EL CAMINO DE MARÍA

Newsletter 219

TIEMPO PASCUAL

Cuarta Semana

7 al 13 de mayo de 2006

Oh Dios Padre Misericordioso, cuya misericordia es eterna, Tú que reanimas la fe de Tu pueblo con la celebración anual de las fiestas pascuales, aumenta en nosotros los dones de Tu gracia, para que comprendamos mejor la excelencia del Bautismo que nos ha purificado, la grandeza del Espíritu que nos ha reengendrado y el precio de la Sangre que nos ha redimido. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

 

Regina coeli, laetare!  

 

 Reina del Cielo, Aleluya,
Porque el Señor, a quien has merecido llevar en Tu Seno, Aleluya,
Ha resucitado, según predijo, Aleluya.
Ruega al Señor por nosotros, Aleluya. 
Gózate y Alégrate, Virgen María; Aleluya.
Porque ha resucitado Dios verdaderamente; Aleluya. 

 

 

Oracion.

 

Oh Dios que por la Resurrección de Tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, Te has dignado dar la alegría al mundo, Concédenos que por su Madre, la Virgen María, alcancemos el gozo de la vida eterna. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor.  Amén.

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OFICIO DE LA  INMACULADA CONCEPCIÓN

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Carta Encíclica

"DIVES IN MISERICORDIA"

"QUIEN ME VE A MI, VE AL PADRE"

Soy todo tuyo y todas mis cosas Te pertenecen. Te pongo al centro de mi vida. Dame tu Corazón, oh María.

  Soy todo tuyo, María
Madre de nuestro Redentor
Virgen Madre de Dios, Virgen piadosa. Madre del Salvador del mundo. Amen.

NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN

PATRONA DE LA ARGENTINA

8 DE MAYO

La devoción del pueblo argentino a la Virgen de Luján nació en 1630. Ese año a orillas del río Luján ocurrió un prodigioso suceso que obligó a dejar una pequeña imagen de la Santísima Virgen en ese lugar. Allí se levantó una capilla que con el tiempo se convirtió en el monumental y magnífico templo actual, uno de los santuarios más grandes de Sudamérica y se cuenta entre los principales del mundo. Es visitado todo el año por centenares de miles de peregrinos. Numerosos próceres pidieron la protección de la "Virgencita Gaucha" y otros depositaron a sus pies los trofeos conquistados en las batallas de la independencia nacional. El Papa León XIII decretó la Coronación Pontificia de la Imagen, la que se llevó a cabo el 8 de mayo de 1887.

NUESTRA SEÑORA DE FÁTIMA

13 DE MAYO

Este día se celebra la primera de las apariciones de la Virgen María a tres niños, Lucía de 9 años, Francisco de 8, y Jacinta de 6, en Fátima, Portugal. Una sucesión de hechos portentosos convirtieron al lugar en uno de los puntos que atraen mayor número de peregrinaciones del mundo entero.

Oh Dios Padre Misericordioso, que por mediación de Jesucristo, nuestro Redentor, y de su Madre, la Bienaventurada Virgen María, y la acción del Espíritu Santo, concediste a tu Siervo Juan Pablo II, Servus Servorum Dei,  la gracia de ser Pastor ejemplar en el servicio de la Iglesia peregrina, de los hijos e hijas de la Iglesia y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, haz que yo sepa también responder con fidelidad a las exigencias de la vocación cristiana, convirtiendo todos los momentos y circunstancias de mi vida en ocasión de amarte y de servir al Reino de Jesucristo. Te ruego que te dignes glorificar a tu Siervo Juan Pablo II, Servus Servorum Dei, y que me concedas por su intercesión el favor que te pido... (pídase).  A Tí, Padre Omnipotente, origen del cosmos y del hombre, por Cristo, el que vive, Señor del tiempo y de la historia, en el Espíritu Santo que santifica el universo, alabanza, honor y gloria ahora y por los siglos de los siglos. Amén.

Padrenuestro, Avemaría, Gloria.

