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EL CAMINO DE MARIA: Newsletter 639. PRESENTACION DE JESUS EN EL TEMPLO . Editada por SantoRosario.info

 

EL CAMINO DE MARÍA

El Camino de María. Oración con la Madre del Redentor

Cum Maria contemplemur Christi vultum!

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Honra, reverencia y respeta con especial amor a la sagrada y gloriosa Virgen María, porque es Madre de Dios y, por consiguiente, nuestra Madre.

Recurramos pues, a Ella, y como hijos suyos echémonos en su regazo en todo tiempo y ocurrencia, con firme confianza, invoquemos a esta dulce Madre, imploremos su amor maternal, procuremos imitar sus virtudes y tengamos un afecto verdaderamente filial con esta gran Señora.


San Francisco de Sales.
Introducción a la vida devota, II, 16

 JESUS, CONFIO EN TI

"Ofrezco a los hombres un Recipiente con el que han de venir a la Fuente de la Misericordia para recoger gracias. Ese Recipiente es esta Imagen con la firma: JESÚS, EN TI CONFÍO"  

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Edición 639

 2 de febrero de 2012

PRESENTACIÓN DEL SEÑOR EN EL TEMPLO

JORNADA DE LA VIDA CONSAGRADA

Esta fiesta, antes llamada "de la Purificación de la Virgen María" recuerda el cumplimiento, por parte de la Sagrada Familia, de la Ley de Moisés que mandaba que a los 40 días el niño debía ser presentado en el templo, y la madre debía realizar el rito de la purificación. La celebración litúrgica de este día comienza con la ceremonia de la bendición y subsiguiente procesión de los cirios y candelas, que simbolizan a Jesús que aparece en el templo "como la luz que ilumina a todas las naciones" –según la expresión del anciano Simeón cuando recibe al Niño Jesús en el templo de Jerusalén–. Por esa razón esta fiesta se conocía antes con el nombre de "Fiesta de las candelas", o "Nuestra Señora de la Candelaria". Con este último nombre aún se celebra en muchos lugares. 

Totus Tuus

Totus Tuus

Soy todo tuyo y todas mis cosas Te pertenecen. Te pongo al centro de mi vida. Dame tu Corazón, oh María.

Soy todo tuyo, María
Madre de nuestro Redentor
Virgen Madre de Dios, Virgen piadosa. Madre del Salvador del mundo. Amen.

SantoRosario.info

MariaMediadora.com

Oh Dios Padre Misericordioso, que por mediación de Jesucristo, nuestro Redentor, y de su Madre, la Bienaventurada Virgen María, y la acción del Espíritu Santo, concediste al Beato  Juan Pablo II la gracia de ser Pastor ejemplar en el servicio de la Iglesia peregrina, de los hijos e hijas de la Iglesia y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, haz que yo sepa también responder con fidelidad a las exigencias de la vocación cristiana, convirtiendo todos los momentos y circunstancias de mi vida en ocasión de amarte y de servir al Reino de Jesucristo. Te ruego que  me concedas por su intercesión el favor que te pido (...) (pídase). 

A Tí, Padre Omnipotente, origen del cosmos y del hombre, por Cristo, el que vive, Señor del tiempo y de la historia, en el Espíritu Santo que santifica el universo, alabanza, honor y gloria ahora y por los siglos de los siglos. Amén.

Padrenuestro, Avemaría, Gloria

 Presentacion de Jesus en el Templo

La Presentación en el Templo, a la vez que expresa la dicha de la consagración y extasía al viejo Simeón, contiene también la profecía de que el Niño será «señal de contradicción» para Israel y de que una espada traspasará el alma de la Madre (cf. Lc 2, 34-35) (...) De este modo, meditar los misterios «gozosos» significa adentrarse en los motivos últimos de la alegría cristiana y en su sentido más profundo. Significa fijar la mirada sobre lo concreto del misterio de la Encarnación y sobre el sombrío preanuncio del misterio del dolor salvífico. María nos ayuda a aprender el secreto de la alegría cristiana, recordándonos que el cristianismo es ante todo evangelio, 'buena noticia', que tiene su centro o, mejor dicho, su contenido mismo, en la Persona de Cristo, el Verbo hecho carne, único Salvador del mundo. (Rosarium Virginis Mariae, 20).

