con Jesús? Esta deducción quedaría confirmada
también por el dato de que las primeras testigos de la Resurrección,
por Voluntad de Jesús, fueron las mujeres, las cuales permanecieron
fieles al pie de la Cruz y, por tanto, más firmes en la fe.
En efecto, a una de ellas, María Magdalena, el Resucitado le
encomienda el mensaje que debía transmitir a los Apóstoles (ver Jn
20,17-18). Tal vez, también este dato permite pensar que Jesús se
apareció primero a su Madre, pues Ella fue la más fiel y en la
prueba conservó íntegra su fe.
Por último, el carácter único y especial de la presencia de la
Virgen en el Calvario y su perfecta unión con su Hijo en el
sufrimiento de la Cruz, parecen postular su participación
particularísima en el misterio de la Resurrección.
Un autor del siglo V, Sedulio, sostiene que Cristo se manifestó en
el esplendor de la vida resucitada ante todo a su Madre. En efecto,
Ella, que en la Anunciación fue el camino de su ingreso en el mundo,
estaba llamada a difundir la maravillosa noticia de la Resurrección,
para anunciar su gloriosa venida. Así inundada por la gloria del
Resucitado, Ella anticipa el «resplandor» de la Iglesia.
4.Por ser imagen y
Modelo de la Iglesia que espera al Resucitado parece razonable
pensar que María mantuvo un contacto personal con su Hijo para gozar
también Ella de la plenitud de la alegría pascual.
La Virgen Santísima, presente en el Calvario durante el
Viernes Santo (ver Jn 19,25) y en el Cenáculo en Pentecostés (ver
Hch 1,14) fue probablemente Testigo privilegiada también de la
Resurrección de Cristo, completando así su participación en todos
los momentos esenciales del misterio pascual. María, al
acoger a Cristo Resucitado, es también signo y anticipación de la
humanidad, que espera lograr su plena realización mediante la
resurrección de los muertos.
En el Tiempo Pascual la comunidad cristiana, dirigiéndose a
la Madre del Señor, la invita a alegrarse: «Regina caeli,
laetare. Alleluia». «¡Reina del Cielo, alégrate. Aleluya!».
Así recuerda el gozo de María por la Resurrección de Jesús,
prolongando en el tiempo el «¡Alégrate!» que le dirigió el
ángel en la Anunciación, para que se convirtiera en «Causa de
alegría» para la humanidad entera.
Audiencia
General . Miércoles 21 de mayo de 1997
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LA
VENERACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA,
MADRE DEL REDENTOR
La
piedad popular a la Santísima Virgen, diversa en sus
expresiones y profunda en sus causas, es un hecho eclesial
relevante y universal. Brota de la fe y del amor del pueblo de
Dios a Cristo, Redentor del género humano, y de la percepción
de la misión salvífica que Dios ha confiado a María de
Nazaret: La Virgen no es sólo la Madre del Señor y del
Salvador, sino también, en el plano de la gracia, la Madre de
todos los hombres.
De
hecho, los creyentes entendemos fácilmente la relación vital
que une al Hijo y a la Madre. Sabemos que el Hijo es Dios y que
Ella, la Madre, es también Madre nuestra. Creemos en la
santidad inmaculada de la Virgen María, la veneramos como Reina
gloriosa en el Cielo, y estamos seguros de que María,
Madre de Misericordia, intercede en nuestro favor, y por tanto
imploramos con confianza Su protección. Por ello celebramos con
gozo sus fiestas, participamos con gusto en sus procesiones,
acudimos en peregrinación a sus Santuarios, nos gusta cantar en
su honor, y le presentamos ofrendas votivas.
"REGINA COELI"
Durante el tiempo pascual, por disposición
del Papa Benedicto XIV (20 de Abril de 1742), en lugar del
Ángelus Domini se recita la célebre antífona Regina caeli.
Esta antífona, que se remonta probablemente al siglo X-XI,
asocia de una manera feliz el misterio de la encarnación del
Verbo (el Señor, a quien has merecido llevar) con el
acontecimiento pascual (resucitó, según su palabra),
mientras que la "invitación a la alegría" (Alégrate) que
la comunidad eclesial dirige a la Madre por la Resurrección del
Hijo, remite y depende de la "invitación a la alegría"
("Alégrate, llena de gracia": Lc 1,28) que Gabriel dirigió a la
humilde Sierva del Señor, llamada a ser la Madre del Mesías
Salvador.
Reina
del Cielo, alégrate. Aleluya.
Porque el Señor,
A quien has merecido llevar en tu seno. Aleluya,
Ha resucitado, según su palabra. Aleluya.
Ruega al Señor por nosotros. Aleluya.
Goza y alégrate Virgen María. Aleluya!
Porque verdaderamente el Señor resucitó. Aleluya!
Oración
Oh Dios Padre Misericordioso que en la gloriosa
Resurrección de tu Hijo has vuelto a dar la alegría al
mundo entero, por intercesión de María Santísima,
concédenos gozar la alegría sin fin de la vida eterna.
Por Jesucristo nuestro Señor.
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