 NUEVO LIBRO DE VISITAS

JUAN PABLO MAGNO

ESCUELA DE ORACIÓN DE JUAN PABLO II

VELADAS DE  ORACIÓN CON JUAN PABLO II



 

 

LA MISERICORDIA DE DIOS EN LA MISIÓN DE LA IGLESIA

"... Es menester que la Iglesia de nuestro tiempo adquiera conciencia más honda y concreta de la necesidad de dar testimonio de la Misericordia de Dios en toda su misión, siguiendo las huellas de la tradición de la Antigua y Nueva Alianza, en primer lugar del mismo Cristo y de sus Apóstoles. La Iglesia debe dar testimonio de la Misericordia de Dios revelada en Cristo, en toda su misión de Mesías, profesándola principalmente como verdad salvífica de fe necesaria para una vida coherente con la misma fe, tratando después de introducirla y encarnarla en la vida, bien sea de sus fieles, bien sea -en cuanto posible- en la de todos los hombres de buena voluntad. Finalmente, la Iglesia tiene el derecho y el deber de recurrir a la Misericordia de Dios, implorándola frente a todos los fenómenos del mal físico y moral, ante todas las amenazas que pesan sobre el entero horizonte de la vida de la humanidad contemporánea..." (Dives in Misericordia, Capitulo VII. Introducción)

 

 

Querido/a Suscriptor/a de "El Camino de María"

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Durante todo este Tiempo Pascual preside cada una de las ediciones semanales de El Camino de María, dedicadas a meditar sobre la Misericordia de Dios,  la imagen de María, Madre de Misericordia que se encuentra en el célebre Santuario de la Madre de la Misericordia de la ciudad de Wilno en Lituania; sobre la Puerta Oriental. Allí fue expuesta por primera vez a la veneración pública la imagen de la Divina Misericordia, en 1935. 
 
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En "Memoria e identidad" nuestro querido y recordado Juan Pablo II escribió sobre EL MISTERIO DE LA REDENCIÓN COMO LÍMITE DIVINO IMPUESTO AL MAL:

"...La Redención es el límite divino impuesto al mal por la simple razón de que con la Redención  el mal es vencido radicalmente por el Bien, el odio por el Amor, la muerte por la Resurrección.

La contienda entre el bien y el mal en que vive el hombre se ilustra a veces con la figura de la balanza. Usando este símbolo, se puede decir que Dios, ofreciendo el sacrificio de su propio Hijo en la Cruz, ha puesto esta expiación de valor infinito en el platillo del Bien, para que, en definitiva, el Bien pueda prevalecer siempre.

La palabra "Redentor" que en latín se dice "Redemptor", cuya etimología se relaciona con el verbo "redimire" (readquirir), nos acerca a la comprensión de la realidad de la Redención. Con ella se relacionan estrechamente los conceptos de "remisión" y "justificación". Ambos términos pertenecen al lenguaje del Evangelio. Cristo perdonaba los pecados haciendo hincapié en que el Hijo del hombre tiene poder para hacerlo. Cuando le trajeron a un hombre paralítico, lo primero que dijo fue: "Hijo, tus pecados quedan perdonados" (Mc 2, 5); después añadió "Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa" (Mc 2, 11). Así, aunque de modo indirecto, puso de relieve que el pecado es un mal mayor que la parálisis del cuerpo.

Cristo Crucificado es quien justifica al hombre pecador cada vez que éste, apoyándose en la fe en la Redención de Cristo, se arrepiente de sus pecados, se convierte y regresa a Dios. Para ser justificados ante Dios no bastan los esfuerzos humanos. Es necesario que actúe la gracia que proviene del Sacrificio de Cristo. Porque solamente el Sacrificio de Cristo en la Cruz tiene el poder de conceder al hombre la justificación ante Dios.

