
ACUÉRDATE
Nuestra Señora del Sagrado Corazón
de las maravillas que Dios hizo en Tí.
Te escogió como Madre de Su Hijo
a quien seguiste hasta la Cruz.
Te glorificó con Él,
escuchando con agrado
tus plegarias por todos los hombres.
Llenos de confianza en el Amor del Señor
y en Tu intercesión,
venimos Contigo a las fuentes de Su Corazón,
de donde brotan para la vida del mundo
la esperanza y el perdón, la fidelidad y la salvación.
Nuestra Señora del Sagrado Corazón,
Tú conoces nuestras necesidades:
habla al Señor por nosotros
y por todos los hombres.
Ayúdanos a vivir en Su Amor.
Para eso alcánzanos las gracias
que te pedimos y las que necesitamos.
Tu petición de Madre es poderosa:
que Dios responda a nuestra esperanza. Amén.
EL CAMINO DE MARÍA
Edición 921 -
4-7 de Junio de 2015
SOLEMNIDAD DEL SANTÍSIMO CUERPO
Y SANGRE DEL SEÑOR
Querido/a Suscriptor/a de
"El Camino de María"
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El jueves
4 de junio la
Iglesia celebró la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y
Sangre del Señor, aunque en algunos países se
celebrará el próximo Domingo 7 de junio. La fiesta, extendida en 1269 por el
Papa Urbano IV a toda la Iglesia latina, por una parte
constituyó una respuesta de fe y de culto a doctrinas
heréticas acerca del misterio de la presencia real de
Cristo en la Eucaristía, por otra parte fue la
culminación de un movimiento de ardiente devoción
hacia el augusto Sacramento del altar.
La piedad popular favoreció el proceso que instituyó
la fiesta del Corpus Christi; a su vez,
esta fue causa y motivo de la aparición de nuevas
formas de piedad eucarística en el pueblo de Dios.
Esta festividad es una ocasión propicia para que
podamos profundizar en nuestra fe y en nuestro
amor hacia la Eucaristía.
Según tradiciones
locales consolidadas, la Solemnidad del Corpus
Christi comprende dos momentos: la Santa Misa,
en la que se realiza la ofrenda del Sacrificio, y la
procesión, que manifiesta públicamente la adoración al
Santísimo Sacramento. La
procesión es la "forma tipo" de
las procesiones eucarísticas porque prolonga la celebración
de la Eucaristía. En efecto, inmediatamente después de la
Santa Misa,
la Hostia que ha sido consagrada se
conduce fuera de la Iglesia para que el Pueblo de Dios dé un testimonio público de fe y de
veneración al Santísimo Sacramento.

El jueves 4 de
junio de 2015 en la Solemnidad del
Cuerpo y la Sangre de Cristo (Corpus
Christi), el Santo Padre celebró la
Santa Misa ante miles de personas en la
basílica de San Juan de Letrán.
Finalizada la Eucaristía comenzó la
procesión, presidida por el cardenal
Agostino Villani, vicario de Su Santidad
para la diócesis de Roma, que recorrió
la Via Merulana hasta llegar a la
basílica de Santa María la Mayor donde
el Papa impartió la bendición solemne
con el Santísimo Sacramento.
En la homilía el Obispo de Roma recordó
que en la Última Cena, Jesús nos da su
Cuerpo y su Sangre, mediante el pan y el
vino, para dejarnos el memorial de su
sacrificio de amor infinito y a través
de ese viático los discípulos tienen
todo lo necesario para su camino a lo
largo de la historia y para hacer llegar
a todos el Reino de Dios. Así lo
demuestra el Responsorio de la segunda
lectura de hoy que dice: ''Tomad y
comed el Cuerpo de Cristo, bebed su
Sangre: porque ahora sois miembros de
Cristo. Para no disgregaros, comed este
vínculo de comunión; para no
envileceros, bebed el precio de vuestro
rescate''.
Francisco explicó que significaban hoy
los términos ''disgregarse'', y
''envilecerse''. ''Nos
disgregamos -dijo- cuando no
somos dóciles a la Palabra del Señor,
cuando no vivimos la fraternidad entre
nosotros, cuando competimos por ocupar
los primeros lugares ... cuando no
encontramos el valor para testimoniar la
caridad, cuando no somos capaces de
ofrecer esperanza. La Eucaristía permite
que no nos disgreguemos, porque es
vínculo de comunión y cumplimiento de la
Alianza ... El Cristo presente en medio
de nosotros, en el signo del pan y del
vino, exige que la fuerza del amor
supere toda laceración, y al mismo
tiempo que se convierta también en
comunión con el más pobre, en apoyo para
el débil, en atención fraterna con los
que fatigan en llevar el peso de la vida
cotidiana y están en peligro de perder
la fe''.
