EL CAMINO DE MARÍA

Cum Maria contemplemur Christi vultum!

JESUS, CONFIO EN TI

Te amo, Dios mío, y mi único deseo es amarte hasta el último suspiro de mi vida. Te amo, Dios mío infinitamente amable, y prefiero morir amándote a vivir sin amarte. Te amo, Señor, y la única gracia que te pido es amarte eternamente... Dios mío, si mi lengua no puede decir en todos los momentos que te amo, quiero que mi corazón te lo repita cada vez que respiro (San Juan María Bautista Vianney, oración).

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Edición 274

 CONTEMPLAR EL ROSTRO DE CRISTO

Miércoles de Ceniza

21 de febrerode 2007

«Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme» (Sal 50, 12).

Soy todo tuyo y todas mis cosas Te pertenecen. Te pongo al centro de mi vida. Dame tu Corazón, oh María.

Soy todo tuyo, María
Madre de nuestro Redentor
Virgen Madre de Dios, Virgen piadosa. Madre del Salvador del mundo. Amen

Santa María, Madre del Señor, has permanecido fiel cuando los discípulos huyeron. Al igual que creíste cuando el ángel te anunció lo que parecía increíble –que serías la Madre del Altísimo– también has creído en el momento de su mayor humillación. Por eso, en la hora de la Cruz, en la hora de la noche más oscura del mundo, te has convertido en la Madre de los creyentes, Madre de la Iglesia. Te rogamos que nos enseñes a creer y nos ayudes para que la fe nos impulse a servir y dar muestras de un amor que socorre y sabe compartir el sufrimiento. (Benedicto XVI . ORACIÓN Cuarta Estación Via Crucis en el Coliseo 2005.)

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Quedate Señor con nosotros

Oh Dios Padre Misericordioso, que por mediación de Jesucristo, nuestro Redentor, y de su Madre, la Bienaventurada Virgen María, y la acción del Espíritu Santo, concediste a tu Siervo Juan Pablo II, Servus Servorum Dei,  la gracia de ser Pastor ejemplar en el servicio de la Iglesia peregrina, de los hijos e hijas de la Iglesia y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, haz que yo sepa también responder con fidelidad a las exigencias de la vocación cristiana, convirtiendo todos los momentos y circunstancias de mi vida en ocasión de amarte y de servir al Reino de Jesucristo. Te ruego que te dignes glorificar a tu Siervo Juan Pablo II, Servus Servorum Dei, y que me concedas por su intercesión el favor que te pido... (pídase).  A Tí, Padre Omnipotente, origen del cosmos y del hombre, por Cristo, el que vive, Señor del tiempo y de la historia, en el Espíritu Santo que santifica el universo, alabanza, honor y gloria ahora y por los siglos de los siglos. Amén.

Padrenuestro, Avemaría, Gloria.

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 LIBRO DE VISITAS

JUAN PABLO MAGNO

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El Oficio Divino

EL OFICIO DIVINO

Himno de Laudes.

Tercera semana del Salterio. Sábado

Abramos nuestro espíritu a su infinito Amor.

Cantemos al Señor con indecible gozo,
Él guarde la esperanza de nuestro corazón,
Dejemos la inquietud posar entre sus manos.
Abramos nuestro espíritu a su infinito Amor.
 
Dichoso será aquel que siempre en Él confía
En horas angustiosas de lucha y de aflicción,
Confiad en el Señor si andáis atribulados,
Abramos nuestro espíritu a su infinito Amor.
 
Los justos saben bien que Dios siempre nos ama,
En penas y alegrías su paz fue su bastión,
La fuerza de Señor fue gloria en sus batallas.
Abramos nuestro espíritu a su infinito Amor.
 
Envíanos, Señor, tu luz esplendorosa
Si el alma se acongoja en noche y turbación,
Qué luz, qué dulce paz en Dios el hombre encuentra.
Abramos nuestro espíritu a su infinito Amor.
 
Recibe, Padre Santo, el ruego y la alabanza,
Que a Ti, por Jesucristo y por el Espíritu Santo,
dirige en comunión tu amada y Santa Iglesia,
Abramos nuestro espíritu a su infinito Amor.
 Amén.

