
EL SANTÍSIMO
NOMBRE DE JESÚS
3 de enero de 2007
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LA EPIFANÍA DE DIOS
6 de enero de 2007


Soy todo tuyo y todas mis cosas Te
pertenecen. Te pongo al centro de mi vida. Dame tu Corazón, oh María.
Soy
todo tuyo, María
Madre de nuestro Redentor
Virgen Madre de Dios, Virgen piadosa. Madre del Salvador del mundo.
Amen.



Oh Dios Padre
Misericordioso,
que por
mediación de Jesucristo, nuestro Redentor, y de su Madre, la
Bienaventurada Virgen María, y la acción del Espíritu Santo,
concediste a tu Siervo Juan Pablo II, Servus Servorum Dei,
la gracia de ser Pastor ejemplar en el servicio de la Iglesia peregrina,
de los hijos e hijas de la Iglesia y de todos los hombres y mujeres
de buena voluntad, haz que yo sepa también responder con fidelidad
a las exigencias de la vocación cristiana, convirtiendo todos los
momentos y circunstancias de mi vida en ocasión de amarte y de servir
al Reino de Jesucristo. Te ruego que te dignes glorificar a tu Siervo
Juan Pablo II, Servus Servorum Dei, y que me concedas por su
intercesión el favor que te pido... (pídase). A Tí,
Padre Omnipotente, origen del cosmos y del hombre, por Cristo, el que
vive, Señor del tiempo y de la historia, en el Espíritu Santo que
santifica el universo, alabanza, honor y gloria ahora y por los siglos
de los siglos. Amén.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
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LIBRO
DE VISITAS
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«María, mi amadísima Madre, dame tu corazón tan bello, tan
puro, tan inmaculado, tan lleno de amor y de humildad, para que
pueda recibir a Jesús como Tu lo hiciste e ir rápidamente a
darlo a los demás». (Beata Teresa de Calcula, A Fruitful
Branch, p. 44.)
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Estimado/a
Suscriptor/a de "El Camino de María"
El
3 de enero la Iglesia celebra el Santísimo Nombre de Jesús
(*). Al
respecto el Siervo de Dios Juan Pablo II expresó lo siguiente
en uno de los párrafos de la Audiencia General del 14 de enero
de 1987 cuyo título era "Jesucristo, Hijo de Dios y
Salvador" :
"...En el
plan dispuesto por la Providencia de Dios, Jesús de Nazaret
lleva un Nombre que alude a la salvación: 'Dios libera',
porque Él es en realidad lo que el nombre indica, es decir,
el Salvador. Lo atestiguan algunas frases que se encuentran en
los llamados Evangelios de la infancia, escritos por Lucas:
'...nos ha nacido... un Salvador' (Lc 2, 11), y por Mateo:
'Porque
salvaría al pueblo de sus pecados' (Mt 1, 21). Son
expresiones que reflejan la verdad revelada y proclamada por
todo el Nuevo Testamento. Escribe, por ejemplo, el Apóstol
Pablo en la Carta a los Filipenses: 'Por lo cual Dios le
exaltó y le otorgó un Nombre, sobre todo nombre, para que al
Nombre de Jesús se doble la rodilla y toda lengua confiese
que Jesucristo es Señor (Kyrios, Adonai) para gloria de Dios
Padre' (Flp 2, 9-11).
La
razón de la exaltación de Jesús la encontramos en el
testimonio que dieron de El los Apóstoles, que proclamaron 'En ningún otro hay salvación, pues ningún otro
Nombre nos ha sido dado bajo el Cielo, entre los hombres, por el
cual podamos ser salvos' (Hech 4, 12)..."