"Envilecerse, es aguar nuestra
dignidad cristiana'' significa
''dejarse corroer por las idolatrías de
nuestro tiempo: el aparecer, el
consumir, el yo al centro de todo; pero
también el ser competitivos, la
arrogancia como actitud vencedora, el no
admitir nunca que nos hemos equivocado o
necesitamos algo. Todo esto nos
envilece, nos vuelve cristianos
mediocres, tibios, insípidos, paganos''.
''Jesús -prosiguió Francisco-
derramó su Sangre como precio para
purificarnos de todos los pecados...
para ser preservados del riesgo de la
corrupción... La Sangre de Cristo ...
nos restituirá nuestra dignidad...
Seremos sus ojos que van en busca de
Zaqueo y de Magdalena, seremos su mano
que socorre a los enfermos de cuerpo y
de espíritu; seremos su corazón que ama
a los necesitados de reconciliacion, de
misericordia y de comprensión....Así
aprendemos que la Eucaristía no es un
premio para los buenos, sino fuerza para
los débiles, para los pecadores. Es el
perdón, es el viático que nos ayuda a
caminar''.
''Hoy, fiesta del Cuerpo y la Sangre
de Cristo -concluyó- tenemos no
sólo la alegría de celebrar este
misterio, sino también de alabarlo y
cantarlo por las calles de nuestra
ciudad. Que nuestra procesión al final
de la Misa, exprese nuestro
reconocimiento por todo el camino que
Dios nos ha hecho recorrer a través del
desierto de nuestras pobrezas, para
sacarnos de la condición servil,
nutriéndonos de su Amor mediante el
Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre.
Dentro de poco, mientras caminamos por
las calles, sintámonos en comunión con
tantos hermanos y hermanas nuestros que
no tienen la libertad de expresar su fe
en el Señor Jesús. Sintámonos unidos a
ellos: cantemos con ellos, alabemos con
ellos, adoremos con ellos. Y veneremos
en nuestro corazón a esos hermanos y
hermanas a los que se ha pedido el
sacrificio de la vida por fidelidad a
Cristo: Que su sangre, unida a la del
Señor, sea prenda de paz y de
reconciliación para el mundo entero''.

Les informamos que hemos redactado y diseñado un
curso con textos extraídos de la extensa Catequesis
de San Juan Pablo II que lleva por título SAGRADO
CORAZÓN: SÍMBOLO DEL AMOR DE CRISTO. Este curso
contiene los textos catequéticos sobre cada una de
las Letanías al Sagrado
Corazón de Jesús y lo puede leer en la
siguiente dirección
"...El mes de
junio está dedicado, de modo especial, a la
veneración del Corazón divino. No sólo un día,
la fiesta litúrgica que, de ordinario, cae en
junio, sino todos los días.
(Ángelus, 27
de junio de 1982).

SANTA MISA EN LA
SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI
HOMILÍA DEL SANTO
PADRE FRANCISCO
Jueves 4 de junio de 2015
Queridos
hermanos y hermanas:
En la Última Cena,
Jesús dona su Cuerpo y su Sangre mediante el pan y el
vino, para dejarnos el memorial de su sacrificio de amor
infinito. Con este “viático” lleno de gracia, los
discípulos tienen todo lo necesario para su camino a lo
largo de la historia, para hacer extensivo a todos el
Reino de Dios. Luz y fuerza será para ellos el don que
Jesús ha hecho de sí mismo, inmolándose voluntariamente
sobre la Cruz. Y este Pan de vida ¡ha llegado hasta
nosotros!
Ante esta realidad el estupor de la Iglesia no cesa jamás.
Una maravilla que alimenta siempre la contemplación, la
adoración, la memoria. Nos lo demuestra un texto muy bello
de la Liturgia de hoy, el Responsorio de la segunda
lectura del Oficio de las Lecturas, que dice así:
“Reconozcan en este pan, a Aquél que fue crucificado; en
el cáliz, la Sangre brotada de su costado. Tomen y coman
el Cuerpo de Cristo, beban su Sangre: porque ahora son
miembros de Cristo. Para no disgregarse, coman este
vínculo de comunión; para no despreciarse, beban el precio
de su rescate”.
Nos preguntamos: ¿qué significa, hoy, disgregarse y
disolverse? Nosotros nos disgregamos cuando no somos
dóciles a la Palabra del Señor, cuando no vivimos la
fraternidad entre nosotros, cuando competimos por ocupar
los primeros lugares, cuando no encontramos el valor para
testimoniar la caridad, cuando no somos capaces de ofrecer
esperanza.
