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Cum
Maria contemplemur Christi vultum!
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Aquí, hermanos amados, sopesad, yo os invito, cuánto le debemos a la
Bienaventurada Madre de Dios y cuantas acciones le debemos dar a Dios
por tan gran don. Pues el Cuerpo de Cristo que Ella concibió y llevó en
su seno, que envolvió en sus pañales, amamantó con su leche con maternal
solicitud, es el mismo Cuerpo que nosotros recibimos en el altar;
Sacramento de nuestra redención. Es esto lo que sostiene la fe católica
y lo que la Santa Iglesia nos enseña.
No hay palabra humana que sea capaz de alabar dignamente a Ella de quien
el Mediador de Dios y de los hombres tomó cuerpo. Cualquier veneración
que le podamos acordar está por debajo de sus méritos; porque Ella nos
preparó en sus castas entrañas la carne inmaculada que alimenta ahora a
las almas.
San Damian
"Ofrezco a los hombres
un Recipiente con el que han de venir a la Fuente de la Misericordia
para recoger gracias. Ese Recipiente es esta Imagen con la firma:
JESÚS, EN TI CONFÍO"
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Himno
“Audi benigne Conditor”
Oh Creador,
Tú conoces el corazón del hombre,
comprendes nuestras lágrimas y el clamor de nuestra plegaria.
En este santo ayuno cuaresmal, condúcenos al desierto, purifícanos.
En tu ternura, Señor, escrutas nuestros corazones, conoces la debilidad de
todas nuestras fuerzas, da, a todo el que vuelve a Ti, el perdón y la
gracia de tu Amor.
Sí, hemos pecado contraTi:
perdona a los que lloran y confiesan tu Nombre.
Para alabanza de tu Gloria,
inclínate sobre nuestras heridas, Señor, y sánanos.
Que la abstinencia libere nuestro cuerpo, que tu Gracia lo ilumine.
Que nuestro espíritu se vuelva sobrio, que evite todo mal y todo pecado.
Te rogamos, Santísima Trinidad, que nos conduzcas hasta los goces de las
fiestas pascuales para poder contemplar a Cristo elevarse a glorioso y viviente.
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Edición
574
Tiempo de
Cuaresma
Semana II
Segundo Domingo
20 de marzo
de 2011
«Oh
Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu
firme» (Sal 50, 12).


Soy
todo tuyo y todas mis cosas Te pertenecen. Te pongo al centro de mi vida.
Dame tu Corazón, oh María.
Soy
todo tuyo, María
Madre de nuestro Redentor
Virgen Madre de Dios, Virgen piadosa. Madre del Salvador del mundo. Amen


Oh Dios Padre
Misericordioso, que por mediación de Jesucristo, nuestro
Redentor, y de su Madre, la Bienaventurada Virgen María, y la
acción del Espíritu Santo, concediste al Beato Juan Pablo II
la gracia de ser Pastor ejemplar en el servicio de la Iglesia
peregrina, de los hijos e hijas de la Iglesia y de todos los
hombres y mujeres de buena voluntad, haz que yo sepa también
responder con fidelidad a las exigencias de la vocación
cristiana, convirtiendo todos los momentos y circunstancias de
mi vida en ocasión de amarte y de servir al Reino de Jesucristo.
Te ruego que me concedas por su intercesión el favor que te pido
(...) (pídase).
A Tí, Padre
Omnipotente, origen del cosmos y del hombre, por Cristo, el que
vive, Señor del tiempo y de la historia, en el Espíritu Santo
que santifica el universo, alabanza, honor y gloria ahora y por
los siglos de los siglos. Amén.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria
VIA MATRIS
Contemplación y
meditación de los 7 Dolores de la Virgen Santísima
La Santísima Virgen María manifestó a Santa Brígida que concedía
7 gracias a quienes diariamente le honrasen considerando sus
lágrimas y dolores y rezando siete Avemarías:
1.Pondré paz en sus familias.
2.Serán iluminados en los Divinos Misterios.
3.Los consolaré en sus penas y acompañaré en sus trabajos.
4.Les daré cuanto me pidan, con tal que no se oponga a la
voluntad adorable de mi Hijo y a la santificación de sus almas.
5.Los defenderé en los combates espirituales con el enemigo
infernal, y protegeré en todos los instantes de su vida.
6.Los asistiré visiblemente en el momento de su muerte: verán el
rostro de su Madre.
