EL CAMINO DE MARÍA

La Ultima Cena

Newsletter 230

Domingo 2 de julio de 2006

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OFICIO DE LA  INMACULADA CONCEPCIÓN

Soy todo tuyo y todas mis cosas Te pertenecen. Te pongo al centro de mi vida. Dame tu Corazón, oh María.

  Soy todo tuyo, María
Madre de nuestro Redentor
Virgen Madre de Dios, Virgen piadosa. Madre del Salvador del mundo. Amen.

Oh Dios Padre Misericordioso, que por mediación de Jesucristo, nuestro Redentor, y de su Madre, la Bienaventurada Virgen María, y la acción del Espíritu Santo, concediste a tu Siervo Juan Pablo II, Servus Servorum Dei,  la gracia de ser Pastor ejemplar en el servicio de la Iglesia peregrina, de los hijos e hijas de la Iglesia y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, haz que yo sepa también responder con fidelidad a las exigencias de la vocación cristiana, convirtiendo todos los momentos y circunstancias de mi vida en ocasión de amarte y de servir al Reino de Jesucristo. Te ruego que te dignes glorificar a tu Siervo Juan Pablo II, Servus Servorum Dei, y que me concedas por su intercesión el favor que te pido... (pídase).  A Tí, Padre Omnipotente, origen del cosmos y del hombre, por Cristo, el que vive, Señor del tiempo y de la historia, en el Espíritu Santo que santifica el universo, alabanza, honor y gloria ahora y por los siglos de los siglos. Amén.

Padrenuestro, Avemaría, Gloria.

 NUEVO LIBRO DE VISITAS

JUAN PABLO MAGNO

ESCUELA DE ORACIÓN DE JUAN PABLO II

VELADAS DE  ORACIÓN CON JUAN PABLO II

 La Ultima Cena

 

DIOS TE SALVE MARIA, MADRE DE DIOS

Dios Te salve, María, Madre de Dios, Tesoro venerado de todo el universo, luz que no se apaga. De Ti nació el Sol de la justicia, Cetro de la verdad, Templo indestructible.
 
Dios te salve María, morada de Aquél que ningún lugar contiene, Tú que hiciste crecer una espiga que no se marchitará nunca.
 
Por Ti los pastores alabaron a Dios.
Por Ti es bendecido, en el Evangelio, El que viene en nombre del Señor.
Por Ti la Trinidad es glorificada.
Por Ti se adora la Cruz en el mundo entero.
Por Ti exultan los cielos.
Por Ti la humanidad caída fue reedificada.
Por Ti el mundo entero finalmente conoció la Verdad.
Por Ti se edificaron Iglesias en toda la tierra.
Por Ti el Hijo único de Dios hizo resplandecer Su Luz sobre los que permanecían en la oscuridad, bajo la sombra de la muerte.
Por Ti los Apóstoles pudieron anunciar la salvación a las naciones.
 
¿Cómo cantar dignamente tu alabanza, ¡oh Madre de Dios, por Quien la tierra entera se estremece de júbilo?

San Cirilo de Alejandría (v.380-v.444) . Defensor del título de María "Théotokos" en el Concilio de Efesio (431)

 

Querido/a Suscriptor/a de "El Camino de María"

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Desde esta edición de El Camino de María, y durante sucesivas ediciones, reflexionaremos sobre  "DIOS AL ENCUENTRO DEL HOMBRE" (El hombre "buscado" por Dios y "en busca" de Dios) con textos magisteriales y catequéticos del Siervo de Dios Juan Pablo II.
 

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"...En Jesucristo Dios no sólo habla al hombre, sino que lo busca. La Encarnación del Hijo de Dios testimonia que Dios busca al hombre.

Jesús habla de esta búsqueda como del hallazgo de la oveja perdida (cf. Lc 15, 1-7). Es una búsqueda que nace de lo íntimo de Dios y tiene su punto culminante en la Encarnación del Verbo. Si Dios va en busca del hombre, creado a su imagen y semejanza, lo hace porque lo ama eternamente en el Verbo y en Cristo lo quiere elevar a la dignidad de hijo adoptivo. Por tanto Dios busca al hombre, que es su propiedad particular de un modo diverso de como lo es cada una de las otras criaturas. Es propiedad de Dios por una elección de amor: Dios busca al hombre movido por su corazón de Padre.

¿Por qué lo busca? Porque el hombre se ha alejado de
Él, escondiéndose como Adán entre los árboles del paraíso terrestre (cf. Gn 3, 8-10). El hombre se ha dejado extraviar por el enemigo de Dios (cf. Gn 3, 13). Satanás lo ha engañado persuadiéndolo de ser él mismo Dios, y de poder conocer, como Dios, el bien y el mal, gobernando el mundo a su arbitrio sin tener que contar con la voluntad divina (cf. Gn 3, 5). Buscando al hombre a través del Hijo, Dios quiere inducirlo a abandonar los caminos del mal, en los que tiende a adentrarse cada vez más. «Hacerle abandonar» esos caminos quiere decir hacerle comprender que se halla en una vía equivocada; quiere decir derrotar el mal extendido por la historia humana.
 
