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"El
Camino de María"
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Marisa y Eduardo
Vinante
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FELIZ NAVIDAD!
Permitamos que Cristo entre en nuestro corazón para que sea Él quien
guíe nuestra vida, porque sólo así estaremos en el camino verdadero
que conduce al encuentro con el Señor en Belén.
Pidamos a María, Peregrina en la Fe y Estrella del Tercer Milenio,
que nos ayude a vivir en esta Navidad de forma tal que podamos decir
a su Hijo:
"Señor, en esta Navidad te reconocí, te encontré, te vi, pude hacer
la experiencia de tu Encarnación por amor a mí y a cada uno de mis
hermanos".

Por aquellos
días el emperador Augusto promulgó un decreto ordenando que
hiciera el censo de los habitantes del imperio. Este censo fue
el primero que se hizo durante el mandato de Quirino,
gobernador de Siria. Todos iban a inscribirse a su ciudad de
origen.
También José, por ser de la descendencia y familia de
David, subió desde Galilea, desde la ciudad de Nazareth, a
Judea, a la ciudad de David que se llama Belén, para
inscribirse con María, su esposa, que estaba encinta. Mientras
estaban en Belén le llegó a María el tiempo del parto, y dio a
luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó
en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada.
Había en aquellos campos unos pastores que pasaban la noche en
pleno campo cuidando sus rebaños por turnos. Un ángel del
Señor se les presentó, y la gloria del Señor los envolvió con
su luz. Entonces sintieron mucho miedo, pero el ángel les
dijo:
«No teman, pues les anuncio una gran alegría, que lo será
para ustedes y para todo el pueblo: les ha nacido hoy, en la
ciudad de David, un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Esto
les servirá de señal: encontrarán un niño envuelto en pañales
y acostado en un pesebre».
Y de repente se reunieron con el ángel muchos otros ángeles
del cielo, que alababan a Dios diciendo:
«¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los
hombres que gozan de su amor!»
Lucas
2, 1-14)

Humildad,
silencio, estupor y alegría
Juan
Pablo II, Angelus 21 de diciembre de 2003
¡Queridos
hermanos y hermanas!
1. La Navidad ya está cerca. Al dar los últimos retoques
al nacimiento y al árbol navideño, que también están
aquí, en la plaza de San Pedro del Vaticano, es necesario
predisponer el espíritu para vivir intensamente este gran
misterio de la fe.
En los últimos días de Adviento, la liturgia da
particular relieve a la figura de María. En su corazón,
su «heme aquí», lleno de fe, en respuesta a la llamada
divina, dio inicio a la encarnación del Redentor. Si
queremos comprender el auténtico significado de la
Navidad, tenemos que fijar en ella la mirada e invocarla.
2. María, Madre por excelencia, nos ayuda a comprender
las palabras claves del misterio del nacimiento de su Hijo
divino: humildad, silencio, estupor, alegría.
Nos exhorta ante todo a la humildad para que Dios pueda
encontrar espacio en nuestro corazón. Éste no puede
quedar obscurecido por el orgullo y la soberbia. Nos
indica el valor del silencio, que sabe escuchar el canto
de los Ángeles y el llanto del Niño, y que no los sofoca
en el estruendo y en el caos. Junto a ella, contemplaremos
el pesebre con íntimo estupor, disfrutando de la sencilla
y pura alegría que ese Niño trae a la humanidad.
3. En la Noche Santa, el astro naciente, «esplendor de
luz eterna, sol de justicia» (Cf. Antífona del
Magnificat, 21 de diciembre), iluminará a quien yace en
las tinieblas y en las sombras de muerte. Guiados por la
liturgia de Dios, hagamos propios los sentimientos de la
Virgen y pongámonos en espera ferviente de la Navidad de
Cristo.
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