¡Oh clementísima Virgen María,
Madre de Dios,
Reina del Cielo,
Señora del mundo,
Júbilo de los santos,
Consuelo de los pecadores!
Atiende los gemidos de los arrepentidos;
calma los deseo de los devotos;
socorre las necesidades de los enfermos;
conforta los corazones de los atribulados;
asiste a los agonizantes;
protege contra los ataques de los demonios
a tus siervos que te imploran;
guía a los que te aman
al premio de la eterna bienaventuranza,
en donde con tu amantísimo hijo Jesucristo
reinas felizmente por toda la eternidad.
Amen.
Beato Tomás de Kempis (*)
(*) Beato Tomas de Kempis
(+1471) La fama mundial de Tomás de Kempis se debe a que él escribió el libro
que más ediciones ha tenido después de la Biblia, La "Imitación de Cristo".
Este precioso librito, llamado "el consentido de los libros" porque es el
que se ha sacado en ediciones más hermosas y lujosas, (de bolsillo) ha tenido ya
más de 3,100 ediciones en los más diversos idiomas del mundo. Su primera edición
salió 20 años antes del descubrimiento de América (un año después de la muerte
del autor) en 1472, y durante más de 500 años ha tenido unas 6 ediciones cada
año. Caso raro y excepcional.
Querido(a) suscriptor(a) de
El Camino de María:
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Entremos en el
Año Nuevo
con confianza en Dios
imitando la Fe de María
Como Ella, también nosotros podemos
mirar con atención y conservar en el
corazón las maravillas que Dios
lleva a cabo cada día en la
historia. Así aprenderemos a
reconocer en la trama de la vida
diaria la intervención constante de
la divina Providencia, que todo lo
guía con Sabiduría y Amor.
|
Marisa y Eduardo
- Editores de "El Camino de María"
TE
DEUM LAUDAMUS
Himno
de Acción de Gracias
A Ti, oh Dios, te alabamos.
A
Ti, Señor,
te reconocemos.
A Ti, Eterno Padre, te
venera toda la creación.
Los ángeles todos, los
cielos y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo, es el
Señor Dios del Universo.
El Cielo y la tierra están
llenos de la majestad de tu gloria.
A Ti te ensalza el glorioso
coro de los Apóstoles,
A Ti te ensalza la multitud
admirable de los Profetas,
A Ti te ensalza el blanco
ejército de los Mártires.
A Ti la Iglesia Santa extendida por
toda la tierra, te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de
adoración,
Espíritu Santo Paráclito.
Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre, aceptaste
la condición humana.
Tú, rotas las cadenas de la muerte, nos abriste
el Reino del Cielo.
Tú te sientas a la derecha de Dios en
la gloria del Padre.
Creemos que un día has de venir como Juez.
Te rogamos, pues, que vengas en ayuda
de tus siervos, a quienes has redimido con tu
preciosa Sangre.
Haz que en la gloria eterna nos
asociemos a tus Santos.
Salva a tu pueblo, Señor, y bendice
tu heredad.
Sé su Pastor y ensálzalo eternamente.
Día tras día te bendecimos.
Y alabamos tu Nombre para siempre, por
eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día y siempre guardarnos del
pecado.
Ten misericordia de nosotros, Señor, ten
misericordia de nosotros.
En Ti, Señor, confié, no me vea
defraudado para siempre.
V. Bendito eres, Señor, Dios de nuestros
padres.
R. Y digno de alabanza, y glorioso por lo
siglos.
V. Bendigamos al Padre, y al Hijo con el
Espíritu Santo.
R. Alabémosle y ensalcémosle por todos
los siglos.
V. Bendito eres Señor en lo más alto del
Cielo.
R. Y digno de alabanza, y glorioso y
ensalzado por todos los siglos.
V. Bendice, alma mía, al Señor.
R. Y nunca olvides sus muchos beneficios.
V. Señor, escucha mi oración.
R. Y llegue a Ti mi clamor.
Oremos.
Oh Dios, cuya Misericordia
no tiene número, y los tesoros de tu Bondad son infinitos: damos gracias a tu
piadosísima Majestad por los dones
recibidos, rogando siempre a tu clemencia
que, pues concedes lo pedido en la oración,
no nos desampares, sino que nos hagas
dignos de los premios futuros.
Oh Dios, que instruyes los
corazones de los fieles con la luz del Espíritu
Santo, concédenos según el mismo Espíritu
conocer las cosas rectas y gozar siempre
de sus divinos consuelos.
Oh Dios, que no permites sea
afligido en demasía cualquiera que en Ti
espera, sino que atiendes piadoso a
nuestras súplicas: te damos gracias por
haber aceptado nuestras peticiones y te
suplicamos que
merezcamos vernos libres de toda
adversidad. Por nuestro Señor Jesucristo.
R. Amén.
SANTA MARÍA,
MADRE DE DIOS
Audiencia general
del miércoles 4 de enero de 1984
Queridos hermanos y
hermanas:
Después de
haber centrado la mirada en Jesús durante la fiesta de
Navidad, la Iglesia ha querido fijarla, en el primer día del
año, en María Santísima, para celebrar su maternidad
divina.
Efectivamente,
en la contemplación del misterio de la Encarnación, no se
puede separar al Hijo de Dios de la Madre. Por esto, en la
formulación de su fe, la Iglesia proclama que el Hijo
"por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen,
y se hizo hombre".
