EL CAMINO DE MARÍA 

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"El Camino de María"

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Marisa y Eduardo Vinante

Directores de Contenido

 

 
Los padres de Jesús iban cada año a Jerusalén, a la fiesta de pascua. Cuando el niño cumplió doce años, fueron a celebrar la fiesta, según la costumbre. Terminada la fiesta, cuando regresaban, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres. Estos creían que iba en la caravana, y al terminar la primera jornada lo buscaron entre los parientes y conocidos. Al no encontrarlo, regresaron a Jerusalén en su busca.
Al cabo de tres días, lo encontraron en el templo sentado en medio de los doctores, no sólo escuchándolos, sino también haciéndoles preguntas. Todos los que le oían estaban sorprendidos de su inteligencia y de sus respuestas. Al verlo, se quedaron asombrados, y su madre le dijo:
«Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos buscado angustiados».
El les contestó:
«¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?»
Pero ellos no comprendieron lo que les decía. Regresó con ellos a Nazaret, donde vivió obedeciéndolos. Su madre conservaba cuidadosamente todos estos recuerdos en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en aprecio ante Dios y ante los hombres. Lucas 2, 41-52.
 

A Cristo, María y José encomiendo cada familia 

Juan Pablo II, Familiaris Consortio, 86

Que Cristo Señor, Rey del universo, Rey de las familias, esté presente como en Caná, en cada hogar cristiano para dar luz, alegría, serenidad y fortaleza. A Él, en el día solemne dedicado a su Realeza, pido que cada familia sepa dar generosamente su aportación original para la venida de su Reino al mundo, «Reino de verdad y de vida, Reino de santidad y de gracia, Reino de justicia, de amor y de paz»(183) hacia el cual está caminando la historia.

Que la Virgen María, como es Madre de la Iglesia, sea también Madre de la «Iglesia doméstica», y, gracias a su ayuda materna, cada familia cristiana pueda llegar a ser verdaderamente una «pequeña Iglesia», en la que se refleje y reviva el misterio de la Iglesia de Cristo. Sea ella, Esclava del Señor, ejemplo de acogida humilde y generosa de la voluntad de Dios; sea ella, Madre Dolorosa a los pies de la Cruz, la que alivie los sufrimientos y enjugue las lágrimas de cuantos sufren por las dificultades de sus familias.

Que San José, «hombre justo», trabajador incansable, custodio integérrimo de los tesoros a él confiados, las guarde, proteja e ilumine siempre. (Juan Pablo II - Familiaris Consortio, 86)

 

CATEQUESIS DEL PAPA JUAN PABLO II

 

LA SAGRADA FAMILIA

 Audiencia General del miércoles 3 de enero de 1979

EL SIGNIFICADO DE LA MATERNIDAD EN LA SOCIEDAD Y EN LA FAMILIA

  Audiencia General del miércoles 10 de enero de 1979

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA "FAMILIARIS CONSORTIO"

(Sobre la misión de la familia cristiana en el mundo actual)

22 de noviembre de 1981

 LA SAGRADA FAMILIA
 
 
Hermanos y hermanas queridísimos:   
 

La venida de Cristo     
 
 1. La última noche de espera de la humanidad, que nos recuerda cada año la liturgia de la Iglesia con la vigilia y la fiesta de la Navidad del Señor, es al mismo tiempo la noche en que se cumplió la Promesa. Nace Aquel que era esperado, que era el fin del adviento y no cesa de serlo. Nace Cristo. Esto sucedió una vez, la noche de Belén, pero en la liturgia se repite cada año, en cierto modo se “actúa” cada año. Y asimismo cada año aparece rico de los mismos contenidos divinos y humanos; éstos hasta tal grado sobreabundan, que el hombre no es capaz de abarcarlos todos con una sola mirada; y es difícil encontrar palabras para expresarlos todos juntos. Incluso nos parece demasiado breve el período litúrgico de Navidad, para detenernos ante este acontecimiento que más presenta las características de mysterium fascinosum, que de mysterium tremendum. Demasiado breve para “gozar” en plenitud de la venida de Cristo, el nacimiento de Dios en la naturaleza humana. Demasiado breve para desenmarañar cada uno de los hilos de este acontecimiento y de este misterio.    
 
