Cum
Maria contemplemur Christi vultum!
Salve,
Reina del Cielo
y Señora de los Ángeles;
Salve raíz, salve puerta,
que dió paso a nuestra luz.
Alégrate, Virgen gloriosa,
entre todas la más bella;
Salve, agraciada doncella,
Ruega a Cristo por nosotros.
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Oh Virgen Inmaculada!
Dulce Madre Inmaculada en Ti se refleja para mí el Reino de Dios.
Tú eres
quien, en medio de mis dificultades, me enseña a amar al Señor. Frente al
enemigo, Tú eres mi escudo y protección.
Te suplico, oh Madre, la Madre de los cielos, de encender en mí el fuego
del amor divino, así como arde en tu Inmaculado Corazón desde que el Verbo se
hizo carne.
Oh Virgen, toda pureza y toda humildad, ayúdame a obtener una profunda
humildad. Amén.
Santa Faustina, Diario
"Ofrezco
a los hombres un Recipiente con el que han de venir a la Fuente de la
Misericordia para recoger gracias. Ese Recipiente es esta Imagen con la
firma: JESÚS, EN TI CONFÍO" (Diario, 327
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SANTA MARÍA REINA
Newsletter 605
22 de agosto de 2011
Señor Dios todopoderoso, Tú que, mirando
complacido la profunda humildad de la siempre Virgen María, la elevaste
a la excelsa dignidad de ser madre de tu Hijo hecho hombre y, en este
día, la coronaste de gloria y de honor, concédenos, por su intercesión,
que ya que como María tenemos parte en tu redención, alcancemos, también
como Ella, la gloria del Reino de los Cielos. Por nuestro Señor
Jesucristo, tu Hijo.
Soy todo tuyo y todas mis cosas Te
pertenecen. Te pongo al centro de mi vida. Dame tu Corazón, oh María.
Soy
todo tuyo, María
Madre de nuestro Redentor
Virgen Madre de Dios, Virgen piadosa. Madre del Salvador del mundo.
Amen.
Oh Dios Padre
Misericordioso,
que por
mediación de Jesucristo, nuestro Redentor, y de su Madre, la
Bienaventurada Virgen María, y la acción del Espíritu Santo,
concediste al Beato Juan Pablo II
la gracia de ser Pastor ejemplar en el servicio de la Iglesia
peregrina, de los hijos e hijas de la Iglesia y de todos los
hombres y mujeres de buena voluntad, haz que yo sepa también
responder con fidelidad a las exigencias de la vocación cristiana,
convirtiendo todos los momentos y circunstancias de mi vida en
ocasión de amarte y de servir al Reino de Jesucristo. Te ruego que
te dignes glorificar al Beato Juan Pablo II, Servus Servorum
Dei, y que me concedas por su intercesión el favor que te
pido... (pídase).
A Tí, Padre Omnipotente, origen del
cosmos y del hombre, por Cristo, el que vive, Señor del tiempo y
de la historia, en el Espíritu Santo que santifica el universo,
alabanza, honor y gloria ahora y por los siglos de los siglos.
Amén.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria
25
de marzo al 25 de diciembre
Sabemos que la Santa Virgen es la Reina
del Cielo y de la tierra. Pero Ella es más Madre que Reina y
no se diga que, debido a esas prerrogativas, eclipsa la
gloria de todos los santos, así como el sol al salir hace
desaparecer a las estrellas. Que una madre disminuya la
gloria de sus hijos. ¡Qué cosa más extraña! Yo pienso todo
lo contrario: creo que Ella aumentará el esplendor de los
hijos.
Santa Teresa del Niño Jesús. Últimas
entrevistas: 21.8.1897
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María, Reina del
Universo
La Virgen
inmaculada, preservada por Dios de toda huella del pecado
original, habiendo concluido el transcurso de su vida
terrestre, fue elevada en cuerpo y alma a la gloria del
Cielo, y exaltada por el Señor como la Reina del universo,
para que fuera así enteramente conforme a su Hijo, Señor de
Señores (cf. Ap 19,16), victorioso del pecado y de la
muerte.
Concilio
Vaticano II, Lumen Gentium 59
Señor, en tu fuerza Ella se regocija
y tu socorro le produce una gran
alegría. Tú le acordaste el deseo de
su Corazón y no defraudaste sus
ruegos porque la colmaste de muchas
bendiciones. Sobre su cabeza
colocaste una corona de piedras
preciosas.