Por su Resurrección, Cristo "justificó" la obra de la Creación, y especialmente la creación del hombre, en el sentido de que reveló la "medida apropiada" del bien que Dios concibió en la historia humana. Una medida que no es sólo la prevista por Él en la Creación y empañada después por el hombre con el pecado. Es una medida superabundante, en que el designio original se realiza de una manera aún más plena (cf. Gn 3, 14-15). En Cristo, el hombre está llamado a una vida nueva, la vida del hijo en el Hijo, expresión perfecta de la Gloria de Dios: "Gloria Dei vivens homo": la Gloria de Dios es el hombre viviente." (Memoria e Identidad.  Párrafos extractados de los capítulos 4, 5 y 6)

Les invitamos a inscribirse gratuitamente en el e-Curso con textos del Siervo de Dios el Papa Juan Pablo II que lleva por título ORACIÓN CON LA MADRE DEL REDENTOR, que hemos terminado de redactar y diseñar el 7 de noviembre de 2005, festividad de MARIA MEDIADORA DE TODAS LAS GRACIAS. Durante 31 días le enviaremos los textos de la Encíclica Redemptoris Mater, para meditar en compañia de María Santísima.

Para inscribirse en este e-Curso deben llenar el formulario con su nombre y su correo electrónico en la siguiente dirección:

http://www.JuanPabloMagno.org/formulario3.htm

También les invitamos a descargar gratuitamente a su computadora el libro digital que lleva por título: EL ESPÍRITU SANTO Y MARIA, que también contiene meditaciones para cada día del Mes de María, desde la siguiente dirección de nuestro sitio Virgo Fidelis

http://virgofidelis.com.ar/paFileDB/pafiledb.php?action=file&id=3

El contenido de dicho libro digital también lo pueden leer y/o imprimir desde la siguiente dirección de nuestro sitio El Camino de María

http://www.elcaminodemaria.com.ar/Newsletters/pafiledb.php?action=file&id=9

 
Pidamos a María Santísima, en sus advocaciones de Nuestra Señora de Luján y Nuestra Señora de Fátima, cuyas fiestas celebramos esta semana, que nos ayude a todos a caminar "en una vida nueva" y nos haga tomar conciencia que, estando nuestro hombre viejo crucificado con Cristo, debemos considerarnos y comportarnos como hombres nuevos, personas que viven para Dios, en Jesucristo.
 

CONSAGRACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA

1. “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19, 26).
Mientras se acerca el final de este Año Jubilar,
en el que Tú, Madre, nos has ofrecido de nuevo a Jesús,
el fruto bendito de tu purísimo vientre,
el Verbo hecho carne, el Redentor del mundo,
resuena con especial dulzura para nosotros esta palabra suya
que nos conduce hacia ti, al hacerte Madre nuestra:
“Mujer, ahí tienes a tu hijo”.
Al encomendarte al apóstol Juan,
y con él a los hijos de la Iglesia,
más aún a todos los hombres,
Cristo no atenuaba, sino que confirmaba,
su papel exclusivo como Salvador del mundo.
Tú eres esplendor que no ensombrece la luz de Cristo,
porque vives en Él y para Él.
Todo en Ti es “fiat”: Tú eres la Inmaculada,
eres transparencia y plenitud de gracia.
Aquí estamos, pues, tus hijos, reunidos en torno a Ti
en el alba del nuevo Milenio.
Hoy la Iglesia, con la voz del Sucesor de Pedro,
a la que se unen tantos Pastores
provenientes de todas las partes del mundo,
busca amparo bajo Tu materna protección
e implora confiada Tu intercesión
ante los desafíos ocultos del futuro.

2. Son muchos los que, en este año de gracia,
han vivido y están viviendo
la alegría desbordante de la Misericordia
que el Padre nos ha dado en Cristo.

En las Iglesias particulares esparcidas por el mundo
y, aún más, en este centro del cristianismo,
muchas personas han acogido este don.
Aquí ha vibrado el entusiasmo de los jóvenes,
aquí se ha elevado la súplica de los enfermos.
Por aquí han pasado sacerdotes y religiosos,
artistas y periodistas,
hombres del trabajo y de la ciencia,
niños y adultos,
y todos ellos han reconocido en Tu amado Hijo
al Verbo de Dios, encarnado en Tu seno.
Haz, Madre, con Tu intercesión,
que los frutos de este Año no se disipen,
y que las semillas de gracia se desarrollen
hasta alcanzar plenamente la santidad,
a la que todos estamos llamados.