Las lecciones de Belén y Nazaret     
 
2. La liturgia centra nuestra atención en uno de esos hilos y le da relieve particular. El nacimiento del Niño la noche de Belén dio comienzo a la familia. Por esto, el domingo dentro de la octava de Navidad es la fiesta de la Familia de Nazaret. Esta es la Sagrada Familia porque fue plasmada por el nacimiento de Aquel a quien incluso su “Adversario” se verá obligado a proclamarlo un día “Santo de Dios” (Mc 1, 24). Familia santa porque la santidad de Aquel que ha nacido se ha hecho manantial de santificación singular, tanto de su Virgen-Madre, como del Esposo de Esta, que como consorte legítimo venía considerado entre los hombres padre del Niño nacido en Belén durante el censo. 
 
Esta Familia es al mismo tiempo familia humana y, por ello, la Iglesia se dirige en el período navideño a todas las familias humanas a través de la Sagrada Familia. La santidad imprime un carácter único, excepcional, irrepetible, sobrenatural, a esta Familia en la que ha venido el Hijo de Dios al mundo. Y al mismo tiempo, todo cuanto podemos decir de cada familia humana, de su naturaleza, deberes, dificultades, lo podemos decir también de esta Familia Sagrada. De hecho, esta Santa Familia es realmente pobre; en el momento del nacimiento de Jesús está sin casa, después se verá obligada al exilio, y una vez pasado el peligro, sigue siendo una familia que vive modestamente, con pobreza, del trabajo de sus manos.    
 
Su condición es semejante a la de tantas otras familias humanas. Aquella es el lugar de encuentro de nuestra solidaridad con cada familia, con cada comunidad de hombre y mujer en la que nace un nuevo ser humano. Es una familia que no se queda sólo en los altares, como objeto de alabanza y veneración, sino que a través de tantos episodios que conocemos por el Evangelio de San Lucas y San Mateo, está cercana de algún modo a toda familia humana; se hace cargo de los problemas profundos, hermosos y, al mismo tiempo, difíciles que lleva consigo la vida conyugal y familiar. Cuando leemos con atención lo que los Evangelistas (sobre todo Mateo) han escrito sobre las vicisitudes experimentadas por José y María antes del nacimiento de Jesús, los problemas a que he aludido más arriba se hacen aún más evidentes.
 
El misterio de la Encarnación del Verbo y las vicisitudes del hombre  
 
3. La solemnidad de Navidad y, en su contexto, la fiesta de la Sagrada Familia, nos resultan especialmente cercanas y entrañables, precisamente porque en ellas se encuentra la dimensión fundamental de nuestra fe, es decir, el misterio de la Encarnación, con la dimensión no menos fundamental de las vivencias del hombre. Todos deben reconocer que esta dimensión esencial de las vivencias del hombre es cabalmente la familia. Y en la familia, lo es la procreación: un hombre nuevo es concebido y nace, y a través de esta concepción y nacimiento, el hombre y la mujer, en su calidad de marido y mujer, llegan a ser padre y madre, procreadores, alcanzando una dignidad nueva y asumiendo deberes nuevos. La importancia de estos deberes fundamentales es enorme bajo muchos puntos de vista. No sólo desde el punto de vista de la comunidad concreta que es su familia, sino también desde el punto de vista de toda comunidad humana, de toda sociedad, nación, estado, escuela, profesión, ambiente. Todo depende en líneas generales del modo como los padres y la familia cumplan sus deberes primeros y fundamentales, del modo y medida con que enseñen a “ser hombre” a esa criatura que gracias a ellos ha llegado a ser un ser humano, ha obtenido “la humanidad”. En esto la familia es insustituible. Es necesario hacer lo imposible para que la familia no sea suplantada. Lo requiere no sólo el bien “privado” de cada persona, sino también el bien común de toda sociedad, nación o estado de cualquier continente. La familia está situada en el centro mismo del bien común en sus varias dimensiones, precisamente porque en ella es concebido y nace el hombre. Es necesario hacer todo lo posible para que desde su momento inicial, desde la concepción, este ser humano sea querido, esperado, vivido como un valor particular, único e irrepetible. Este ser debe sentirse importante, útil, amado y valorado, incluso si está inválido o es minusválido; es más, por esto precisamente más amado aún. 
 
