CORAZÓN DE JESÚS, FUENTE DE TODO CONSUELO

 

 

Meditación  vigésimo-quinto día 

Letanías al Sagrado Corazón de Jesús

 

Las 12 Promesas de Nuestro Señor a los devotos de su Sagrado Corazón

 

 

 

ORACIÓN 

 Oh Dios, que por medio del Corazón de tu Hijo, herido por nuestras culpas, te dignas, en tu Misericordia infinita, darnos los tesoros de tu amor; te pedimos nos concedas que, al presentarte el devoto obsequio de nuestra piedad, le ofrezcamos también el homenaje de una digna satisfacción. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.

 

 

 

CATEQUESIS DEL PAPA JUAN PABLO II

CORAZÓN DE JESÚS, FUENTE DE TODO CONSUELO

Ángelus, 13 de agosto de 1989

CORAZÓN DE JESÚS, FUENTE DE TODO CONSUELO

 
 
Queridos hermanos y hermanas:

1- Dios, Creador del cielo y de la tierra, es también "el Dios de toda consolación" (2 Co 1,3; Rm 15,5). Numerosas páginas del Antiguo Testamento nos muestran a Dios que, en su gran ternura y compasión, consuela a su pueblo en la hora de la aflicción. Para confortar a Jerusalén, destruida y desolada, el Señor envía a sus profetas a llevar un mensaje de consuelo: "Consolad, consolad a mi pueblo... Hablad al corazón de Jerusalén y decidle bien alto que ya ha cumplido su milicia" (Is 40.1-2); y, dirigiéndose a Israel oprimido por el temor de sus enemigos, declara: "Yo, yo soy tu consolador" (Is 51,12); e incluso, comparándose con una madre llena de ternura hacia sus hijos, manifiesta su voluntad de llevar paz, gozo y consuelo a Jerusalén: "Alegraos, Jerusalén, y regocijaos por ella todos los que la amáis... de modo que os hartéis de sus consuelos... Como uno a quien su madre le consuela, así yo os consolaré, y por Jerusalén seréis consolados" (Is 66,10.11.13).

2.En Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, nuestro hermano, el "Dios-que-consuela" se hizo presente entre nosotros. Así lo indicó primeramente el justo Simeón, que tuvo la dicha de acoger entre sus brazos al niño Jesús y de ver en El realizada 9a consolación de Israel"(Lc 2,25). Y, en toda la vida de Cristo, la predicación del Reino fue un ministerio de consolación: anuncio de un alegre mensaje a los pobres, proclamación de libertad a los oprimidos, de curación a los enfermos, de gracia y de salvación a todos (Lc 4,16-211: Is 61,1-2).
Del Corazón de Cristo brotó esta tranquilizadora bienaventuranza: "Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados" (Mt 5,5), así como la tranquilizadora invitación: "Venid a mi todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso" (Mt 11,28).
La consolación que provenía del Corazón de Cristo era participación en el sufrimiento humano, voluntad de mitigar el ansia y aliviar la tristeza, y signo concreto de amistad. En sus palabras y en sus gestos de consolación se unían admirablemente la riqueza del sentimiento y la eficacia de la acción. Cuando, cerca de la puerta de la ciudad de Naím, vio a una viuda que acompañaba al sepulcro a su hijo único. Jesús compartió su dolor: "Tuvo compasión de ella" (Lc 7,13), tocó el féretro, ordenó al joven que se levantara y lo restituyó a su madre (Lc. 7,14-15).

3.El Corazón del Salvador es también, más aún, principalmente "fuente de consuelo" porque Cristo, juntamente con el Padre, dona el Espíritu Consolador: "Yo pediré al Padre y os dará otro Consolador para que esté con vosotros para siempre" (Jn 14,16: 14,25; 16,12): Espíritu de verdad y de paz, de concordia y de suavidad de alivio y de consuelo: Espíritu que brota de la Pascua de Cristo (Jn 19,28-34) y del evento de Pentecostés (Hch 2,1-13).

4.Toda la vida de Cristo fue por ello un continuo ministerio de misericordia y de consolación. La Iglesia, contemplando el Corazón de Cristo y las fuentes de gracia y de consolación que de El manan, ha expresado esta realidad estupenda con la invocación: "Corazón de Cristo, fuente de todo consuelo, ten piedad de nosotros"
Esta invocación es recuerdo de la fuente de la que, a lo largo de los siglos, la Iglesia ha recibido consolación y esperanza en la hora de la prueba y de la persecución; es invitación a buscar en el Corazón de Cristo la consolación verdadero, duradera y eficaz; es advertencia para que, tras haber experimentado la consolación del Señor, nos convirtamos también nosotros en convencidos y conmovidos portadores de ella, haciendo nuestra la experiencia espiritual que hizo decir al Apóstol Pablo: el Señor "nos consuela en toda tribulación nuestra para poder consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios" (2 Co 1,4).

Pidamos a María, Consoladora de los afligidos, que, en los momentos oscuros de tristeza y angustia, nos guíe a Jesús, su Hijo amado, "fuente de todo consuelo".

 

LA EUCARISTÍA EDIFICA A LA IGLESIA

 

Con la comunión eucarística la Iglesia consolida también su unidad como cuerpo de Cristo. San Pablo se refiere a esta eficacia unificadora de la participación en el banquete eucarístico cuando escribe a los Corintios: « Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan » (1 Co 10, 16-17). El comentario de san Juan Crisóstomo es detallado y profundo: « ¿Qué es, en efecto, el pan? Es el cuerpo de Cristo. ¿En qué se transforman los que lo reciben? En cuerpo de Cristo; pero no muchos cuerpos sino un sólo cuerpo. En efecto, como el pan es sólo uno, por más que esté compuesto de muchos granos de trigo y éstos se encuentren en él, aunque no se vean, de tal modo que su diversidad desaparece en virtud de su perfecta fusión; de la misma manera, también nosotros estamos unidos recíprocamente unos a otros y, todos juntos, con Cristo ». La argumentación es terminante: nuestra unión con Cristo, que es don y gracia para cada uno, hace que en Él estemos asociados también a la unidad de su cuerpo que es la Iglesia. La Eucaristía consolida la incorporación a Cristo, establecida en el Bautismo mediante el don del Espíritu (cf. 1 Co 12, 13.27).

La acción conjunta e inseparable del Hijo y del Espíritu Santo, que está en el origen de la Iglesia, de su constitución y de su permanencia, continúa en la Eucaristía. Bien consciente de ello es el autor de la Liturgia de Santiago: en la epíclesis de la anáfora se ruega a Dios Padre que envíe el Espíritu Santo sobre los fieles y sobre los dones, para que el cuerpo y la sangre de Cristo « sirvan a todos los que participan en ellos [...] a la santificación de las almas y los cuerpos ».La Iglesia es reforzada por el divino Paráclito a través la santificación eucarística de los fieles.

(Juan Pablo II, Carta  Encíclica Ecclesia de Eucharistia, Capítulo II, 23)

ORACIÓN 

 Oh Dios Todopoderoso y Eterno, mira el Corazón de tu amantísimo Hijo, las alabanzas y satisfacciones que en nombre de los pecadores te ofrece y concede el perdón a quienes te piden misericordia en el nombre de tu mismo Hijo, Jesucristo, el cual vive y reina contigo por los siglos de los siglos. Amén.

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