EL CAMINO DE MARÍA

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"El Camino de María"

Newsletter 53

Marisa y Eduardo Vinante

Directores de Contenido

 

 

 

Entremos en el Año Nuevo

con confianza en Dios imitando la Fe de María

 

 

 

 

Como Ella, también nosotros podemos mirar con atención y conservar en el corazón las maravillas que Dios lleva a cabo cada día en la historia. Así aprenderemos a reconocer en la trama de la vida diaria la intervención constante de la divina Providencia, que todo lo guía con sabiduría y amor.

 

 

 

 

¡Feliz Año 2004!

 

 

 

Santa Madre del Redentor,
que siempre sigues siendo la puerta del cielo,
Estrella del mar,
socorre al pueblo que cae
y que procura levantarse;
Tú que engendraste, ante el asombro
de la naturaleza, a tu Santo Creador,
Virgen antes y después de haber recibido
aquel saludo de boca de Gabriel,
ten misericordia de los pecadores.

 

CATEQUESIS DEL PAPA JUAN PABLO II

 

ENTREMOS EN EL AÑO NUEVO CON CONFIANZA EN DIOS IMITANDO LA FE DE MARÍA

 Audiencia General del miércoles 2 de enero de 2002

LA FE DE LA VIRGEN MARÍA

Audiencia General del miércoles 3 de julio de 1996

MARÍA, MODELO Y GUÍA DE  FE 

Audiencia General del miércoles 6 de mayo de 1998

ENTREMOS EN EL AÑO NUEVO CON CONFIANZA EN DIOS IMITANDO LA FE DE MARIA

 
 
Queridos hermanos y hermanas:   
 
1. En este primer encuentro del nuevo año, queremos renovar nuestra acción de gracias a Dios por los innumerables beneficios con los que enriquece diariamente nuestra vida. Al mismo tiempo, prolongamos la contemplación del gran misterio de la Encarnación, que estamos viviendo en estos días y que constituye un auténtico fulcro del tiempo litúrgico.   
 
Retomando la expresión de san Juan: «El Verbo se hizo carne» (Jn 1, 14), la reflexión doctrinal de la Iglesia ha acuñado el término «encarnación» para indicar el hecho de que el Hijo de Dios asumió plena y completamente la naturaleza humana para realizar en ella y a través de ella nuestra salvación. El Catecismo de la Iglesia católica recuerda que la fe en la encarnación real del Hijo de Dios es el «signo distintivo» de la fe cristiana (cf. n. 463).   
 
Por lo demás, es lo que profesamos con las palabras del Credo niceno-constantinopolitano: «Por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo y, por obra del Espíritu Santo, se encarnó en el seno de la Virgen María y se hizo hombre».

2. En el nacimiento del Hijo de Dios del seno virginal de María los cristianos reconocen la infinita condescendencia del Altísimo hacia el hombre y hacia la creación entera. Con la Encarnación, Dios viene a visitar a su pueblo: «Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo» (Lc 1, 68-69). Y la visita de Dios siempre es eficaz: libera de la aflicción y da esperanza, trae salvación y alegría.

En el relato del nacimiento de Jesús, vemos que la alegre nueva de la venida del Salvador esperado es comunicada en primer lugar a un grupo de pobres pastores, como refiere el evangelio de san Lucas: «Un ángel del Señor se presentó a los pastores» (Lc 2, 9). De ese modo, san Lucas, que en cierto sentido podríamos definir el «evangelista» de la Navidad, quiere subrayar la benevolencia y la delicadeza de Dios para con los pequeños y los humildes, a los que se manifiesta y que de ordinario están mejor dispuestos a reconocerlo y acogerlo.

La señal que se da a los pastores, la manifestación de la majestad infinita de Dios en un niño, está llena de esperanzas y promesas: «Aquí tenéis la señal: encontraréis a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2, 12).
   
Ese mensaje encuentra un eco inmediato en el corazón humilde y disponible de los pastores. Para ellos la palabra que el Señor les da a conocer es seguramente algo real, un «acontecimiento» (cf. Lc 2, 15). Por eso, acuden presurosos, encuentran la señal que se les había prometido e inmediatamente se convierten en los primeros misioneros del Evangelio, difundiendo en su entorno la buena nueva del nacimiento de Jesús. 3. En estos días hemos escuchado nuevamente el canto de los ángeles en Belén: «Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres que él ama» (Lc 2, 14). Este canto debe difundirse en el mundo también en nuestro tiempo, que entraña grandes esperanzas y extraordinarias aperturas en todos los ámbitos, pero que igualmente encierra fuertes tensiones y dificultades. Para que en el nuevo año, recién comenzado, la humanidad pueda avanzar de un modo más ágil y seguro por los caminos de la paz, hace falta la colaboración activa de todos.