Así nos enseña el misterio de la Encarnación. Esta es asimismo la lógica de nuestra fe. Esta es también la lógica de todo humanismo auténtico; pienso, en efecto, que no puede ser de otra manera. No estamos buscando aquí elementos de contraposición, sino puntos de encuentro que son simple consecuencia de la verdad total acerca del hombre. La fe no aleja a los creyentes de esta verdad, sino que los introduce en el mismo corazón de ella.
 
La vida es sagrada desde el momento de la concepción    
 
4. Algo más aún. La noche de Navidad, la Madre que debía dar a luz (Virgo paritura), no encontró un cobijo para sí. No encontró las condiciones en que se realiza normalmente aquel gran misterio divino y humano a un tiempo, de dar a la luz un hombre. 
 
Permitidme que utilice la lógica de la fe y la lógica de un consecuente humanismo. Este hecho del que hablo es un gran grito, un desafío permanente a cada uno y a todos, acaso más en particular en nuestra época, en la que a la madre que espera un hijo se le pide con frecuencia una gran prueba de coherencia moral. En efecto, lo que viene llamado con eufemismo “interrupción de la maternidad” (aborto), no puede evaluarse con otras categorías auténticamente humanas que no sean las de la ley moral, esto es, de la conciencia. Mucho podrían decir a este propósito, si no las confidencias hechas en los confesionarios, sí ciertamente las hechas en los consultorios para la maternidad responsable. 
 
Por consiguiente, no se puede dejar sola a la madre que debe dar a luz; no se la puede dejar con sus dudas, dificultades y tentaciones. Debemos estar junto a ella para que tenga el valor y la confianza suficientes de no gravar su conciencia, de no destruir el vínculo más fundamental de respeto del hombre hacia el hombre. Pues, en efecto, tal es el vínculo que tiene principio en el momento de la concepción; por ello, todos debemos estar de alguna manera con todas las madres que deben dar a luz, y debemos ofrecerles toda ayuda posible.    
 
Miremos a María, Virgo paritura (Virgen que va a dar a luz). Mirémosla nosotros Iglesia, nosotros hombres, y tratemos de entender mejor la responsabilidad que trae consigo la Navidad del Señor hacia cada hombre que ha de nacer sobre la tierra. Por ahora nos paramos en este punto e interrumpimos estas consideraciones; ciertamente deberemos volver de nuevo sobre ello. y no una vez sola.

EL SIGNIFICADO DE LA MATERNIDAD
 
Queridos hermanos y hermanas:
 
 
1. Ha llegado al final el tiempo de Navidad. Pero las meditaciones de nuestros encuentros del miércoles seguirán haciendo referencia al contenido fundamental de las verdades que nos pone ante los ojos todos los años el tiempo navideño. Aparecen dichas verdades con densidad particular. Se necesita tiempo para contemplarlas con los ojos abiertos del espíritu, que tiene derecho y necesidad de meditar la verdad y contemplar toda su sencillez y profundidad.
 
María, Madre de Dios  
 
Durante la octava de Navidad, la Iglesia nos hace dirigir la mirada del espíritu al misterio de la Maternidad. El último día de la octava, que es el primero del año nuevo, es la fiesta de la Maternidad de la Madre de Dios. De este modo se resalta “el puesto” de la Madre, “la dimensión” materna de todo el misterio del nacimiento de Dios.
 
2. Esta Madre lleva el nombre de María. La Iglesia la venera de modo particular. Le rinde un culto que supera el de los otros santos (cultus iperduliae). La venera así, precisamente porque ha sido la Madre; porque ha sido elegido para ser la Madre del Hijo de Dios; porque a ese Hijo, que es el Verbo eterno, le ha dado en el tiempo “el cuerpo”, le ha dado en un momento histórico “la humanidad”. La Iglesia incluye esta veneración particular de la Madre de Dios en todo el ciclo del año litúrgico, durante el que se acentúa de modo discreto y a la vez solemne, el momento de la concepción humana del Hijo de Dios, a través de la Anunciación celebrada el 25 de marzo, nueve meses antes de Navidad. Se puede decir que, durante el período desde el 25 de marzo hasta el 25 de diciembre, la Iglesia camina con María que espera como toda madre el momento del nacimiento, el día de Navidad. Y contemporáneamente, durante este período, María “camina” con la Iglesia. Su expectación materna está inscrita de modo discreto en la vida de la Iglesia de cada año. Todo lo que sucedió en Nazaret, Ain Karim y Belén, es el tema de la liturgia de la vida de la Iglesia, de la plegaria -especialmente de la plegaria del Rosario- y de la contemplación. Hoy ha desaparecido ya del año litúrgico una fiesta particular dedicada a la Virgo paritura (que va a dar a luz), la fiesta de la “Expectación” materna de la Virgen, celebrada el 18 de diciembre.  
 