Por su parte, San
Gregorio Nacianceno (330-390), obispo, doctor de la Iglesia,
en su Discurso teológico (n.4), expresa:
Jesús es
Hijo del hombre, por ser descendiente de Adán y por ser
hijo de Maria... Es el Cristo, el Ungido, el Mesías, por
su divinidad; esta divinidad es la que unge su humanidad...,
presencia total de Aquel que lo consagra como tal... Es el
Camino porque es Él mismo quien nos conduce. Es la
Puerta porque es Él quien nos introduce en el Reino. Es
el Pastor porque es Él quien conduce el rebaño a las
praderas y le hace beber una agua refrescante; le enseña el
camino a seguir y le defiende contra los animales salvajes;
hace regresar a la oveja errante, encuentra a la oveja perdida,
cura a la oveja herida, guarda a las ovejas que gozan de buena
salud y, gracias a las palabras que le inspira su sabiduría
de pastor, las reúne en el redil de arriba. Es la Oveja,
porque es la víctima. Es el Cordero porque no tiene
defecto. Es el Gran Sacerdote, porque ofrece el
sacrificio. Es Sacerdote según Melquisedec, porque es
Rey de Salem, Rey de paz, Rey de justicia... Estos son los
nombres del Hijo, Jesucristo: "Él es el mismo ayer,
hoy", corporal y espiritualmente, "y lo será
por siempre". Amén.
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El 6 de
enero, Solemnidad de la Epifanía del Señor, la Iglesia da gracias a Dios por el don de la
fe que han compartido y comparten tantos hombres, pueblos y
naciones. Y precisamente, según la tradición, aquellos tres
hombres de Oriente, los tres Magos que llegaron a Belén, se
cuentan entre los primeros testigos y portadores de este don.
En ellos la fe, entendida como apertura interior del hombre,
como la respuesta a la luz, a la Epifanía de Dios, encuentra
su expresión transparente. En esta apertura a Dios el hombre
aspira eternamente a la realización de sí mismo. La fe es el
comienzo de esta realización, y de ella es condición.
La siguiente es la
homilía que dirigió Benedicto XVI en la Solemnidad de la
Epifanía del Señor al presidir la Santa Misa en la Basílica
de San Pedro del Vaticano, el 6 de enero de 2006.

¡Queridos hermanos y
hermanas!
La luz que en Navidad brilló en la noche
iluminando la gruta de Belén, donde están en
silenciosa adoración María, José y los pastores,
hoy resplandece y se manifiesta a todos. La
Epifanía es el misterio de luz, simbólicamente
indicado por la estrella que guió en su viaje a
los Magos. Ahora bien, el verdadero
manantial luminoso, el «sol que surge de lo
alto» (Lucas, 1, 78), es Cristo. En el
misterio de la Navidad, la luz de Cristo se
irradia sobre la tierra, como si se difundiera
en círculos concéntricos. Ante todo, sobre
la Sagrada Familia de Nazaret: la
Virgen María y José quedan iluminados por la
divina presencia del Niño Jesús, manifestándose
después esta luz del Redentor a los pastores
de Belén, los cuales, informados por el
ángel, acuden inmediatamente a la gruta y
encuentran el «signo» que se les había
preanunciado: un niño envuelto en pañales y
acostado en un pesebre (Cf. Lucas 2, 12). Los
pastores, junto a María y José, representan ese
«resto de Israel», los pobres, los «anawim», a
quienes se les anuncia la Buena Nueva. Por
último, este fulgor de Cristo, alcaza también a
los Magos, que constituyen las primicias
de los pueblos paganos. Quedan ensombrecidos los
palacios del poder de Jerusalén, adonde la
noticia del nacimiento del Mesías llega,
paradójicamente, a través de los Magos, sin que
suscite felicidad, sino más bien temor y
reacciones hostiles. Miserioso designio divino:
«vino la Luz al mundo, y los hombres amaron más
las tinieblas que la Luz, porque sus obras eran
malas» (Juan 3,19).
¿Pero qué es esta Luz? ¿Es sólo una
sugerente metáfora o a esta imagen le
corresponde una realidad? El apóstol Juan
escribe en su primera carta: «Dios es luz, en
Él no hay tiniebla alguna» (1 Jn 1,5); y a
más adelante añade: «Dios es amor». Estas
dos afirmaciones, unidas, nos ayudan a
comprender mejor: la Luz, que aparece en
Navidad, y que hoy se manifiesta a las gentes es
el amor de Dios, revelado en la Persona del
Verbo encarnado. Atraídos por esta Luz,
vienen los Magos de Oriente.
