EL CAMINO DE MARÍA

"El Camino de María"

Edición Nro 55

Marisa y Eduardo Vinante

Editores

LA EPIFANÍA DE DIOS

6 de enero

En este día se conmemora la manifestación -Epifanía- de Jesús al mundo pagano, representado en los tres Reyes Magos de Oriente. Se recuerda en ella preferentemente la revelación de Dios hecho hombre a las naciones paganas, cuya primera manifestación ante la cuna del recién nacido Jesús fueron los Santos Magos, que la tradición señala con los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar. Estos fueron conducidos por una misteriosa estrella, símbolo de la fe. Y fueron cargados con ricos presentes especialmente con oro, incienso y mirra. En recuerdo de estos presentes, hoy en el mundo cristiano se obsequia a los niños con regalos cuyo traslado se atribuye a los mismos Reyes Magos.

 

 

 

 

 

Estaba María santa
   Contemplando las grandezas
   De la que de Dios sería
   Madre santa y Virgen bella
   El libro en la mano hermosa,
   Que escribieron los profetas,
   Cuanto dicen de la Virgen
   ¡Oh qué bien que lo contempla!
   Madre de Dios y virgen entera,
   Madre de Dios, divina doncella.


   Bajó del cielo un arcángel,
   Y haciéndole reverencia,
   Dios te salve, le decía,
   María, de gracia llena.
   Admirada está la Virgen
   Cuando al Sí de su respuesta
   Tomó el Verbo carne humana,
   Y salió el sol de la estrella.
   Madre de Dios y virgen entera,
   Madre de Dios, divina doncella.

   Lope de Vega (1562-1635).

 

 

 

 

 

Entremos en el

Año Nuevo

con confianza en Dios imitando la Fe de María

 

 

 

 

 

Como Ella, también nosotros podemos mirar con atención y conservar en el corazón las maravillas que Dios lleva a cabo cada día en la historia. Así aprenderemos a reconocer en la trama de la vida diaria la intervención constante de la divina Providencia, que todo lo guía con sabiduría y amor.
 
«María, mi amadísima Madre, dame tu corazón tan bello, tan puro, tan inmaculado, tan lleno de amor y de humildad, para que pueda recibir a Jesús como tu lo hiciste e ir rápidamente a darlo a los demás». (Madre Teresa de Calcula, A Fruitful Branch, p. 44.)

(*) «A fruitful Branch on the Vine, Jesus». Primer libro de Madre Teresa de Calcuta editado por las Misioneras de la Caridad, St. Anthony Messenger Press, Cincinnati, Ohio, 2000 (Colección de oraciones y dichos auténticos de la Madre Teresa)

CATEQUESIS DEL PAPA JUAN PABLO II

LA EPIFANÍA DE DIOS Y LA VIRGEN MARÍA

  Audiencia General del miércoles 4 de enero de 1989

LA EPIFANÍA DE DIOS Y LA FAMILIA:

 LA FAMILIA DEBE REFLEJAR UN RAYO DE LA GLORIA DE DIOS

Audiencia General del miércoles 5  de enero de 1994

LA EPIFANÍA DE DIOS Y LA VIRGEN MARÍA

 
 
Queridos hermanos y hermanas:   
 
El designio salvífico de Dios se manifiesta, durante el período navideño que estamos viviendo intensamente, con una cadena de festividades litúrgicas muy idóneas para presentarnos a lo largo de pocos días una amplia visión de conjunto. De la contemplación del Hijo de Dios, que se hizo Niño por nosotros en la gruta de Belén, pasamos a través del modelo inalcanzable de la Sagrada Familia, y así sucesivamente hasta llegar al acontecimiento del Bautismo del Señor, al comienzo de su vida pública.

La audiencia general de este miércoles cae en medio de dos festividades características: La Maternidad divina de María, y la Epifanía. Son dos misterios altamente significativos, que tienen entre ellos una profunda vinculación, sobre la cual hay que reflexionar.    

2. El término "epifanía" significa manifestación: en ella se celebra la primera manifestación al mundo pagano del Salvador recién nacido.

En la historia de la Iglesia, la Epifanía aparece como una de las fiestas más antiguas, con vestigios ya en el siglo II, y es vivida como el día "teofánico" por excelencia, "dies sanctus". En los primeros tiempos, la celebración estuvo sobre todo vinculada al recuerdo del Bautismo del Señor, cuando el Padre celestial dio testimonio público de su Hijo en la tierra, invitando a todos a escuchar su Palabra. Pero muy pronto prevaleció la visita de los Magos, en los cuales se reconocen los representantes de los pueblos, llamados a conocer a Cristo desde fuera de la comunidad de Israel.    