Derrotar el mal: esto es la Redención. Ella se realiza en el Sacrificio de Cristo, gracias al cual el hombre rescata la deuda del pecado y es reconciliado con Dios. El Hijo de Dios se ha hecho hombre, asumiendo un cuerpo y un alma en el seno de la Virgen, precisamente por esto: para hacer de Sí el perfecto sacrificio redentor. La religión de la Encarnación es la religión de la Redención del mundo por el sacrificio de Cristo, que comprende la victoria sobre el mal, sobre el pecado y sobre la misma muerte. Cristo, aceptando la muerte en la Cruz, manifiesta y da la vida al mismo tiempo porque resucita, no teniendo ya la muerte ningún poder sobre Él. (Juan Pablo II: Tertio Millennio Adveniente, punto 7 .10 de noviembre del año 1994)

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"...Dios busca con particular insistencia y amor al hijo rebelde que huye lejos de su mirada. Se ha introducido en las sendas tortuosas de los pecadores a través de Su Hijo, Jesucristo, que precisamente al irrumpir en el escenario de la historia se presentó como "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29). Las primeras palabras que pronuncia en público son estas:  "Convertíos, porque  el  Reino  de los Cielos está cerca" (Mt 4, 17). En  ese texto aparece un término importante que Jesús ilustrará  repetidamente con palabras y obras:  "Convertíos", en griego metanoe£te, es decir, llevar a cabo una metÆnoia, un cambio radical de la mente y del corazón. Es preciso cortar con el mal y entrar en el reino de justicia, amor y  verdad, que  se está  inaugurando.

La trilogía de las parábolas de la Misericordia Divina recogidas por San Lucas en el capítulo 15 de su Evangelio constituye la representación más nítida de la búsqueda activa y de la espera amorosa de Dios con respecto a la criatura pecadora. Al realizar la metÆnoia, la conversión, el hombre, como el hijo pródigo, vuelve a abrazar al Padre, que nunca lo ha olvidado ni abandonado...." (Juan Pablo II. Audiencia General 30 de agosto de 2000)

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Este mes de julio celebramos la memoria de Nuestra Señora del Carmen, tan querida a la piedad del pueblo cristiano en todo el mundo, y vinculada de modo especial a la vida de la gran familia religiosa carmelita. Por ello, durante este mes presidirá cada una de las ediciones semanales la imagen de Nuestra Señora del Carmen. 

 
Le informamos que nuestra Biblioteca Digital  contiene un libro digital dedicado a Nuestra Señora del Carmen. Lo puede descargar desde la siguiente direcciòn de nuestro sitio Virgo Fidelis:
 
 
Vivamos este mes con confianza en Dios imitando la fe de María. Refugiémonos con confianza bajo el manto de Nuestra Señora del Carmen e invoquemos su ayuda y defensa en los peligros y pidámosle que sea para nosotros motivo de consuelo y esperanza.
 

 
 

Oh María Estrella del Mar y Flor del Carmelo!

En las dificultades: ayúdame.
De los enemigos del alma: sálvame.
En mis desaciertos: ilumíname.
En mis dudas y penas: confórtame.
En mis enfermedades: fortaléceme.
Cuando me desprecien: anímame.
En las tentaciones: defiéndeme.
En horas difíciles: consuélame.
Con tu corazón maternal: ámame.
Con tu inmenso poder: protégeme.
Y en tus brazos al expirar: recíbeme.
Virgen del Carmen, ruega por nosotros.Amen.

(Rezar 3 veces el Ave María)

 

   

Marisa y Eduardo

CATEQUESIS DEL SIERVO DE DIOS JUAN PABLO II 

        

DIOS AL ENCUENTRO DEL HOMBRE 

EL ENCUENTRO DECISIVO CON CRISTO

Audiencia General. Miércoles 9 de agosto 2000

 EL ENCUENTRO DECISIVO CON CRISTO

 

 

¡Queridos Hermanos y Hermanas!

1. Hoy meditaremos en el encuentro supremo entre Dios y el hombre, el que se celebra en Jesucristo, la Palabra divina que se encarna y pone su morada en medio de nosotros (cf. Jn 1, 14). Como afirmaba en el siglo II san Ireneo, obispo de Lyon, la revelación definitiva de Dios se realizó "cuando el Verbo se hizo hombre, haciéndose semejante al hombre y haciendo al hombre semejante a sí mismo, para que, a través de la semejanza con el Hijo, el hombre llegara a ser precioso ante el Padre" (Adversus haereses V, 16, 2). Este abrazo íntimo entre divinidad y humanidad, que san Bernardo compara con el "beso" del que habla el Cantar de los cantares (cf. Sermones super Cantica canticorum II), se extiende desde la persona de Cristo hasta aquellos a quienes Él llega. Ese encuentro de amor manifiesta varias dimensiones que ahora trataremos de ilustrar.