En el misterio de la Epifanía, por tanto, junto
a un movimiento de irradiación hacia el
exterior, se manifiesta un movimiento de
atracción hacia el centro, que lleva a su
cumplimiento el movimiento ya inscrito en la
Antigua Alianza. El manantial de este dinamismo
es Dios, uno en su sustancia y trino en las
personas, que atrae todo y a todos hacia sí. La
Persona encarnada del Verbo se presenta como
principio de recapitulación universal (Cf.
Efesios 1, 9-10). Él es la meta final de la
historia, el punto de llegada de un «éxodo», de
un providencial camino de Redención, que culmina
con su Muerte y Resurrección. Por este motivo,
en la Solemnidad de la Epifanía, la liturgia
prevé el llamado «Anuncio de Pascua»: el año
litúrgico, de hecho, resume toda la historia de
la salvación, en cuyo centro está «el Triduo del
Señor crucificado, sepultado y resucitado».
En la liturgia del Tiempo de Navidad se recurre
a menudo, como estribillo, a un versículo del
Salmo 97: «El Señor ha manifestado su salvación,
a los ojos de los pueblos ha revelado su
justicia» (v, 2). Son palabras que la Iglesia
utiliza para subrayar la dimensión de «epifanía»
de la Encarnación: el momento en el que el Hijo
de Dios se hace hombre, entra en la historia, es
el momento culminante de la autorrevelación de
Dios a Israel y a todas las gentes. En el Niño
de Belén, Dios se ha revelado con la humildad de
la «forma humana», con la «condición de siervo»,
es más, de crucificado (Cf. Filipenses 2, 6-8).
Es la paradoja cristiana. Este escondimiento
constituye precisamente la más elocuente
«manifestación» de Dios: la humildad, la
pobreza, la misma ignominia de la Pasión, nos
permiten saber cómo es Dios verdaderamente. El
rostro del Hijo revela fielmente al del Padre.
Por este motivo, el misterio de la Navidad es,
por así decir, todo una «epifanía». La
manifestación a los Magos no añade nada ajeno al
designio de Dios, sino que desvela una dimensión
perenne y constitutiva, es decir: «que los
gentiles sois coherederos, miembros del mismo
Cuerpo y partícipes de la misma Promesa en
Cristo por medio del Evangelio» (Ef. 3, 6).
Si se analiza superficialmente, la fidelidad de
Dios a Israel y su manifestación a las gentes
podrían parecer aspectos divergentes; en
realidad son las dos caras de una misma moneda.
De hecho, según las Escrituras, al ser fiel al
pacto de amor con el pueblo de Israel, Dios
revela su gloria también a los demás pueblos.
«Gracia y fidelidad» (Salmo 88, 2),
«Misericordia y verdad» (Salmo 84, 11) son
el contenido de la gloria de Dios, son su
«nombre», destinado a ser conocido y santificado
por los hombres de toda lengua y nación. Pero
este «contenido» es inseparable del «método» que
Dios eligió para revelarse: la fidelidad
absoluta a la alianza, que alcanza su cumbre en
Cristo. El Señor Jesús es al mismo tiempo y de
manera inseparable «Luz para iluminar a las
gentes y gloria del pueblo de Israel» (Lucas
2,32), como exclamará el anciano Simeón,
inspirado por Dios, al tomar al Niño entre sus
brazos, cuando los padres lo presentaron en el
templo. La luz que ilumina a las gentes, la luz
de la Epifanía, emana de la gloria de Israel, la
gloria del Mesías, nacido según las Escrituras,
en Belén, «ciudad de David» (Cf. Lucas, 2, 4).
