EL CAMINO DE MARÍA

Cum Maria contemplemur Christi vultum!

JESUS, CONFIO EN TI

Jesús, manso y humilde de corazón, haz nuestro corazón semejante al Tuyo

 Jesu, mitis et humilis corde: fac cor nostrum secundum cor tutum.

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Edición 280

 CONTEMPLAR EL ROSTRO DE CRISTO

Tiempo de Cuaresma

Semana V

Quinto Domingo

25 de marzo de 2007

Juan 8, 1-11

Soy todo tuyo y todas mis cosas Te pertenecen. Te pongo al centro de mi vida. Dame tu Corazón, oh María.

Soy todo tuyo, María
Madre de nuestro Redentor
Virgen Madre de Dios, Virgen piadosa. Madre del Salvador del mundo. Amen

Santa María, Madre del Señor, has permanecido fiel cuando los discípulos huyeron. Al igual que creíste cuando el ángel te anunció lo que parecía increíble –que serías la Madre del Altísimo– también has creído en el momento de su mayor humillación. Por eso, en la hora de la Cruz, en la hora de la noche más oscura del mundo, te has convertido en la Madre de los creyentes, Madre de la Iglesia. Te rogamos que nos enseñes a creer y nos ayudes para que la fe nos impulse a servir y dar muestras de un amor que socorre y sabe compartir el sufrimiento. (Benedicto XVI . ORACIÓN Cuarta Estación Via Crucis en el Coliseo 2005.)

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Quedate Señor con nosotros

Oh Dios Padre Misericordioso, que por mediación de Jesucristo, nuestro Redentor, y de su Madre, la Bienaventurada Virgen María, y la acción del Espíritu Santo, concediste a tu Siervo Juan Pablo II, Servus Servorum Dei,  la gracia de ser Pastor ejemplar en el servicio de la Iglesia peregrina, de los hijos e hijas de la Iglesia y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, haz que yo sepa también responder con fidelidad a las exigencias de la vocación cristiana, convirtiendo todos los momentos y circunstancias de mi vida en ocasión de amarte y de servir al Reino de Jesucristo. Te ruego que te dignes glorificar a tu Siervo Juan Pablo II, Servus Servorum Dei, y que me concedas por su intercesión el favor que te pido... (pídase).  A Tí, Padre Omnipotente, origen del cosmos y del hombre, por Cristo, el que vive, Señor del tiempo y de la historia, en el Espíritu Santo que santifica el universo, alabanza, honor y gloria ahora y por los siglos de los siglos. Amén.

Padrenuestro, Avemaría, Gloria.

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 LIBRO DE VISITAS

JUAN PABLO MAGNO

 

JESÚS PROPONE EL CAMINO DEL PERDÓN

Ángelus,  Domingo 2 de abril de 1995

Queridos hermanos y hermanas:

1. Con la publicación de la Ecíclica Evangelium vitae, el jueves pasado, he querido ofrecer a los creyentes y a los hombres de buena voluntad un mensaje de esperanza, invitando a todos a proteger, defender y amar la vida, milagro diario de la ternura de Dios.

Los escenarios de muerte que, por desgracia, no dejan de implicar a poblaciones inermes, nos recuerdan que el pecado sigue devastando la existencia del hombre obra maestra de Dios. Las amenazas contra la vida cobran hoy dimensiones enormes: «Se trata de amenazas programadas de manera científica y sistemática» (Evangelium vitae, 17).

¿Cómo detener la mano de Caín? ¿Cómo fortalecer nuevamente el bien que el Creador ha puesto en el corazón del hombre? ¿Cómo sanar y salvar al mundo?

Por ello, hacía falta una respuesta evangélica, que se llama precisamente Evangelium vitae, el Evangelio de la vida.

2. «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más» (Jn 8, 11).

El Evangelio de hoy, V Domingo de Cuaresma, en el encuentro de Jesús con la «mujer sorprendida en adulterio», propone el camino del perdón.

Mientras los escribas sólo se preocupan por restablecer el orden, eliminando a quien se ha equivocado, Jesús busca la salvación de la adúltera y, con el perdón, le ofrece una nueva posibilidad de vida, comprometiéndola a no volver a caer en el error y en el pecado.

A quienes pretenden erigirse en jueces del que ha pecado, el Señor dirige una invitación a entrar en sí mismos para reconocer con humildad sus propias culpas y sentirse, a su vez, necesitados de la gracia del perdón. Sólo así los horizontes de muerte se pueden transformar en horizontes de vida.

3. En esta perspectiva de conversión y reconciliación cobra un valor significativo el Año santo del 2000, para el que nos estamos preparando.