 
 
ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA

Oh Bienaventurada y Dulcísima Virgen María, Madre de Dios, toda llena de misericordia, hija del Rey supremo, Señora de los Ángeles, Madre de todos los creyentes: hoy y todos los días de mi vida, deposito en el seno de tu misericordia mi cuerpo y mi alma, mis acciones, pensamientos, intenciones, deseos, palabras, obras; mi vida entera y el fin de mi vida; para que por tu intercesión todo vaya enderezado a mi bien, según la Voluntad de tu amado Hijo y Señor nuestro Jesucristo, y Tú seas para mi, oh Santísima Señora mía, consuelo y ayuda contra las asechanzas  de todos mis enemigos.

Dígnate alcanzarme de tu amable Hijo y Señor nuestro Jesucristo, gracias para resistir con vigor a las tentaciones del mundo, demonio y carne, y mantener el firme propósito de nunca más pecar, y de perseverar constante en tu servicio y en el de tu Hijo. También te ruego, oh Santísima Señora mía, que me alcances verdadera obediencia y verdadera humildad de corazón, para que me reconozca sinceramente por miserable y frágil pecador, impotente no sólo para practicar una obra buena, sino aun para rechazar los continuos ataques del enemigo, sin la gracia y auxilio de mi Creador y sin el socorro de tus santas preces. Consígueme también, Dulcísima Señora mía, castidad perpetua de alma y cuerpo, para que con puro corazón y cuerpo casto, pueda servirte a Ti y a tu Hijo. Concédeme pobreza voluntaria, unida a la paciencia y tranquilidad de espíritu para sobrellevar los trabajos de mi Religión y ocuparme en la salvación propia y de mis prójimos. Alcánzame, Dulcísima Señora, caridad verdadera con la cual ame de todo corazón a tu Hijo Sacratísimo y Señor nuestro Jesucristo, y después de Él a Ti sobre todas las cosas, y al prójimo en Dios y para Dios: para que así me alegre con su bien y me contriste con su mal, a ninguno desprecie ni juzgue temerariamente, ni me anteponga a nadie en mi estima propia. Haz, oh Reina del Cielo, que junte en mi corazón el temor y el amor de tu Hijo, que le dé continuas gracias por los grandes beneficios que me ha concedido no por mis méritos, sino movido por su propia Voluntad, y que haga pura y sincera confesión y verdadera penitencia por mis pecados, hasta alcanzar perdón y misericordia.

Finalmente te ruego que en el último momento de mi vida, Tú, única Madre mía, Puerta del Cielo y Abogada de los pecadores, no consientas que yo, indigno siervo tuyo, me desvíe de la santa fe católica, antes usando de tu gran piedad y misericordia me socorras y me defiendas de los malos espíritus, para que, lleno de esperanza en la bendita y gloriosa pasión de tu Hijo y en el valimiento de tu intercesión, consiga de Él por tu medio el perdón de mis pecados, y al morir en tu Amor y en el Amor de tu Hijo, me encamines por el sendero de la salvación y salud eterna. Amén.

Santo Tomas de Aquino (Doctor de la Iglesia)

 

Queridos Suscriptores de "El Camino de María"

En la fiesta de la Presentación del Señor en el Templo, hacemos memoria del episodio evangélico que nos narra que María y José, cuarenta días después del nacimiento de Jesús, fueron a Jerusalén para presentarlo al Señor, según la prescripción de la ley mosaica. Se trata de un episodio que se sitúa en la perspectiva de la consagración especial a Dios del pueblo de Israel. Pero también tiene un significado más amplio, ya que recuerda el agradecimiento que se debe al Creador por toda vida humana. "...Cuando festejamos la Presentación en el Templo, contemplamos a María como Madre y modelo de la Iglesia, que reúne en Ella dos vocaciones: a la virginidad y al matrimonio, a la vida contemplativa e igualmente a la vida activa". (Benedicto XVI. Ángelus, 19-11-2006)

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HOMILÍA  DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI DURANTE LA SANTA MISA CELEBRADA EL 2 DE FEBRERO DE 2011.

