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Cum
Maria contemplemur Christi vultum!
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"Siempre que piensas en
María, Ella piensa por ti en Dios. Siempre que alabas y honras a María,
Ella alaba y honra a Dios contigo. María es toda relativa a Dios. Y yo me
atrevo a llamarla 'la relación de Dios', pues sólo existe con
relación a El; o 'el eco de Dios', ya que no dice ni repite sino
Dios. Si tú dices María, Ella dice Dios. Cuando Santa Isabel alabó a María
y la llamó bienaventurada por haber creído, Ella -el eco fiel de Dios-
exclamó: 'Proclama mi alma la grandeza del Señor' (Lc 1,
46). Lo que en esta ocasión hizo María, lo sigue realizando todos los
días. Cuando la alabamos, amamos, honramos o nos consagramos a Ella,
alabamos, amamos, honramos y nos consagramos a Dios por María y en María".
San Luis María
Grignion de Montfort, Tratado de la verdadera devoción a la Santísima
Virgen.

"Ofrezco
a los hombres un Recipiente con el que han de venir a la Fuente de la
Misericordia para recoger gracias. Ese Recipiente es esta Imagen con la
firma: JESÚS, EN TI CONFÍO" (Diario, 327)
Newsletter 681
LA
ASUNCIÓN DE MARÍA SANTÍSIMA AL CIELO
15 de agosto
de 2012
Subió al
Cielo nuestra Abogada, para que, como Madre del Juez y Madre de
Misericordia, tratara los negocios de nuestra salvación.
San
Bernardoa)


Soy
todo tuyo y todas mis cosas Te pertenecen. Te pongo al centro de mi vida.
Dame tu Corazón, oh María.
Soy
todo tuyo, María
Madre de nuestro Redentor
Virgen Madre de Dios, Virgen piadosa. Madre del Salvador del mundo.
Amen.


 Oh Dios Padre
Misericordioso,
que por
mediación de Jesucristo, nuestro Redentor, y de su Madre, la
Bienaventurada Virgen María, y la acción del Espíritu Santo,
concediste al Beato Juan Pablo II
la gracia de ser Pastor ejemplar en el servicio de la Iglesia peregrina,
de los hijos e hijas de la Iglesia y de todos los hombres y mujeres
de buena voluntad, haz que yo sepa también responder con fidelidad
a las exigencias de la vocación cristiana, convirtiendo todos los
momentos y circunstancias de mi vida en ocasión de amarte y de servir
al Reino de Jesucristo. Te ruego que te dignes glorificar al Beato Juan
Pablo II y que me concedas por su
intercesión el favor que te pido... (pídase).
A Tí,
Padre Omnipotente, origen del cosmos y del hombre, por Cristo, el que
vive, Señor del tiempo y de la historia, en el Espíritu Santo que
santifica el universo, alabanza, honor y gloria ahora y por los siglos
de los siglos. Amén.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria
25
de marzo al 25 de diciembre
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«Subió al Cielo nuestra Abogada, para que, como Madre del
Juez y Madre de Misericordia, tratara los negocios de nuestra
salvación».
San Bernardo, Sermón en la Asunción de la B. Virgen María,
1. 1.
Querido/a Suscriptor/a de "El Camino de María"
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El
15 de agosto celebraremos la Solemnidad de la Asunción de la
Bienaventurada Virgen María al Cielo. La Novena de
preparación en honor a la Santísima Virgen comienza
el martes 7 de agosto.
Finalmente, la Virgen
Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de
pecado original, terminado el curso de su vida
en la tierra, fue asunta en cuerpo y alma a la
gloria del Cielo y enaltecida por Dios como
Reina del universo, para ser conformada más
plenamente a su Hijo, Señor de los señores y
vencedor del pecado y de la muerte" (LG
59; cf. Pío XII, Const. apo. Munificentissimus
Deus, 1 noviembre 1950: DS 3903). La Asunción de
la Santísima Virgen constituye una participación
singular en la Resurrección de su Hijo y una
anticipación de la resurrección de los demás
cristianos. (Catecismo de la Iglesia
Católica, 966)
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El
15 de agosto de 2010 el Santo Padre Benedicto
XVI celebró la Santa Misa en Solemnidad de la
Asunción de la Bienaventurada Virgen María, en
la iglesia parroquial de Santo Tomás de
Villanueva en Castel Gandolfo, donde transcurre
este período de verano.
En su homilía, dirigiéndose a los fieles que abarrotaban la iglesia
parroquial de Santo Tomás de Villanueva en
Castel Gandolfo, el Santo Padre comenzó
diciendo:
Hoy la Iglesia celebra una de las fiestas más
importantes del año litúrgico dedicadas a María
Santísima: la Asunción. Al término de su vida
terrena, María fue llevada con alma y cuerpo al
Cielo, es decir a la gloria de la vida eterna,
en la plena y perfecta comunión con Dios.
