EL CAMINO DE MARÍA

NUESTRA SEÑORA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO

Mayo 2006

Edición Especial

Señor Jesucristo, que en el Pan de la Eucaristía eres Dios verdadero y Hombre verdadero, te rogamos que al venerar este gran misterio, estemos conscientes de Tu Santa Madre, en cuyo Cuerpo fuiste concebido por obra del Espíritu Santo. Concédenos que logremos imitar la manera en que Ella Te veneró en la Sagrada Eucaristía, Su adoración, Su acción de gracias, Su reparación, Su oración, para que tu Reino Eucarístico se extienda y florezca por todo el mundo. Amén. 

Virgen María, Nuestra Señora del Santísimo Sacramento, gloria del pueblo cristiano, alegría de la Iglesia universal, salvación del mundo, ruega por nosotros y otorga a todos los fieles una verdadera devoción a la Santa Eucaristía para que sean dignos de recibirla. 

 

Regina coeli, laetare!  

 

 Reina del Cielo, Aleluya,
Porque el Señor, a quien has merecido llevar en Tu Seno, Aleluya,
Ha resucitado, según predijo, Aleluya.
Ruega al Señor por nosotros, Aleluya. 
Gózate y Alégrate, Virgen María; Aleluya.
Porque ha resucitado Dios verdaderamente; Aleluya. 

 

 

Oracion.

 

Oh Dios que por la Resurrección de Tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, Te has dignado dar la alegría al mundo, Concédenos que por su Madre, la Virgen María, alcancemos el gozo de la vida eterna. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor.  Amén.

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OFICIO DE LA  INMACULADA CONCEPCIÓN

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Carta Encíclica

"DIVES IN MISERICORDIA"

"QUIEN ME VE A MI, VE AL PADRE"

Soy todo tuyo y todas mis cosas Te pertenecen. Te pongo al centro de mi vida. Dame tu Corazón, oh María.

  Soy todo tuyo, María
Madre de nuestro Redentor
Virgen Madre de Dios, Virgen piadosa. Madre del Salvador del mundo. Amen.

NUESTRA SEÑORA DE FÁTIMA

13 DE MAYO

Este día se celebra la primera de las apariciones de la Virgen María a tres niños, Lucía de 9 años, Francisco de 8, y Jacinta de 6, en Fátima, Portugal. Una sucesión de hechos portentosos convirtieron al lugar en uno de los puntos que atraen mayor número de peregrinaciones del mundo entero.

Oh Dios Padre Misericordioso, que por mediación de Jesucristo, nuestro Redentor, y de su Madre, la Bienaventurada Virgen María, y la acción del Espíritu Santo, concediste a tu Siervo Juan Pablo II, Servus Servorum Dei,  la gracia de ser Pastor ejemplar en el servicio de la Iglesia peregrina, de los hijos e hijas de la Iglesia y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, haz que yo sepa también responder con fidelidad a las exigencias de la vocación cristiana, convirtiendo todos los momentos y circunstancias de mi vida en ocasión de amarte y de servir al Reino de Jesucristo. Te ruego que te dignes glorificar a tu Siervo Juan Pablo II, Servus Servorum Dei, y que me concedas por su intercesión el favor que te pido... (pídase).  A Tí, Padre Omnipotente, origen del cosmos y del hombre, por Cristo, el que vive, Señor del tiempo y de la historia, en el Espíritu Santo que santifica el universo, alabanza, honor y gloria ahora y por los siglos de los siglos. Amén.

Padrenuestro, Avemaría, Gloria.

 NUEVO LIBRO DE VISITAS

JUAN PABLO MAGNO

ESCUELA DE ORACIÓN DE JUAN PABLO II

VELADAS DE  ORACIÓN CON JUAN PABLO II



 

 

María es mi Madre!

Bajo su manto me amparo, con sus frutos me alimento, con el Pan Eucarístico que me proporciona.
Ella es mi Madre!
Me arrojo en sus brazos y Ella me estrecha contra su corazón. La escucho y su palabra me instruye. La miro y Su belleza me alumbra.
Ella es mi Madre!
Si estoy débil me sostiene, la invoco y su bondad me atiende. Si enfermo me sana, si muerto por el pecado me da la vida de la gracia.
Ella es mi Madre!
En la lucha me socorre, en la tentación me auxilia, en la angustia me consuela, en el trabajo me sostiene, en la agonía me acompaña.
Ella es mi Madre!
Cuando voy a Jesús, me conduce, cuando llego a sus pies, me presenta. Cuando le pido favores, me protege.
Ella es mi Madre!
Si soy constante en mi súplica, me escucha. Si la visito me atiende. En la vida me guía al cielo y en la muerte recibiré de Sus manos la eterna corona.
Ella es mi Madre!
Que buena es María, que dulce y hermosa es!
Ella es mi Madre!

