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EL CAMINO DE MARÍA

Edición 836 -  22 de agosto

SANTA MARÍA, REINA

CRISTO CORONA A SU MADRE  

Señor, en tu fuerza Ella se regocija y tu socorro le produce una gran alegría. Tú le acordaste el deseo de su Corazón y no defraudaste sus ruegos porque la colmaste de muchas bendiciones. Sobre su cabeza colocaste una corona de piedras preciosas. Su corona es Cristo, según la palabra del sabio: «Un hijo dotado de sabiduría es la corona de su madre»

Y es una corona de piedra porque en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, Cristo figura bajo el nombre de piedra: piedra por su poder, y piedra preciosa por su gloria. El salmista reúne esos dos aspectos cuando dice: «El Señor de los ejércitos, es piedra preciosa, porque es Rey de gloria.» No hay nada más fuerte que esta piedra, ni nada más precioso que esta gloria.  (
San Bernardo de Claraval )
 


Querido/a Suscriptor/a de "El Camino de María"

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El 22 de agosto celebraremos la fiesta litúrgica de SANTA MARÍA REINA. Este título de la Virgen manifiesta la conexión que existe entre la realeza de María y su Asunción al Cielo. La doctrina de la Iglesia dice que si María subió en Cuerpo y Alma al Cielo fue para ser allí coronada por Su Hijo, Jesús, como Reina y Señora de Cielo y de la tierra. La realeza de María es un tema tradicional en la Iglesia, proclamada por toda la tradición oriental y occidental.

El 1º de noviembre, de 1954, al final del Año Mariano, el Papa Pío XII colocó una corona enjoyada sobre la pintura de Nuestra Señora, Protectora de Roma. En ese momento, se levantó un fuerte clamor de entre la gran multitud congregada en Santa. María la Mayor: "¡Viva la Reina!". El Papa nombró a la Virgen Reina del Cielo y de la  tierra y decretó que se celebrara una fiesta especial para honrarla bajo ese título.

La Beatísima María debe ser llamada Reina, no sólo por razón de su Maternidad divina, sino también porque cooperó íntimamente a nuestra salvación. Así como Cristo, nuevo Adán, es Rey nuestro no sólo por ser Hijo de Dios sino tam­bién nuestro Redentor, con cierta analogía, se puede afirmar que María es Reina, no sólo por ser Madre de Dios sino tam­bién, como nueva Eva, porque fue asociada al nuevo Adán" (Ad coeli Reginam, Pio XII)

En la Constitución Lumen Gentium leemos: "Como quiera que plugo a Dios no manifestar solemnemente el sacramento de la salvación humana antes de derramar el Espíritu prometido por Cristo, vemos a los Apóstoles antes del día de Pentecostés "perseverar unánimemente en la oración con las mujeres, y María la Madre de Jesús y los hermanos de éste" (Act 1,14); y a María implorando con sus ruegos el don del Espíritu Santo, quien ya la había cubierto con su sombra en la Anunciación. Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original, terminado el curso de la vida terrena, en alma y cuerpo fue asunta a la gloria celestial y enaltecida por el Señor como Reina del Universo, para que se asemejara más plenamente a Su Hijo, Señor de los que dominan (Ap 19, 16) y vencedor del pecado  y de la muerte." (Lumen Gentium, 59).

Por su parte, en el Tratado de la Verdadera Devoción a María (n.38), San Luis María Grignion de Monfort escribe:
 
"...María es la Reina del Cielo y de la tierra, por gracia, como Cristo es su Rey por naturaleza y por conquista. Ahora bien, así como el Reino de Jesucristo consiste principalmente en el corazón o interior del hombre, según estas palabras: "El Reino de Dios está en medio de ustedes", del mismo modo, el Reino de la Virgen María está principalmente en el interior del hombre, es decir, en su alma. Ella es glorificada sobre todo en las almas juntamente con su Hijo más que en todas las creaturas visibles, de modo que podemos llamarla con los Santos: Reina de los corazones...."