San Agustín, testigo atento de la tradición eclesial, explica sus razones de alcance universal afirmando que los Magos, primeros paganos en conocer al Redentor, merecieron significar la salvación de todas las gentes (cf. Hom. 203). Y así, en el arte cristiano primitivo, la escena fascinante de hombres doctos, ricos y poderosos, que hablan venido de lejos para arrodillarse ante el Niño, mereció el honor de ser la más representada de entre los acontecimientos de la infancia de Jesús.    

Más tarde, en la misma festividad, se empezó a celebrar también la teofanía de las Bodas de Caná, cuando Jesús, al realizar su primer milagro, se manifestó públicamente como Dios. Muchas son, pues, las epifanías, porque son varios los caminos por los que Dios se manifiesta a los hombres. Hoy quiero subrayar cómo una de ellas, más aún, la que es fundamento de todas las demás, es la Maternidad de María.    

3. En la antiquísima profesión de fe, llamada "Símbolo Apostólico", el cristiano proclama que Jesús nació "de" la Virgen María. En este artículo del "Credo" están contenidas dos Verdades esenciales del Evangelio.

La primera es que Dios nació de una Mujer (Gál 4, 4). Él quiso ser concebido, permanecer nueve meses en el seno de la Madre y nacer de Ella de modo virginal. Todo esto indica claramente que la Maternidad de María entra como parte integrante en el misterio de Cristo para el plan divino de salvación.

La segunda es que la concepción de Jesús en el seno de María sucedió por obra del Espíritu Santo, es decir, sin colaboración de padre humano. "No conozco varón" (Lc 1, 34), puntualiza María al enviado del Señor, y el arcángel le asegura que nada hay imposible para Dios (Lc 1, 37). María es el único origen humano del Verbo Encarnado.

4. En este contexto dogmático es fácil ver cómo la Maternidad de María constituye una epifanía nueva y totalmente característica de Dios en el mundo.

En efecto, la misma opción de virginidad perpetua que hizo María antes de la Anunciación, tiene ya un valor "epifánico" como llamada a las realidades escatológicas, que están más allá de los horizontes de la vida terrena. Pues esa opción indica una voluntad decidida de consagración total a Dios y a su amor, capaz por si solo de apagar plenamente las exigencias del corazón humano. Y el hecho de la concepción del Hijo, que sucede fuera del contexto de las leyes biológicas naturales, es otra manifestación de la presencia activa de Dios. Finalmente, el alegre suceso del nacimiento de Jesús constituye el culmen de la revelación de Dios al mundo en María y por medio de María.

Es significativo que el Evangelio ponga también a la Virgen en el centro de la visita de los Magos, cuando dice que ellos "entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre y, postrándose, lo adoraron" (Mt 2, 11).

A la luz de la fe, la Maternidad de la Virgen aparece de este modo como signo elocuente de la divinidad de Jesús, que se hace hombre en el seno de una Mujer, sin renunciar a la personalidad de Hijo de Dios. Ya los Santos Padres, como San Juan Damasceno, habían hecho notar que la Maternidad de la Santa Virgen de Nazaret contiene en sí todo el misterio de la salvación, que es puro don proveniente de Dios.

María es la Theotokos, como proclamó el Concilio de Éfeso, pues en su seno virginal se hizo carne el Verbo para revelarse al mundo. Ella es el lugar privilegiado escogido por Dios para hacerse visiblemente presente entre los hombres.

Al mirar a la Virgen Santísima estos días de Navidad, cada uno ha de sentir un interés más vivo en acoger, como Ella, a Cristo en su vida, para convertirse luego en su portador al mundo. Cada uno ha de esforzarse, dentro de su familia y en su ambiente de trabajo, por ser una pequeña, pero luminosa, "epifanía de Cristo".
 
Este es el deseo que dirijo a todos vosotros, amadísimos, en esta primera audiencia general del año nuevo.

LA EPIFANÍA DE DIOS Y LA FAMILIA

 
Queridos hermanos y hermanas:
 
1."Entraron en la casa (los Magos); vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron" (Mt 2, 11).  

Hay un vínculo muy estrecho entre la Epifanía y la familia: deseo subrayarlo en estos primeros días del Año de la familia. En la casa donde habita la Sagrada Familia es donde los Magos encuentran y reconocen al Mesías esperado. Allí estos sabios investigadores del misterio divino reciben la luz que ilumina y produce alegría. En efecto, el evangelio nos dice que los Magos entraron en la casa, adoraron al Niño y le presentaron sus dones simbólicos, cumpliendo con ese gesto los oráculos mesiánicos del Antiguo Testamento que anunciaban el homenaje de todas las naciones al Dios de Israel (cf. Nm 24, 17; Is 49, 23; Sal 72, 10-15).