A continuación, Benedicto XVI recordó que este
año se celebra el 60° aniversario de la
definición solemne de este dogma por parte del
Venerable Papa Pío XII, que tuvo lugar el 1° de
noviembre de 1950 y glosó un párrafo de la
Constitución apostólica Munificentissimus Deus. De
este modo, Pío XII escribía: “De tal modo la
augusta Madre de Dios, misteriosamente unida a
Jesucristo desde toda la eternidad con un mismo
decreto de predestinación, inmaculada en su
concepción, virgen sin mancha en su divina
maternidad, generosa socia del divino Redentor,
que obtuvo un pleno triunfo sobre el pecado y
sobre sus consecuencias, al fin, como supremo
coronamiento de sus privilegios, fue preservada
de la corrupción del sepulcro y, vencida la
muerte, como antes por su Hijo, fue elevada en
alma y cuerpo a la gloria del Cielo, donde
resplandece como Reina a la diestra de su Hijo,
Rey inmortal de los siglos” (Cost. ap.
Munificentissimus Deus, AAS 42 (1950), 768-769).
Por tanto, prosiguió Benedicto XVI, este es el núcleo
de nuestra fe en la Asunción: nosotros creemos
que María, como Cristo su Hijo, ya ha vencido la
muerte y triunfa en la gloria celeste en la
totalidad de su ser, “con alma y cuerpo”. Y
recordando que San Pablo, en la segunda lectura
de hoy, nos ayuda a iluminar este misterio,
partiendo del hecho central de la historia
humana y de nuestra fe, es decir, de la
Resurrección de Cristo, que es “la primicia de
aquellos que han muerto”, añadió textualmente:
San Pablo nos dice que todos somos
“incorporados” en Adán, el primero y viejo
hombre, todos tenemos la misma herencia humana a
la que pertenece: el sufrimiento, la muerte, el
pecado. Pero añade a esto que todos nosotros
podemos ver y vivir cada día algo nuevo: que no
sólo estamos en esta herencia del único ser
humano, que comenzó con Adán, sino que somos
“incorporados” también en el hombre nuevo, en
Cristo resucitado, y así la vida de la
Resurrección ya está presente en nosotros. Por
lo tanto, esta primera “incorporación” biológica
es incorporación en la muerte, que genera la
muerte. La segunda, nueva, que se nos dado en el
bautismo, es “incorporación” que da la vida.
Tras citar nuevamente a san Pablo en su primera
carta a los Corintios, en la que afirma que así
como en Adán todos mueren, en Cristo todos
recibirán la vida, Benedicto XVI explicó en su
homilía:
Lo que San Pablo afirma de todos los hombres,
la Iglesia, en su Magisterio infalible, lo dice
de María, pero de un modo y con un sentido
preciso: la Madre de Dios está insertada hasta
tal punto en el Misterio de Cristo que es
partícipe de la Resurrección de su Hijo con todo
su ser ya al término de la vida terrena; vive,
es decir, lo que nosotros esperamos al final de
los tiempos, cuando será aniquilado “el último
enemigo”, la muerte; vive ya lo que proclamamos
en el Credo “espero la resurrección de los
muertos y la vida del mundo que vendrá”.
Entonces –prosiguió diciendo el Santo Padre–
podemos preguntarnos: ¿cuáles son las raíces de
esta victoria sobre la muerte prodigiosamente
anticipada en María? Y afirmó: las raíces están
en la fe de la Virgen de Nazaret, como lo
testimonia el pasaje del Evangelio que hemos
escuchado de san Lucas: una fe que es obediencia
a la Palabra de Dios y abandono total a la
iniciativa y a la acción divina, según cuanto le
anuncia el Arcángel. Por tanto, dijo el Papa,
“la fe es la grandeza de María, como lo proclama
gozosamente Isabel: María es “bendita entre las
mujeres” y “bendito es el fruto de su seno”,
porque es “la madre del Señor”, porque cree y
vive de modo único la “primera” de las
bienaventuranzas, la bienaventuranza de la fe".
Benedicto XVI, llamando “queridos amigos” a los
numerosos fieles que participaron esta mañana en
la Santa Misa de la Asunción de María, afirmó
que “hoy no nos limitamos a admirar a María en
su destino glorioso, como a una persona muy
lejana a nosotros”. “¡No! –prosiguió–
Estamos
llamados al mismo tiempo a ver cuanto el Señor,
en su Amor, ha querido también para nosotros,
para nuestro destino final: vivir a través de la
fe en la comunión perfecta de amor con Él y así
vivir verdaderamente para siempre”.
