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EL CAMINO DE MARIA: Newsletter 674. LA SAGRADA EUCARISTIA, FUENTE Y CULMEN DE LA VIDA Y DE LA MISION DE LA IGLESIA . Editada por SantoRosario.info

Esta edición la puede leer y/o imprimir desde: http://www.mariamediadora.com/Oracion/Newsletter674.htm

El detalle de todas las ediciones de "El Camino de María" del año 2010, 2011 y 2012 lo puede obtener en:

http://twitter.com/MariaMediadora
 

 

EL CAMINO DE MARÍA

«Mi Carne es verdadera comida, y Mi Sangre verdadera bebida; el que come Mi Carne, y bebe Mi Sangre, en Mí mora, y Yo en él.» (Jn 6, 56-57)

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“Mane nobiscum, Domine!”
 
Como los dos discípulos del Evangelio, te imploramos.
 
Señor Jesús, ¡quédate con nosotros! 

Tú, divino Caminante, experto de nuestras calzadas y conocedor de nuestro corazón, no nos dejes prisioneros de las sombras de la noche. 

Ampáranos en el cansancio, perdona nuestros pecados, orienta nuestros pasos por la vía del bien. 

Bendice a los niños, a los jóvenes, a los ancianos, a las familias y  a los enfermos. Bendice a los sacerdotes y a las personas consagradas. Bendice a toda la humanidad. 

En la Eucaristía te has hecho “remedio de inmortalidad”: danos el gusto de una vida plena, que nos ayude a caminar sobre esta tierra como peregrinos seguros y alegres, mirando siempre hacia la meta de la vida sin fin. 

Quédate con nosotros, Señor!

ORACIÓN DEL BEATO  JUAN PABLO II  AL FINALIZAR LA HOMILÍA DURANTE LA CELEBRACIÓN DE LA SANTA MISA, ADORACIÓN Y BENDICIÓN EUCARÍSTICA CON OCASIÓN DEL COMIENZO DEL AÑO DE LA EUCARISTÍA .17-OCT-2004

JESUS, CONFIO EN TI

"Ofrezco a los hombres un Recipiente con el que han de venir a la Fuente de la Misericordia para recoger gracias. Ese Recipiente es esta Imagen con la firma: JESÚS, EN TI CONFÍO" (Diario, 327).

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Newsletter 674

LA EUCARISTÍA, FUENTE Y CÚLMEN DE LA VIDA Y DE LA MISIÓN DE LA IGLESIA

Domingo 15 de julio de 2012

Soy todo tuyo y todas mis cosas Te pertenecen. Te pongo al centro de mi vida. Dame tu Corazón, oh María.

  Soy todo tuyo, María
Madre de nuestro Redentor
Virgen Madre de Dios, Virgen piadosa. Madre del Salvador del mundo. Amen.

Oh Dios Padre Misericordioso, que por mediación de Jesucristo, nuestro Redentor, y de su Madre, la Bienaventurada Virgen María, y la acción del Espíritu Santo, concediste al Beato Juan Pablo II  la gracia de ser Pastor ejemplar en el servicio de la Iglesia peregrina, de los hijos e hijas de la Iglesia y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, haz que yo sepa también responder con fidelidad a las exigencias de la vocación cristiana, convirtiendo todos los momentos y circunstancias de mi vida en ocasión de amarte y de servir al Reino de Jesucristo. Te ruego que te dignes glorificar al Beato Juan Pablo II y que me concedas por su intercesión el favor que te pido... (pídase). 

A Tí, Padre Omnipotente, origen del cosmos y del hombre, por Cristo, el que vive, Señor del tiempo y de la historia, en el Espíritu Santo que santifica el universo, alabanza, honor y gloria ahora y por los siglos de los siglos. Amén.

Padrenuestro, Avemaría, Gloria.

 

 

Querido/a Suscriptor/a de "El Camino de María"

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Continuamos con la meditación sobre la Sagrada Eucaristía con textos extraídos de la EXHORTACIÓN APOSTÓLICA SACRAMENTUM CARITATIS escrita por el Santo Padre Benedicto XVI: LA EUCARISTÍA, FUENTE Y CULMEN DE LA VIDA Y DE LA MISIÓN DE LA IGLESIA.

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En la introducción de la Carta-Encíclica ECCLESIA DE EUCHARISTIA el Beato Juan Pablo II expresó los siguientes conceptos:

"La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia. Ésta experimenta con alegría cómo se realiza continuamente, en múltiples formas, la promesa del Señor: « He aquí que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo » (Mt 28, 20); en la Sagrada Eucaristía, por la transformación del pan y el vino en el Cuerpo y en la Sangre del Señor, se alegra de esta presencia con una intensidad única. Desde que, en Pentecostés, la Iglesia, Pueblo de la Nueva Alianza, ha empezado su peregrinación hacia la patria celeste, este divino Sacramento ha marcado sus días, llenándolos de confiada esperanza. Con razón ha proclamado el Concilio Vaticano II que el Sacrificio Eucarístico es «fuente y cima de toda la vida cristiana». «La Sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo». Por tanto la mirada de la Iglesia se dirige continuamente a su Señor, presente en el Sacramento del altar, en el cual descubre la plena manifestación de su inmenso Amor." (ECCLESIA DE EUCHARISTIA, 1) (...)