Nuestra Señora del Santísimo Sacramento.
Ruega por nosotros !

 

Querido/a Suscriptor/a de "El Camino de María"

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Nuestra Señora del Santísimo Sacramento fue el título que San Pedro Julián Eymard dió a Nuestra Señora como Madre y modelo de su nueva congregación. Como solía exponer, La Santísima Madre fue la primera y más perfecta Adoradora de Jesús. Ella adoró a Jesús en Su vientre desde el primer momento de la Concepción, continuó Su adoración durante la vida de su Hijo en la tierra y, después de que Él ascendiera a los cielos, Nuestra Señora siguió adorándole y recibiéndole en la Eucaristía 
 
Solo Dios conoce si la fundación de la "Congregación del Santísimo Sacramento" (1856) por San Pedro Julián Eymard y su consagración a María Santísima bajo la advocación de Nuestra Señora del Santísimo Sacramento fue un profético presagio de la aparición de la Virgen en Fátima el 13 de mayo de 1917. Tras las tres apariciones Nuestra Señora apareció para pedir a los niños que repitieran la siguiente oración con Ella, "Oh Santísima Trinidad, ¡yo os adoro! Mi Dios, ¡yo os adoro en el Santísimo Sacramento!"  . Hubo otras seis apariciones de la Virgen durante los siguientes seis meses, culminando con el Milagro del Sol el 13 de octubre de 1917, presenciado por setenta mil personas.
 
El Corazón Eucarístico de Jesús y el Inmaculado Corazón de María laten como uno solo. San Pedro Julián Eymard escribió acerca de ello:
 
"En la vida de María podrás encontrar el modelo de tu propia  vida. Cuando recibas la Sagrada Comunión, siente en ti las virtudes y los méritos de María, tu Madre, y así conectarás con Su fe y Su devoción. Sé modesto como María, reflejando la modestia con que Ella sirvió a Su Hijo en el Santísimo Sacramento ... Sé puro como María, recordando que Ella estuvo dispuesta a sacrificar incluso la gloria de Su Maternidad Divina ... Sé humilde como María, enteramente abandonada a la Gracia de Dios ... Sé dulce y amoroso como María, la encarnación de la dulzura del Corazón de Jesús... Sé entregado como María, que amó hasta el Calvario... Unicamente así tú llegarás a convertirse en un verdadero adorador, merecedor del Cenáculo, merecedor de Jesús y de María".

Les invitamos a inscribirse gratuitamente en el e-Curso con textos del Siervo de Dios el Papa Juan Pablo II que lleva por título ORACIÓN CON LA MADRE DEL REDENTOR, que hemos terminado de redactar y diseñar el 7 de noviembre de 2005, festividad de MARIA MEDIADORA DE TODAS LAS GRACIAS. Durante 31 días le enviaremos los textos de la Encíclica Redemptoris Mater, para meditar en compañia de María Santísima.

Para inscribirse en este e-Curso deben llenar el formulario con su nombre y su correo electrónico en la siguiente dirección:

http://www.JuanPabloMagno.org/formulario3.htm

También les invitamos a descargar gratuitamente a su computadora el libro digital que lleva por título: EL ESPÍRITU SANTO Y MARIA, que también contiene meditaciones para cada día del Mes de María, desde la siguiente dirección de nuestro sitio Virgo Fidelis

http://virgofidelis.com.ar/paFileDB/pafiledb.php?action=file&id=3

 
Pidamos a Nuestra Señora del Santísimo Sacramento, "...que ha practicado su fe eucarística antes incluso de que ésta fuera instituida, por el hecho mismo de haber ofrecido Su Seno virginal para la Encarnación del Verbo de Dios...", que nos guíe hacia el Santísimo Sacramento  porque tiene una relación profunda con él.
 

CONSAGRACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA

1. “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19, 26).
Mientras se acerca el final de este Año Jubilar,
en el que Tú, Madre, nos has ofrecido de nuevo a Jesús,
el fruto bendito de tu purísimo vientre,
el Verbo hecho carne, el Redentor del mundo,
resuena con especial dulzura para nosotros esta palabra suya
que nos conduce hacia ti, al hacerte Madre nuestra:
“Mujer, ahí tienes a tu hijo”.
Al encomendarte al apóstol Juan,
y con él a los hijos de la Iglesia,
más aún a todos los hombres,
Cristo no atenuaba, sino que confirmaba,
su papel exclusivo como Salvador del mundo.
Tú eres esplendor que no ensombrece la luz de Cristo,
porque vives en Él y para Él.
Todo en Ti es “fiat”: Tú eres la Inmaculada,
eres transparencia y plenitud de gracia.
Aquí estamos, pues, tus hijos, reunidos en torno a Ti
en el alba del nuevo Milenio.
Hoy la Iglesia, con la voz del Sucesor de Pedro,
a la que se unen tantos Pastores
provenientes de todas las partes del mundo,
busca amparo bajo Tu materna protección
e implora confiada Tu intercesión
ante los desafíos ocultos del futuro.

2. Son muchos los que, en este año de gracia,
han vivido y están viviendo
la alegría desbordante de la Misericordia
que el Padre nos ha dado en Cristo.
En las Iglesias particulares esparcidas por el mundo
y, aún más, en este centro del cristianismo,
muchas personas han acogido este don.
Aquí ha vibrado el entusiasmo de los jóvenes,
aquí se ha elevado la súplica de los enfermos.
Por aquí han pasado sacerdotes y religiosos,
artistas y periodistas,
hombres del trabajo y de la ciencia,
niños y adultos,
y todos ellos han reconocido en Tu amado Hijo
al Verbo de Dios, encarnado en Tu seno.
Haz, Madre, con Tu intercesión,
que los frutos de este Año no se disipen,
y que las semillas de gracia se desarrollen
hasta alcanzar plenamente la santidad,
a la que todos estamos llamados.

3. Hoy queremos confiarte el futuro que nos espera,
rogándote que nos acompañes en nuestro camino.
Somos hombres y mujeres de una época extraordinaria,
tan apasionante como rica de contradicciones.
La humanidad posee hoy instrumentos de potencia inaudita.
Puede hacer de este mundo un jardín
o reducirlo a un cúmulo de escombros.
Ha logrado una extraordinaria capacidad de intervenir
en las fuentes mismas de la vida:
Puede usarlas para el bien, dentro del marco de la ley moral,
o ceder al orgullo miope de una ciencia que no acepta límites,
llegando a pisotear el respeto debido a cada ser humano.
Hoy, como nunca en el pasado,
la humanidad está en una encrucijada.
Y, una vez más, la salvación está sólo y enteramente,
Oh Virgen Santa, en Tu Hijo Jesús.

4. Por esto, Madre, como el apóstol Juan,
nosotros queremos acogerte en nuestra casa (cf. Jn 19, 27),
para aprender de Ti a ser como Tu Hijo.
¡“Mujer, aquí tienes a tus hijos”!.
Estamos aquí, ante Ti,
para confiar a tus cuidados maternos
a nosotros mismos, a la Iglesia y al mundo entero.
Ruega por nosotros a Tu querido Hijo,
para que nos dé con abundancia el Espíritu Santo,
el Espíritu de verdad que es fuente de vida.
Acógelo por nosotros y con nosotros,
como en la primera comunidad de Jerusalén,
reunida en torno a Ti el día de Pentecostés (cf. Hch 1, 14).
Qué el Espíritu abra los corazones a la justicia y al amor,
guíe a las personas del mundo hacia una comprensión recíproca
y hacia un firme deseo de paz.
Te encomendamos a todos los hombres,
comenzando por los más débiles:
a los niños que aún no han visto la luz
y a los que han nacido en medio de la pobreza y el sufrimiento;
a los jóvenes en busca de sentido,
a las personas que no tienen trabajo
y a las que padecen hambre o enfermedad.
Te encomendamos a las familias rotas,
a los ancianos que carecen de asistencia
y a cuantos están solos y sin esperanza.