 

MENSAJE DEL SANTO PADRE
BENEDICTO XVI  PARA LA CUARESMA 2007

“Mirarán al que traspasaron” (Jn 19,37)

¡Queridos hermanos y hermanas!

“Mirarán al que traspasaron” (Jn 19,37). Éste es el tema bíblico que guía este año nuestra reflexión cuaresmal. La Cuaresma es un tiempo propicio para aprender a permanecer con María y Juan, el discípulo predilecto, junto a Aquel que en la Cruz consuma el sacrificio de su vida para toda la humanidad (cf. Jn 19,25). Por tanto, con una atención más viva, dirijamos nuestra mirada, en este tiempo de penitencia y de oración, a Cristo crucificado que, muriendo en el Calvario, nos ha revelado plenamente el Amor de Dios. En la Encíclica Deus caritas est he tratado con detenimiento el tema del amor, destacando sus dos formas fundamentales: el agapé y el eros.

El Amor de Dios: agapé y eros

El término agapé, que aparece muchas veces en el Nuevo Testamento, indica el amor oblativo de quien busca exclusivamente el bien del otro; la palabra eros denota, en cambio, el amor de quien desea poseer lo que le falta y anhela la unión con el amado. El Amor con el que Dios nos envuelve es sin duda agapé. En efecto, ¿acaso puede el hombre dar a Dios algo bueno que Él no posea ya? Todo lo que la criatura humana es y tiene es don divino: por tanto, es la criatura la que tiene necesidad de Dios en todo. Pero el Amor de Dios es también eros. En el Antiguo Testamento el Creador del universo muestra hacia el pueblo que ha elegido una predilección que trasciende toda motivación humana. El profeta Oseas expresa esta pasión divina con imágenes audaces como la del amor de un hombre por una mujer adúltera (cf. 3,1-3); Ezequiel, por su parte, hablando de la relación de Dios con el pueblo de Israel, no tiene miedo de usar un lenguaje ardiente y apasionado (cf. 16,1-22). Estos textos bíblicos indican que el eros forma parte del Corazón de Dios: el Todopoderoso espera el “sí” de sus criaturas como un joven esposo el de su esposa. Desgraciadamente, desde sus orígenes la humanidad, seducida por las mentiras del maligno, se ha cerrado al Amor de Dios, con la ilusión de una autosuficiencia que es imposible (cf. Gn 3,1-7). Replegándose en sí mismo, Adán se alejó de la fuente de la vida que es Dios mismo, y se convirtió en el primero de “los que, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud” (Hb 2,15). Dios, sin embargo, no se dio por vencido, es más, el “no” del hombre fue como el empujón decisivo que le indujo a manifestar su Amor en toda su fuerza redentora.

La Cruz revela la plenitud del Amor de Dios

En el misterio de la Cruz se revela enteramente el poder irrefrenable de la Misericordia del Padre. Para reconquistar el amor de su criatura, Él aceptó pagar un precio muy alto: la Sangre de su Hijo Unigénito. La muerte, que para el primer Adán era signo extremo de soledad y de impotencia, se transformó de este modo en el acto supremo  de amor y de libertad del nuevo Adán. Bien podemos entonces afirmar, con San Máximo el Confesor, que Cristo “murió, si así puede decirse, divinamente, porque murió libremente” (Ambigua, 91, 1956). En la Cruz se manifiesta el eros de Dios por nosotros. Efectivamente, eros es —como expresa Pseudo-Dionisio Areopagita— esa fuerza “que hace que los amantes no lo sean de sí mismos, sino de aquellos a los que aman” (De divinis nominibus, IV, 13: PG 3, 712). ¿Qué mayor “eros loco” (N. Cabasilas, Vida en Cristo, 648) que el que trajo el Hijo de Dios al unirse a nosotros hasta tal punto que sufrió las consecuencias de nuestros delitos como si fueran propias?