"Con la presente Carta-Encíclica, deseo suscitar este «asombro» eucarístico, en continuidad con la herencia jubilar que he querido dejar a la Iglesia con la Carta Apostólica Novo millennio ineunte y con su coronamiento mariano Rosarium Virginis Mariae. Contemplar el Rostro de Cristo, y contemplarlo con María, es el «programa» que he indicado a la Iglesia en el alba del tercer milenio, invitándola a remar mar adentro en las aguas de la historia con el entusiasmo de la nueva evangelización. Contemplar a Cristo implica saber reconocerle dondequiera que Él se manifieste, en sus multiformes presencias, pero sobre todo en el Sacramento vivo de su Cuerpo y de su Sangre. La Iglesia vive del Cristo Eucarístico, de Él se alimenta y por Él es iluminada. La Eucaristía es misterio de fe y, al mismo tiempo, «misterio de luz». Cada vez que la Iglesia la celebra, los fieles pueden revivir de algún modo la experiencia de los dos discípulos de Emaús: «Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron» (Lc 24, 31). (ECCLESIA DE EUCHARISTIA, 6)

A su vez, en la conclusión de ECCLESIA DE EUCHARISTIA leemos:

(...) El Misterio eucarístico –sacrificio, presencia, banquete –no consiente reducciones ni instrumentalizaciones; debe ser vivido en su integridad, sea durante la celebración, sea en el íntimo coloquio con Jesús apenas recibido en la comunión, sea durante la adoración eucarística fuera de la Misa. Entonces es cuando se construye firmemente la Iglesia y se expresa realmente lo que es: una, santa, católica y apostólica; pueblo, templo y familia de Dios; cuerpo y esposa de Cristo, animada por el Espíritu Santo; sacramento universal de salvación y comunión jerárquicamente estructurada.

La vía que la Iglesia recorre en estos primeros años del tercer milenio es también la de un renovado compromiso ecuménico. Los últimos decenios del segundo milenio, culminados en el Gran Jubileo, nos han llevado en esa dirección, llamando a todos los bautizados a corresponder a la oración de Jesús «ut unum sint» (Jn 17, 11). Es un camino largo, plagado de obstáculos que superan la capacidad humana; pero tenemos la Eucaristía y, ante Ella, podemos sentir en lo profundo del corazón, como dirigidas a nosotros, las mismas palabras que oyó el profeta Elías: «Levántate y come, porque el camino es demasiado largo para ti» (1 Re 19, 7). El tesoro eucarístico que el Señor ha puesto a nuestra disposición nos alienta hacia la meta de compartirlo plenamente con todos los hermanos con quienes nos une el mismo Bautismo. Sin embargo, para no desperdiciar dicho tesoro se han de respetar las exigencias que se derivan de ser Sacramento de comunión en la fe y en la sucesión apostólica.

Al dar a la Eucaristía todo el relieve que merece, y poniendo todo esmero en no infravalorar ninguna de sus dimensiones o exigencias, somos realmente conscientes de la magnitud de este don. A ello nos invita una tradición incesante que, desde los primeros siglos, ha sido testigo de una comunidad cristiana celosa en custodiar este «Tesoro». Impulsada por el amor, la Iglesia se preocupa de transmitir a las siguientes generaciones cristianas, sin perder ni un solo detalle, la fe y la doctrina sobre el Misterio eucarístico. No hay peligro de exagerar en la consideración de este Misterio, porque «en este Sacramento se resume todo el misterio de nuestra salvación». (ECCLESIA DE EUCHARISTIA, 61)

Sigamos, queridos hermanos y hermanas, la enseñanza de los Santos, grandes intérpretes de la verdadera piedad eucarística. Con ellos la teología de la Eucaristía adquiere todo el esplendor de la experiencia vivida, nos « contagia» y, por así decir, nos «enciende».

Pongámonos, sobre todo, a la escucha de María Santísima, en quien el Misterio Eucarístico se muestra, más que en ningún otro, como misterio de luz. Mirándola a Ella conocemos la fuerza trasformadora que tiene la Eucaristía. En Ella vemos el mundo renovado por el Amor. Al contemplarla asunta al Cielo en alma y cuerpo vemos un resquicio del «Cielo nuevo» y de la «tierra nueva» que se abrirán ante nuestros ojos con la segunda venida de Cristo. La Eucaristía es ya aquí, en la tierra, su prenda y, en cierto modo, su anticipación: «Veni, Domine Iesu!» (Ap 22, 20).

