EL CAMINO DE MARÍA

Cum Maria contemplemur Christi vultum!

JESUS, CONFIO EN TI

En la Cruz de Cristo está la vida y el consuelo y Ella sola es el camino para el Cielo.

En la Cruz está el Señor de Cielo y tierra y el gozar da mucha paz, aunque haya guerra.

Todos los males destierra de este suelo y Ella sola es el Camino para el Cielo

Es una oliva preciosa la Santa Cruz, que con su aceite nos unta y nos da luz.

Alma mía, toma la Cruz de Cristo con gran consuelo. Que Ella sola es el Camino para el Cielo.

Santa Teresa de Jesús

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Edición 276

 CONTEMPLAR EL ROSTRO DE CRISTO

Tiempo de Cuaresma

Semana II

Segundo Domingo

4 de marzo de 2007

«Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme» (Sal 50, 12).

Soy todo tuyo y todas mis cosas Te pertenecen. Te pongo al centro de mi vida. Dame tu Corazón, oh María.

Soy todo tuyo, María
Madre de nuestro Redentor
Virgen Madre de Dios, Virgen piadosa. Madre del Salvador del mundo. Amen

Himno “Audi benigne Conditor”

Oh Creador, Tú conoces el corazón del hombre,
comprendes nuestras lágrimas y el clamor de nuestra plegaria.
En este santo ayuno cuaresmal, condúcenos al desierto, purifícanos.

En tu ternura, Señor, escrutas nuestros corazones, conoces la debilidad de todas nuestras fuerzas, da, a todo el que vuelve a Ti, el perdón y la gracia de tu Amor.

Sí, hemos pecado contraTi:
perdona a los que lloran y confiesan tu Nombre.
Para alabanza de tu gloria,
inclínate sobre nuestras heridas, Señor, y sánanos.

Que la abstinencia libere nuestro cuerpo, que tu gracia lo ilumine en este tu Cuerpo de Luz.
Que nuestro espíritu se vuelva sobrio, que evite todo mal y todo pecado.

Te rogamos, Santísima Trinidad, que nos conduzcas hasta los goces de las fiestas pascuales. y veremos a Cristo elevarse, de entre los muertos, glorioso y viviente.

Quedate Señor con nosotros

Oh Dios Padre Misericordioso, que por mediación de Jesucristo, nuestro Redentor, y de su Madre, la Bienaventurada Virgen María, y la acción del Espíritu Santo, concediste a tu Siervo Juan Pablo II, Servus Servorum Dei,  la gracia de ser Pastor ejemplar en el servicio de la Iglesia peregrina, de los hijos e hijas de la Iglesia y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, haz que yo sepa también responder con fidelidad a las exigencias de la vocación cristiana, convirtiendo todos los momentos y circunstancias de mi vida en ocasión de amarte y de servir al Reino de Jesucristo. Te ruego que te dignes glorificar a tu Siervo Juan Pablo II, Servus Servorum Dei, y que me concedas por su intercesión el favor que te pido... (pídase).  A Tí, Padre Omnipotente, origen del cosmos y del hombre, por Cristo, el que vive, Señor del tiempo y de la historia, en el Espíritu Santo que santifica el universo, alabanza, honor y gloria ahora y por los siglos de los siglos. Amén.

Padrenuestro, Avemaría, Gloria.

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 LIBRO DE VISITAS

JUAN PABLO MAGNO

El Oficio Divino

EL OFICIO DIVINO

Himno de Laudes.

Tercera semana del Salterio. Sábado

Abramos nuestro espíritu a su infinito Amor.

Cantemos al Señor con indecible gozo,
Él guarde la esperanza de nuestro corazón,
Dejemos la inquietud posar entre sus manos.
Abramos nuestro espíritu a su infinito Amor.
 
Dichoso será aquel que siempre en Él confía
En horas angustiosas de lucha y de aflicción,
Confiad en el Señor si andáis atribulados,
Abramos nuestro espíritu a su infinito Amor.
 
Los justos saben bien que Dios siempre nos ama,
En penas y alegrías su paz fue su bastión,
La fuerza de Señor fue gloria en sus batallas.
Abramos nuestro espíritu a su infinito Amor.
 