7.He conseguido de mi Divino Hijo
que las almas que propaguen esta devoción a mis lágrimas y dolores
sean trasladadas de esta vida terrenal a la felicidad eterna
directamente, pues serán borrados todos sus pecados, y mi Hijo y Yo
seremos su consolación y alegría
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LA
REVELACIÓN DE LA DIVINIDAD DE JESÚS
Ángelus,
Domingo 20 de marzo de 2011
Queridos hermanos y hermanas
El Domingo de hoy, II de
Cuaresma, es llamado de la
Transfiguración, porque el
Evangelio narra este misterio de
la vida de Cristo. Él, tras
haber preanunciado a sus
discípulos su Pasión, “tomó a
Pedro, a Santiago y a su hermano
Juan, y los llevó aparte a un
monte elevado. Allí se
transfiguró en presencia de
ellos: su Rostro resplandecía
como el sol y sus vestiduras se
volvieron blancas como la luz”
(Mt 17,1-2). Según los
sentidos, la luz del sol es la
más intensa que se conoce en la
naturaleza, pero, según el
espíritu, los discípulos vieron,
por un breve tiempo, un
esplendor aún más intenso, el de
la gloria divina de Jesús, que
ilumina toda la historia de la
salvación. San Máximo el
Confesor afirma que “las
vestiduras blancas llevaban el
símbolo de las palabras de la
Sagrada Escritura, que se
volvían claras y transparentes y
luminosas" (Ambiguum
10: PG 91, 1128 B).
Dice el Evangelio que, junto a
Jesús transfigurado,
“aparecieron Moisés y Elías y
conversaban con Él" (Mt
17,3); Moisés y Elías,
figura de la Ley y de los
Profetas. Fue entonces cuando
Pedro, extasiado, exclamó:
“Señor, ¡qué bien estamos aquí!
Si quieres, levantaré aquí mismo
tres tiendas, una para Ti, otra
para Moisés y otra para Elías"
(Mt 17,4). Pero San
Agustín comenta diciendo que
nosotros tenemos sólo una
morada: Cristo; Él “es la
Palabra de Dios, Palabra de Dios
en la Ley, Palabra de Dios en
los Profetas" (Sermo De
Verbis Ev. 78,3: PL
38, 491). De hecho, el Padre
mismo proclama: “Este es
mi Hijo muy querido, en quien
tengo puesta mi predilección:
escuchadle" (Mt
17,5). La Transfiguración no
es un cambio de Jesús, sino que
es la revelación de su divinidad,
“la íntima compenetración de
su ser con Dios, que se
convierte en pura luz. En su ser
uno con el Padre, Jesús mismo es
Luz de Luz" (Jesús de
Nazaret, Milán 2007). Pedro,
Santiago y Juan, contemplando la
divinidad del Señor, son
preparados para afrontar el
escándalo de la cruz, como se
canta en un antiguo himno:
“En el monte te transfiguraste y
tus discípulos, en cuanto eran
capaces, contemplaron tu gloria,
para que, viéndote crucificado,
comprendieran que tu Pasión era
voluntaria y anunciaran al mundo
que Tu eres verdaderamente el
esplendor del Padre" (t. 6,
Roma 1901, 341).
Queridos amigos, participemos
también nosotros de esta visión
y de este don sobrenatural,
dando espacio a la oración y a
la escucha de la Palabra de
Dios. Además, especialmente en
este tiempo de Cuaresma, os
exhorto, como escribe el Siervo
de Dios Pablo VI, “a
responder al precepto divino de
la penitencia con algún acto
voluntario, además de las
renuncias impuestas por el peso
de la vida cotidiana"
(Const. ap. Pænitemini,
17 de febrero de 1966, III, c:
AAS 58 [1966], 182).
Invoquemos a la Virgen María,
para que nos ayude a escuchar y
seguir siempre al Señor Jesús,
hasta la pasión y la cruz, para
participar también en su gloria.
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Queridos
Suscriptores de "El Camino de María"
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«En
aquellos días, Jesús tomó consigo a Pedro, Juan y
Santiago, y subió al monte a orar»
(Lucas 9, 28). Así comienza el Evangelio de la
Transfiguración de Cristo, que caracteriza al II
Domingo de Cuaresma. San Lucas subraya que Jesús se
transfiguró «mientras oraba» en la cumbre de
un monte elevado, sumergido en el diálogo íntimo y
profundo con Dios Padre. De su Persona se irradia una
luz fulgurante, anticipación de la Gloria de la
Resurrección.