El Santo Padre también se detuvo brevemente
en su homilía sobre un aspecto de la afirmación
dogmática, en la que se habla de asunción a la
gloria celeste. Y afirmó que “todos nosotros hoy
somos conscientes de que con el término ‘cielo’
no nos referimos a un lugar preciso del
universo, a una estrella o a algo: no. Sino que
nos referimos a algo mucho más grande y difícil
de definir con nuestros limitados conceptos
humanos":
Con este término “cielo” queremos afirmar que
Dios -el Dios que se hizo cercano a nosotros- no
nos abandona ni siquiera en la muerte o más allá
de ella, sino que tiene un lugar para nosotros y
nos da la eternidad, que en Dios es un lugar
para nosotros. Para comprender un poco esta
realidad miremos nuestra misma vida: todos
experimentamos que una persona, cuando está
muerta, sigue subsistiendo de alguna manera en
la memoria y en el corazón de quienes la han
conocido y amado. Podríamos decir que en ellos
sigue viviendo una parte de esta persona, pero
es como una “sombra”, porque también esta
supervivencia en el corazón de los propios seres
queridos está destinada a terminar. Dios, en
cambio, no pasa jamás y todos existimos en
virtud de su amor eterno; existimos porque Él
nos ama, porque Él nos ha pensado y nos ha
llamado a la vida. Existimos en los pensamientos
y en el Amor de Dios. Existimos en toda nuestra
realidad, no sólo en nuestra “sombra”. Nuestra
serenidad, nuestra esperanza, nuestra paz se
fundan precisamente en esto: en Dios, Él en su
pensamiento y en su Amor, no sobrevive sólo una
“sombra” de nosotros mismos, sino en Él, en su
Amor creador, nosotros somos custodiados e
introducidos con toda nuestra vida, con todo
nuestro ser en la ’eternidad.
“Es el Amor de Dios el que vence la muerte y nos
da la eternidad, y a este Amor lo llamamos Cielo: Dios es tan grande que tiene un lugar
también para nosotros", afirmó el Papa y añadió:
Esto quiere decir que de cada uno de nosotros no
seguirá existiendo sólo una parte que nos es,
por decirlo de alguna manera, arrancada,
mientras otras se arruinan; quiere decir más
bien que Dios conoce y ama a todo el hombre, lo
que nosotros somos. Y Dios acoge en su eternidad
lo que ahora, en nuestra vida, hecha de
sufrimiento y amor; de esperanza, de alegría y
de tristeza, crece y llega a ser. Todo el
hombre, toda su vida es tomada por Dios y en Él
purificada, y recibe la eternidad. Queridos
amigos, yo pienso que ésta es una verdad que nos
debe colmar de alegría profunda. El Cristianismo
no anuncia sólo algún tipo de salvación del alma
en un impreciso más allá, en el que todo lo que
en este mundo ha sido para nosotros precioso y
querido sería borrado con un golpe de esponja,
sino que promete la vida eterna, “la vida del
mundo que vendrá”: nada de lo que nos es
precioso y querido se arruinará, sino que
encontrará plenitud en Dios.
Y tras recordar que Jesús dijo que todos los
cabellos de nuestra cabeza están contados, y que
como cristianos estamos llamados a edificar este
mundo nuevo, a trabajar a fin de que llegue a
ser un día el «mundo de Dios», un mundo que
sobrepasará todo lo que podemos construir, el
Santo Padre concluyó su homilía con las
siguientes palabras:
Oremos al Señor a fin de que nos haga
comprender cuán preciosa es toda nuestra vida
ante sus ojos; refuerce nuestra fe en la vida
eterna; nos haga hombres de esperanza, que
trabajan para construir un mundo abierto a Dios,
hombres llenos de alegría, que saben vislumbrar
la belleza del mundo futuro en medio de los
afanes de la vida cotidiana y que en esta
certeza viven.

NOVENA EN HONOR DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA
7 AL 15 DE AGOSTO DE 2012
http://www.devocionario.com/maria/novena_1.html#O2
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Concededme, oh Reina del Cielo, que
nunca se aparten de mi corazón el temor y el
amor de tu Hijo santísimo; que por tantos
beneficios recibidos, no por mis méritos,
sino por la abundancia de su
Misericordia, no cese de alabarle con
humildes acciones de gracias; que a las
innumerables culpas cometidas suceda una
leal y sincera confesión y un firmísimo y
doloroso arrepentimiento, y, finalmente, que
logre merecer su Gracia y su Misericordia.
Suplico también, oh Puerta del Cielo y
Abogada de pecadores, no consientas que
jamás se aparte ni desvíe este siervo tuyo
de la fe, pero particularmente que en la
hora postrera me mantenga con ella abrazado;
si el enemigo esforzare sus astucias, no me
abandone tu Misericordia y tu gran piedad.
Por la confianza que tengo en Ti puesta,
alcánzame de tu Santísimo Hijo el perdón de
todos mis pecados y que viva y muera
gustando las delicias de tu santo amor.
Oración de Santo Tomás de Aquino, Doctor de
la Iglesia.
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