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EL CAMINO DE MARÍA

Editores de

"El Camino de María"

Newsletter número 6

 

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"...La esperanza de María al pie de la cruz encierra una luz más fuerte que la oscuridad que reina en muchos corazones: ante el sacrificio redentor, nace en María la esperanza de la Iglesia y de la humanidad..."

Con estas palabras del Santo Padre, presentamos la Edición N.6 de  "El Camino de María", Newsletter Semanal con Textos para hacer oración con la Madre del Redentor, extraídos de la Catequesis del Santo Padre. Esta semana dedicada íntegramente a contemplar a  Nuestra Señora, Virgen de los Dolores, cuya Memoria  celebraremos el 15 de septiembre.  Esta es la selección de  textos del Papa Juan Pablo II:

1 - "La Virgen de los Dolores":  Meditación del Angelus del 15/9/2002. 

2 - "María se encuentra con su hijo en el camino de la Cruz" : Meditación de la cuarta estación del Vía Crucis del Viernes Santo 2000. 

3 - "María al pie de la Cruz":  Audiencia del 2/4/1997.

4 - "Mujer, ahí a tu hijo" . Resumen de la Audiencia del 23/4/1997.

5 - "He ahí a tu Madre". Resumen de la Audiencia del  7/5/1997. 

Stabat Mater, antiquísima antífona para la oración litúrgica, que a su vez que ha inspirado a tantos maestros de la música sagrada, es transcripta en la sección dedicada semanalmente a Oraciones Marianas.

Nos despedimos de Usted hasta la próxima semana, implorando la bendición y protección de Nuestra Señora de los Dolores y Mediadora de todas las Gracias.

Marisa y Eduardo Vinante - Editores de "El Camino de María".

(*)  La imagen que encabeza "El Camino de María" corresponde a Nuestra Señora de los Dolores - Hellín  (Albacete) - España

NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES 

 

NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES

15 de septiembre

Esta celebración recuerda los dolores que sufrió la madre de Jesús, sobre todo el día de la Pasión y Muerte de su Hijo, dolores que fueron profetizados por el anciano Simeón, cuando en el templo de Jerusalén dijo a María que una espada le traspasaría el corazón. La piedad popular ha representado a la Virgen Dolorosa con un corazón traspasado por siete espadas que simbolizan otros tantos dolores de María, y hasta hace pocos años, esta conmemoración se denominaba "Los siete dolores de la Virgen María". El tema de los dolores de la Madre de Jesús ha sido, en el correr de los siglos, fuente de inspiración para el arte cristiano. Pinturas y esculturas, poesías y cánticos tienen como motivo los dolores de la Virgen. Entre ellos sobresale la antífona "Stabat Mater", que ha inspirado a grandes maestros de la música.

 CATEQUESIS DEL PAPA JUAN PABLO II

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LA VIRGEN DE LOS DOLORES 

 Durante el rezo del Ángelus - Domingo 15 de Septiembre de 2002

EL ENCUENTRO DE MARIA CON CRISTO CAMINO DE LA CRUZ

Meditación de la Cuarta Estación del Via Crucis - Viernes Santo 2000

MARÍA AL PIE DE LA CRUZ, PARTÍCIPE  DE LA REDENCIÓN

 Audiencia General del miércoles 2 de abril de 1997

La Virgen de los Dolores
 

Amadísimos hermanos y hermanas: 

1. A la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, que celebramos ayer, sigue hoy la memoria de la Virgen de los Dolores. Estas dos celebraciones litúrgicas nos invitan a realizar una peregrinación espiritual hasta el Calvario. Nos estimulan a unirnos a la Virgen María en la contemplación del misterio de la cruz.

La cruz es el símbolo principal del cristianismo. Dondequiera que el Evangelio ha echado raíces, la cruz indica la presencia de los cristianos. En las iglesias y en los hogares, en los hospitales, en las escuelas y en los cementerios la cruz se ha convertido en el signo por excelencia de una cultura que recibe del mensaje de Cristo verdad y libertad, confianza y esperanza.

En el proceso de secularización, que caracteriza a gran parte del mundo contemporáneo, es muy importante que los creyentes fijen su mirada en este signo central de la Revelación y capten su significado originario y auténtico.