En la Fiesta de hoy contemplamos al Señor Jesús a quien María y José presentan en el templo “para ofrecerlo al Señor” (Lc 2,22). En esta escena evangélica se revela el misterio del Hijo de la Virgen, el Consagrado del Padre, venido al mundo para cumplir fielmente su Voluntad (cfr Hb 10,5-7) (...) Quisiera proponer tres pensamientos para la reflexión en esta fiesta.

El primero: el icono evangélico de la Presentación de Jesús en el templo contiene el símbolo fundamental de la luz; la luz que, partiendo de Cristo, se irradia sobre María y José, sobre Simeón y Ana y, a través de ellos, sobre todos. Los Padres de la Iglesia unieron esta irradiación al camino espiritual. La vida consagrada expresa ese camino, de modo especial, como “filocalía”, amor por la belleza divina, reflejo de la bondad de Dios (cfr ibid., 19). Sobre el Rostro de Cristo resplandece la luz de esa belleza. “La Iglesia contempla el Rostro transfigurado de Cristo, para conformarse en la fe y no correr el riesgo de perderse ante su Rostro desfigurado en la Cruz … ella es la Esposa ante el Esposo, partícipe de su misterio, envuelta por su luz, [por la cual] son alcanzados todos sus hijos … Pero una experiencia singular de la luz que emana del Verbo encarnado la hacen ciertamente los llamados a la vida consagrada. La profesión de los consejos evangélicos, de hecho, los pone como signo y profecía para la comunidad de los hermanos y para el mundo” (ibid., 15).

En segundo lugar, el icono evangélico manifiesta la profecía, don del Espíritu Santo. Simeón y Ana, contemplando al Niño Jesús, ven su destino de muerte y de resurrección para la salvación de todas las gentes y anuncian tal misterio como salvación universal. La vida consagrada está llamada a ese testimonio profético, ligada a su doble actitud contemplativa y activa. A las consagradas y consagrados se les ha concedido manifestar el primado de Dios, la pasión por el Evangelio practicado como forma de vida y anunciado a los pobres y a los últimos de la tierra.

“En virtud de este primado nada puede ser antepuesto al amor personal por Cristo y por los pobres en los que Él vive. La verdadera profecía nace de Dios, de la amistad con Él, de la escucha atenta de su Palabra en las distintas circunstancias de la historia” (ibid., 84).En este sentido la vida consagrada, en el día a día en los caminos de la humanidad, manifiesta el Evangelio y el Reino ya presente y activo.

En tercer lugar, el icono evangélico de la Presentación de Jesús en el templo manifiesta la sabiduría de Simeón y Ana, la sabiduría de una vida dedicada totalmente a la búsqueda del Rostro de Dios, de sus signos, de su voluntad, una vida dedicada a la escucha y al anuncio de su Palabra.  Tu Rostro Señor, yo busco (Sal 26,8.) La vida consagrada es en el mundo y en la Iglesia signo visible de esta búsqueda del Rostro del Señor y de los caminos que conducen a Él (cfr Jn 14,8). La persona consagrada testifica, por tanto, el esfuerzo gozoso y a la vez laborioso, de la búsqueda asidua y consciente de la Voluntad de Dios” (cfr Cong. Para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, Istr. El servicio de la autoridad y la obediencia. Faciem tuam Domine requiram, 1).

Queridos hermanos y hermanas, escuchad asiduamente la Palabra, porque ¡toda sabiduría de vida nace de la Palabra del Señor! Escrutad la Palabra a través de la lectio divina, porque la vida consagrada “nace de la escucha de la Palabra de Dios y acoge el Evangelio como su norma de vida. Vivir en la estela de Cristo casto, pobre, obedientes en este sentido una “exégesis” de la Palabra de Dios. “El Espíritu Santo, en virtud del que ha sido escrita la Biblia, es el mismo que ilumina con luz nueva la Palabra de Dios a los fundadores y fundadoras. De ella ha brotado cada carisma y de ella quiere ser expresión cada regla, dando origen a itinerarios de vida cristiana marcados por la radicalidad evangélica”. (Ex. ap. postsinodal Verbum Domini, 83)