Envíanos, Señor, tu luz esplendorosa
Si el alma se acongoja en noche y turbación,
Qué luz, qué dulce paz en Dios el hombre encuentra.
Abramos nuestro espíritu a su infinito Amor.
 
Recibe, Padre Santo, el ruego y la alabanza,
Que a Ti, por Jesucristo y por el Espíritu Santo,
dirige en comunión tu amada y Santa Iglesia,
Abramos nuestro espíritu a su infinito Amor.
 Amén.
 

 

LA ORACIÓN ES CUESTIÓN DE VIDA O MUERTE

"...La oración no es algo accesorio u opcional, sino una cuestión de vida o muerte. Sólo quien reza, es decir, quien se encomienda a Dios con amor filial, puede entrar en la vida eterna, que es Dios mismo..."

Ángelus, Domingo 4 de marzo de 2007

¡Queridos hermanos y hermanas!
 
En este segundo domingo de Cuaresma, el evangelista Lucas subraya que Jesús subió al monte «a orar» (9, 28) junto con los apóstoles Pedro, Santiago y Juan y, «mientras oraba» (9,29), acaeció el luminoso misterio de su Transfiguración. Subir al monte para los tres apóstoles supuso quedar involucrados en la Oración de Jesús, que se retiraba con frecuencia para orar, especialmente en la aurora o después del atardecer, y en ocasiones durante toda la noche. Ahora bien, sólo en esa ocasión, en el monte, quiso manifestar a sus amigos la luz interior que le invadía cuando rezaba: Su Rostro --leemos en el Evangelio-- se iluminó y sus vestidos dejaron traslucir el esplendor de la Persona divina del Verbo encarnado (Cf. Lucas 9,29).

En la narración de San Lucas hay otro detalle que es digno de ser subrayado: indica el objeto de la conversación de Jesús con Moisés y Elías, aparecidos junto a Él transfigurado. Éstos, narra el evangelista, «hablaban de su partida (en griego «éxodos»), que iba a cumplir en Jerusalén» (9, 31).

Por tanto, Jesús escucha la Ley y los profetas que le hablan de su Muerte y Resurrección. En su diálogo íntimo con el Padre, no se sale de la historia, no huye de la misión para la que vino al mundo, a pesar de que sabe que para llegar a la gloria tendrá que pasar a través de la Cruz. Es más, Cristo entra más profundamente en esta misión, adhiriendo con todo su ser a la Voluntad del Padre, y nos demuestra que la verdadera oración consiste precisamente en unir nuestra voluntad con la de Dios.

Para un cristiano, por tanto, rezar no es evadirse de la realidad y de las responsabilidades que ésta comporta, sino asumirlas hasta el fondo, confiando en el Amor fiel e inagotable del Señor. Por este motivo, la comprobación de la Transfiguración es, paradójicamente, la agonía en Getsemaní (Cf. Lucas 22, 39-46). Ante la inminencia de la Pasión, Jesús experimentará la angustia mortal y se encomendará a la voluntad divina; en ese momento, su Oración será prenda de salvación para todos nosotros. Cristo, de hecho, suplicará al Padre celestial que «le libere de la muerte» y, como escribe el autor de la Carta a los Hebreos, «fue escuchado por su actitud reverente» (5, 7). La prueba de esta escucha es Su Resurrección.

Queridos hermanos y hermanas: la oración no es algo accesorio u opcional, sino una cuestión de vida o muerte. Sólo quien reza, es decir, quien se encomienda a Dios con amor filial, puede entrar en la vida eterna, que es Dios mismo.
 
Durante este tiempo de Cuaresma, pidamos a María, Madre del Verbo encarnado y Maestra de vida espiritual, que nos enseñe a rezar como hacía su Hijo para que nuestra existencia quede transformada por la Luz de su Presencia.

Benedicto XVI

 

Queridos Suscriptores de "El Camino de María"

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«En aquellos días, Jesús tomó consigo a Pedro, Juan y Santiago, y subió al monte a orar» (Lucas 9, 28). Así comienza el Evangelio de la Transfiguración de Cristo, que caracteriza al segundo Domingo de Cuaresma. San Lucas subraya que Jesús se transfiguró «mientras oraba» en la cumbre de un monte elevado, sumergido en el diálogo íntimo y profundo con Dios Padre. De su persona se irradia una luz fulgurante, anticipación de la gloria de la Resurrección.
 