Su corona es Cristo, según la
palabra del sabio: «Un hijo dotado
de sabiduría es la corona de su
madre»
Y es una corona de piedra porque en
el Antiguo y en el Nuevo Testamento,
Cristo figura bajo el nombre de
piedra: piedra por su poder, y
piedra preciosa por su gloria. El
salmista reúne esos dos aspectos
cuando dice: «El Señor de los
ejércitos, es piedra preciosa,
porque es Rey de gloria.» No hay
nada más fuerte que esta piedra, ni
nada más precioso que esta gloria.
San Bernardo de Claraval - Ocho
Homilías Marianas
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Estimado/a Suscriptor/a de "El Camino de María"
Celebramos el 22 de agosto la
fiesta litúrgica de SANTA MARÍA REINA.
Este título de la
Virgen manifiesta la conexión que existe entre la realeza de
María y su Asunción al Cielo. La doctrina de la Iglesia dice que
si María subió en Cuerpo y Alma al Cielo fue para ser allí
coronada por Su Hijo, Jesús, como Reina y Señora de Cielo y de
la tierra. La realeza de María es un tema tradicional en la
Iglesia, proclamada por toda la tradición oriental y occidental.
El 1º de
noviembre, de 1954, al final del Año Mariano, el Papa Pío
XII colocó una corona enjoyada sobre la pintura de Nuestra
Señora, Protectora de Roma. En ese momento, se levantó un fuerte
clamor de entre la gran multitud congregada en Santa. María la
Mayor: "¡Viva la Reina!". El Papa nombró a la Virgen
Reina del Cielo y de la tierra y decretó que se celebrara una
fiesta especial para honrarla bajo ese título.
`La Beatísima María debe
ser llamada Reina, no sólo por razón de su Maternidad divina,
sino también porque cooperó íntimamente a nuestra salvación. Así
como Cristo, nuevo Adán, es Rey nuestro no sólo por ser Hijo de
Dios sino también nuestro Redentor, con cierta analogía, se
puede afirmar que María es Reina, no sólo por ser Madre de Dios
sino también, como nueva Eva, porque fue asociada al nuevo
Adán" (Ad coeli Reginam, Pio XII).
En la Constitución
Lumen Gentium
leemos: "Como quiera que plugo a Dios no manifestar
solemnemente el sacramento de la salvación humana antes de
derramar el Espíritu prometido por Cristo, vemos a los Apóstoles
antes del día de Pentecostés "perseverar unánimemente en la
oración con las mujeres, y María la Madre de Jesús y los
hermanos de éste" (Act 1,14); y a María implorando con sus
ruegos el don del Espíritu Santo, quien ya la había cubierto con
su sombra en la Anunciación. Finalmente, la Virgen
Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original,
terminado el curso de la vida terrena, en alma y cuerpo fue
asunta a la gloria celestial y enaltecida por el Señor como
Reina del Universo, para que se asemejara más plenamente a
Su Hijo, Señor de los que dominan (Ap 19, 16) y vencedor del
pecado y de la muerte."
(Lumen Gentium, 59).
Por su parte, en el
Tratado de la Verdadera Devoción a María (n.38),
San Luis María Grignion de Monfort escribe:
"...María es la Reina del
Cielo y de la tierra, por gracia, como Cristo es su Rey por
naturaleza y por conquista. Ahora bien, así como el Reino de
Jesucristo consiste principalmente en el corazón o interior del
hombre, según estas palabras: "El Reino de Dios está en medio de
ustedes", del mismo modo, el Reino de la Virgen María está
principalmente en el interior del hombre, es decir, en su alma.
Ella es glorificada sobre todo en las almas juntamente con su
Hijo más que en todas las creaturas visibles, de modo que
podemos llamarla con los Santos: Reina de los corazones...."
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En la meditación antes del rezo del Ángelus del
Domingo 22 de agosto de 2010 el Santo Padre Benedicto XVI expresó:
Ocho días después de la Solemnidad de la
Asunción al Cielo, la liturgia nos invita a venerar a la
bienaventurada Virgen María con el título de "Reina".