En este momento mi pensamiento va con especial afecto a todos los consagrados y las consagradas, en todas las partes del mundo, y los encomiendo a la Bienaventurada Virgen María:

Oh María, Madre de la Iglesia,
confío a Ti toda la vida consagrada,
para que obtenga la plenitud de la Luz divina:
que viva en la escucha de la Palabra de Dios,
en la humildad para seguir la estela de  nuestro Señor,
en la acogida de la visita del Espíritu Santo,
en la alegría cotidiana del Magnificat,
para que la Iglesia sea edificada por la santidad de vida
de estos tus hijos e hijas,
en el mandamiento del Amor. Amen

"¡Queridos hijos!, desde hace mucho tiempo estoy con ustedes y así, desde hace mucho tiempo, les estoy mostrando la presencia de Dios y de su infinito amor, el cual deseo que todos ustedes conozcan. ¿Y ustedes hijos míos? Ustedes están todavía sordos y ciegos; mientras miran el mundo que los rodea, no quieren ver hacia dónde se dirige sin Mi Hijo. No están renunciando a Él. Sin embargo, Él es la fuente de todas las gracias. Me escuchan mientras hablo, pero sus corazones están cerrados y no me prestan atención. No están orando al Espíritu Santo para que los ilumine. Hijos míos, la soberbia se está imponiendo. Yo les muestro la humildad. Hijos míos, recuerden: sólo un alma humilde resplandece de pureza y belleza, porque ha conocido el Amor de Dios. Sólo un alma humilde se convierte en un paraíso porque en ella está Mi Hijo. ¡Les agradezco! De nuevo les pido: oren por aquellos que Mi Hijo ha escogido, es decir, sus pastores." Mensaje de Nuestra Señora Reina de la Paz en Medjugorge. 2/2/2012

CATEQUESIS DEL BEATO JUAN PABLO II 

     

EL ESPÍRITU SANTO EN LA
PRESENTACIÓN DEL SEÑOR

 Audiencia General del miércoles 20 de junio de  de 1990

LA PRESENTACIÓN DE JESÚS EN EL TEMPLO

 
 
Queridos hermanos y hermanas:  
 
1. Según el Evangelio de San Lucas, cuyos primeros capítulos nos narran la Infancia de Jesús, la Revelación del Espíritu Santo tuvo lugar no sólo en la Anunciación y en la Visitación de María a Isabel, como hemos visto en las anteriores catequesis, sino también en la Presentación del Niño Jesús en el templo (cf. Lc 2, 22-38).
 
2. Escribe el evangelista que “cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor” (Lc 2, 22). La presentación del primogénito en el templo y la ofrenda que lo acompañaba (cf. Lc 2, 24) como signo del rescate del pequeño israelita, que así volvía a la vida de su familia y de su pueblo, estaba prescrita, o al menos recomendada, por la Ley mosaica vigente en la Antigua Alianza (cf. Ex 13, 2. 12-13. 15; Lv 12, 6-8; Nm 18, 15). Los israelitas piadosos practicaban ese acto de culto. Según Lucas, el rito realizado por los padres de Jesús para observar la Ley fue ocasión de una nueva intervención del Espíritu Santo, que daba al hecho un significado mesiánico, introduciéndolo en el misterio de Cristo redentor. Instrumento elegido para esta nueva revelación fue un santo anciano, del que Lucas escribe: “He aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo” (Lc 2, 25). La escena tiene lugar en la ciudad santa, en el templo donde gravitaba toda la historia de Israel y donde confluían las esperanzas fundadas en las antiguas promesas y profecías. 

3. Aquel hombre, que esperaba “la consolación de Israel”, es decir el Mesías, había sido preparado de modo especial por el Espíritu Santo para el encuentro con “el que había de venir”. En efecto, leemos que “estaba en él el Espíritu Santo”, es decir, actuaba en él de modo habitual y “le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor” (Lc 2, 26).   
 
Según el texto de Lucas, aquella espera del Mesías, llena de deseo, de esperanza y de la íntima certeza de que se le concedería verlo con sus propios ojos, es señal de la acción del Espíritu Santo, que es inspiración, iluminación y moción. En efecto, el día en que María y José llevaron a Jesús al templo, acudió también Simeón, “movido por el Espíritu” (Lc 2, 27). La inspiración del Espíritu Santo no sólo le preanunció el encuentro con el Mesías; no sólo le sugirió acudir al templo; también lo movió y casi lo condujo; y, una vez llegado al templo, le concedió reconocer en el Niño Jesús, Hijo de María, a Aquel que esperaba.
 