Madre de todos los hombres  
 
3. Introduciendo de esta manera en el ritmo de su liturgia el misterio de la “Expectación materna de María”, sobre el trasfondo del misterio de aquellos meses que unen el momento del nacimiento con el momento de la Concepción, la Iglesia medita toda la dimensión espiritual de la Maternidad de la Madre de Dios.     
 
Esta maternidad “espiritual” (quoad spiritum) comenzó al mismo tiempo que la maternidad física (quoad corpus). En el momento de la Anunciación, María tuvo este diálogo con el Anunciante: “¿Cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón?” (Lc 1, 34); respuesta: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el Hijo engendrado será santo, será llamado Hijo de Dios” (Lc 1, 35). En concomitancia con la maternidad física (quoad corpus) comenzó su maternidad espiritual (quoad spiritum). Esta maternidad llenó así los nueve meses de espera a partir del momento del nacimiento y los treinta años pasados entre Belén, Egipto y Nazaret, así como también los años siguientes en que Jesús, después de dejar la casa de Nazaret, enseñó el Evangelio del reino, años que se concluyeron con los sucesos del Calvario y de la cruz. Allí la maternidad “espiritual” llegó en cierto sentido a su momento clave. “Jesús, viendo a su Madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, dijo a la Madre: Mujer, he ahí a tu hijo” (Jn 19, 26). Así, de manera nueva, la vinculó a Ella, su propia Madre, al hombre: al hombre a quien transmitió el Evangelio. La ha vinculado a cada hombre. La ha vinculado a la Iglesia el día de su nacimiento histórico, el día de Pentecostés. Desde aquel día toda la Iglesia la tiene por Madre. Y todos los hombres la tienen por Madre
 
Estos entienden como dirigidas a cada uno, las palabras pronunciadas en lo alto de la cruz. Madre de todos los hombres. La maternidad espiritual no conoce límites. Se extiende en el tiempo y en el espacio. Alcanza a tantos corazones humanos. Alcanza a naciones enteras. La maternidad constituye tema predilecto y acaso el más frecuente de la creatividad del espíritu humano. Es un elemento constitutivo de la vida interior de tantos hombres. Es una clave de bóveda de la cultura humana. Maternidad: realidad humana grande, espléndida, fundamental, denominada desde el principio con el mismo nombre por el Creador. Acogida de nuevo en el misterio del nacimiento de Dios en el tiempo. En él, en este misterio, entrañada. Inseparablemente unida a él.     
   
Hacer todo lo posible para que la mujer sea merecedora de amor y veneración  
 
4. Debemos estar al lado de cada madre que espera un hijo; debemos rodear de atención particular la maternidad y el gran acontecimiento asociado a ésta, o sea, la concepción y el nacimiento del hombre, que se sitúan siempre en la base de la educación humana. La educación se apoya en la confianza en aquella que ha dado la vida. Esta confianza no puede exponerse a peligros. En el tiempo de Navidad la Iglesia proyecta ante los ojos de nuestra alma la Maternidad de María, y lo hace el primer día del año nuevo. Lo hace para poner en evidencia asimismo la dignidad de cada madre, para definir y recordar el significado de la maternidad, no sólo en la vida de cada hombre, sino igualmente en toda la cultura humana. La maternidad es la vocación de la mujer. Es una vocación eterna y, a la vez, contemporánea. “La Madre que comprende todo y con el corazón abraza a cada uno”, son palabras de una canción que canta la juventud en Polonia y que me vienen a la mente en este momento; la canción proclama seguidamente que hoy el mundo de modo particular “tiene hambre y sed” de esa maternidad, que constituye “física y espiritualmente” la vocación de la mujer, al igual que lo es de María.
 