3. Hoy queremos confiarte el futuro que nos espera,
rogándote que nos acompañes en nuestro camino.
Somos hombres y mujeres de una época extraordinaria,
tan apasionante como rica de contradicciones.
La humanidad posee hoy instrumentos de potencia inaudita.
Puede hacer de este mundo un jardín
o reducirlo a un cúmulo de escombros.
Ha logrado una extraordinaria capacidad de intervenir
en las fuentes mismas de la vida:
Puede usarlas para el bien, dentro del marco de la ley moral,
o ceder al orgullo miope de una ciencia que no acepta límites,
llegando a pisotear el respeto debido a cada ser humano.
Hoy, como nunca en el pasado,
la humanidad está en una encrucijada.
Y, una vez más, la salvación está sólo y enteramente,
Oh Virgen Santa, en Tu Hijo Jesús.

4. Por esto, Madre, como el apóstol Juan,
nosotros queremos acogerte en nuestra casa (cf. Jn 19, 27),
para aprender de Ti a ser como Tu Hijo.
¡“Mujer, aquí tienes a tus hijos”!.
Estamos aquí, ante Ti,
para confiar a tus cuidados maternos
a nosotros mismos, a la Iglesia y al mundo entero.
Ruega por nosotros a Tu
querido Hijo,
para que nos dé con abundancia el Espíritu Santo,
el Espíritu de verdad que es fuente de vida.
Acógelo por nosotros y con nosotros,
como en la primera comunidad de Jerusalén,
reunida en torno a Ti el día de Pentecostés (cf. Hch 1, 14).
Qué el Espíritu abra los corazones a la justicia y al amor,
guíe a las personas del mundo hacia una comprensión recíproca
y hacia un firme deseo de paz.
Te encomendamos a todos los hombres,
comenzando por los más débiles:
a los niños que aún no han visto la luz
y a los que han nacido en medio de la pobreza y el sufrimiento;
a los jóvenes en busca de sentido,
a las personas que no tienen trabajo
y a las que padecen hambre o enfermedad.
Te encomendamos a las familias rotas,
a los ancianos que carecen de asistencia
y a cuantos están solos y sin esperanza.

5. Oh Madre, que conoces los sufrimientos
y las esperanzas de la Iglesia y del mundo,
ayuda a tus hijos en las pruebas cotidianas
que la vida reserva a cada uno
y haz que, por el esfuerzo de todos,
las tinieblas no prevalezcan sobre la luz.
A Ti, aurora de la salvación, confiamos
nuestro camino en el nuevo Milenio,
para que bajo Tu guía
todos los hombres descubran a Cristo,
Luz del mundo y único Salvador,
que reina con el Padre y el Espíritu Santo
por los siglos de los siglos. Amén.

 

Esta Consagración fue realizada por el Papa Juan Pablo II, en la Misa de Clausura del Jubileo de los Obispos, a los pies de la imagen de la Virgen de Fátima (8 de octubre de 2000).

 

 

Marisa y Eduardo

MAGISTERIO DEL SIERVO DE DIOS JUAN PABLO II 

          

LA MISERICORDIA DE DIOS REVELADA EN LA CRUZ Y EN LA RESURRECCIÓN

(Dives in Misericordia, Capitulo V. Misterio Pascual)

30 de Noviembre de 1980

 ".Creer en el Hijo crucificado significa «ver al Padre», significa creer que el Amor está presente en el mundo y que este Amor es más fuerte que toda clase de mal, en que el hombre, la humanidad, el mundo están metidos. Creer en ese Amor significa creer en la Misericordia. En efecto, es ésta la dimensión indispensable del amor, es como su segundo nombre y a la vez el modo específico de su revelación y actuación respecto a la realidad del mal presente en el mundo que afecta al hombre y lo asedia, que se insinúa asimismo en su corazón y puede hacerle «perecer en la gehenna»