En el humilde signo del pan y el vino, transformados en su Cuerpo y en su Sangre, Cristo camina con nosotros como nuestra fuerza y nuestro viático y nos convierte en testigos de esperanza para todos. Si ante este Misterio la razón experimenta sus propios límites, el corazón, iluminado por la gracia del Espíritu Santo, intuye bien cómo ha de comportarse, sumiéndose en la adoración y en un amor sin límites..." (ECCLESIA DE EUCHARISTIA, 62)

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Mira a la estrella, llama a María

Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas en los escollos de las tribulaciones, mira a la estrella, llama a María. Si eres agitado por las olas de la soberbia, de la detracción, de la ambición o de la envidia, mira a la estrella, llama a María. Si la ira, la avaricia o la impureza impelen violentamente la navecilla de tu alma, mira a la estrella, llama a María (...) No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón (...).

No te descaminarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas, no te perderás si en Ella piensas. Si Ella te tiene de su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás, si es tu guía: llegarás felizmente a puerto, si Ella te ampara.

(San Bernardo, Homiliae super "Missus est" 2, 17)

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA DE BENEDICTO XVI 

LA EUCARISTÍA

 FUENTE Y CULMEN DE LA VIDA Y DE LA MISIÓN DE LA IGLESIA

           

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL
SACRAMENTUM CARITATIS

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PRIMERA PARTE

EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE CREER

«Éste es el trabajo que Dios quiere:
que creáis en el que Él ha enviado» (Jn 6, 29)

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La Eucaristía y la Virgen María

33.La relación entre la Eucaristía y cada sacramento, y el significado escatológico de los santos Misterios, ofrecen en su conjunto el perfil de la vida cristiana, llamada a ser en todo momento culto espiritual, ofrenda de sí misma agradable a Dios. Y si bien es cierto que todos nosotros estamos todavía en camino hacia el pleno cumplimiento de nuestra esperanza, esto no quita que se pueda reconocer ya ahora, con gratitud, que todo lo que Dios nos ha dado encuentra realización perfecta en la Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra: su Asunción al Cielo en cuerpo y alma es para nosotros un signo de esperanza segura, ya que, como peregrinos en el tiempo, nos indica la meta escatológica que el Sacramento de la Eucaristía nos hace pregustar ya desde ahora.

En María Santísima vemos también perfectamente realizado el modo sacramental con que Dios, en su iniciativa salvadora, se acerca e implica a la criatura humana. María de Nazaret, desde la Anunciación a Pentecostés, aparece como la Persona cuya libertad está totalmente disponible a la Voluntad de Dios. Su Inmaculada Concepción se manifiesta claramente en la docilidad incondicional a la Palabra divina. La fe obediente es la forma que asume su vida en cada instante ante la acción de Dios. La Virgen, siempre a la escucha, vive en plena sintonía con la Voluntad divina; conserva en su Corazón las palabras que le vienen de Dios y, formando con ellas como un mosaico, aprende a comprenderlas más a fondo (cf. Lc 2,19.51). María es la gran Creyente que, llena de confianza, se pone en las manos de Dios, abandonándose a su Voluntad. Este misterio se intensifica hasta a llegar a la total implicación en la Misión Redentora de Jesús. Como afirmó el Concilio Vaticano II, «la Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la Cruz. Allí, por Voluntad de Dios, estuvo de pie (cf. Jn 19,25), sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con Corazón de Madre que, llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su Hijo como Víctima. Finalmente, Jesucristo, agonizando en la Cruz, la dio como madre al discípulo con estas palabras: Mujer, ahí tienes a tu hijo» (Lumen gentium, 58) Desde la Anunciación hasta la Cruz, María es Aquélla que acoge la Palabra que se hizo carne en Ella y que enmudece en el silencio de la muerte. Finalmente, Ella es quien recibe en sus brazos el Cuerpo entregado, ya exánime, de Aquél que de verdad ha amado a los suyos «hasta el extremo» (Jn 13,1).

Por esto, cada vez que en la Liturgia Eucarística nos acercamos al Cuerpo y Sangre de Cristo, nos dirigimos también a Ella que, adhiriéndose plenamente al sacrificio de Cristo, lo ha acogido para toda la Iglesia. Los Padres sinodales han afirmado que «María inaugura la participación de la Iglesia en el sacrificio del Redentor». Ella es la Inmaculada que acoge incondicionalmente el don de Dios y, de esa manera, se asocia a la obra de la salvación.

María de Nazaret, icono de la Iglesia naciente, es el modelo de cómo cada uno de nosotros está llamado a recibir el don que Jesús hace de Sí mismo en la Eucaristía.

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EL CAMINO DE MARIA . Edición número 674 para %EmailAddress%

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