Por eso, cada año, con ocasión de la Jornada mundial de la paz, quiero subrayar el vínculo que existe entre la paz, la justicia y el perdón. Realmente «no hay paz sin justicia» y «no hay justicia sin perdón». Por tanto, debe crecer en todos un fuerte deseo de reconciliación, sostenido por una sincera voluntad de perdón. A lo largo de todo el año nuestra oración debe hacerse más fuerte e insistente, para obtener de Dios el don de la paz y de la fraternidad, especialmente en las zonas más agitadas del mundo.     
 
4. Así entramos en el nuevo año con confianza, imitando la fe y la dócil disponibilidad de María, que conserva y medita en su corazón (cf. Lc 2, 19) todas las cosas maravillosas que están aconteciendo ante sus ojos. Dios mismo realiza por medio de su Hijo unigénito la plena y definitiva salvación en favor de la humanidad entera. Contemplamos a la Virgen mientras acoge entre sus brazos a Jesús para darlo a todos los hombres. Como ella, también nosotros miramos con atención y conservamos en el corazón las maravillas que Dios lleva a cabo cada día en la historia. Así aprenderemos a reconocer en la trama de la vida diaria la intervención constante de la divina Providencia, que todo lo guía con sabiduría y amor. Una vez más, ¡Feliz Año nuevo a todos!
 

LA FE DE LA VIRGEN MARÍA
 
Queridos hermanos y hermanas:
 
1. En la narración evangélica de la Visitación, Isabel, «llena de Espíritu Santo», acogiendo a María en su casa, exclama: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1, 45). Esta bienaventuranza, la primera que refiere el evangelio de san Lucas, presenta a María como la mujer que con su fe precede a la Iglesia en la realización del espíritu de las bienaventuranzas.
 
El elogio que Isabel hace de la fe de María se refuerza comparándolo con el anuncio del ángel a Zacarías. Una lectura superficial de las dos anunciaciones podría considerar semejantes las respuestas de Zacarías y de María al mensajero divino: «¿En qué lo conoceré? Porque yo soy viejo y mi mujer avanzada en edad», dice Zacarías; y María: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» (Lc 1, 18.34). Pero la profunda diferencia entre las disposiciones íntimas de los protagonistas de los dos relatos se manifiesta en las palabras del ángel, que reprocha a Zacarías su incredulidad, mientras que da inmediatamente una respuesta a la pregunta de María. A diferencia del esposo de Isabel, María se adhiere plenamente al proyecto divino, sin subordinar su consentimiento a la concesión de un signo visible.
 
Al ángel que le propone ser madre, María le hace presente su propósito de virginidad. Ella, creyendo en la posibilidad del cumplimiento del anuncio, interpela al mensajero divino sólo sobre la modalidad de su realización, para corresponder mejor a la voluntad de Dios, a la que quiere adherirse y entregarse con total disponibilidad. «Buscó el modo; no dudó de la omnipotencia de Dios», comenta san Agustín (Sermo 291).
 
Movida por su gran amor       
 
2. También el contexto en el que se realizan las dos anunciaciones contribuye a exaltar la excelencia de la fe de María. En la narración de san Lucas captamos la situación más favorable de Zacarías y lo inadecuado de su respuesta. Recibe el anuncio del ángel en el templo de Jerusalén, en el altar delante del «Santo de los Santos» (cf. Ex 30, 6-8); el ángel se dirige a él mientras ofrece el incienso; por tanto, durante el cumplimiento de su función sacerdotal, en un momento importante de su vida; se le comunica la decisión divina durante una visión. Estas circunstancias particulares favorecen una comprensión más fácil de la autenticidad divina del mensaje y son un motivo de aliento para aceptarlo prontamente.
 