DIVES IN MISERICORDIA

 

EL MISTERIO PASCUAL

LA MISERICORDIA DE DIOS REVELADA EN LA CRUZ Y EN LA RESURRECCIÓN

El mensaje mesiánico de Cristo y su actividad entre los hombres terminan con la Cruz y la Resurrección. Debemos penetrar hasta lo hondo en este acontecimiento final que, de modo especial en el lenguaje conciliar, es definido mysterium paschale, si queremos expresar profundamente la verdad de la Misericordia, tal como ha sido hondamente revelada en la historia de nuestra salvación. En este punto de nuestras consideraciones, tendremos que acercarnos más aún al contenido de la Encíclica Redemptor Hominis. En efecto, si la realidad de la Redención, en su dimensión humana desvela la grandeza inaudita del hombre, que mereció tener tan gran Redentor,70 al mismo tiempo yo diría que la dimensión divina de la Redención nos permite, en el momento más empírico e «histórico», desvelar la profundidad de aquel Amor que no se echa atrás ante el extraordinario sacrificio del Hijo, para colmar la fidelidad del Creador y Padre respecto a los hombres creados a su imagen y ya desde el «principio» elegidos, en este Hijo, para la gracia y la gloria.

Los acontecimientos del Viernes Santo y, aun antes, la Oración en Getsemaní, introducen en todo el curso de la revelación del Amor y de la Misericordia, en la misión mesiánica de Cristo, un cambio fundamental. Él que «pasó haciendo el bien y sanando»,71 «curando toda clase de dolencias y enfermedades»,72 Él mismo parece merecer ahora la más grande misericordia y apelarse a la misericordia cuando es arrestado, ultrajado, condenado, flagelado, coronado de espinas; cuando es clavado en la Cruz y expira entre terribles tormentos.73 Es entonces cuando merece de modo particular la misericordia de los hombres, a quienes ha hecho el bien, y no la recibe. Incluso aquellos que están más cercanos a Él, no saben protegerlo y arrancarlo de las manos de los opresores. En esta etapa final de la función mesiánica se cumplen en Cristo las palabras pronunciadas por los profetas, sobre todo Isaías, acerca del Siervo de Yahvé: «por Sus Llagas hemos sido curados ».74

Cristo, en cuanto hombre que sufre realmente y de modo terrible en el Huerto de los Olivos y en el Calvario, se dirige al Padre, a aquel Padre, cuyo Amor ha predicado a los hombres, cuya Misericordia ha testimoniado con todas sus obras. Pero no le es ahorrado —precisamente a Él— el tremendo sufrimiento de la muerte en cruz: «a Quien no conoció el pecado, Dios le hizo pecado por nosotros»,75 escribía san Pablo, resumiendo en pocas palabras toda la profundidad del misterio de la Cruz y a la vez la dimensión divina de la realidad de la Redención. Justamente esta Redención es la revelación última y definitiva de la santidad de Dios, que es la plenitud absoluta de la perfección: plenitud de la justicia y del amor, ya que la justicia se funda sobre el amor, mana de él y tiende hacia él. En la Pasión y Muerte de Cristo —en el hecho de que el Padre no perdonó la vida a su Hijo, sino que lo «hizo pecado por nosotros» 76— se expresa la justicia absoluta, porque Cristo sufre la Pasión y la Cruz a causa de los pecados de la humanidad. Esto es incluso una «sobreabundancia» de la justicia, ya que los pecados del hombre son «compensados» por el sacrificio del Hombre-Dios. Sin embargo, tal justicia, que es propiamente justicia  «a medida » de Dios, nace toda ella del amor: del Amor del Padre y del Hijo, y fructifica toda ella en el Amor. Precisamente por esto la justicia divina, revelada en la Cruz de Cristo, es «a medida» de Dios, porque nace del Amor y se completa en el Amor, generando frutos de salvación. La dimensión divina de la Redención no se actúa solamente haciendo justicia del pecado, sino restituyendo al amor su fuerza creadora en el interior del hombre, gracias a la cual él tiene acceso de nuevo a la plenitud de vida y de santidad, que viene de Dios. De este modo la Redención comporta la revelación de la Misericordia en su plenitud