Los Magos adoraron a un simple Niño en brazos de
su Madre, María, porque en Él reconocieron el
manantial de la doble luz que les había guiado:
la luz de la estrella, y la luz de las
Escrituras. Reconocieron en Él, al Rey de los
judíos, gloria de Israel, pero también, al Rey
de todas las gentes.
En el contexto de la Epifanía se manifiesta
también el misterio de la Iglesia y su dimensión
misionera. Está llamada a hacer resplandecer
en el mundo la luz de Cristo, reflejándola en sí
misma como la luna refleja la luz del sol. En la
Iglesia, se han cumplido las antiguas profecías
referidas a la ciudad santa, Jerusalén, como es
el caso de la estupenda profecía de Isaías que
acabamos de escuchar: «¡Arriba, resplandece, que
ha llegado tu luz…! Caminarán las naciones a tu
luz, y los reyes al resplandor de tu alborada»
(Isaías 60, 1-3). Es lo que tendrán que hacer
los discípulos de Cristo: habiendo aprendido de
Él a vivir con el estilo de las
Bienaventuranzas, tendrán que atraer, a través
del testimonio del amor, a todos los hombres a
Dios. «Brille así vuestra luz delante
de los hombres, para que vean vuestras buenas
obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en
los cielos» (Mateo 5, 16). Escuchando
estas palabras de Jesús, nosotros, miembros de
la Iglesia tenemos que experimentar toda la
insuficiencia de nuestra condición humana,
marcada por el pecado.
La Iglesia es santa, pero está formada por
hombres y mujeres con sus limitaciones y sus
errores. Cristo, sólo Él, al darnos el Espíritu
Santo, puede transformar nuestra miseria y
renovarnos constantemente. Es Él la luz de las
gentes, «Lumen Gentium», que ha querido iluminar
el mundo a través de su Iglesia (Cf. Concilio
Vaticano II, Constitución «Lumen Gentium», 1).
«¿Cómo podrá suceder esto?»
nos preguntamos también nosotros con las
palabras que la Virgen dirigió al arcángel
Gabriel. Pues, es justo Ella, la Madre de Cristo
y de la Iglesia, quien nos da la respuesta: con
su ejemplo de disponibilidad total a la voluntad
de Dios --«fiat mihi secundum verbum tuum» [He
aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu
palabra] (Lucas 1, 38)--, nos enseña a ser
«epifanía» del Señor, con la apertura del
corazón a la fuerza de la gracia y con la
adhesión a la palabra de su Hijo, Luz del mundo
y meta final de la historia.".
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Pidamos al Espíritu Santo, por intercesión de Nuestra Señora de
la Epifanía, que nos otorgue sus dones en general y el don de
la Fe en particular, para que podamos transitar el
año 2007 con confianza en Dios imitando la Fe de María.
Marisa y
Eduardo
LETANÍA DEL
SANTÍSIMO NOMBRE DE JESÚS
-Señor, ten misericordia de nosotros
-Cristo, ten
misericordia de nosotros
-Señor, ten
misericordia de nosotros
-Cristo, óyenos
-Cristo, escúchanos
-Dios, Padre celestial, ten misericordia de
nosotros
-Dios Hijo, Redentor del mundo,
ten misericordia de nosotros
-Dios Espíritu Santo,
ten misericordia de nosotros
-Santísima Trinidad, un solo Dios,
ten misericordia de nosotros
-Jesús, Hijo de Dios vivo,
ten misericordia de nosotros
-Jesús, Esplendor del Padre,
ten misericordia de nosotros
-Jesús, Pureza de la luz eterna,
ten misericordia de nosotros
-Jesús, Rey de la gloria,
ten misericordia de nosotros
-Jesús, Sol de justicia,
ten misericordia de nosotros