“Al que traspasaron”

Queridos hermanos y hermanas, ¡miremos a Cristo traspasado en la Cruz! Él es la revelación más impresionante del Amor de Dios, un amor en el que eros y agapé, lejos de contraponerse, se iluminan mutuamente. En la Cruz Dios mismo mendiga el amor de su criatura: Él tiene sed del amor de cada uno de nosotros. El apóstol Tomás reconoció a Jesús como “Señor y Dios” cuando puso la mano en la herida de su costado. No es de extrañar que, entre los santos, muchos hayan encontrado en el Corazón de Jesús la expresión más conmovedora de este misterio de amor. Se podría incluso decir que la revelación del eros de Dios hacia el hombre es, en realidad, la expresión suprema de su agapé. En verdad, sólo el amor en el que se unen el don gratuito de uno mismo y el deseo apasionado de reciprocidad infunde un gozo tan intenso que convierte en leves incluso los sacrificios más duros. Jesús dijo: “Yo cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia Mí” (Jn 12,32). La respuesta que el Señor desea ardientemente de nosotros es ante todo que aceptemos su Amor y nos dejemos atraer por Él. Aceptar su Amor, sin embargo, no es suficiente. Hay que corresponder a ese Amor y luego comprometerse a comunicarlo a los demás: Cristo “me atrae hacia Sí” para unirse a mí, para que aprenda a amar a los hermanos con su mismo Amor.

Sangre y agua

Mirarán al que traspasaron”. ¡Miremos con confianza el Costado traspasado de Jesús, del que salió “sangre y agua” (Jn 19,34)! Los Padres de la Iglesia consideraron estos elementos como símbolos de los sacramentos del Bautismo y de la Eucaristía. Con el agua del Bautismo, gracias a la acción del Espíritu Santo, se nos revela la intimidad del Amor Trinitario. En el camino cuaresmal, haciendo memoria de nuestro Bautismo, se nos exhorta a salir de nosotros mismos para abrirnos, con un confiado abandono, al abrazo misericordioso del Padre (cf. S. Juan Crisóstomo, Catequesis, 3,14 ss.). La Sangre, símbolo del Amor del Buen Pastor, llega a nosotros especialmente en el misterio eucarístico: “La Eucaristía nos adentra en el acto oblativo de Jesús… nos implicamos en la dinámica de su entrega” (Enc. Deus caritas est, 13). Vivamos, pues, la Cuaresma como un tiempo ‘eucarístico’, en el que, aceptando el Amor de Jesús, aprendamos a difundirlo a nuestro alrededor con cada gesto y palabra. De ese modo contemplar “al que traspasaron” nos llevará a abrir el corazón a los demás reconociendo las heridas infligidas a la dignidad del ser humano; nos llevará, particularmente, a luchar contra toda forma de desprecio de la vida y de explotación de la persona y a aliviar los dramas de la soledad y del abandono de muchas personas. Que la Cuaresma sea para todos los cristianos una experiencia renovada del Amor de Dios que se nos ha dado en Cristo, amor que por nuestra parte cada día debemos “volver a dar” al prójimo, especialmente al que sufre y al necesitado. Sólo así podremos participar plenamente de la alegría de la Pascua. 

Que María, la Madre del Amor Hermoso, nos guíe en este itinerario cuaresmal, camino de auténtica conversión al amor de Cristo. A vosotros, queridos hermanos y hermanas, os deseo un provechoso camino cuaresmal y, con afecto, os envío a todos una especial Bendición Apostólica.

Benedicto XVI

 

Queridos Suscriptores de "El Camino de María"

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En el día de hoy, Miércoles de Ceniza, comienza la Cuaresma. La liturgia de la Iglesia nos dirige a todos los fieles una intensa invitación a la conversión con las palabras del Apóstol Pablo: «En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!» (2 Corintios 5, 20). La Cuaresma es un período de penitencia y de reconciliación con Dios por medio de la Cruz de Cristo.  Esta reconciliación constituye el fruto de la gracia de la Redención, que se ofrece sobreabundantemente al hombre de todas las generaciones y épocas, de todas las naciones y razas. Nos la ofrece a cada uno de nosotros el Espíritu Santo, que "nos ha sido dado".

El Santo Padre Benedicto XVI dedicó la catequesis de la audiencia general de los miércoles, celebrada en al Aula Pablo VI y a la que asistieron alrededor de 10.000 personas, a la Cuaresma.