Por el contrario, el anuncio a María tiene lugar en un contexto más simple y ordinario, sin los elementos externos de carácter sagrado que están presentes en el anuncio a Zacarías. San Lucas no indica el lugar preciso en el que se realiza la anunciación del nacimiento del Señor; refiere, solamente, que María se hallaba en Nazaret, aldea poco importante, que no parece predestinada a ese acontecimiento. Además, el evangelista no atribuye especial importancia al momento en que el ángel se presenta, dado que no precisa las circunstancias históricas. En el contacto con el mensajero celestial, la atención se centra en el contenido de sus palabras, que exigen a María una escucha intensa y una fe pura.
 
Esta última consideración nos permite apreciar la grandeza de la fe de María, sobre todo si la comparamos con la tendencia a pedir con insistencia, tanto ayer como hoy, signos sensibles para creer. Al contrario, la aceptación de la voluntad divina por parte de la Virgen está motivada sólo por su amor a Dios.
 
Su pregunta manifiesta su fe    
 
3. A María se le propone que acepte una verdad mucho más alta que la anunciada a Zacarías. Éste fue invitado a creer en un nacimiento maravilloso que se iba a realizar dentro de una unión matrimonial estéril, que Dios quería fecundar. Se trata de una intervención divina análoga a otras que habían recibido algunas mujeres del Antiguo Testamento: Sara (Gn 17, 15-21; 18, 10-14), Raquel (Gn 30, 22), la madre de Sansón (Jc 13, 1-7) y Ana, la madre de Samuel (1 S 1, 11-20). En estos episodios se subraya, sobre todo, la gratuidad del don de Dios.
 
María es invitada a creer en una maternidad virginal, de la que el Antiguo Testamento no recuerda ningún precedente. En realidad, el conocido oráculo de Isaías: «He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel» (Is 7, 14), aunque no excluye esta perspectiva, ha sido interpretado explícitamente en este sentido sólo después de la venida de Cristo, y a la luz de la revelación evangélica.
 
A María se le pide que acepte una verdad jamás enunciada antes. Ella la acoge con sencillez y audacia. Con la pregunta: «¿Cómo será esto?», expresa su fe en el poder divino de conciliar la virginidad con su maternidad única y excepcional.
 
Respondiendo: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra» (Lc 1, 35), el Ángel da la inefable solución de Dios a la pregunta formulada por María. La virginidad, que parecía un obstáculo, resulta ser el contexto concreto en que el Espíritu Santo realizará en ella la concepción del Hijo de Dios encarnado. La respuesta del ángel abre el camino a la cooperación de la Virgen con el Espíritu Santo en la generación de Jesús.
 
Siempre fe para la salvación   
 
4. En la realización del designio divino se da la libre colaboración de la persona humana. María, creyendo en la palabra del Señor, coopera en el cumplimiento de la maternidad anunciada.
 
Los Padres de la Iglesia subrayan a menudo este aspecto de la concepción virginal de Jesús. Sobre todo san Agustín, comentando el evangelio de la Anunciación, afirma: «El ángel anuncia, la Virgen escucha, cree y concibe» (Sermo 13 in Nat. Dom.). Y añade: «Cree la Virgen en el Cristo que se le anuncia, y la fe le trae a su seno; desciende la fe a su corazón virginal antes que a sus entrañas la fecundidad maternal» (Sermo 293).
 
El acto de fe de María nos recuerda la fe de Abraham, que al comienzo de la antigua alianza creyó en Dios, y se convirtió así en padre de una descendencia numerosa (cf. Gn 15, 6; Redemptoris Mater, 14) (*) . Al comienzo de la nueva alianza también María, con su fe, ejerce un influjo decisivo en la realización del misterio de la Encarnación, inicio y síntesis de toda la misión redentora de Jesús.
 
La estrecha relación entre fe y salvación, que Jesús puso de relieve durante su vida pública (cf. Mc 5, 34; 10, 52; etc.), nos ayuda a comprender también el papel fundamental que la fe de María ha desempeñado y sigue desempeñando en la salvación del género humano.