Todos los años, en preparación de la Pascua, la Cuaresma nos invita a seguir a Cristo en el misterio de su oración, manantial de luz y de fuerza en la hora de la prueba. Rezar, de hecho, significa sumergirse con el Espíritu en Dios, en actitud de humilde adhesión a su Voluntad. De este abandono confiado en Dios deriva la luz interior que transfigura al hombre, haciendo de él un testigo de la Resurrección de Cristo. Pero esto sólo puede tener lugar si escuchamos y seguimos a Cristo fielmente hasta la Pasión y la Cruz. Al respecto leermos en el Catecismo de la Iglesia Católica: «La Transfiguración nos concede una visión anticipada de la gloriosa venida de Cristo "el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo" (Flp 3, 21). Pero nos recuerda también que "es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios" (Hch 14, 22)» (C.I.C, 556). 

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"...Jesús quería infundir en sus Apóstoles una gran fortaleza de ánimo y de una constancia que les permitirían tomar su cruz sin temor, a pesar de su aspereza. También quería que no se avergonzaran de sus suplicios, que no consideraran como una vergüenza la paciencia con la que aceptaría su pasión tan cruel, sin perder nada de la gloria de su poder. Jesús “tomó a Pedro, Santiago y Juan y los llevó a una montaña alta y se transfiguró delante de ellos.” (cf Mt 17,2ss) Aunque habían comprendido que la majestad divina estaba en Él, ignoraban todavía el poder que quedaba velada por el cuerpo..."

"...El Señor manifiesta su gloria delante de testigos que había escogido, y sobre su cuerpo, parecido al nuestro, se extiende un resplandor tal “que Su Rostro  parecía brillante como el sol y sus vestidos blancos como la luz.” (cf Mt 17,4ss) Sin duda, esta Transfiguración tenía por meta quitar del corazón de sus discípulos el escándalo de la cruz, no hacer tambalear su fe por la humildad de la pasión voluntariamente aceptada... Pero esta revelación también infundía en su Iglesia  la esperanza que tendría que sostener a lo largo del tiempo. Todos lo miembros de la Iglesia, su Cuerpo, comprenderían así la transformación que un día se realizaría en ellos, ya que los miembros van a participar de la gloria de su Cabeza. El mismo Señor había dicho, hablando de la majestad de su venida: “Entonces, los justos brillarán como el sol en el reino de Mi Padre.” (Mt 13,43) Y el Apóstol Pablo afirma: “Los sufrimientos del mundo presente no pesan lo que la gloria que se revelará en nosotros.” (cf Rm 8,18)... También exclamó: “Habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios; cuando aparezca Cristo, vuestra vida, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con Él.” (Col 3,3-4)."  (San León Magno, Papa (hacia 461) doctor de la Iglesia Homilía 51/38, sobre la Transfiguración)

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"...El Señor Jesús de entre todos los discípulos, es sólo a Pedro, a Santiago y a Juan, a quienes ha revelado la gloria de su Resurrección. Quiso con ello que su misterio quedara escondido, y frecuentemente les advertía que no dieran a conocer a cualquiera lo que habían visto, a fin de que un auditor demasiado débil no encontrara en ello un obstáculo que dificultara a su espíritu inconstante el recibir esos misterios con toda su fuerza. Porque el mismo Pedro “no sabía lo que se decía”, ya que creía que era preciso levantar allí tres tiendas para el Señor y sus compañeros. Seguidamente, no pudiendo soportar el resplandor de la gloria del Señor que se transfiguraba, cayó al suelo (Mt 17,6), al igual que cayeron también “los hijos del trueno” (Mc 3,17), Santiago y Juan, cuando la nube les cubrió...