2. Es un encuentro que se realiza en la vida diaria, en el tiempo y en el espacio. Es sugestivo, a este respecto, un pasaje del Evangelio de San Juan (cf. Jn 1, 35-42). En él hallamos una indicación cronológica precisa de un día y una hora, una localidad y una casa donde residía Jesús. Hay hombres de vida sencilla a los que ese encuentro transforma, cambiándoles incluso el nombre. En efecto, cuando Cristo se cruza en la vida de una persona, trastorna su historia y sus proyectos. Cuando esos pescadores de Galilea se encontraron con Jesús a la orilla del lago y escucharon su llamada, "atracando a tierra las barcas, lo dejaron todo y le siguieron" (Lc 5, 11). Se trata de un cambio radical que no admite vacilaciones y que encamina por una senda llena de dificultades, pero muy liberadora:  "El que quiera  venir  en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame" (Mt 16, 24).

3. Cuando Cristo se cruza en la vida de una persona, sacude su conciencia y lee en su corazón, como sucede con la samaritana, a la que dice "todo cuanto ha hecho" (cf. Jn 4, 29). Sobre todo suscita el arrepentimiento y el amor, como en el caso de Zaqueo, que da la mitad de sus bienes a los pobres y devuelve el cuádruplo de lo que había defraudado (cf. Lc 19, 8). Así acontece también a la pecadora arrepentida, a la que se le perdonan los pecados "porque ha amado mucho" (Lc 7, 47) y a la adúltera, a la que no juzga sino exhorta a llevar una nueva vida alejada del pecado (cf. Jn 8, 11). El encuentro con Jesús es como una regeneración:  da origen a la nueva criatura, capaz de un verdadero culto, que consiste en adorar al Padre "en espíritu y en verdad" (Jn 4, 23-24).

4. Encontrarse con Cristo en el sendero de la propia vida significa a menudo obtener una curación física. A sus discípulos Jesús les encomendará la misión de anunciar el Reino de Dios, la conversión y el perdón de los pecados (cf. Lc 24, 47), pero también curar a los enfermos, librar de todo mal, consolar y sostener. En efecto, los discípulos "predicaban a la gente que se convirtiera; expulsaban a muchos demonios y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban" (Mc 6, 12-13). Cristo vino para buscar, encontrar y salvar al hombre entero. Como condición para la salvación, Jesús exige la fe, con la que el hombre se abandona plenamente a Dios, que actúa en él. En efecto, a la hemorroísa que, como última esperanza, había tocado la orla de su manto, Jesucristo le dice:  "Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad" (Mc 5, 34).

5. La venida de Cristo a nosotros tiene como finalidad llevarnos al Padre. En efecto, "a Dios nadie lo ha visto jamás:  el Hijo único, que está en el seno del Padre, Él lo ha dado a conocer" (Jn 1, 18). Esta revelación histórica, realizada por Jesús con gestos y palabras, nos toca profundamente a  través  de la acción interior del Padre (cf. Mt 16, 17; Jn 6, 44-45) y la iluminación del Espíritu Santo (cf. Jn 14, 26; 16, 13). Por eso, Jesús resucitado lo derrama como principio de perdón de los pecados (cf. Jn 20, 22-23) y manantial del amor divino en nosotros (cf. Rm 5, 5). Así se realiza una comunión trinitaria que comienza ya durante la existencia terrena y tiene como meta la plenitud de la visión, cuando "seremos semejantes a Dios, porque lo veremos tal cual es" (1 Jn 3, 2).

6. Ahora Cristo sigue caminando a nuestro lado por los senderos de la historia, cumpliendo su promesa:  "He aquí que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20). Está presente a través de su Palabra, "Palabra que llama, que invita, que interpela personalmente, como sucedió en el caso de los Apóstoles. Cuando la Palabra toca a una persona, nace la obediencia, es decir, la escucha que cambia la vida. Cada día (el fiel) se alimenta del pan de la Palabra. Privado de él, está como muerto, y ya no tiene nada que comunicar a sus hermanos, porque la Palabra es Cristo" (Orientale lumen, 10).

Cristo está presente, además, en la Eucaristía, fuente de amor, de unidad y de salvación. Resuenan constantemente en nuestras iglesias las palabras que Él pronunció un día en la sinagoga de la localidad de Cafarnaúm, junto al lago de Tiberíades. Son palabras de esperanza y de vida:  "El que come mi carne y bebe mi  sangre, permanece  en Mí, y Yo en él" (Jn 6, 56). "El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y Yo  lo  resucitaré  el  último día" (Jn 6, 54).

 

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