Es necesario hacer lo imposible para que la dignidad de esta vocación espléndida no se destroce en la vida interior de las nuevas generaciones; para que no disminuya la autoridad de la mujer-madre en la vida familiar, social y pública, y en toda nuestra civilización: en toda nuestra legislación contemporánea, en la organización del trabajo, en las publicaciones, en la cultura de la vida diaria, en la educación y en el estudio. En todos los campos de la vida. 

Debemos hacer todo lo posible para que la mujer sea merecedora de amor y veneración. Debemos hacer lo imposible para que los hijos, la familia, la sociedad descubran en ella la misma dignidad que vio Cristo en la mujer.
 
“Mater genetrix, spes nostra!: ¡Madre que das la vida, esperanza nuestra!”.
 
FAMILIARIS CONSORTIO - Conclusión
 
A vosotros esposos, a vosotros padres y madres de familia.
 
A vosotros, jóvenes, que sois el futuro y la esperanza de la Iglesia y del mundo, y seréis los responsables de la familia en el tercer milenio que se acerca.
 
A vosotros, venerables y queridos hermanos en el Episcopado y en el sacerdocio, queridos hijos religiosos y religiosas, almas consagradas al Señor, que testimoniáis a los esposos la realidad última del amor de Dios.
 
A vosotros, hombres de sentimientos rectos, que por diversas motivaciones os preocupáis por el futuro de la familia, se dirige con anhelante solicitud mi pensamiento al final de esta Exhortación Apostólica.
 
¡El futuro de la humanidad se fragua en la familia!
 
Por consiguiente es indispensable y urgente que todo hombre de buena voluntad se esfuerce por salvar y promover los valores y exigencias de la familia.
 
A este respecto, siento el deber de pedir un empeño particular a los hijos de la Iglesia. Ellos, que mediante la fe conocen plenamente el designio maravilloso de Dios, tienen una razón de más para tomar con todo interés la realidad de la familia en este tiempo de prueba y de gracia.
 
Deben amar de manera particular a la familia. Se trata de una consigna concreta y exigente.
 
Amar a la familia significa saber estimar sus valores y posibilidades, promoviéndolos siempre. Amar a la familia significa individuar los peligros y males que la amenazan, para poder superarlos. Amar a la familia significa esforzarse por crear un ambiente que favorezca su desarrollo. Finalmente, una forma eminente de amor es dar a la familia cristiana de hoy, con frecuencia tentada por el desánimo y angustiada por las dificultades crecientes, razones de confianza en sí misma, en las propias riquezas de naturaleza y gracia, en la misión que Dios le ha confiado: «Es necesario que las familias de nuestro tiempo vuelvan a remontarse más alto. Es necesario que sigan a Cristo».(182)
 
Corresponde también a los cristianos el deber de anunciar con alegría y convicción la «buena nueva» sobre la familia, que tiene absoluta necesidad de escuchar siempre de nuevo y de entender cada vez mejor las palabras auténticas que le revelan su identidad, sus recursos interiores, la importancia de su misión en la Ciudad de los hombres y en la de Dios.
 
La Iglesia conoce el camino por el que la familia puede llegar al fondo de su más íntima verdad. Este camino, que la Iglesia ha aprendido en la escuela de Cristo y en el de la historia, —interpretada a la luz del Espíritu— no lo impone, sino que siente en sí la exigencia apremiante de proponerla a todos sin temor, es más, con gran confianza y esperanza, aun sabiendo que la «buena nueva» conoce el lenguaje de la Cruz. Porque es a través de ella como la familia puede llegar a la plenitud de su ser y a la perfección del amor.
 
Finalmente deseo invitar a todos los cristianos a colaborar, cordial y valientemente con todos los hombres de buena voluntad, que viven su responsabilidad al servicio de la familia. Cuantos se consagran a su bien dentro de la Iglesia, en su nombre o inspirados por ella, ya sean individuos o grupos, movimientos o asociaciones, encuentran frecuentemente a su lado personas e instituciones diversas que trabajan por el mismo ideal. Con fidelidad a los valores del Evangelio y del hombre, y con respeto a un legítimo pluralismo de iniciativas, esta colaboración podrá favorecer una promoción más rápida e integral de la familia.
 