Contemplamos a la Madre de Cristo coronada por su Hijo, es
decir, asociada a su realeza universal, tal y como la
representan muchos mosaicos y pinturas. Esta memoria también cae
este año en Domingo, alcanzando una luz mayor gracias a la
Palabra de Dios y la celebración de la Pascua semanal. En
particular, el icono de la Virgen María Reina encuentra una
confirmación significativa en el Evangelio del día, donde Jesús
afirma: "Hay algunos que son los últimos y serán los
primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos"
(Lucas 13, 30). Se trata de una típica expresión de Cristo,
referida varias veces por los Evangelios, con fórmulas
parecidas, pues evidentemente refleja un tema muy sentido por su
predicación profética. La Virgen es el ejemplo perfecto de esta
verdad evangélica, es decir, que Dios humilla a los soberbios y
poderosos de este mundo y eleva a los humildes (Cf. Lucas 1,
52).
¡La pequeña y sencilla muchacha de Nazaret se ha convertido en
la Reina del mundo! Esta es una de las maravillas reveladas por
el Corazón de Dios. Naturalmente la realeza de María depende
totalmente de la de Cristo: Él es el Señor, a quien, después de
la humillación de la muerte en la cruz, el Padre ha exaltado por
encima de toda criatura en los cielos, en la tierra y bajo la
tierra (Cf. Filipenses 2, 9-11). Por un designio de la gracia,
la Madre Inmaculada ha quedado plenamente asociada al misterio
del Hijo: a su Encarnación; a su vida terrena, primero escondida
en Nazaret y después manifestada en el ministerio mesiánico; a
su Pasión y Muerte; y por último a la gloria de la Resurrección
y Ascensión al Cielo. La Madre compartió con el Hijo no sólo los
aspectos humanos de este ministerio, sino también, por obra del
Espíritu Santo en Ella, su intención profunda, su voluntad
divina, de manera que toda su existencia, pobre y humilde, fue
elevada, transformada, glorificada, pasando a través de la
"puerta estrecha" que es el mismo Jesús (Cf. Lucas 13, 24).
Sí, María es la primera que atravesó el "camino" abierto por
Cristo para entrar en el Reino de Dios, un camino accesible para
los humildes, para quienes confían en la Palabra de Dios y se
comprometen para llevarla a la práctica.
En la historia de las ciudades y de los pueblos evangelizados
por el mensaje cristiano, se dan innumerables testimonios de
veneración pública, en algunos casos incluso institucional de la
realeza de la Virgen María. Pero hoy queremos sobre todo
renovar, como hijos de la Iglesia, nuestra devoción a quien
Jesús nos dejó como Madre y Reina. Encomendamos a su intercesión
la oración diaria por la paz, especialmente allí donde más
golpea la absurda lógica de la violencia para que todos los
hombres se persuadan de que en este mundo debemos ayudarnos los
unos a los otros como hermanos para construir la civilización
del amor Maria, Regina pacis, ora pro nobis!
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Gloriosa y excelsa Señora, postrados ante tu trono te veneramos desde este valle de lágrimas. Vemos complacidos la inmensa gloria con que te ha enriquecido el Señor. Ya que eres Reina del Cielo y de la tierra, no te olvides de tus pobres siervos.
Cuanto más cerca estás del Manantial de gracia, más fácilmente nos la puedes otorgar. Desde el Cielo conoces mejor nuestras miserias, por eso es preciso que te apiades más y que nos socorras mejor. Haz, te suplicamos, que seamos tus hijos fieles para llegar a bendecirte en el Cielo.
En este día en que has sido hecha la Reina del universo, nosotros nos consagramos a tu servicio. En medio de tanto júbilo consuélanos al tomarnos por hijos. Tú eres de veras nuestra Madre.
Madre piadosa y la más amable, vemos tus altares cercados de gente: unos te piden la curación de sus males y otros remedios a sus necesidades; éstos piden buenas cosechas, aquellos ganar algún pleito.
Nosotros, te pedimos gracias más agradables a tu corazón: obtennos la gracia de ser humildes, desprendidos de los bienes terrenos y conformes con el divino querer. Consíguenos, te suplicamos, el santo amor de Dios, una buena muerte y la vida eterna.
Señora, cámbianos de pecadores en santos, haz este milagro que te dará más gloria que dar vista a mil ciegos y resucitar a miles de muertos.
Eres tan poderosa para con Dios que basta que le digas que eres su Madre, la más amada, la Llena de gracia. Y entonces, ¿qué te podrá negar?
Reina nuestra amorosa, no pretendemos verte en la tierra, pero sí queremos verte en el Cielo; y Tú nos lo puedes obtener.
Así lo esperamos con toda certeza. Amén.
San Alfonso María de Ligorio. "Las Glorias de Maria". Discurso VIII . 2do de la Asunción de María.
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