(*) Sin embargo las palabras de Isabel «Feliz la que ha creído» no se aplican únicamente a aquel momento concreto de la anunciación. Ciertamente la Anunciación representa el momento culminante de la fe de María a la espera de Cristo, pero es además el punto de partida, de donde inicia todo su «camino hacia Dios», todo su camino de fe. Y sobre esta vía, de modo eminente y realmente heroico —es mas, con un heroísmo de fe cada vez mayor— se efectuará la «obediencia» profesada por ella a la palabra de la divina revelación. Y esta «obediencia de la fe» por parte de María a lo largo de todo su camino tendrá analogías sorprendentes con la fe de Abraham. Como el patriarca del Pueblo de Dios, así también María, a través del camino de su fiat filial y maternal, «esperando contra esperanza, creyó». De modo especial a lo largo de algunas etapas de este camino la bendición concedida a «la que ha creído» se revelará con particular evidencia. Creer quiere decir «abandonarse» en la verdad misma de la palabra del Dios viviente, sabiendo y reconociendo humildemente «¡cuan insondables son sus designios e inescrutables sus caminos!» (Rom 11, 33). María, que por la eterna voluntad del Altísimo se ha encontrado, puede decirse, en el centro mismo de aquellos «inescrutables caminos» y de los «insondables designios» de Dios, se conforma a ellos en la penumbra de la fe, aceptando plenamente y con corazón abierto todo lo que está dispuesto en el designio divino. (Redemptoris Mater, 14) 

MARÍA, MODELO Y GUÍA DE  FE 

Queridos hermanos y hermanas:  

1. La primera bienaventuranza que menciona el Evangelio es la de la fe, y se refiere a María: «¡Feliz la que ha creído!» (Lc 1, 45). Estas palabras, pronunciadas por Isabel, ponen de relieve el contraste entre la incredulidad de Zacarías y la fe de María. Al recibir el mensaje del futuro nacimiento de su hijo, Zacarías se había resistido a creer, juzgando que era algo imposible, porque tanto él como su mujer eran ancianos.

En la Anunciación, María está ante un mensaje más desconcertante aún, como es la propuesta de convertirse en la madre del Mesías. Frente a esta perspectiva, no reacciona con la duda; se limita a preguntar cómo puede conciliarse la virginidad, a la que se siente llamada, con la vocación materna. A la respuesta del ángel, que indica la omnipotencia divina que obra a través del Espíritu, María da su consentimiento humilde y generoso.

En ese momento único de la historia de la humanidad, la fe desempeña un papel decisivo. Con razón afirma san Agustín: «Cristo es creído y concebido mediante la fe. Primero se realiza la venida de la fe al corazón de la Virgen, y a continuación viene la fecundidad al seno de la madre» (Sermo 293: PL 38, 1.327).

2. Si queremos contemplar la profundidad de la fe de María, nos presta una gran ayuda el relato evangélico de las bodas de Caná. Ante la falta de vino, María podría buscar alguna solución humana para el problema que se había planteado pero no duda en dirigirse inmediatamente a Jesús: «No tienen vino» (Jn 2, 3). Sabe que Jesús no tiene vino a su disposición; por tanto, verosímilmente pide un milagro. Y la petición es mucho más audaz porque hasta ese momento Jesús ano no había hecho ningún milagro. Al actuar de ese modo, obedece sin duda alguna a una inspiración interior, ya que, según el plan divino, la fe de María debe preceder a la primera manifestación del poder mesiánico de Jesús, tal como precedió a su venida a la tierra. Encarna ya la actitud que Jesús alabará en los verdaderos creyentes de todos los tiempos: «Dichosos los que no han visto y han creído» (Jn 20, 29).

3. No es fácil la fe a la que María está llamada. Ya antes de Caná, meditando las palabras y los comportamientos de su Hijo, tuvo que mostrar una fe profunda. Es significativo el episodio de la pérdida de Jesús en el templo, a la edad de doce años, cuando ella y José, angustiados, escucharon su respuesta: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es preciso que me ocupe en las cosas de mi Padre?» (Lc 2, 49). Pero ahora, en Caná, la respuesta de Jesús a la petición de su Madre parece más neta aún y muy poco alentadora: «Mujer, ¿qué nos va a ti y a mí? Todavía no ha llegado mi hora» (Jn 2, 4). En la intención del cuarto evangelio no se trata de la hora de la manifestación pública de Cristo, sino más bien de la anticipación del significado de la hora suprema de Jesús (cf. Jn 7, 30; 12, 23; 13, 1; 17, 1), cuyos frutos mesiánicos de la redención y del Espíritu están representados eficazmente por el vino, como símbolo de prosperidad y alegría. Pero el hecho de que esa hora no esté aún presente cronológicamente es un obstáculo que, viniendo de la voluntad soberana del Padre, parece insuperable.