Ahora, al concluir este mensaje pastoral, que quiere llamar la atención de todos sobre el cometido pesado pero atractivo de la familia cristiana, deseo invocar la protección de la Sagrada Familia de Nazaret.
 
Por misterioso designio de Dios, en ella vivió escondido largos años el Hijo de Dios: es, pues, el prototipo y ejemplo de todas las familias cristianas. Aquella familia, única en el mundo, que transcurrió una existencia anónima y silenciosa en un pequeño pueblo de Palestina; que fue probada por la pobreza, la persecución y el exilio; que glorificó a Dios de manera incomparablemente alta y pura, no dejará de ayudar a las familias cristianas, más aún, a todas las familias del mundo, para que sean fieles a sus deberes cotidianos, para que sepan soportar las ansias y tribulaciones de la vida, abriéndose generosamente a las necesidades de los demás y cumpliendo gozosamente los planes de Dios sobre ellas.
 
Que San José, «hombre justo», trabajador incansable, custodio integérrimo de los tesoros a él confiados, las guarde, proteja e ilumine siempre.
 
Que la Virgen María, como es Madre de la Iglesia, sea también Madre de la «Iglesia doméstica», y, gracias a su ayuda materna, cada familia cristiana pueda llegar a ser verdaderamente una «pequeña Iglesia», en la que se refleje y reviva el misterio de la Iglesia de Cristo. Sea ella, Esclava del Señor, ejemplo de acogida humilde y generosa de la voluntad de Dios; sea ella, Madre Dolorosa a los pies de la Cruz, la que alivie los sufrimientos y enjugue las lágrimas de cuantos sufren por las dificultades de sus familias.
 
Que Cristo Señor, Rey del universo, Rey de las familias, esté presente como en Caná, en cada hogar cristiano para dar luz, alegría, serenidad y fortaleza. A Él, en el día solemne dedicado a su Realeza, pido que cada familia sepa dar generosamente su aportación original para la venida de su Reino al mundo, «Reino de verdad y de vida, Reino de santidad y de gracia, Reino de justicia, de amor y de paz»(183) hacia el cual está caminando la historia.
 
A Cristo, a María y a José encomiendo cada familia. En sus manos y en su corazón pongo esta Exhortación: que ellos os la ofrezcan a vosotros, venerables Hermanos y amadísimos hijos, y abran vuestros corazones a la luz que el Evangelio irradia sobre cada familia.
 
Asegurándoos mi constante recuerdo en la plegaria, imparto de corazón a todos y cada uno, la Bendición Apostólica, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
 
Juan Pablo II - Exhortación Apostólica Familiaris Consortio. Conclusión 
 ORACIÓN POR LAS FAMILIAS - Pablo VI

Sagrada Familia de Nazaret;
enséñanos el recogimiento,
la interioridad;
danos la disposición de
escuchar las buenas inspiraciones y las palabras
de los verdaderos maestros.

Enséñanos la necesidad
del trabajo de reparación,
del estudio,
de la vida interior personal,
de la oración,
que sólo Dios ve en los secreto;
enséñanos lo que es la familia,
su comunión de amor,
su belleza simple y austera,
su carácter sagrado e inviolable. Amén

ORACIÓN POR LAS FAMILIAS - Juan Pablo II

 

Oh Dios, de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra, Padre, que eres Amor y Vida:

Haz que cada familia humana sobre la tierra se convierta, por medio de tu Hijo, Jesucristo, "nacido de Mujer", y del Espíritu Santo, fuente de caridad divina, en verdadero santuario de la vida y del amor para las jóvenes generaciones .

Haz que tu gracia guíe a los pensamientos y las obras de los esposos hacia el bien de sus familias y de todas las familias del mundo.

Haz que las jóvenes generaciones encuentren en la familia un fuerte apoyo para su humanidad y su crecimiento en la verdad y en el amor.

Haz que el amor, corroborado por la gracia del sacramento del matrimonio, se demuestre más fuerte que cualquier debilidad y cualquier crisis, por las que a veces pasan nuestras familias.

Haz, te lo pedimos por intercesión de la Sagrada Familia de Nazaret, que la Iglesia en todas las naciones de la tierra pueda cumplir fructíferamente su misión en la familia y por medio de la familia. Tú, que eres la Vida, la Verdad y El Amor, en la unidad del Hijo y del Espíritu santo.

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