Así, en la humilde y oculta familia de Nazaret, Cristo se muestra como la verdadera luz de las gentes que, mientras envuelve a toda la humanidad, proyecta un especial fulgor espiritual hacia la realidad de la familia.

2. El tema de la luz se halla en el centro de la liturgia de la Epifanía, que mañana celebraremos solemnemente.  

El concilio Vaticano II, con una imagen de extraordinaria elocuencia, afirma que "sobre la faz de la Iglesia" resplandece "la luz de Cristo" (Lumen gentium, 1). Ahora bien, en el mismo documento se afirma asimismo que la familia es "iglesia doméstica" (ib., 11). Por consiguiente, está a su vez llamada a reflejar, en el calor de las relaciones interpersonales de sus miembros, un rayo de la gloria de Dios, que brilla sobre la Iglesia (cf. Is 60, 2). Un rayo, ciertamente, no es toda la luz, pero es también luz: toda familia, con sus límites, es, con título pleno, signo del amor de Dios. El amor conyugal el amor paterno y materno, el amor filial, inmersos en la gracia del matrimonio, forman un auténtico reflejo de la gloria de Dios, del amor de la santísima Trinidad.

3. En la carta a los Efesios, san Pablo habla del "misterio" que se nos reveló en la plenitud de los tiempos (cf. Ef 3, 2-6): misterio del amor divino que, en Cristo ofrece la salvación a los hombres de toda raza y de toda cultura. Pues bien, en la misma carta, el Apóstol alude al "gran misterio" también con respecto al matrimonio, en relación al amor que une a Cristo con su Iglesia (cf. Ef 5, 32).

La familia cristiana, por tanto, cuando es fiel al dinamismo intrínseco de la alianza sacramental, se convierte en signo auténtico del amor universal de Dios. Sacramento de unidad abierto a todos, cercanos y lejanos, parientes o no parientes, en virtud del nuevo vínculo -más fuerte que el de la sangre- que Cristo establece entre los que lo siguen.    

Ese modelo de familia es "Epifanía" de Dios, manifestación de su amor gratuito y universal, y, en cuanto tal, es de por sí misionera, porque anuncia con su estilo de vida que Dios es amor y quiere que todos los hombres se salven. "La familia cristiana, cuyo origen está en el matrimonio, que es imagen y participación de la alianza de amor entre Cristo y la Iglesia, manifestará a todos la presencia viva del Salvador en el mundo y la auténtica naturaleza de la Iglesia, ya por el amor, la generosa fecundidad, la unidad y fidelidad de los esposos, ya por la cooperación amorosa de todos sus miembros" (Gaudium et spes, 48).    

4. El evangelio de la Epifanía (Mt 2, 1-12) nos presenta a los Magos que, venidos de oriente con la guía de la estrella, llegan a Belén, "a la casa" (v. 11) donde habita la Sagrada Familia y se postran ante el Niño. El centro de la escena es Él, Jesús: a Él es a quien adoran, porque Él es "el rey [...] que ha nacido" (v. 2); suya es la estrella que los tres sabios vieron surgir a lo lejos (cf. ib.); es Él quien, nacido en Belén de Judá, está destinado a dirigir como jefe al pueblo de Dios (cf. v. 6); a Él ofrecen los Magos sus dones simbólicos.

Y, sin embargo, todo eso sucede "en la casa" donde ellos, después de entrar, "vieron al Niño con María, su Madre" (v. 11). ¿Y José? Mateo, aunque en otros episodios de la infancia lo pone en primer plano, aquí parece dejarlo en la sombra. ¿Por qué? Tal vez para que nuestra mirada, como la de los Magos, vaya a posarse en la escena que constituye, sin lugar a dudas, el auténtico icono de Navidad: el Niño en los brazos de la Virgen Madre.

Mientras contemplamos ese icono, comprendemos cómo José, lejos de quedar excluido de la escena, participa plenamente, a su manera, pues ¿quién sino él, José, acoge a los Magos?, ¿quién les hace entrar en la casa, y con ellos, más aún, antes que ellos se postra ante Jesús, a quien la Madre estrecha entre sus brazos?
 
El cuadro de la Epifanía sugiere que toda familia cristiana se nutre espiritualmente de un doble dinamismo interior cuyo primer momento es la adoración de Jesús, Dios con nosotros, y el segundo es la veneración a su Madre santísima.
 
Los dos aspectos van juntos, son inseparables, porque forman los dos momentos de un único movimiento del Espíritu, que hoy vemos manifestarse proféticamente en el gesto de los Magos.