2. También hoy, siguiendo la doctrina de los antiguos Padres, la Iglesia presenta al mundo la cruz como "árbol de la vida", en el que se puede descubrir el sentido último y pleno de cada existencia y de toda la historia humana.

Desde que Jesús la convirtió en instrumento de la salvación universal, la cruz ya no es sinónimo de maldición, sino, al contrario, de bendición. Al hombre atormentado por la duda y el pecado, la cruz le revela que "Dios amó tanto al  mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16). En una palabra, la cruz es el símbolo supremo del amor.

Por eso, los jóvenes cristianos la llevan con orgullo por los caminos del mundo, confiando a Cristo todas sus preocupaciones y todas sus expectativas de libertad, de justicia y de paz.

 

María se encuentra con su Hijo en el camino de la cruz
 
Meditación de la Cuarta Estación del Vía Crucis, (escrita de puño y letra  por el Papa Juan Pablo II en ocasión del Jubileo del Año 2000.)

Evangelio según San Lucas. 1, 30-33

"No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin" 

María recordaba estas palabras. Las consideraba a menudo en la intimidad de su corazón. Cuando en el camino hacia la cruz encontró a su Hijo, quizás le vinieron a la mente precisamente estas palabras. Con una fuerza particular. "Reinará.... Su reino no tendrá fin", había dicho el mensajero celestial. Ahora, al ver que su Hijo, condenado a muerte, lleva la cruz en la que habría de morir, podría preguntarse, humanamente hablando: ¿Cómo se cumplirán aquellas palabras? ¿De qué modo reinará en la casa de David? ¿Cómo será que su reino no tendrá fin?

Son preguntas humanamente comprensibles. María, sin embargo, recuerda que tiempo atrás, al oír el anuncio del Ángel, había contestado:
"Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38). Ahora ve que aquellas palabras se están cumpliendo como palabra de la cruz. Porque es madre, María sufre profundamente. No obstante, responde también ahora como respondió entonces, en la anunciación: "Hágase en mí según tu palabra".
De este modo, maternalmente, abraza la cruz junto con el divino Condenado. En el camino hacia la cruz,  María se manifiesta como Madre del Redentor del mundo.

"Vosotros, todos los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor semejante al dolor que me atormenta" (Lm 1,12).

Es la Madre Dolorosa la que habla, la Sierva obediente hasta el final, la Madre del Redentor del inundo.

ORACIÓN

Oh María, tú que has recorrido
el camino de la cruz junto con tu Hijo,
quebrantada por el dolor en tu corazón de madre,
pero recordando siempre el "fiat"
e íntimamente confiada en que Aquél para quien nada es imposible
cumpliría sus promesas,
suplica para nosotros y para los hombres de las generaciones futuras
la gracia del abandono en el amor de Dios.
Haz que, ante el sufrimiento, el rechazo y la prueba,
por dura y larga que sea,
jamás dudemos de su amor.
A Jesús, tu Hijo,
todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos.
R/.Amén.

La Virgen María al pie de la Cruz
 
1. Regina caeli laetare, alleluia!

Así canta la Iglesia durante este tiempo de Pascua, invitando a los fieles a unirse al gozo espiritual de María, madre del Resucitado. La alegría de la Virgen por la resurrección de Cristo es más grande aún si se considera su íntima participación en toda la vida de Jesús.
María, al aceptar con plena disponibilidad las palabras del ángel Gabriel, que le anunciaba que sería la madre del Mesías, comenzó a tomar parte en el drama de la Redención. Su participación en el sacrificio de su Hijo, revelado por Simeón durante la presentación en el templo, prosigue no sólo en el episodio de Jesús perdido y hallado a la edad de doce años, sino también durante toda su vida pública.
Sin embargo, la asociación de la Virgen a la misión de Cristo culmina en Jerusalén, en el momento de la pasión y muerte del Redentor. Como testimonia el cuarto evangelio, en aquellos días ella se encontraba en la ciudad santa, probablemente para la celebración de la Pascua judía.
 