 


 

 

Gloriosa y excelsa Señora, postrados ante tu trono te veneramos desde este valle de lágrimas. Vemos complacidos la inmensa gloria con que te ha enriquecido el Señor. Ya que eres Reina del Cielo y de la tierra, no te olvides de tus hijos. Cuanto más cerca estás del Manantial de Gracia, más fácilmente nos la puedes otorgar. Desde el Cielo conoces mejor nuestras miserias, por eso es preciso que te apiades más y que nos socorras mejor. Haz, te suplicamos, que seamos tus hijos fieles para llegar a bendecirte en el Cielo. En este día en que has sido hecha la Reina del universo, nosotros nos consagramos a tu servicio. En medio de tanto júbilo consuélanos al tomarnos por hijos. Tú eres de veras nuestra Madre, la mas piadosa y la más amable, vemos tus altares cercados de gente: unos te piden la curación de sus males y otros remedios a sus necesidades; éstos piden buenas cosechas, aquellos ganar algún pleito. Nosotros, te pedimos gracias más agradables a tu Corazón: obtennos la gracia de ser humildes, desprendidos de los bienes terrenos y conformes con el divino querer. Consíguenos, te suplicamos, el santo amor de Dios, una buena muerte y la vida eterna. Señora, cámbianos de pecadores en santos, haz este milagro que te dará más gloria que dar vista a mil ciegos y resucitar a miles de muertos. Reina nuestra amorosa, no pretendemos verte en la tierra, pero sí queremos verte en el Cielo; y Tú nos lo puedes obtener. Así lo esperamos con toda certeza. Amén.

San Alfonso María de Ligorio. "Las Glorias de Maria".

Discurso VIII . 2do de la Asunción de María.


 

CATEQUESIS  DEL PAPA EMÉRITO BENEDICTO XVI

MARÍA, REINA DEL UNIVERSO

Audiencia general. Miércoles 22 de agosto de 2012

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

Hoy es la fiesta de la Santísima Virgen invocada con el título de "Reina". Es una celebración de reciente creación, aunque sea antiguo el origen y la devoción: fue establecida por el Venerable Pío XII, en 1954, al final del Año Mariano, fijando la fecha en el 31 de mayo (cf. Carta Encíclica Ad caeli Reginam, 11 octubre 1954: AAS 46 [1954], 625-640). En esta ocasión, el Papa dijo que María es Reina más que cualquier otra criatura por la elevación de su alma y por la excelencia de los dones recibidos. Ella nunca deja de otorgar todos los tesoros de su amor y su preocupación por la humanidad (cf. Discurso en honor a María Reina, 1 de noviembre 1954).

Ahora, después de la reforma postconciliar del calendario litúrgico, se colocó a ocho días de la Solemnidad de la Asunción para hacer hincapié en la estrecha relación entre la realeza de María y su glorificación en cuerpo y alma junto a su Hijo. En la Constitución sobre la Iglesia del Concilio Vaticano II, leemos lo siguiente : "María fue asunta a la gloria celestial y fue ensalzada por el Señor como Reina universal, con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo" (Lumen Gentium, 59).

Es esta es la raíz de la fiesta de hoy: María es Reina porque está asociada de modo único a su Hijo, tanto en el camino terreno, como en la gloria del Cielo. El gran santo de Siria, Efrén el Sirio, dice, acerca de la realeza de María, que viene de su maternidad: Ella es la Madre del Señor, el Rey de reyes (cf. Is. 9,1-6) y nos muestra a Jesús como vida, salvación y esperanza nuestra. El Siervo de Dios Pablo VI recordaba en la Exhortación apostólica Marialis Cultus: "En la Virgen María todo es referido a Cristo y todo depende de El: en vistas a El, Dios Padre la eligió desde toda la eternidad como Madre toda santa y la adornó con dones del Espíritu Santo que no fueron concedidos a ningún otro." (n. 25).