«El jubileo, para la Iglesia, es verdaderamente este "año de gracia", año de perdón de los pecados y de las penas por los pecados, año de reconciliación entre los adversarios, año de múltiples conversiones y de penitencia sacramental y extrasacramental» (Tertio millennio adveniente, 14).

En este tiempo cuaresmal, mientras nos encaminamos a grandes pasos hacia la Pascua, los creyentes están llamados a brindar signos concretos de acogida a los que se hallan abatidos y a los que sufren, para que también ellos puedan experimentar la alegría del encuentro con el Resucitado.

María, Auxilio de los cristianos, nos sostenga en este esfuerzo y nos haga constantemente disponibles a ofrecer a nuestros hermanos razones de vida y de esperanza. Así seremos constructores y testigos de la civilización del amor.

 

Queridos Suscriptores de "El Camino de María"

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En el Evangelio del V Domingo de Cuaresma, San Juan nos narra el episodio de la mujer sorprendida en adulterio. Para la meditación de este pasaje evangélico hemos seleccionado, además de la meditación que preside esta edición: "JESÚS PROPONE EL CAMINO DEL PERDÓN", el punto n.14 de la CARTA APOSTÓLICA MULIERIS DIGNITATEM  (15 de agosto de 1988).
 
El Santo Padre Benedicto XVI visitó la parroquia romana de Santa Felicidad e hijos mártires, en el sector norte de la diócesis de Roma, donde celebró la Santa Misa. En la homilía, el Santo Padre afirmó que el Evangelio de hoy sobre la mujer adúltera  "nos ayuda a entender que sólo el amor de Dios puede cambiar desde dentro la existencia del ser humano y por tanto, de toda la sociedad, porque sólo su amor infinito lo libera del pecado, que es la raíz de todo mal".
 
Continuó, "Dios es Amor: si odia el pecado es porque ama infinitamente a cada persona. Ama a cada uno de nosotros y su fidelidad es tan profunda que no se deja desanimar ni siquiera por nuestro rechazo. En particular, hoy Jesús nos incita a la conversión interior: nos explica porqué perdona y nos enseña a hacer del perdón recibido y donado a los hermanos el "pan cotidiano" de nuestra existencia".
 
El Papa señaló que en la escena que relata San Juan "se confrontan la miseria humana y la Misericordia divina; una mujer acusada de un gran pecado y Aquel, que aun no siendo pecador, carga con los pecados del mundo entero". Jesús "no pide explicaciones ni excusas" a la mujer. "No es irónico al preguntar: "¿Ninguno te ha condenado?" Y es sorprendente con su respuesta: "Yo tampoco te condeno; vete y de ahora en adelante no peques más".
 
El objetivo del Señor, continuó comentando este episodio, "es salvar un alma y revelar que la salvación se halla solo en el Amor de Dios. Para esto ha venido a la tierra, por eso morirá en la Cruz y el Padre le resucitará el tercer día. Jesús ha venido para decirnos que quiere que todos vayamos al Cielo y que el infierno, del que se habla poco en nuestro tiempo, existe y es eterno para los que cierran el corazón a su Amor".
 
"Aquí se pone de relieve que sólo el perdón divino y su amor recibido con un corazón abierto y sincero nos dan la fuerza para resistir al mal y "no pecar más". La actitud de Jesús se convierte de este modo en un modelo para todas las comunidades, llamadas a hacer del amor y del perdón el centro vibrante de su vida".
 
 
 
El Papa Benedicto XVI ha publicado la Exhortación Apostólica SACRAMENTUM CARITATIS sobre LA EUCARISTÍA FUENTE Y CULMEN DE LA VIDAY DE LA MISIÓN DE LA IGLESIA. En ella, el Santo Padre afirma que el Cuerpo y la Sangre de Cristo son "el origen de toda forma de santidad". El documento del Santo Padre (haga doble-click aquí para leerlo), fechado el 22 de febrero festividad de San Pedro, consta de 95 puntos y se centra en la Eucaristía.
 
En él, el Santo Padre expresa "La Santísima Eucaristía es el don que Jesucristo hace de Sí mismo, revelándonos el Amor infinito de Dios por cada hombre. En este admirable Sacramento se manifiesta el amor « más grande», aquél que impulsa a «dar la vida por los propios amigos» (cf. Jn 15,13). En efecto, Jesús «los amó hasta el extremo» (Jn 13,1). Con esta expresión, el evangelista presenta el gesto de infinita humildad de Jesús: antes de morir por nosotros en la Cruz, ciñéndose una toalla, lava los pies a sus discípulos. Del mismo modo, en el Sacramento eucarístico Jesús sigue amándonos «hasta el extremo», hasta el don de su Cuerpo y de su Sangre. ¡Qué emoción debió embargar el corazón de los Apóstoles ante los gestos y palabras del Señor durante aquella Cena! ¡Qué admiración ha de suscitar también en nuestro corazón el Misterio Eucarístico! (n. 1)