Entraron, pues, en la nube para conocer lo que es secreto y está escondido, y es allí que oyeron la voz de Dios que decía: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto, escuchadlo” ¿Qué significa: “Este es mi Hijo, el amado”? Esto quiere decir –Simón Pedro, ¡no te equivoques!- que no debes colocar al Hijo de Dios al mismo nivel que sus siervos. “Este es mi Hijo: Moisés no es ‘mi Hijo’, Elías no es ‘mi Hijo’, a pesar de que uno abrió el Cielo y el otro lo cerró”. En efecto, uno y otro, por la palabra del Señor, vencieron a un elemento de la naturaleza (Ex 14; 1R 17,1), Pero es que ellos no hicieron otra cosa que ser ministros de Aquél que ha consolidado las aguas y las ha cerrado secando el Cielo, las ha disuelto en lluvia cuando ha querido.

Allí donde se trata de un simple anuncio de la Resurrección, se apela al ministerio de los siervos, pero allí donde se muestra la gloria del Señor que resucita, la gloria de los siervos cae en la oscuridad. Porque el sol, al levantarse, oscurece las estrellas, y todas las luces desaparecen frente al resplandor del eterno Sol de justicia (Ml 3,20)
(San Ambrosio (hacia 340-397), obispo de Milán y doctor de la Iglesia . Sobre el salmo 45, 2; CSEL 64, 6, 330-331 )
 

Les recordamos que hemos preparado un un libro digital con meditaciones del Siervo de Dios Juan Pablo II que lleva por título: PEREGRINANDO EN CUARESMA CON MARÍA SANTÍSIMA.  Le invitamos a descargar gratuitamente a su computadora dicho libro desde la siguiente dirección de la Hemeroteca Digital Virgo Fidelis.

http://virgofidelis.com.ar/paFileDB/pafiledb.php?action=file&id=29

Debido a que Vía Crucis es un ejercicio de piedad especialmente adecuado al tiempo de Cuaresma, les invitamos a inscribirse en el e-Curso Via Crucis. A lo largo de 16 mensajes por correo electrónico le enviaremos las meditaciones que realizó el Santo Padre Benedicto XVI en el Vía Crucis en el Coliseo el Viernes Santo del año 2005. Para ello deben llenar un simple formulario en la siguiente dirección de nuestro sitio:

Pidamos a la Virgen del silencio y de la escucha, que ha sabido custodiar la luz de la fe incluso en las horas más oscuras, la gracia de una Cuaresma vivificada por la oración. Que María Santísima nos ilumine el corazón y nos ayude a todos a adherir fielmente en toda circunstancia a los designios de Dios.

HOMILÍA DEL SIERVO DE DIOS JUAN PABLO II

SER TESTIGOS DE JESUCRISTO

Homilía en el II Domingo de Cuaresma. 23 de febrero de 1997

"...En este segundo Domingo de Cuaresma, escuchamos junto con los Apóstoles el anuncio de la Resurrección. Lo escuchamos mientras nos encaminamos con ellos hacia Jerusalén, donde reviviremos el misterio de la Pasión y Muerte del Señor. En efecto, el ayuno y la penitencia de este tiempo sagrado se orientan precisamente hacia este acontecimiento-clave de toda la economía salvífica..."

 SER TESTIGOS DE JESUCRISTO

 

Queridos hermanas y hermanos:

1. «Este es Mi Hijo amado: escuchadlo» (Mc 9, 7). Hoy, en el marco de la Transfiguración del Señor, volvemos a escuchar estas palabras, que resonaron en el momento del Bautismo de Jesús en el Jordán (cf. Mt 3, 17). «Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan (...), y se transfiguró delante de ellos (...). Se les aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús (...). Pedro (...) le dijo a Jesús: «Maestro. ¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para Ti, otra para Moisés y otra para Elías"» (Mc 9, 2-5). En ese preciso instante se oyó una voz: «Este es Mi Hijo amado; escuchadlo» (Mc 9, 7).

No duró mucho esa extraordinaria manifestación de la filiación divina de Jesús. Cuando los Apóstoles alzaron nuevamente su mirada, no vieron más que a Jesús, el cual, «cuando bajaban de la montaña -prosigue el evangelista- (...), les mandó: "No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos"» (Mc 9, 9).

Así, en este segundo Domingo de Cuaresma, escuchamos junto con los Apóstoles el anuncio de la Resurrección. Lo escuchamos mientras nos encaminamos con ellos hacia Jerusalén, donde reviviremos el misterio de la Pasión y Muerte del Señor. En efecto, el ayuno y la penitencia de este tiempo sagrado se orientan precisamente hacia este acontecimiento-clave de toda la economía salvífica.