El misterio pascual es el culmen de esta revelación y actuación de la Misericordia, que es capaz de justificar al hombre, de restablecer la justicia en el sentido del orden salvífico querido por Dios desde el principio para el hombre y, mediante el hombre, en el mundo. Cristo que sufre, habla sobre todo al hombre, y no solamente al creyente. También el hombre no creyente podrá descubrir en Él la elocuencia de la solidaridad con la suerte humana, como también la armoniosa plenitud de una dedicación desinteresada a la causa del hombre, a la verdad y al amor. La dimensión divina del misterio pascual llega sin embargo a mayor profundidad aún. La Cruz colocada sobre el Calvario, donde Cristo tiene su último diálogo con el Padre, emerge del núcleo mismo de aquel Amor, del que el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, ha sido gratificado según el eterno designio divino. Dios, tal como Cristo ha revelado, no permanece solamente en estrecha vinculación con el mundo, en cuanto Creador y fuente última de la existencia. El es además Padre: con el hombre, llamado por Él a la existencia en el mundo visible, está unido por un vínculo más profundo aún que el de Creador. Es el Amor, que no sólo crea el bien, sino que hace participar en la vida misma de Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. En efecto el que ama desea darse a sí mismo.

La Cruz de Cristo sobre el Calvario surge en el camino de aquel admirabile commercium, de aquel admirable comunicarse de Dios al hombre en el que está contenida a su vez la llamada dirigida al hombre, a fin de que, donándose a sí mismo a Dios y donando consigo mismo todo el mundo visible, participe en la vida divina, y para que como hijo adoptivo se haga partícipe de la verdad y del amor que está en Dios y proviene de Dios. Justamente en el camino de la elección eterna del hombre a la dignidad de hijo adoptivo de Dios, se alza en la historia la Cruz de Cristo, Hijo unigénito que, en cuanto «Luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero»,77 ha venido para dar el testimonio último de la admirable alianza de Dios con la humanidad, de Dios con el hombre, con todo hombre. Esta alianza tan antigua como el hombre —se remonta al misterio mismo de la creación— restablecida posteriormente en varias ocasiones con un único pueblo elegido, es asimismo la alianza nueva y definitiva, establecida allí, en el Calvario, y no limitada ya a un único pueblo, a Israel, sino abierta a todos y cada uno.

¿Qué nos está diciendo pues la Cruz de Cristo, que es en cierto sentido la última palabra de su mensaje y de su misión mesiánica? Y sin embargo ésta no es aún la última palabra del Dios de la alianza: esa palabra será pronunciada en aquella alborada, cuando las mujeres primero y los Apóstoles después, venidos al Sepulcro de Cristo Crucificado, verán la tumba vacía y proclamarán por vez primera: «Ha resucitado». Ellos lo repetirán a los otros y serán testigos de Cristo Resucitado. No obstante, también en esta glorificación del hijo de Dios sigue estando presente la cruz, la cual —a través de todo el testimonio mesiánico del Hombre-Hijo— que sufrió en ella la muerte, habla y no cesa nunca de decir que Dios-Padre, que es absolutamente fiel a su eterno amor por el hombre, ya que « tanto amó al mundo —por tanto al hombre en el mundo— que le dio a su Hijo unigénito, para que quien crea en Él no muera, sino que tenga la vida eterna».78 Creer en el Hijo crucificado significa «ver al Padre»,79 significa creer que el Amor está presente en el mundo y que este Amor es más fuerte que toda clase de mal, en que el hombre, la humanidad, el mundo están metidos. Creer en ese Amor significa creer en la Misericordia. En efecto, es ésta la dimensión indispensable del Amor, es como su segundo nombre y a la vez el modo específico de su revelación y actuación respecto a la realidad del mal presente en el mundo que afecta al hombre y lo asedia, que se insinúa asimismo en su corazón y puede hacerle «perecer en la gehenna».80

 

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