Le informamos que hemos confeccionado un libro digital con meditaciones del Siervo de Dios Juan Pablo II que lleva por título: EL ESPÍRITU SANTO EN LA ANUNCIACIÓN  Le invitamos a descargar gratuitamente a su computadora dicho libro desde la siguiente dirección de la Hemeroteca Digital Virgo Fidelis

http://virgofidelis.com.ar/paFileDB/pafiledb.php?action=file&id=1

El libro digital EL ESPÍRITU SANTO EN LA ANUNCIACIÓN contiene los siguientes textos catequéticos:

PRESENTACIÓN DE LA ENCÍCLICA "REDEMPTORIS MATER"
ENCÍCLICA "REDEMPTORIS MATER"
MARÍA, LLENA DE GRACIA
EL ESPÍRITU SANTO Y MARÍA EN LA CONCEPCIÓN VIRGINAL DE JESÚS
EL ESPÍRITU SANTO Y MARÍA: UNIÓN NUPCIAL DE DIOS CON LA HUMANIDAD
HIMNO AKÁSTHISTOS
DIOS TE SALVE, MARÍA

Queremos coronar esta edición de El Camino de Maria, con algunos párrafos de la conclusión de la CARTA APOSTÓLICA MULIERIS DIGNITATEM:

"...La Iglesia desea dar gracias a la Santísima Trinidad por el «misterio de la mujer» y por cada mujer, por lo que constituye la medida eterna de su dignidad femenina, por las «maravillas de Dios», que en la historia de la humanidad se han cumplido en ella y por medio de ella. En definitiva, ¿no se ha obrado en ella y por medio de ella lo más grande que existe en la historia del hombre sobre la tierra, es decir, el acontecimiento de que Dios mismo se ha hecho hombre?

La Iglesia, por consiguiente, da gracias por todas las mujeres y por cada una: por las madres, las hermanas, las esposas; por las mujeres consagradas a Dios en la virginidad; por las mujeres dedicadas a tantos y tantos seres humanos que esperan el amor gratuito de otra persona; por las mujeres que velan por el ser humano en la familia, la cual es el signo fundamental de la comunidad humana; por las mujeres que trabajan profesionalmente, mujeres cargadas a veces con una gran responsabilidad social; por las mujeres «perfectas» y por las mujeres «débiles». Por todas ellas, tal como salieron del Corazón de Dios en toda la belleza y riqueza de su femineidad, tal como han sido abrazadas por su Amor Eterno; tal como, junto con los hombres, peregrinan en esta tierra que es «la patria» de la familia humana, que a veces se transforma en «un valle de lágrimas». Tal como asumen, juntamente con el hombre, la responsabilidad común por el destino de la humanidad, en las necesidades de cada día y según aquel destino definitivo que los seres humanos tienen en Dios mismo, en el seno de la Trinidad inefable.

La Iglesia expresa su agradecimiento por todas las manifestaciones del «genio» femenino aparecidas a lo largo de la historia, en medio de los pueblos y de las naciones; da gracias por todos los carismas que el Espíritu Santo otorga a las mujeres en la historia del Pueblo de Dios, por todas las victorias que debe a su fe, esperanza y caridad; manifiesta su gratitud por todos los frutos de santidad femenina. (n. 31)
 

MAGISTERIO DEL SIERVO DE DIOS JUAN PABLO II

CARTA APOSTÓLICA
"MULIERIS DIGNITATEM"

SOBRE LA DIGNIDAD Y LA VOCACIÓN DE LA MUJER, n. 14
 

"...Desde este punto de vista el episodio de la mujer «sorprendida en adulterio» (cf. Jn 8, 3-11) se presenta particularmente elocuente. Jesús, al final, le dice: «No peques más», pero antes Él hace conscientes de su pecado a los hombres que la acusan para poder lapidarla, manifestando de esta manera su profunda capacidad de ver, según la verdad, las conciencias y las obras humanas. Jesús parece decir a los acusadores: esta mujer con todo su pecado ¿no es quizás también, y sobre todo, la confirmación de vuestras transgresiones, de vuestra injusticia «masculina», de vuestros abusos?..."