2. La Transfiguración del Señor, que según la tradición tuvo lugar en el monte Tabor, sitúa en primer plano la persona y la obra de Dios Padre, presente junto al Hijo de modo invisible pero real. Esto explica el hecho de que, en el trasfondo del Evangelio de la Transfiguración, la liturgia de hoy sitúa un importante episodio del Antiguo Testamento, en el que se pone de relieve de modo particular la paternidad.

En efecto, la primera lectura, tomada del libro del Génesis, nos recuerda el sacrificio de Abraham. Este tenía un hijo, Isaac, que había nacido en su vejez. Era el hijo de la promesa. Pero un día Abraham recibe de Dios la orden de ofrecerlo en sacrificio. El anciano patriarca se encuentra ante la perspectiva de un sacrificio que para él, padre, es seguramente el mayor que se pueda imaginar. A pesar de ello, no duda ni un instante y, después de haber preparado lo necesario, parte con Isaac hacia el lugar establecido. Construye un altar, coloca la leña y, una vez atado el muchacho, toma el cuchillo para inmolarlo. Sólo entonces lo detiene una orden de lo alto: «No alargues tu mano contra tu hijo ni le hagas nada, que ahora ya sé que tú eres temeroso de Dios, ya que no me has negado tu hijo, tu único hijo» (Gn 22, 12).

Es conmovedor este acontecimiento en el que la fe y el abandono de un padre en las manos de Dios alcanzan la cima. Con razón san Pablo llama a Abraham «padre de todos los creyentes» (Rm 4, 11.17). Tanto la religión judía como la cristiana hacen referencia a su fe. El Corán destaca también la figura de Abraham. La fe del padre de los creyentes es un espejo en el que se refleja el misterio de Dios, misterio de amor que une al Padre y al Hijo.

3. «El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros, ¿como no nos dará todo con Él?» (Rm 8, 32).  Estas palabras de San Pablo en la Carta a los Romanos nos introducen en el tema fundamental de la liturgia de hoy: el misterio del Amor Divino revelado en el Sacrificio de la Cruz.

El sacrificio de Isaac anticipa el de Cristo: el Padre no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó para la salvación del mundo. Él, que detuvo el brazo de Abraham en el momento en que estaba a punto de inmolar a Isaac, no dudó en sacrificar a su propio Hijo por nuestra redención. De ese modo el sacrificio de Abraham pone de relieve que nunca y en ningún lugar se deben realizar sacrificios humanos, porque el único sacrificio verdadero y perfecto es el del Hijo unigénito y eterno de Dios vivo. Jesús, que por nosotros y por nuestra salvación nació de María Virgen, se inmoló voluntariamente una vez para siempre, como víctima de expiación por nuestros pecados, obteniéndonos así la salvación total y definitiva (cf. Hb 10, 5-10). Después del sacrificio del Hijo de Dios, no se necesita ninguna otra expiación humana, puesto que su Sacrificio en la Cruz abarca y supera todos los demás sacrificios que el hombre podía ofrecer a Dios. Aquí nos encontramos en el centro del misterio pascual.

Desde el Tabor, el monte de la Transfiguración, el itinerario cuaresmal nos lleva hasta el Gólgota, el monte del sacrificio supremo del único Sacerdote de la alianza nueva y eterna. Dicho sacrificio encierra la mayor fuerza de transformación del hombre y de la historia. Asumiendo en Sí mismo todas las consecuencias del mal y del pecado, Jesús resucitará al tercer día y saldrá de esa dramática experiencia como vencedor de la muerte, del infierno y de satanás. La Cuaresma nos prepara para participar personalmente en este gran misterio de la fe, que celebraremos en el triduo de la Pasión, la Muerte y la Resurrección de Cristo.

Pidamos al Señor la gracia de prepararnos de modo conveniente: «Jesús Hijo amado del Padre, haz que te escuchemos y te sigamos hasta el Calvario, hasta la Cruz, para poder participar contigo en la gloria de la resurrección». Amén.

    

     

 

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