Todos
los años, en preparación de la Pascua, la Cuaresma
nos invita a seguir a Cristo en el misterio de su
oración, manantial de luz y de fuerza en la hora de
la prueba. Rezar, de hecho, significa sumergirse con
el Espíritu en Dios, en actitud de humilde adhesión
a su Voluntad. De este abandono confiado en Dios
deriva la luz interior que transfigura al hombre,
haciendo de él un testigo de la Resurrección de
Cristo. Pero esto sólo puede tener lugar si
escuchamos y seguimos a Cristo fielmente hasta la Pasión
y la Cruz. Al respecto leermos en el Catecismo de la
Iglesia Católica: «La Transfiguración nos
concede una visión anticipada de la gloriosa venida
de Cristo "el cual transfigurará este miserable
cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo"
(Flp 3, 21)
Pero nos recuerda también que "es
necesario que pasemos por muchas tribulaciones para
entrar en el Reino de Dios" (Hch 14, 22)» (C.I.C,
556).
"...Jesús
quería infundir en sus Apóstoles una gran fortaleza
de ánimo y de una constancia que les permitirían
tomar su cruz sin temor, a pesar de su aspereza. También
quería que no se avergonzaran de sus suplicios, que
no consideraran como una vergüenza la paciencia con
la que aceptaría su pasión tan cruel, sin perder
nada de la gloria de su poder. Jesús “tomó a
Pedro, Santiago y Juan y los llevó a una montaña
alta y se transfiguró delante de ellos.” (cf
Mt 17,2ss) Aunque habían comprendido que la majestad
divina estaba en Él, ignoraban todavía su poder ..."
"...El Señor manifiesta su gloria delante de
testigos que había escogido, y sobre su Cuerpo,
parecido al nuestro, se extiende un resplandor tal “que
Su Rostro parecía brillante como el sol y
sus vestidos blancos como la luz.” (cf Mt
17,4ss) Sin duda, esta Transfiguración tenía por
meta quitar del corazón de sus discípulos el escándalo
de la Cruz, no hacer tambalear su fe por la humildad
de la pasión voluntariamente aceptada... Pero esta
revelación también infundía en su Iglesia la
esperanza que tendría que sostener a lo largo del
tiempo. Todos lo miembros de la Iglesia, su Cuerpo,
comprenderían así la transformación que un día se
realizaría en ellos, ya que los miembros van a
participar de la gloria de su Cabeza. El mismo Señor
había dicho, hablando de la majestad de su venida:
“Entonces, los justos brillarán como el sol en el
Reino de Mi Padre.” (Mt 13,43) Y el Apóstol
Pablo afirma: “Los sufrimientos del mundo
presente no pesan lo que la gloria que se revelará
en nosotros.” (cf Rm 8,18)... También exclamó:
“Habéis muerto, y vuestra vida está escondida con
Cristo en Dios; cuando aparezca Cristo, vuestra vida,
entonces también vosotros apareceréis gloriosos con
Él.”
(Col 3,3-4)." (San León
Magno, Papa (hacia 461) doctor de la Iglesia Homilía
51/38, sobre la Transfiguración)
"...El Señor Jesús de entre todos los
discípulos, es sólo a Pedro, a Santiago y a Juan, a
quienes ha revelado la gloria de su Resurrección.
Quiso con ello que su misterio quedara escondido, y
frecuentemente les advertía que no dieran a conocer
a cualquiera lo que habían visto, a fin de que un
auditor demasiado débil no encontrara en ello un
obstáculo que dificultara a su espíritu inconstante
el recibir esos misterios con toda su fuerza. Porque
el mismo Pedro “no sabía lo que se decía”, ya que
creía que era preciso levantar allí tres tiendas
para el Señor y sus compañeros. Seguidamente, no
pudiendo soportar el resplandor de la gloria del
Señor que se transfiguraba, cayó al suelo (Mt 17,6),
al igual que cayeron también “los hijos del trueno”
(Mc 3,17), Santiago y Juan, cuando la nube les
cubrió...