5. Amadísimos hermanos y hermanas, estamos en el inicio del Año de la familia, un tiempo muy propicio para reflexionar en el papel y la importancia de la familia en la vida de la Iglesia y de la sociedad.
 
Un año de profundización doctrinal, desde luego, pero sobre todo un año de oración, y de oración en familia, para obtener del Señor el don de redescubrir y valorar plenamente la misión que la Providencia encomienda a toda familia en nuestro tiempo.
   
La contemplación de la escena de los Magos nos ayude siempre a darnos cuenta de que la vida familiar sólo encuentra su sentido pleno si está iluminada por Cristo luz, paz y esperanza del hombre.

Con los Magos entremos también nosotros en la pobre casa de Belén y adoremos con fe al Salvador que nos ha nacido. reconocemos en Él al Señor de la historia, al Redentor del hombre, al Hijo de la Virgen, "sol que nace" entre nosotros para "guiar nuestros pasos por el camino de la paz" (Lc 1, 79).
 

CONSAGRACIÓN A JESÚS POR MEDIO DE MARÍA (*)  

 
 
  Oh sabiduría eterna encarnada, Oh amabilísimo y adorable Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, hijo único del Padre eterno y de María siempre Virgen.

  Te adoro profundamente en el seno y esplendor de tu Padre en la eternidad y en el seno virginal de María tu dignísima madre, en el momento de tu Encarnación.

  Te doy gracias por haberte anonadado, tomando forma de esclavo, para librarme de la cruel esclavitud del demonio; te alabo y glorifico porque has querido someterte a María tu santísima madre, en todas las cosas, para hacerme por medio de ella tu fiel hijo.


  Pero, yo ingrato e infiel, no he guardado los votos y promesas que tan solemnemente hice en mi bautismo; no he cumplido mis obligaciones; no merezco ser llamado hijo tuyo ni tu esclavo; como no hay nada en mí que no merezca repulsa y cólera, no me atrevo por mí mismo a acercarme a tu santísima y soberana majestad.

  Por eso, recurro a la intercesión y a la misericordia de tu Santísima madre, que me has dado por mediadora; por ella espero obtener la contrición y el perdón de mis pecados, la adquisición y la conservación de la sabiduría.

  Te saludo pues, oh María inmaculada, tabernáculo vivo de la divinidad, en el que la sabiduría eterna oculta quiere ser adorada de los ángeles y de los hombres.

  Te saludo, reina del cielo y de la tierra, a cuyo imperio todo está sometido: todo lo que está debajo de Dios.

  Te saludo, refugio seguro de los pecadores, cuya misericordia no ha faltado jamás a nadie.

  Escucha los deseos que tengo de la divina sabiduría, y recibe los votos y ofrendas que presenta mi bajeza.

  Yo, pecador infiel, renuevo y ratifico hoy, en vuestras manos las promesas de mi bautismo.

  Renuncio para siempre a las seducciones de Satanás y a sus obras, y me entrego por entero a Jesucristo, la sabiduría encarnada, para llevar mi cruz en su seguimiento todos los día de mi vida, para que le sea más fiel de lo que he sido hasta ahora.

  Te elijo, María, en presencia de la corte celestial por mi madre y reina. Entrego y consagro con toda sumisión y amor, mi cuerpo, mi alma, mis bienes interiores y exteriores, el valor mismo de mis buenas obras, pasadas, presentes y futuras, dejándote el pleno derecho de disponer de ellas, de mí y de todo lo que me pertenece, sin excepción, según tu beneplácito, a la mayor gloria de Dios en el tiempo y la eternidad.

  Recibe, dulce Virgen María, esta ofrenda de mi esclavitud de amor, en honor y unión de la sumisión que la sabiduría eterna quiso tener con tu maternidad; en vasallaje del poder que tenéis los dos sobre este miserable pecador, y en acción de gracias por los privilegios con que te ha favorecido la Santísima Trinidad.

  Proclamo que en adelante quiero, como verdadero hijo, buscar tu honra y obedecerte en todo.

  Madre admirable, preséntame a tu querido hijo en calidad de esclavo eterno para que, rescatado por tí me reciba también por tí.

  Madre de misericordia, dame la gracia de conseguir la verdadera sabiduría de Dios y de estar en el número de los que amas, enseñas, guías, alimentas y proteges como verdaderos hijos.

  Virgen fiel, hazme en todo un discípulo tan perfecto, imitador y esclavo de la sabiduría encarnada, Jesucristo, hijo tuyo que llegue, por tu intercesión y a tu ejemplo, a la plenitud de su edad sobre la tierra y de su gloria en los cielos.

   Amén
 
(*) Este texto de la "Consagración a Jesús por medio de María", fue escrito por SAN LUIS MARIA GRIGNION DE MONFORT

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