Pero ahora nos preguntamos: ¿qué significa María Reina? ¿Es solo un título junto a los otros?, la corona, ¿un ornamento como los demás? ¿Qué quiere decir? ¿Qué es esa realeza? Como ya se ha indicado, es una consecuencia de su Ser unida al Hijo, de su estar en el Cielo, es decir, en comunión con Dios; Ella participa en la responsabilidad de Dios por el mundo y del Amor de Dios por el mundo.

Hay una idea corriente, común, sobre el rey o la reina: que sería una persona con poder y riqueza. Pero este no es el tipo de la realeza de Jesús y de María. Pensemos en el Señor: la realeza y el ser rey en Cristo, está tejido de humildad, de servicio, de amor: es sobre todo servir, ayudar, amar. Recordemos que Jesús fue proclamado rey en la Cruz con la siguiente inscripción escrita por Pilato: "rey de los Judíos" (cf. Mc. 15,26). En ese momento sobre la Cruz se demuestra que Él es rey; ¿y cómo es rey?, sufriendo con nosotros, por nosotros, amando hasta el final, y así gobierna y genera verdad, amor, justicia. O pensemos también en otro momento: en la Última Cena se inclina para lavar los pies de los suyos.

Por lo tanto, el Reino de Jesús no tiene nada que ver con el de los poderosos de la tierra. Es un rey que sirve a sus siervos; así lo ha demostrado en toda su vida. Y lo mismo vale para María: es reina en el servicio a Dios, a la humanidad, es la reina del amor que vive el don de Sí misma a Dios para entrar en el plan de salvación del hombre. Al Ángel le dice: He aquí la esclava del Señor (cf. Lc. 1,38), y canta en el Magnificat: Dios ha puesto los ojos en la humildad de su sierva (cf. Lc. 1,48). Nos ayuda. Es reina justamente amándonos, ayudándonos en nuestras necesidades; es nuestra hermana, sierva humilde.

Y así hemos llegado al punto: ¿cómo ejercita María esta realeza de servicio y de amor? Velando por nosotros, sus hijos: los hijos que se dirigen a Ella en la oración, para agradecerle o para pedirle su maternal protección y su ayuda celestial, tal vez después de haber perdido el camino, oprimidos por el dolor o la angustia por las tristes y agitadas vicisitudes de la vida. En la serenidad o en la oscuridad de la existencia, nos dirigimos a María, encomendándonos a su continua intercesión, para que podamos obtener toda la gracia y misericordia necesarias para realizar nuestra peregrinación por los caminos del mundo.

A Aquel que gobierna el mundo y que tiene el destino del universo en sus manos, nos dirigimos con confianza, por medio de la Virgen María. A Ella, desde siglos, se le invoca como celestial Reina de los cielos; ocho veces, después de la oración del Santo Rosario, es implorada en las Letanías lauretanas como Reina de los Ángeles, de los Patriarcas, de los Profetas, de los Apóstoles, de los Mártires, de los Confesores, de las Vírgenes, de todos los Santos y de las Familias. El ritmo de estas antiguas invocaciones y oraciones diarias como la Salve Regina, nos ayudan a comprender que la Virgen Santísima, cual Madre nuestra al lado de su Hijo Jesús en la gloria del Cielo, está siempre con nosotros, en el devenir diario de nuestra vida.

El título de reina entonces, es título de confianza, de alegría, de amor. Y sabemos que Aquella que tiene en sus manos en parte, el destino del mundo, es buena, nos ama y nos ayuda en nuestras dificultades.

Queridos amigos, la devoción a la Virgen es un elemento importante de la vida espiritual. En nuestra oración no dejemos de acudir confiados a Ella. María no dejará de interceder por nosotros ante su Hijo. Contemplándola a Ella, imitemos la fe, la plena disponibilidad al amoroso plan de Dios, la generosa acogida a Jesús. Aprendemos a vivir de María. María es la Reina del Cielo cerca de Dios, pero es también la madre cercana a cada uno de nosotros, que nos ama y escucha nuestra voz.

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EL CAMINO DE MARÍA . Edición número 836 para %EmailAddress%

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