 

"Hoy, Miércoles de Ceniza -dijo el Papa-, emprendemos el camino cuaresmal caracterizado por la escucha de la Palabra de Dios, la oración y la penitencia. Cuarenta días durante los cuales la liturgia nos ayudará a revivir las fases principales del misterio de la salvación. Para los bautizados, la Cuaresma es un "nuevo catecumenado donde salimos al encuentro del bautismo para redescubrirlo y vivirlo en profundidad; (...) es una ocasión para volver a ser cristianos, mediante un proceso de cambio interior y de progreso en el conocimiento y el amor de Cristo".

 

"La conversión -explicó el Santo Padre- no se hace una vez por todas, es un proceso, (...) un itinerario (...) que no puede limitarse a un período particular, sino que debe abrazar toda la existencia".

 

"En esta óptica -prosiguió-, (...) la Cuaresma es el tiempo espiritual propicio para entrenarse y buscar con más tesón a Dios, abriendo el corazón a Cristo. Convertirse quiere decir buscar a Dios. (...). No es un esfuerzo para realizarse uno mismo; (...) la realización propia es demasiado poco, dado que tenemos un destino más alto. (...) La conversión consiste precisamente en no considerarse "creadores" de sí mismos para descubrir de este modo la verdad"

 

El Santo Padre se refirió después a su mensaje para la Cuaresma de este año, donde subraya "el Amor inmenso de Dios por nosotros" e invita a todos los cristianos "como hicieron María Santísima y el discípulo amado, a estar al lado de Aquel que en la Cruz dio su vida por la humanidad".

 

"La Cruz es la revelación definitiva del Amor y la Misericordia de Dios, también para nosotros, los hombres y mujeres de nuestra época, a menudo distraídos por las preocupaciones y los intereses terrenales y pasajeros. Dios es Amor y su Amor es el secreto de nuestra felicidad. Para comprender este misterio no hay otro camino que el de perdernos, de entregarnos, el camino de la Cruz".

 

"Por  eso, la liturgia cuaresmal nos invita (...) a rechazar el pecado y el mal y a vencer el egoísmo y la indiferencia. La oración, el ayuno y la penitencia, las obras de caridad con los hermanos, se transforman así en senderos espirituales que recorrer para volver a Dios".

 

"La Iglesia -dijo el Santo Padre a los Obispos de Italia presentes- tiene la perenne misión de difundir la luz de la verdad de Cristo que ilumina a las gentes, para que resplandezca en todos los ámbitos de la sociedad. Anunciando el mensaje evangélico, cada comunidad cristiana se pone al servicio del ser humano y del bien común. Conscientes de este mandato misionero, empujad cada vez más a los fieles confiados a vuestra atención pastoral a seguir esforzándose por llenar los espacios de la cultura actual con la linfa vital de la gracia divina. Se trata de una tarea no fácil, pero indispensable".

Les informamos que hemos preparado un un libro digital con meditaciones del Siervo de Dios Juan Pablo II que lleva por título: PEREGRINANDO EN CUARESMA CON MARÍA SANTÍSIMA.  Le invitamos a descargar gratuitamente a su computadora dicho libro desde la siguiente dirección de la Hemeroteca Digital Virgo Fidelis.

http://virgofidelis.com.ar/paFileDB/pafiledb.php?action=file&id=29

También les invitamos a descargar gratuitamente en su computadora el libro digital que lleva por título: LA MISIÓN DE SAN JOSÉ EN LA VIDA DE CRISTO Y DE LA IGLESIA, desde la siguiente dirección de nuestro sitio VirgoFidelis:

http://virgofidelis.com.ar/paFileDB/pafiledb.php?action=file&id=28

Debido a que Vía Crucis es un ejercicio de piedad especialmente adecuado al tiempo de Cuaresma, les invitamos a inscribirse en el e-Curso Via Crucis. A lo largo de 16 mensajes por correo electrónico le enviaremos las meditaciones que realizó el Santo Padre Benedicto XVI en el Vía Crucis en el Coliseo el Viernes Santo del año 2005. Para ello deben llenar un simple formulario en la siguiente dirección de nuestro sitio:

Que María Santísima, Madre del Amor Hermoso, nos lleve de la mano y nos acompañe  durante la Cuaresma hacia la Pascua para poder contemplar al Señor Jesucristo Resucitado. Pidámosle también que no cerremos nuestro corazón al Amor de Dios con la siguiente oración que Juan Pablo II le dirigió al concluir la IV Estación del Vía Crucis en el Coliseo del Viernes Santo del Año 2000.