La Eucaristía nos permite el no disgregarnos, porque es
vínculo de comunión, y cumplimiento de la Alianza, señal
viva del Amor de Cristo que se ha humillado y anonadado
para que permanezcamos unidos. Participando a la
Eucaristía y nutriéndonos de ella, estamos incluidos en un
camino que no admite divisiones. El Cristo presente en
medio a nosotros, en la señal del pan y del vino, exige
que la fuerza del amor supere toda laceración, y al mismo
tiempo que se convierta en comunión, también con el más
pobre, apoyo para el débil, atención fraterna con los que
fatigan en el llevar el peso de la vida cotidiana. Están
en peligro de perder la fe.
Y ¿qué significa hoy para nosotros “disolverse”, o sea
diluir nuestra dignidad cristiana? Significa dejarse
corroer por las idolatrías de nuestro tiempo: el aparecer,
el consumir, el yo al centro de todo; pero también el ser
competitivos, la arrogancia como actitud vencedora, el no
tener jamás que admitir el haberse equivocado o el tener
necesidades. Todo esto nos disuelve, nos vuelve cristianos
mediocres, tibios, insípidos, paganos.
Jesús ha derramado su Sangre como precio y como baño
sagrado que nos lava, para que fuéramos purificados de
todos los pecados: para no disolvernos, mirándolo,
saciándonos de su fuente, para ser preservados del riesgo
de la corrupción. Y entonces experimentaremos la gracia de
una transformación: nosotros siempre seguiremos siendo
pobres pecadores, pero la Sangre de Cristo nos librará de
nuestros pecados y nos restituirá nuestra dignidad. Nos
liberará de la corrupción. Sin mérito nuestro, con sincera
humildad, podremos llevar a los hermanos el amor de
nuestro Señor y Salvador. Seremos sus ojos que van en
busca de Zaqueo y de la Magdalena; seremos su mano que
socorre a los enfermos del cuerpo y del espíritu; seremos
su corazón que ama a los necesitados de reconciliación, de
misericordia y de comprensión.
De esta manera la Eucaristía actualiza la Alianza que nos
santifica, nos purifica y nos une en comunión admirable
con Dios. Así aprendemos que la Eucaristía no es un premio
para los buenos, sino la fuerza para los débiles, para los
pecadores, es el perdón, el viático que nos ayuda a andar,
a caminar”.
Hoy, fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, tenemos la
alegría no solamente de celebrar este misterio, sino
también de alabarlo y cantarlo por las calles de nuestra
ciudad. Que la procesión que realizaremos al final de la
Misa, pueda expresar nuestro reconocimiento por todo el
camino que Dios nos ha hecho recorrer a través del
desierto de nuestras miserias, para hacernos salir de la
condición servil, nutriéndonos de su Amor mediante el
Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre.
Dentro de poco, mientras caminaremos a largo de la calles,
sintámonos en comunión con tantos de nuestros hermanos y
hermanas que no tienen la libertad para expresar su fe en
el Señor Jesús. Sintámonos unidos a ellos: cantemos con
ellos, alabemos con ellos, adoremos con ellos. Y veneremos
en nuestro corazón a aquellos hermanos y hermanas a los
que ha sido requerido el sacrificio de la vida por
fidelidad a Cristo: que su sangre, unida a aquella del
Señor, sea prenda de paz y de reconciliación para el mundo
entero. Y no olvidemos: para no disgregarnos, coman este
vínculo de comunión, para no disolverse beban el precio de
su rescate.

ADORO TE DEVOTE
Te adoro con devoción,
Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias. A Ti se
somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte.
Al juzgar de Ti, se equivocan la vista, el tacto, el gusto; pero basta el
oído para creer con firmeza; creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios:
nada es más verdadero que esta Palabra de verdad.
En la Cruz se escondía sólo la Divinidad, pero aquí se esconde también la
Humanidad; sin embargo, creo y confieso ambas cosas, y pido lo que pidió
aquel ladrón arrepentido.
No veo las llagas como las vio Tomás pero confieso que eres mi Dios: haz
que yo crea más y más en Ti, que en Ti espere y que Te ame.
¡Memorial de la muerte del Señor! Pan vivo que das vida al hombre: concede
a mi alma que de Ti viva y que siempre saboree Tu dulzura.
Señor Jesús, Pelícano bueno, límpiame a mí, inmundo, con Tu Sangre, de la
que una sola gota puede liberar de todos los crímenes al mundo entero.
Jesús, a quien ahora veo oculto, te ruego, que se cumpla lo que tanto
ansío: que al mirar Tu Rostro cara a cara, sea yo feliz viendo Tu gloria.
Amén.
(Santo Tomás de Aquino, teólogo y
cantor apasionado de Cristo Eucarístico)
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