Sin embargo, María no renuncia a su petición, hasta el punto de implicar a los sirvientes en la realización del milagro esperado: «Haced lo que él os diga» (Jn 2, 5). Con la docilidad y la profundidad de su fe, lee las palabras de Cristo más allá de su sentido inmediato. Intuye el abismo insondable y los recursos infinitos de la misericordia divina, y no duda de la respuesta de amor de su Hijo. El milagro responde a la perseverancia de su fe.

María se presenta así como modelo de una fe en Jesús que supera todos los obstáculos.

4. También la vida pública de Jesús reserva pruebas para la fe de María. Por una parte, le da alegría saber que la predicación y los milagros de Jesús suscitaban admiración y consenso en muchas personas. Por otra, ve con amargura la oposición cada vez más enconada de los fariseos, de los doctores de la ley y de la jerarquía sacerdotal.

Se puede imaginar cuánto sufrió María ante esa incredulidad, que constataba incluso entre sus parientes: los llamados «hermanos de Jesús», es decir, sus parientes, no creían en él e interpretaban su comportamiento como inspirado por una voluntad ambiciosa (cf. Jn 7, 2-5).

María, aun sintiendo dolorosamente la desaprobación familiar, no rompe las relaciones con esos parientes, que encontramos con ella en la primera comunidad en espera de Pentecostés (cf. Hch 1, 14). Con su benevolencia y su caridad, María ayuda a los demás a compartir su fe.

5. En el drama del Calvario, la fe de María permanece intacta. Para la fe de los discípulos, ese drama fue desconcertante. Sólo gracias a la eficacia de la oración de Cristo, Pedro y los demás, aunque probados, pudieron reanudar el camino de la fe, para convertirse en testigos de la resurrección.

Al decir que María estaba de pie junto a la cruz, el evangelista san Juan (cf. Jn 19, 25) nos da a entender que María se mantuvo llena de valentía en ese momento dramático. Ciertamente, fue la fase más dura de su «peregrinación de fe» (cf. Lumen gentium, 58). Pero ella pudo estar de pie porque su fe se conservó firme. En la prueba, María siguió creyendo que Jesús era el Hijo de Dios y que, con su sacrificio, transformaría el destino de la humanidad.

La resurrección fue la confirmación definitiva de la fe de María. Más que en cualquier otro, la fe en Cristo resucitado transformó su corazón en el más auténtico y completo rostro de la fe, que es el rostro de la alegría.

TE DEUM
 
1.   A Ti, oh Dios, te alabamos; a Ti, Señor, te reconocemos.
2.   A Ti, Eterno Padre, te venera toda la creación.
3.   Los ángeles todos, los cielos y todas las potestades te honran.
4.   Los querubines y serafines te cantan sin cesar:
5.   Santo, Santo, Santo, es el Señor Dios del Universo.
6.   Los cielos y la tierra están llenos de la majestad de tu gloria.
7.   A Ti te ensalza el glorioso coro de los Apóstoles,
8.   A Ti te ensalza la multitud admirable de los Profetas,
9.   A Ti te ensalza el blanco ejército de los Mártires.
10. A Ti la Iglesia Santa extendida por toda la tierra, te proclama:
11. Padre de inmensa majestad,
12. Hijo único y verdadero, digno de adoración,
13. Espíritu Santo Paráclito.
14. Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
15. Tú eres el Hijo único del Padre.
16. Tú, para liberar al hombre, aceptaste la condición humana,
sin desdeñar el seno de la Virgen.
17. Tú, rotas las cadenas de la muerte, abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
18. Tú te sientas a la derecha de Dios en la gloria del Padre.
19. Creemos que un día has de venir como Juez.
20. Te rogamos, pues, que vengas en ayuda de tus siervos, a quienes redimiste con tu preciosa Sangre.
21. Haz que en la gloria eterna nos asociemos a tus Santos.
22. Salva a tu pueblo, Señor, y bendice tu heredad.
23. Sé su Pastor y ensálzalo eternamente.
24. Día tras día te bendecimos.
25. Y alabamos tu Nombre para siempre, por eternidad de eternidades.
26. Dígnate, Señor, en este día guardarnos del pecado.
27. Ten piedad de nosotros, Señor, ten piedad de nosotros.
28. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de Ti.
29. En Ti, Señor, confié, no me vea defraudado para siempre.
V. Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres.
R. Y digno de alabanza, y glorioso por lo siglos.
V. Bendigamos al Padre, y al Hijo con el Espíritu Santo.
R. Alabémosle y ensalcémosle por todos los siglos.
V. Bendito eres Señor en lo mas alto del cielo.
R. Y digno de alabanza, y glorioso y ensalzado por todos los siglos.
V. Bendice, alma mía, al Señor.
R. Y nunca olvides sus muchos beneficios.
V. Señor, escucha mi oración.
R. Y llegue a Ti mi clamor.

