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"El
Camino de María"
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Marisa y Eduardo
Vinante
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Los padres de
Jesús iban cada año a Jerusalén, a la fiesta de pascua.
Cuando el niño cumplió doce años, fueron a celebrar la
fiesta, según la costumbre. Terminada la fiesta, cuando
regresaban, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo
sus padres. Estos creían que iba en la caravana, y al
terminar la primera jornada lo buscaron entre los parientes
y conocidos. Al no encontrarlo, regresaron a Jerusalén en su
busca.
Al cabo de tres días, lo encontraron en el templo sentado en
medio de los doctores, no sólo escuchándolos, sino también
haciéndoles preguntas. Todos los que le oían estaban
sorprendidos de su inteligencia y de sus respuestas. Al
verlo, se quedaron asombrados, y su madre le dijo:
«Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos
buscado angustiados».
El les contestó:
«¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de
los asuntos de mi Padre?»
Pero ellos no comprendieron lo que les decía. Regresó
con ellos a Nazaret, donde vivió obedeciéndolos. Su
madre conservaba cuidadosamente todos estos recuerdos en su
corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y
en aprecio ante Dios y ante los hombres. Lucas
2, 41-52.

A
Cristo, María y José encomiendo cada familia
Juan
Pablo II,
Familiaris Consortio, 86
Que Cristo Señor, Rey del universo, Rey de
las familias, esté presente como en Caná, en cada hogar cristiano
para dar luz, alegría, serenidad y fortaleza. A Él, en el día
solemne dedicado a su Realeza, pido que cada familia sepa dar
generosamente su aportación original para la venida de su Reino al
mundo, «Reino de verdad y de vida, Reino de santidad y de gracia,
Reino de justicia, de amor y de paz»(183) hacia el cual está
caminando la historia.
Que la Virgen María, como es Madre de la
Iglesia, sea también Madre de la «Iglesia doméstica», y, gracias a
su ayuda materna, cada familia cristiana pueda llegar a ser
verdaderamente una «pequeña Iglesia», en la que se refleje y
reviva el misterio de la Iglesia de Cristo. Sea ella, Esclava del
Señor, ejemplo de acogida humilde y generosa de la voluntad de
Dios; sea ella, Madre Dolorosa a los pies de la Cruz, la que
alivie los sufrimientos y enjugue las lágrimas de cuantos sufren
por las dificultades de sus familias.
Que San José, «hombre justo», trabajador
incansable, custodio integérrimo de los tesoros a él confiados,
las guarde, proteja e ilumine siempre.
(Juan Pablo II - Familiaris Consortio, 86)
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