 

Oh María, Tú que has recorrido
el camino de la Cruz junto con tu Hijo,
quebrantada por el dolor en tu Corazón de Madre,
pero recordando siempre el "fiat"
e íntimamente confiada en que Aquél para quien nada es imposible cumpliría sus promesas, suplica para nosotros y para los hombres de las generaciones futuras la gracia del abandono en el Amor de Dios.
Haz que, ante el sufrimiento, el rechazo y la prueba,
por dura y larga que sea, jamás dudemos de su Amor.
A Jesús todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos.
R/.Amén.

HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Angelus. Benedicto XVI

ABRAMOS NUESTRO ESPÍRITU AL AMOR DE DIOS
 
     

HOMILÍA DURANTE LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA
MIÉRCOLES DE CENIZA 
BASÍLICA DE SANTA SABINA
 
1 de marzo de 2006

 ABRAMOS NUESTRO ESPÍRITU AL AMOR DE DIOS

 

Queridos hermanas y hermanos:

Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el presbiterado;
queridos hermanos y hermanas: 


La procesión penitencial, con la que hemos iniciado esta celebración, nos ha ayudado a entrar en el clima típico de la Cuaresma, que es una peregrinación personal y comunitaria de conversión y renovación espiritual. Según la antiquísima tradición romana de las "estaciones" cuaresmales, durante este tiempo los fieles, juntamente con los peregrinos, cada día se reúnen y hacen una parada —statio— en una de las muchas "memorias" de los mártires, que constituyen los cimientos de la Iglesia de Roma. En las basílicas, donde se exponen sus reliquias, se celebra la santa misa precedida por una procesión, durante la cual se cantan las letanías de los santos. Así se recuerda a los que con su sangre dieron testimonio de Cristo, y su evocación impulsa a cada cristiano a renovar su adhesión al Evangelio. A pesar del paso de los siglos, estos ritos conservan su valor, porque recuerdan cuán importante es, también en nuestros tiempos, acoger sin componendas las palabras de Jesús:  "El que quiera venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame" (Lc 9, 23).

Otro rito simbólico, gesto propio y exclusivo del primer día de Cuaresma, es la imposición de la ceniza. ¿Cuál es su significado más hondo? Ciertamente, no se trata de un mero ritualismo, sino de algo más profundo, que toca nuestro corazón. Nos ayuda a comprender la actualidad de la advertencia del profeta Joel, que recoge la primera lectura, una advertencia que conserva también para nosotros su validez saludable:  a los gestos exteriores debe corresponder siempre la sinceridad del alma y la coherencia de las obras.

En efecto, ¿de qué sirve —se pregunta el autor inspirado— rasgarse las vestiduras, si el corazón sigue lejos del Señor, es decir, del bien y de la justicia? Lo que cuenta, en realidad, es volver a Dios, con un corazón sinceramente arrepentido, para obtener su Misericordia (cf. Jl 2, 12-18). Un corazón nuevo y un espíritu nuevo es lo que pedimos en el Salmo penitencial por excelencia, el Miserere, que hoy cantamos con el estribillo "Misericordia, Señor:  hemos pecado". El verdadero creyente, consciente de que es pecador, aspira con todo su ser —espíritu, alma y cuerpo— al perdón divino, como a una nueva creación, capaz de devolverle la alegría y la esperanza (cf. Sal 50, 3. 5. 12. 14).

Otro aspecto de la espiritualidad cuaresmal es el que podríamos llamar "agonístico", y se refleja en la oración colecta de hoy, donde se habla de "armas" de la penitencia y de "combate" contra las fuerzas del mal. Cada día, pero especialmente en Cuaresma, el cristiano debe librar un combate, como el que Cristo libró en el desierto de Judá, donde durante cuarenta días fue tentado por el diablo, y luego en Getsemaní, cuando rechazó la última tentación, aceptando hasta el fondo la voluntad del Padre.