2. El Concilio subraya la dimensión profunda de la presencia de la Virgen en el Calvario, recordando que «mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz»(123), y afirma que esa unión «en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte»(124).
Con la mirada iluminada por el fulgor de la Resurrección, nos detenemos a considerar la adhesión de la Madre a la pasión redentora del Hijo, que se realiza mediante la participación en su dolor. Volvemos de nuevo, ahora en la perspectiva de la Resurrección, al pie de la cruz, donde María «sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de Madre que, llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima»(125).
Con estas palabras, el Concilio nos recuerda la «compasión de María», en cuyo corazón repercute todo lo que Jesús padece en el alma y en el cuerpo, subrayando su voluntad de participar en el sacrificio redentor y unir su sufrimiento materno a la ofrenda sacerdotal de su Hijo.
Además, el texto conciliar pone de relieve que el consentimiento que da a la inmolación de Jesús no constituye una aceptación pasiva, sino un auténtico acto de amor, con el que ofrece a su Hijo como «víctima» de expiación por los pecados de toda la humanidad.
Por último, la Lumen gentium pone a la Virgen en relación con Cristo, protagonista del acontecimiento redentor, especificando que, al asociarse «a su sacrificio», permanece subordinada a su Hijo divino.
 
3. En el cuarto evangelio, San Juan narra que «junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena» (Jn 19,25). Con el verbo «estar», que etimológicamente significa «estar de pie», «estar erguido», el evangelista tal vez quiere presentar la dignidad y la fortaleza que María y las demás mujeres manifiestan en su dolor.
En particular, el hecho de «estar erguida» la Virgen junto a la cruz recuerda su inquebrantable firmeza y su extraordinaria valentía para afrontar los padecimientos. En el drama del Calvario, a María la sostiene la fe, que se robusteció durante los acontecimientos de su existencia y, sobre todo, durante la vida pública de Jesús. El Concilio recuerda que «la bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz»(126).
A los crueles insultos lanzados contra el Mesías crucificado, ella, que compartía sus íntimas disposiciones, responde con la indulgencia y el perdón, asociándose a su súplica al Padre: «Perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). Partícipe del sentimiento de abandono a la voluntad del Padre, que Jesús expresa en sus últimas palabras en la cruz: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46), ella da así, como observa el Concilio, un consentimiento de amor «a la inmolación de su Hijo como víctima»(127).
 
. En este supremo «sí» de María resplandece la esperanza confiada en el misterioso futuro, iniciado con la muerte de su Hijo crucificado. Las palabras con que Jesús, a lo largo del camino hacia Jerusalén, enseñaba a sus discípulos «que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días» (Mc 8,31), resuenan en su corazón en la hora dramática del Calvario, suscitando la espera y el anhelo de la Resurrección.
La esperanza de María al pie de la cruz encierra una luz más fuerte que la oscuridad que reina en muchos corazones: ante el sacrificio redentor, nace en María la esperanza de la Iglesia y de la humanidad.

STABAT MATER


 
Stabat mater dolorosa
juxta Crucem lacrimosa,
dum pendebat Filius.
 
 
Estaba la Madre dolorosa
junto a la Cruz, llorosa,
en que pendía su Hijo.
Su alma gimiente,
contristada y doliente
atravesó la espada.

¡Oh cuán triste y afligida
estuvo aquella bendita
Madre del Unigénito!

Languidecía y se dolía
la piadosa Madre que veía
las penas de su excelso Hijo.

¿Qué hombre no lloraría
si a la madre de Cristo viera
en tanto suplicio?

¿Quién no se entristecería
a la Madre contemplando
con su doliente Hijo?

Por los pecados de su gente
vio a Jesús en los tormentos
y doblegado por los azotes.

Vio a su dulce Hijo
muriendo desolado
al entregar su espíritu.

Ea, Madre, fuente de amor,
hazme sentir tu dolor,
contigo quiero llorar.

Haz que mi corazón arda
en el amor de mi Dios
y en cumplir su voluntad.

Santa Madre, yo te ruego
que me traspases las llagas
del Crucificado en el corazón.

De tu Hijo malherido
que por mí tanto sufrió
reparte conmigo las penas.

Déjame llorar contigo
condolerme por tu Hijo
mientras yo esté vivo.

Junto a la Cruz contigo estar
y contigo asociarme
en el llanto es mi deseo.

Virgen de Vírgenes preclara
no te amargues ya conmigo,
déjame llorar contigo.

Haz que llore la muerte de Cristo,
hazme socio de su pasión,
haz que me quede con sus llagas.

Haz que me hieran sus llagas,
haz que con la Cruz me embriague,
y con la Sangre de tu Hijo.