"MULIERIS DIGNITATEM"

 

 

14. Jesús entra en la situación histórica y concreta de la mujer, la cual lleva sobre sí la herencia del pecado. Esta herencia se manifiesta en aquellas costumbres que discriminan a la mujer en favor del hombre, y que está enraizada también en ella. Desde este punto de vista el episodio de la mujer «sorprendida en adulterio» (cf. Jn 8, 3-11) se presenta particularmente elocuente. Jesús, al final, le dice: «No peques más», pero antes Él hace conscientes de su pecado a los hombres que la acusan para poder lapidarla, manifestando de esta manera su profunda capacidad de ver, según la verdad, las conciencias y las obras humanas. Jesús parece decir a los acusadores: esta mujer con todo su pecado ¿no es quizás también, y sobre todo, la confirmación de vuestras transgresiones, de vuestra injusticia «masculina», de vuestros abusos?

Esta es una verdad válida para todo el género humano. El hecho referido en el Evangelio de San Juan puede presentarse de nuevo en cada época histórica, en innumerables situaciones análogas. Una mujer es dejada sola con su pecado y es señalada ante la opinión pública, mientras detrás de este pecado «suyo» se oculta un hombre pecador, culpable del «pecado de otra persona», es más, corresponsable del mismo. Y sin embargo, su pecado escapa a la atención, pasa en silencio; aparece como no responsable del «pecado de la otra persona». A veces se convierte incluso en el acusador, como en el caso descrito en el Evangelio de San Juan, olvidando el propio pecado. Cuántas veces, en casos parecidos, la mujer paga por el propio pecado (puede suceder que sea ella, en ciertos casos, culpable por el pecado del hombre como «pecado del otro»), pero solamente paga ella, y paga sola. ¡Cuántas veces queda ella abandonada con su maternidad, cuando el hombre, padre del niño, no quiere aceptar su responsabilidad! Y junto a tantas «madres solteras» en nuestra sociedad, es necesario considerar además todas aquellas que muy a menudo, sufriendo presiones de dicho tipo, incluidas las del hombre culpable, «se libran» del niño antes de que nazca. «Se libran»; pero ¡a qué precio! La opinión pública actual intenta de modos diversos «anular» el mal de este pecado; pero normalmente la conciencia de la mujer no consigue olvidar el haber quitado la vida a su propio hijo, porque ella no logra cancelar su disponibilidad a acoger la vida, inscrita en su «ethos» desde el «principio».

A este respecto es significativa la actitud de Jesús en el hecho descrito por San Juan (8, 3-11). Quizás en pocos momentos como en éste se manifiesta su poder —el poder de la verdad— en relación con las conciencias humanas. Jesús aparece sereno, recogido, pensativo. Su conocimiento de los hechos, tanto aquí como en el coloquio con los fariseos (cf. Mt 19, 3-9), ¿no está quizás en relación con el misterio del «principio», cuando el hombre fue creado varón y mujer, y la mujer fue confiada al hombre con su diversidad femenina y también con su potencial maternidad? También el hombre fue confiado por el Creador a la mujer. Ellos fueron confiados recíprocamente el uno al otro como personas, creadas a imagen y semejanza de Dios mismo. En esta entrega se encuentra la medida del amor, del amor esponsal: para llegar a ser «una entrega sincera» del uno para el otro es necesario que ambos se sientan responsables del don. Esta medida está destinada a los dos —hombre y mujer— desde el «principio». Después del pecado original actúan en el hombre y en la mujer unas fuerzas contrapuestas a causa de la triple concupiscencia, el «aguijón del pecado». Ellas actúan en el hombre desde dentro. Por esto Jesús dirá en el Sermón de la Montaña: «Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón» (Mt 5, 28). Estas palabras dirigidas directamente al hombre muestran la verdad fundamental de su responsabilidad hacia la mujer, hacia su dignidad, su maternidad, su vocación. Indirectamente estas palabras conciernen también a la mujer. Cristo hacía todo lo posible para que, en el ámbito de las costumbres y relaciones sociales del tiempo, las mujeres encontrasen en su enseñanza y en su actuación la propia subjetividad y dignidad. Basándose en la eterna «unidad de los dos», esta dignidad depende directamente de la misma mujer, como sujeto responsable, y al mismo tiempo es «dada como tarea» al hombre. De modo coherente, Cristo apela a la responsabilidad del hombre. En esta meditación sobre la dignidad y la vocación de la mujer, hoy es necesario tomar como punto de referencia el planteamiento que encontramos en el Evangelio. La dignidad de la mujer y su vocación —como también la del hombre— encuentran su eterna fuente en el corazón de Dios y, teniendo en cuenta las condiciones temporales de la existencia humana, se relacionan íntimamente con la «unidad de los dos». Por tanto, cada hombre ha de mirar dentro de sí y ver si aquélla que le ha sido confiada como hermana en la humanidad común, como esposa, no se ha convertido en objeto de adulterio en su corazón; ha de ver si la que, por razones diversas, es el co-sujeto de su existencia en el mundo, no se ha convertido para él en un «objeto»: objeto de placer, de explotación.

    

     

 

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