Se trata de un combate espiritual, que se libra contra el pecado y, en último término, contra satanás. Es un combate que implica a toda la persona y exige una atenta y constante vigilancia. San Agustín afirma que quien quiere caminar en el Amor de Dios y en su Misericordia no puede contentarse con evitar los pecados graves y mortales, sino que "hace la verdad reconociendo también los pecados que se consideran menos graves (...) y va a la luz realizando obras dignas. También los pecados menos graves, si nos descuidamos, proliferan y producen la muerte" (In Io. evang. 12, 13, 35).

Por consiguiente, la Cuaresma nos recuerda que la vida cristiana es un combate sin pausa, en el que se deben usar las "armas" de la oración, el ayuno y la penitencia. Combatir contra el mal, contra cualquier forma de egoísmo y de odio, y morir a sí mismos para vivir en Dios es el itinerario ascético que todos los discípulos de Jesús están llamados a recorrer con humildad y paciencia, con generosidad y perseverancia.

El dócil seguimiento del divino Maestro convierte a los cristianos en testigos y apóstoles de paz. Podríamos decir que esta actitud interior nos ayuda también a poner mejor de relieve cuál debe ser la respuesta cristiana a la violencia que amenaza la paz del mundo. Ciertamente, no es la venganza, ni el odio, ni tampoco la huida hacia un falso espiritualismo. La respuesta de los discípulos de Cristo consiste, más bien, en recorrer el camino elegido por Él, que, ante los males de su tiempo y de todos los tiempos, abrazó decididamente la Cruz, siguiendo el sendero más largo, pero eficaz, del amor. Tras Sus huellas y unidos a Él, debemos esforzarnos todos por oponernos al mal con el bien, a la mentira con la verdad, al odio con el amor.

En la encíclica
Deus caritas est quise presentar este amor como el secreto de nuestra conversión personal y eclesial. Comentando las palabras de San Pablo a los Corintios:  "Nos apremia el amor de Cristo" (2 Co 5, 14), subrayé que "la conciencia de que en Él, Dios mismo se ha entregado por nosotros hasta la muerte tiene que llevarnos a vivir no ya para nosotros mismos, sino para Él y, con Él, para los demás" (n. 33).

El amor, como reafirma Jesús en el pasaje evangélico de hoy, debe traducirse después en gestos concretos en favor del prójimo, y en especial en favor de los pobres y los necesitados, subordinando siempre el valor de las "obras buenas" a la sinceridad de la relación con el "Padre celestial", que "ve en lo secreto" y "recompensará" a los que hacen el bien de modo humilde y desinteresado (cf. Mt 6, 1. 4. 6. 18).

La concreción del amor constituye uno de los elementos esenciales de la vida de los cristianos, a los que Jesús estimula a ser luz del mundo, para que los hombres, al ver sus "buenas obras", glorifiquen a Dios (cf. Mt 5, 16). Esta recomendación llega a nosotros muy oportunamente al inicio de la Cuaresma, para que comprendamos cada vez mejor que "la caridad no es una especie de actividad de asistencia social (...), sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia" (
Deus caritas est, 25). El verdadero amor se traduce en gestos que no excluyen a nadie, a ejemplo del buen samaritano, el cual, con gran apertura de espíritu, ayudó a un desconocido necesitado, al que encontró "por casualidad" a la vera del camino (cf. Lc 10, 31).

Señores cardenales, venerados hermanos en el episcopado y en el presbiterado, queridos religiosos, religiosas y fieles laicos, a quienes saludo con gran cordialidad, entremos en el clima típico de este tiempo litúrgico con estos sentimientos, dejando que la palabra de Dios nos ilumine y nos guíe. En Cuaresma escucharemos con frecuencia la invitación a convertirnos y creer en el Evangelio, y se nos invitará constantemente a abrir el espíritu a la fuerza de la gracia divina.

Aprovechemos estas enseñanzas que nos dará en abundancia la Iglesia durante estas semanas. Animados por un fuerte compromiso de oración, decididos a un esfuerzo cada vez mayor de penitencia, de ayuno y de solicitud amorosa por los hermanos, encaminémonos hacia la Pascua, acompañados por la Virgen María, Madre de la Iglesia y Modelo de todo auténtico discípulo de Cristo.
 
     Benedicto XVI

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