Oremos.

Oh Dios, cuya misericordia no tiene número, y los tesoros de tu bondad son infinitos: damos gracias a tu piadosísima Majestad por los dones recibidos, rogando siempre a tu clemencia que, pues concedes lo pedido en la oración, no nos desampares, sino que nos hagas dignos de los premios futuros.
Oh Dios, que has instruido los corazones de los fieles con la luz del Espíritu Santo, concédenos según el mismo Espíritu conocer las cosas rectas y gozar siempre de sus divinos consuelos.
Oh Dios, que no permites sea afligido en demasía cualquiera que en Ti espera, sino que atiendes piadoso a nuestras súplicas: te damos gracias por haber aceptado nuestras peticiones y votos, suplicándote piadosísimamente que merezcamos vernos libres de toda adversidad. Por nuestro Señor Jesucristo.
R. Amén.
 
Himno de alabanza compuesto en Latín al principio del siglo V D.C. Se ha recitado o cantado desde el siglo VI como parte del Oficio Divino y como acción de gracias.

JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ

 

 

 

 

 

JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ
 
 "UN COMPROMISO SIEMPRE ACTUAL: EDUCAR A LA PAZ"

"...En los veinticinco años de Pontificado, que el Señor me ha concedido hasta ahora, no he dejado de levantar mi voz, ante la Iglesia y ante el mundo, para invitar a los creyentes, así como a todas las personas de buena voluntad, a hacer propia la causa de la paz, para contribuir a la realización de este bien primordial, asegurando así al mundo una era mejor, en serena convivencia y respeto recíproco..."

"...Al principio de un nuevo año deseo recordar a las mujeres y a los hombres de cada lengua, religión y cultura el antiguo principio: « Omnia vincit amor! » (Todo lo vence el amor) ¡Sí, queridos hermanos y hermanas de todas las partes del mundo, al final vencerá el amor! Que cada uno se esfuerce para que esta victoria llegue pronto. A ella, en el fondo, aspira el corazón de todos..."

(DEL MENSAJE DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II PARA LA CELEBRACIÓN DE LA JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ DEL 1 DE ENERO DE 2004: "UN COMPROMISO SIEMPRE ACTUAL: EDUCAR A LA PAZ")
 

TEMAS  DE LAS 25 JORNADAS MUNDIALES DE LA PAZ DEL PONTIFICADO DE JUAN PABLO II

1979: Para lograr la paz, educar a la paz
1980: La verdad, fuerza de la paz
1981: Para servir a la paz, respeta la libertad
1982: La paz, don de Dios confiado a los hombres
1983: El diálogo por la paz, una urgencia para nuestro tiempo
1984: La paz nace de un corazón nuevo
1985: La paz y los jóvenes caminan juntos
1986: La paz es un valor sin fronteras.
1987: Desarrollo y solidaridad: dos claves para la paz
1988: La libertad religiosa, una condición para la pacífica convivencia
1989: Para construir la paz, respeta las minorías
1990: Paz con Dios creador, paz con todas las criaturas
1991: Si quieres la paz, respeta la conciencia de cada persona
1992: Creyentes unidos en la construcción de la paz
1993: Si quieres la paz, sal al encuentro del pobre
1994: De la familia nace la paz de la familia humana
1995: La mujer: educadora para la paz
1996: Demos a los niños un futuro de paz
1997: Ofrece el perdón, recibe la paz
1998: De la justicia de cada uno nace la paz para todos
1999: El secreto de la verdadera paz reside en el respeto de los derechos humanos
2000: Paz en la tierra a los hombres que Dios ama
2001: Diálogo entre culturas para una civilización del amor y la paz
2002: No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón
2003: «Pacem in terris»: una tarea permanente.

2004: UN COMPROMISO SIEMPRE ACTUAL: EDUCAR A LA PAZ

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