Para que no me queme en las llamas,
defiéndeme tú, Virgen santa,
en el día del juicio.

Cuando, Cristo, haya de irme,
concédeme que tu Madre me guíe
a la palma de la victoria.

Y cuando mi cuerpo muera,
haz que a mi alma se conceda
del Paraíso la gloria. Amén
 
Las siete dolores de la Virgen María


1.LA PROFECÍA DE SIMEÓN EN LA PRESENTACIÓN DEL NIÑO JESÚS EN EL TEMPLO.

2.LA HUÍDA A EGIPTO CON JESÚS Y JOSÉ.

3.EL NIÑO JESÚS PERDIDO.

4,EL ENCUENTRO DE MARIA CON CRISTO EN EL CAMINO DEL CALVARIO:

5.LA CRUCIFIXIÓN Y MUERTE DE JESÚS

6.JESÚS ES DESCENDIDO DE LA CRUZ Y DESCANSA EN EL REGAZO DE SU MADRE

7.LA SOLEDAD DE LA VIRGEN MARIA DESPUÉS DE DEJAR EL SEPULCRO

La Santísima Virgen María manifestó a Santa Brígida que concedía siete gracias a quienes diariamente le honrasen considerando sus lágrimas y dolores y rezando siete Avemarías:

1.Pondré paz en sus familias.
2.Serán iluminados en los Divinos Misterios.
3.Los consolaré en sus penas y acompañaré en sus trabajos.
4.Les daré cuanto me pidan, con tal que no se oponga a la voluntad adorable de mi Divino Hijo y a la santificación de sus almas.
5.Los defenderé en los combates espirituales con el enemigo infernal, y protegeré en todos los instantes de su vida.
6.Los asistiré visiblemente en el momento de su muerte; verán el rostro de su Madre.
7.He conseguido de mi Divino Hijo que las almas que propaguen esta devoción a mis lágrimas y dolores sean trasladadas de esta vida terrenal a la felicidad eterna directamente, pues serán borrados todos sus pecados, y mi Hijo y Yo seremos su consolación y alegría.

 
"Mujer, he ahí a tu hijo"    -    "He ahí a tu Madre"

"MUJER, E AHÍ A TU HIJO"

 

"...En las palabras de Jesús dirigidas a su madre y al apóstol Juan desde la cruz no hemos de ver sólo su preocupación por resolver un problema familiar práctico, sino una auténtica "escena de Revelación", en la cual María es declarada madre de Juan y de todos los discípulos destinados a recibir el don de la gracia divina.

En el inefable gesto de amor que culmina en el Calvario, Jesús nos entrega también a su madre, que se convierte de este modo en Madre nuestra. En este momento, María, que había dicho un "si" incondicional al plan de Dios acogiendo a Jesús en su vida, completa su disponibilidad aceptando el ofrecimiento de su Hijo al Padre para la vida del mundo. De este modo se revela como la nueva Eva, que asume la tarea de difundir entre los hombres la nueva vida en Cristo, mostrando la dimensión universal de su maternidad. Invoquemos confiadamente a María que, como Madre nuestra, no deja de amarnos continuamente con indecible ternura..." (Juan Pablo II. Resumen de la Audiencia del 23 de abril de 1997 "Mujer, e ahí a tu hijo")

"HE AHÍ A TU MADRE"

Desde la cruz Jesús confía a San Juan la Virgen María para que la acoja y reconozca como Madre. Las palabras "ahí tienes a tu madre" manifiestan la intención de Jesús de suscitar en sus discípulos una actitud de amor y confianza hacia María, de modo que puedan reconocer en Ella a su Madre, a la Madre de todos los creyentes. Con la Virgen los cristianos pueden aprender, como San Juan, a conocer al Señor en profundidad y a mantener una relación amorosa con El.

El texto bíblico, en su versión griega, dice también que San Juan acogió a la Virgen María entre sus cosas más queridas, insinuando así que el evangelista no se limitó a alojar a María en su casa, sino que sobre todo condujo una vida espiritual en comunión con Ella. Que cada uno de nosotros, siguiendo el ejemplo del discípulo amado, "reciba a María en su casa", reservándole un lugar preeminente en su existencia cotidiana y reconociendo su misión providencial en el camino de la salvación. (Juan Pablo II. Resumen de la Audiencia del 7 de mayo de 1997 "He ahí a tu Madre")

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