Entraron, pues, en la nube para conocer lo que es
secreto y está escondido, y es allí que oyeron la
voz de Dios que decía: “Este es mi Hijo, el
amado, mi predilecto, escuchadlo” ¿Qué
significa: “Este es mi Hijo, el amado”? Esto quiere
decir –Simón Pedro, ¡no te equivoques!- que no debes
colocar al Hijo de Dios al mismo nivel que sus
siervos. “Este es mi Hijo: Moisés no es ‘mi Hijo’,
Elías no es ‘mi Hijo’, a pesar de que uno abrió el
Cielo y el otro lo cerró”. En efecto, uno y otro,
por la palabra del Señor, vencieron a un elemento de
la naturaleza (Ex 14; 1R 17,1), Pero es que ellos no
hicieron otra cosa que ser ministros de Aquél que ha
consolidado las aguas y las ha cerrado secando el
Cielo, las ha disuelto en lluvia cuando ha querido.
Allí donde se trata de un simple anuncio de la
Resurrección, se apela al ministerio de los siervos,
pero allí donde se muestra la Gloria del Señor que
resucita, la gloria de los siervos cae en la
oscuridad. Porque el sol, al levantarse, oscurece
las estrellas, y todas las luces desaparecen frente
al resplandor del eterno Sol de justicia (Ml 3,20)
(San Ambrosio (hacia 340-397), obispo de Milán y
doctor de la Iglesia . Sobre el salmo 45, 2; CSEL
64, 6, 330-331 ).
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Les
recordamos que hemos
preparado un un libro digital con
meditaciones del Siervo de Dios Juan Pablo II que lleva
por título: PEREGRINANDO EN CUARESMA CON MARÍA
SANTÍSIMA. Le invitamos a descargar gratuitamente a su
computadora dicho libro desde la siguiente dirección de
la Hemeroteca Digital
Virgo Fidelis.
http://virgofidelis.com.ar/paFileDB/biblioteca.htm

¡Queridos hijos! Con el tiempo cuaresmal, ustedes se acercan a un tiempo de gracia. Su corazón es como una tierra labrada y está pronto a recibir el fruto que germinará en bien. Ustedes, hijitos, son libres de elegir el bien o el mal. Por eso los invito: oren y ayunen. Siembren alegría, y en sus corazones el fruto de la alegría crecerá por vuestro bien, y otros lo verán y lo recibirán a través de su vida. Renuncien al pecado y elijan la vida eterna. Yo estoy con ustedes e intercedo por ustedes ante mi Hijo.¡Gracias por haber respondido a mi llamado! ” Mensaje de Nuestra Señora Reina de la Paz en Medjugorge. 25/1/2008

MENSAJE DEL SANTO PADRE
BENEDICTO XVI
PARA LA CUARESMA 2011
Con Cristo sois sepultados en el Bautismo,
con Él también habéis resucitado» (cf. Col 2, 12)
La Cuaresma, que nos lleva a la celebración de la Santa Pascua, es para la Iglesia un tiempo litúrgico muy valioso e importante, con vistas al cual me alegra dirigiros unas palabras específicas para que lo vivamos con el debido compromiso. La Comunidad eclesial, asidua en la oración y en la caridad operosa, mientras mira hacia el encuentro definitivo con su Esposo en la Pascua eterna, intensifica su camino de purificación en el espíritu, para obtener con más abundancia del Misterio de la redención la vida nueva en Cristo Señor (cf. Prefacio I de Cuaresma).
1. Esta misma vida ya se nos transmitió el día del Bautismo, cuando «al participar de la muerte y resurrección de Cristo» comenzó para nosotros «la aventura gozosa y entusiasmante del discípulo» (Homilía en la fiesta del Bautismo del Señor, 10 de enero de 2010). San Pablo, en sus Cartas, insiste repetidamente en la comunión singular con el Hijo de Dios que se realiza en este lavacro. El hecho de que en la mayoría de los casos el Bautismo se reciba en la infancia pone de relieve que se trata de un don de Dios: nadie merece la vida eterna con sus fuerzas. La Misericordia de Dios, que borra el pecado y permite vivir en la propia existencia «los mismos sentimientos que Cristo Jesús» (Flp 2, 5) se comunica al hombre gratuitamente.
El Apóstol de los gentiles, en la Carta a los Filipenses, expresa el sentido de la transformación que tiene lugar al participar en la muerte y resurrección de Cristo, indicando su meta: que yo pueda «conocerle a Él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a Él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos» (Flp 3, 10-11). El Bautismo, por tanto, no es un rito del pasado sino el encuentro con Cristo que conforma toda la existencia del bautizado, le da la vida divina y lo llama a una conversión sincera, iniciada y sostenida por la Gracia, que lo lleve a alcanzar la talla adulta de Cristo.
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