-Jesús, Hijo de la Virgen María,
ten misericordia de nosotros
-Jesús, Amable,
ten misericordia de nosotros
-Jesús, Admirable,
ten misericordia de nosotros
-Jesús, Dios fuerte,
ten misericordia de nosotros
-Jesús, Mensajero del plan divino,
ten misericordia de nosotros
-Jesús, Todopoderoso,
ten misericordia de nosotros
-Jesús, Pacientísimo,
ten misericordia de nosotros
-Jesús, Obedientísimo,
ten misericordia de nosotros
-Jesús, Manso y humilde de corazón,
ten misericordia de nosotros
-Jesús, Amante de la castidad,
ten misericordia de nosotros
-Jesús, Dios de paz,
ten misericordia de nosotros
-Jesús, Autor de la vida,
ten misericordia de nosotros
-Jesús, Modelo de virtudes,
ten misericordia de nosotros
-Jesús, Dios nuestro,
ten misericordia de nosotros
-Jesús, Refugio nuestro,
ten misericordia de nosotros
-Jesús, Padre de los pobres,
ten misericordia de nosotros
-Jesús, Tesoro de los fieles,
ten misericordia de nosotros
-Jesús, Pastor bueno,
ten misericordia de nosotros
-Jesús, Luz verdadera,
ten misericordia de nosotros
-Jesús, Sabiduría eterna,
ten misericordia de nosotros
-Jesús, Bondad infinita,
ten misericordia de nosotros
-Jesús, Camino y vida nuestra,
ten misericordia de nosotros
-Jesús, Alegría de los ángeles,
ten misericordia de nosotros
-Jesús, Rey de los patriarcas,
ten misericordia de nosotros
-Jesús, Maestro de los apóstoles,
ten misericordia de nosotros
-Jesús, Doctor de los evangelistas,
ten misericordia de nosotros
-Jesús, Fortaleza de los mártires,
ten misericordia de nosotros
-Jesús, Luz de los confesores,
ten misericordia de nosotros
-Jesús, Pureza de las vírgenes,
ten misericordia de nosotros
-Jesús, Corona de todos los santos, Ten
misericordia de nosotros.
-Senos propicio: perdónanos, Jesús.
-Senos propicio: escúchanos, Jesús.
-De todo mal, líbranos, Jesús
-De todo pecado,
líbranos, Jesús
-De las asechanzas del demonio,
líbranos, Jesús
-Del espíritu impuro,
líbranos, Jesús
-De la muerte eterna,
líbranos, Jesús
-Del menosprecio de tus inspiraciones,
líbranos, Jesús
-Por el misterio de tu santa Encarnación,
líbranos, Jesús
-Por tu Natividad,
líbranos, Jesús
-Por tu Infancia,
líbranos, Jesús
-Por tu Divinísima vida,
líbranos, Jesús
-Por tus Trabajos,
líbranos, Jesús
-Por tu Agonía y Pasión,
líbranos, Jesús
-Por tu Cruz y desamparo,
líbranos, Jesús
-Por tus Sufrimientos,
líbranos, Jesús
-Por tu Muerte y sepultura,
líbranos, Jesús
-Por tu Resurrección,
líbranos, Jesús
-Por tu Ascensión,
líbranos, Jesús
-Por tu Institución de la Santísima
Eucaristía,
líbranos, Jesús
-Por tus Gozos,
líbranos, Jesús
-Por tu Gloria, líbranos, Jesús.
-Cordero de Dios, que quitas los pecados del
mundo, Perdónanos, Jesús.
-Cordero de Dios, que quitas los pecados del
mundo, Escúchanos Jesús.
-Cordero de Dios, que quitas los pecados del
mundo, ten misericordia de nosotros Jesús.
-Jesús, óyenos.
-Jesús, escúchanos
ORACIÓN
Dios Padre Misericordioso te pedimos que
quienes veneramos el Santísimo Nombre de Jesús
podamos disfrutar en esta vida de la dulzura
de su gracia y de su gozo eterno en el Cielo.
Por Jesucristo nuestro Señor. Amen.
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(*) Más información sobre esta
festividad la puede encontrar en la siguiente
dirección de
Corazones.org
http://www.corazones.org/jesus/nombre_santisimo_jesus.htm
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