4. Lucas escribe que “cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre Él, Simeón le tomó en brazos y bendijo a Dios” (Lc 2, 27-28).
   
En este punto el evangelista pone en boca de Simeón el “Nunc dimittis”, cántico por todos conocido, que la liturgia nos hace repetir cada día en la hora de Completas, cuando se advierte de modo especial el sentido del tiempo que pasa. Las conmovedoras palabras de Simeón, ya cercano a “irse en paz”, abren la puerta a la esperanza siempre nueva de la salvación, que en Cristo encuentra su cumplimiento:“Han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel” (Lc 2, 30-32). Es un anuncio de la evangelización universal, portadora de la salvación que viene de Jerusalén, de Israel, pero por obra del Mesías-Salvador, esperado por su pueblo y por todos los pueblos.
 
5. El Espíritu Santo, que obra en Simeón, está presente y realiza su acción también en todos los que, como aquel santo anciano, han aceptado a Dios y han creído en sus promesas, en cualquier tiempo. Lucas nos ofrece otro ejemplo de esta realidad, de este misterio: es la “profetisa Ana” que, desde su juventud, tras haber quedado viuda, “no se apartaba del templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones” (Lc 2, 37). Era, por tanto, una mujer consagrada a Dios y especialmente capaz, a la luz de su Espíritu, de captar sus planes y de interpretar sus mandatos; en este sentido era “profetisa” (cf. Ex 15, 20; Jc 4, 4; 2 R 22, 14). Lucas no habla explícitamente de una especial acción del Espíritu Santo en ella; con todo, la asocia a Simeón, tanto al alabar a Dios como al hablar de Jesús: “Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén” (Lc 2, 38). Como Simeón, sin duda también ella había sido movida por el Espíritu Santo para salir al encuentro de Jesús.
 
6. Las palabras proféticas de Simeón (y de Ana) anuncian no sólo la venida del Salvador al mundo, su presencia en medio de Israel, sino también su sacrificio redentor. Esta segunda parte de la profecía va dirigida explícitamente a María: “Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción -¡y a Ti misma una espada te atravesará el alma!- a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones” (Lc 2, 34-35).
 
No se puede menos de pensar en el Espíritu Santo como inspirador de esta profecía de la Pasión de Cristo como camino mediante el cual Él realizará la salvación. Es especialmente elocuente el hecho de que Simeón hable de los futuros sufrimientos de Cristo dirigiendo su pensamiento al Corazón de la Madre, asociada a su Hijo para sufrir las contradicciones de Israel y del mundo entero. Simeón no llama por su nombre el sacrificio de la Cruz, pero traslada la profecía al Corazón de María, que será “atravesado por una espada”, compartiendo los sufrimientos de su Hijo.
 
7. Las palabras, inspiradas, de Simeón adquieren un relieve aún mayor si se consideran en el contexto global del “Evangelio de la Infancia de Jesús”, descrito por Lucas, porque colocan todo ese período de vida bajo la particular acción del Espíritu Santo. Así se entiende mejor la observación del evangelista acerca de la maravilla de María y José ante aquellos acontecimientos y ante aquellas palabras: “Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él” (Lc 2, 33).
 
Quien anota esos hechos y esas palabras es el mismo Lucas que, como autor de los Hechos de los Apóstoles, describe el acontecimiento de Pentecostés: la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y los discípulos reunidos en el Cenáculo en compañía de María, después de la Ascensión del Señor al cielo, según la promesa de Jesús mismo. La lectura del “Evangelio de la Infancia de Jesús” ya es una prueba de que el evangelista era particularmente sensible a la presencia y a la acción del Espíritu Santo en todo lo que se refería al misterio de la Encarnación, desde el primero hasta el último momento de la vida de Cristo. 

     Juan Pablo II

 

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EL CAMINO DE MARIA . Edición número 639 para %EmailAddress%

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