5. Oh Madre, que conoces los sufrimientos
y las esperanzas de la Iglesia y del mundo,
ayuda a tus hijos en las pruebas cotidianas
que la vida reserva a cada uno
y haz que, por el esfuerzo de todos,
las tinieblas no prevalezcan sobre la luz.
A Ti, aurora de la salvación, confiamos
nuestro camino en el nuevo Milenio,
para que bajo Tu guía
todos los hombres descubran a Cristo,
Luz del mundo y único Salvador,
que reina con el Padre y el Espíritu Santo
por los siglos de los siglos. Amén.

 

Esta Consagración fue realizada por el Papa Juan Pablo II, en la Misa de Clausura del Jubileo de los Obispos, a los pies de la imagen de la Virgen de Fátima (8 de octubre de 2000).

 

 

 

Marisa y Eduardo

MAGISTERIO DEL SIERVO DE DIOS JUAN PABLO II 

          

EN LA ESCUELA DE MARÍA, "MUJER "EUCARÍSTICA"

 Ecclesia de Eucharistia, n. 53-58

17 de abril de 2003

"...María ha practicado su fe eucarística antes incluso de que ésta fuera instituida, por el hecho mismo de haber ofrecido Su Seno virginal para la Encarnación del Verbo de Dios..."

MARIA SANTÍSIMA, MUJER EUCARÍSTICA

 

53. Si queremos descubrir en toda su riqueza la relación íntima que une Iglesia y Eucaristía, no podemos olvidar a María, Madre y modelo de la Iglesia. En la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, presentando a la Santísima Virgen como Maestra en la contemplación del Rostro de Cristo, he incluido entre los misterios de la luz también la Institución de la Eucaristía. Efectivamente, María puede guiarnos hacia este Santísimo Sacramento porque tiene una relación profunda con él.

A primera vista, el Evangelio no habla de este tema. En el relato de la institución, la tarde del Jueves Santo, no se menciona a María. Se sabe, sin embargo, que estaba junto con los Apóstoles, «concordes en la oración» (cf. Hch 1, 14), en la primera comunidad reunida después de la Ascensión en espera de Pentecostés. Esta presencia suya no pudo faltar ciertamente en las celebraciones eucarísticas de los fieles de la primera generación cristiana, asiduos «en la fracción del pan» (Hch 2, 42).

Pero, más allá de su participación en el Banquete eucarístico, la relación de María con la Eucaristía se puede delinear indirectamente a partir de su actitud interior. María es «Mujer  Eucarística» con toda su vida. La Iglesia, tomando a María como modelo, ha de imitarla también en su relación con este santísimo Misterio.

54. Mysterium fidei! Puesto que la Eucaristía es misterio de fe, que supera de tal manera nuestro entendimiento que nos obliga al más puro abandono a la palabra de Dios, nadie como María puede ser apoyo y guía en una actitud como ésta. Repetir el gesto de Cristo en la Última Cena, en cumplimiento de su mandato: «¡Haced esto en conmemoración Mía!», se convierte al mismo tiempo en aceptación de la invitación de María a obedecerle sin titubeos: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2, 5). Con la solicitud materna que muestra en las bodas de Caná, María parece decirnos: «no dudéis, fiaros de la Palabra de Mi Hijo. Él, que fue capaz de transformar el agua en vino, es igualmente capaz de hacer del pan y del vino Su Cuerpo y Su Sangre, entregando a los creyentes en este misterio la memoria viva de su Pascua, para hacerse así “pan de vida” ».

55. En cierto sentido, María ha practicado su fe eucarística antes incluso de que ésta fuera instituida, por el hecho mismo de haber ofrecido Su Seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios. La Eucaristía, mientras remite a la Pasión y la Resurrección, está al mismo tiempo en continuidad con la Encarnación. María concibió en la Anunciación al Hijo divino, incluso en la realidad física de su cuerpo y su sangre, anticipando en Sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el Cuerpo y la Sangre del Señor.

Hay, pues, una analogía profunda entre el fiat pronunciado por María a las palabras del Ángel y el amén que cada fiel pronuncia cuando recibe el Cuerpo del Señor. A María se le pidió creer que quien concibió «por obra del Espíritu Santo» era el «Hijo de Dios» (cf. Lc 1, 30.35). En continuidad con la fe de la Virgen, en el Misterio Eucarístico se nos pide creer que el mismo Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, se hace presente con todo su ser humano-divino en las especies del pan y del vino.