Cuando en el Concilio de Efeso se aplicó a María el título
de "Theotokos", Madre de Dios, la intención de
los padres del Concilio era garantizar la verdad del
misterio de la Encarnación. Querían afirmar la unidad
personal de Cristo, Dios y hombre, unidad tal, que la
maternidad de María en relación con Jesús, era, por eso
mismo, maternidad en relación con el Hijo de Dios. María
es "Madre de Dios" porque su Hijo es Dios; es madre sólo en
el orden de la generación humana, pero, dado que el Niño que
Ella concibió y dio al mundo, es Dios, debe ser llamada
"Madre de Dios".
La afirmación de la maternidad divina nos ilumina sobre el
sentido de la Encarnación. Demuestra que el Verbo, persona
divina, se ha hecho hombre: se ha hecho hombre gracias al
concurso de una mujer en la obra del Espíritu Santo. Una
mujer ha sido asociada de manera singular al misterio de la
venida del Salvador al mundo. Por mediación de esta mujer,
Jesús se une a las generaciones humanas que precedieron a su
nacimiento. Gracias a María, Él tiene un verdadero
nacimiento y su vida en la tierra comienza de manera
semejante a la de todos los demás hombres. Con su
maternidad, María permite al Hijo de Dios tener -después de
la concepción extraordinaria por obra del Espíritu Santo- un
desarrollo humano y una inserción normal en la sociedad de
los hombres.
2. El título de "Madre de Dios", a la vez que
pone de relieve la humanidad de Jesús en la Encarnación,
llama también la atención sobre la dignidad suprema otorgada
a una criatura. Es comprensible que en la historia de tal
doctrina haya habido un momento en que esta dignidad
encontrara alguna contestación: efectivamente, podía parecer
difícil admitirla, a causa de los abismos vertiginosos sobre
los que se abría. Pero cuando se puso en discusión el título
de "Theotokos", la Iglesia reaccionó inmediatamente
confirmando que debía atribuírsele a María como verdad de
fe. Los que creen en Jesús, que es Dios, no pueden menos de
creer también que María es Madre de Dios.
La dignidad conferida a María muestra desde dónde ha
querido Dios impulsar la reconciliación. En efecto, se
debe recordar que inmediatamente después del pecado
original, Dios anunció su intención de hacer una alianza con
la mujer, de manera que asegurara la victoria sobre el
enemigo del género humano: "Pongo perpetua enemistad
entre ti y la mujer y entre tu linaje y el suyo; éste te
aplastará la cabeza, y tú le acecharás el calcañal" (Gén 3,
15). Según este oráculo, la mujer estaba destinada a
convertirse en la aliada de Dios para la lucha contra el
demonio. Debía ser la madre del que aplastaría la cabeza del
enemigo. Sin embargo, en la perspectiva profética del
Antiguo Testamento, este descendiente de la mujer, que tenía
que triunfar sobre el espíritu del mal, parecía que no era
sino un hombre.
Aquí interviene la realidad maravillosa de la Encarnación.
El descendiente de la mujer, que realiza el oráculo
profético, no es en absoluto un simple hombre. Es plenamente
hombre, gracias a la mujer de la que es hijo, pero es
también, a la vez, verdadero Dios. La alianza hecha en los
comienzos entre Dios y la mujer adquiere una nueva
dimensión. María entra en esta alianza como la Madre del
Hijo de Dios. Para responder a la imagen de la mujer que
había cometido el pecado, Dios hace surgir una imagen
perfecta de mujer, que recibe una maternidad divina. La
nueva alianza supera con mucho las exigencias de una simple
reconciliación; eleva a la mujer a una altura que nadie
hubiera podido imaginar.
3. Siempre sentimos el asombro de que una mujer haya podido
dar al mundo al que es Dios, que haya recibido la misión de
amamantarlo como cada madre amamanta a su hijo, que haya
preparado al Salvador, con la educación materna, para su
futura actividad. María ha sido plenamente madre y, por
esto, ha sido también una admirable educadora. El hecho,
confirmado por el Evangelio, de que Jesús, en su infancia,
les estaba sujeto (cf. Lc 2, 51), indica que su presencia
materna influyó profundamente en el desarrollo humano del
Hijo de Dios. Es uno de los aspectos más impresionantes del
misterio de la Encarnación.
En la dignidad conferida de modo singularísimo a María, se
manifiesta la dignidad que el misterio del Verbo hecho carne
quiere conferir a toda la humanidad. Cuando el Hijo de
Dios se abajó para hacerse hombre, semejante a nosotros en
todo, menos en el pecado, elevó la humanidad al nivel de
Dios. En la reconciliación. realizada entre Dios y la
humanidad, Él no quería restablecer simplemente la
integridad y la pureza de la vida humana, herida por el
pecado. Quería comunicar al hombre la vida divina y abrirle
el pleno acceso a la familiaridad con Dios.
De este modo María nos hace comprender la grandeza del
Amor Divino, no sólo para con Ella, sino para con nosotros.
Ella nos introduce en la obra grandiosa, con la que Dios no
se ha limitado a curar a la humanidad de las llagas del
pecado, sino que le ha asignado un destino superior de
íntima unión con Él. Cuando veneramos a María como
Madre de Dios, reconocemos además la maravillosa
transformación que el Señor ha otorgado a su criatura.
Por esto, cada vez que pronunciamos las palabras: "Santa
María, Madre de Dios", debemos tener ante los ojos de la
mente la perspectiva luminosa del rostro de la humanidad,
cambiado en el Rostro de Cristo.
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