«Feliz la que ha creído» (Lc 1, 45): María ha anticipado también en el misterio de la Encarnación la fe eucarística de la Iglesia. Cuando, en la Visitación, lleva en su seno el Verbo hecho carne, se convierte de algún modo en «Tabernáculo» –el primer «Tabernáculo» de la historia– donde el Hijo de Dios, todavía invisible a los ojos de los hombres, se ofrece a la adoración de Isabel, como «irradiando» su luz a través de los ojos y la voz de María. Y la mirada embelesada de María al contemplar el Rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística?

56. María, con toda su vida junto a Cristo y no solamente en el Calvario, hizo suya la dimensión sacrificial de la Eucaristía. Cuando llevó al Niño Jesús al templo de Jerusalén «para presentarle al Señor» (Lc 2, 22), oyó anunciar al anciano Simeón que aquel Niño sería «señal de contradicción» y también que una «espada» traspasaría su propia alma (cf. Lc 2, 34.35). Se preanunciaba así el drama del Hijo crucificado y, en cierto modo, se prefiguraba el «Stabat Mater» de la Virgen al pie de la Cruz. Preparándose día a día para el Calvario, María vive una especie de «Eucaristía anticipada» se podría decir, una «comunión espiritual» de deseo y ofrecimiento, que culminará en la unión con el Hijo en la Pasión y se manifestará después, en el período postpascual, en su participación en la celebración eucarística, presidida por los Apóstoles, como «memorial» de la Pasión.

¿Cómo imaginar los sentimientos de María al escuchar de la boca de Pedro, Juan, Santiago y los otros Apóstoles, las palabras de la Última Cena: «Éste es Mi Cuerpo que es entregado por vosotros» (Lc 22, 19)? Aquel Cuerpo entregado como sacrificio y presente en los signos sacramentales, ¡era el mismo Cuerpo concebido en Su Seno! Recibir la Eucaristía debía significar para María como si acogiera de nuevo en su seno el Corazón que había latido al unísono con el Suyo y revivir lo que había experimentado en primera persona al pie de la Cruz.

57. «Haced esto en recuerdo Mío» (Lc 22, 19). En el «memorial» del Calvario está presente todo lo que Cristo ha llevado a cabo en su Pasión y Muerte. Por tanto, no falta lo que Cristo ha realizado también con su Madre para beneficio nuestro. En efecto, le confía al discípulo predilecto y, en él, le entrega a cada uno de nosotros: «!He aquí a tu hijo¡». Igualmente dice también a todos nosotros: «¡He aquí a tu Madre!» (cf. Jn 19, 26.27).

Vivir en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo implica también recibir continuamente este don. Significa tomar con nosotros –a ejemplo de Juan– a quien una vez nos fue entregada como Madre. Significa asumir, al mismo tiempo, el compromiso de conformarnos a Cristo, aprendiendo de su Madre y dejándonos acompañar por ella. María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía. Por eso, el recuerdo de María en el celebración eucarística es unánime, ya desde la antigüedad, en las Iglesias de Oriente y Occidente.

58. En la Eucaristía, la Iglesia se une plenamente a Cristo y a su sacrificio, haciendo suyo el espíritu de María. Es una verdad que se puede profundizar releyendo el Magnificat en perspectiva eucarística. La Eucaristía, en efecto, como el canto de María, es ante todo alabanza y acción de gracias. Cuando María exclama «Mi alma engrandece al Señor, Mi espíritu exulta en Dios, mi Salvador», lleva a Jesús en su seno. Alaba al Padre «por» Jesús, pero también lo alaba «en» Jesús y «con» Jesús. Esto es precisamente la verdadera «actitud eucarística».

Al mismo tiempo, María rememora las maravillas que Dios ha hecho en la historia de la salvación, según la promesa hecha a nuestros padres (cf. Lc 1, 55), anunciando la que supera a todas ellas, la encarnación redentora. En el Magnificat, en fin, está presente la tensión escatológica de la Eucaristía. Cada vez que el Hijo de Dios se presenta bajo la «pobreza» de las especies sacramentales, pan y vino, se pone en el mundo el germen de la nueva historia, en la que se «derriba del trono a los poderosos» y se «enaltece a los humildes» (cf. Lc 1, 52). María canta el «cielo nuevo» y la «tierra nueva» que se anticipan en la Eucaristía y, en cierto sentido, deja entrever su 'diseño' programático. Puesto que el Magnificat expresa la espiritualidad de María, nada nos ayuda a vivir mejor el Misterio eucarístico que esta espiritualidad. ¡La Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida sea, como la de María, toda ella un magnificat!

 

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