EL CAMINO DE MARÍA
Edición 997 - 13 de de mayo de 2016
NUESTRA SEÑORA DE FÁTIMA
Querido/a Suscriptor/a de
"El Camino de María"
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Dedicamos esta edición
especial de "El Camino de
María" a NUESTRA SEÑORA DE
FÁTIMA.
San Juan Pablo II peregrinó
al Santuario de Fátima en
tres oportunidades. La
última visita peregrinación
la realizó el 13 de mayo del
año 2000, cuando beatificó a
Francisco y Jacinta . En
esta edición especial
transcribimos el texto de la
homilía pronunciada en la
Santa Misa de la
beatificación.
Por su parte el Papa emérito
Benedicto XVI hizo su primer
viaje apostólico a Fátima
del 11 al 14 de mayo de
2010, en el X Aniversario de
beatificación de los
Pastorcillos de Fátima.
"Queridos hermanos y
jóvenes amigos, Cristo está
siempre con nosotros y
camina siempre con su
Iglesia, la acompaña y la
protege, como Él nos dijo:
«Yo estoy con vosotros todos
los días, hasta el fin del
mundo» (Mt 28,20). Nunca
dudéis de su presencia.
Buscad siempre al Señor
Jesús, creced en la amistad
con Él, recibidlo en la
comunión. Aprended a
escuchar y conocer su
palabra y a reconocerlo
también en los pobres. Vivid
vuestra existencia con
alegría y entusiasmo,
seguros de su presencia y su
amistad gratuita, generosa,
fiel hasta la muerte de
cruz. Dad testimonio a todos
de la alegría por su
presencia, fuerte y suave,
comenzando por vuestros
coetáneos. Decidles que es
hermoso ser amigo de Jesús y
que vale la pena seguirlo.
Mostrad con vuestro
entusiasmo que, de las
muchas formas de vivir que
el mundo parece ofrecernos
hoy –aparentemente todas del
mismo nivel–, la única en la
que se encuentra el
verdadero sentido de la vida
y, por tanto, la alegría
auténtica y duradera, es
siguiendo a Jesús. Buscad
cada día la protección de
María, Madre del Señor y
espejo de toda santidad.
Ella, la toda Santa, os
ayudará a ser fieles
discípulos de su Hijo
Jesucristo". (Benedicto
XVI - Homilía en la Santa
Misa del 11 de mayo de
2010).
El 13 de mayo de 2013 fue
consagrado a Nuestra Señora
de Fátima el Pontificado del
Papa Francisco para que Ella
lo ayude, lo proteja y guíe;
para que Ella sea su
ejemplo: en la entrega a
Dios, en escuchar con
atención su Palabra, de
disponibilidad a Su
voluntad, de docilidad al
Espíritu Santo y de oración.
EL MENSAJE DE FÁTIMA
ES UNA LLAMADA A LA CONVERSIÓN
HOMILÍA
DE SAN JUAN PABLO II EN LA SANTA MISA
DE BEATIFICACIÓN DE FRANCISCO Y JACINTA
1. "Yo te
bendigo, Padre, (...) porque has ocultado estas cosas a
los sabios e inteligentes, y se las has revelado a los
pequeños" (Mt 11, 25).
Con estas palabras, amados hermanos y hermanas, Jesús
alaba los designios del Padre Celestial; sabe que nadie
puede ir a Él si el Padre no lo atrae (cf. Jn 6,
44), por eso alaba este designio y lo acepta
filialmente: "Sí, Padre, pues tal ha sido
Tu
beneplácito" (Mt 11, 26). Has querido abrir el
Reino a los pequeños.
Por designio divino, "Una Mujer vestida del sol" (Ap
12, 1) vino del Cielo a esta tierra en búsqueda de los
pequeños privilegiados del Padre. Les habla con voz y
Corazón de Madre: los invita a ofrecerse como víctimas
de reparación, mostrándose dispuesta a guiarlos con
seguridad hasta Dios. Entonces, de sus manos maternas
salió una Luz que los penetró íntimamente, y se
sintieron sumergidos en Dios, como cuando una persona
-explican ellos- se contempla en un espejo.
Más tarde, Francisco, uno de los tres privilegiados,
explicaba: "Estábamos ardiendo en esa Luz que es Dios y
no nos quemábamos. ¿Cómo es Dios? No se puede decir.
Esto sí que la gente no puede decirlo". Dios: una
Luz
que arde, pero no quema. Moisés tuvo esa misma sensación
cuando vio a Dios en la zarza ardiente; allí oyó a Dios
hablar, preocupado por la esclavitud de su pueblo y
decidido a liberarlo por medio de él: "Yo estaré
contigo" (cf. Ex 3, 2-12). Cuantos acogen esta
presencia se convierten en morada y, por consiguiente,
en "zarza ardiente" del Altísimo.
2. Lo que más impresionaba y absorbía al beato
Francisco era Dios en esa luz inmensa que había
penetrado en lo más íntimo de los tres. Además sólo a él
Dios se dio a conocer "muy triste", como decía. Una
noche, su padre lo oyó sollozar y le preguntó por qué
lloraba; el hijo le respondió: "Pensaba en Jesús, que
está muy triste a causa de los pecados que se
cometen contra Él". Vive movido por el único deseo
-que expresa muy bien el modo de pensar de los niños- de
"consolar y dar alegría a Jesús".
En su vida se produce una transformación que podríamos
llamar radical; una transformación ciertamente no común
en los niños de su edad. Se entrega a una vida
espiritual intensa, que se traduce en una oración asidua
y ferviente y llega a una verdadera forma de unión
mística con el Señor. Esto mismo lo lleva a una
progresiva purificación del espíritu, a través de la
renuncia a los propios gustos e incluso a los juegos
inocentes de los niños.
Soportó los grandes sufrimientos de la enfermedad que lo
llevó a la muerte, sin quejarse nunca. Todo le parecía
poco para consolar a Jesús; murió con una sonrisa en los
labios. En el pequeño Francisco era grande el deseo de
reparar las ofensas de los pecadores, esforzándose por
ser bueno y ofreciendo sacrificios y oraciones. Y
Jacinta, su hermana, casi dos años menor que él, vivía
animada por los mismos sentimientos.
3. "Y apareció otra señal en el Cielo: un gran
Dragón" (Ap 12, 3).
Estas palabras de la primera lectura de la Misa nos
hacen pensar en la gran lucha que se libra entre el Bien
y el mal, pudiendo constatar cómo el hombre, al alejarse
de Dios, no puede hallar la felicidad, sino que acaba
por destruirse a sí mismo.
¡Cuántas víctimas durante el último siglo del segundo
milenio! Vienen a la memoria los horrores de las dos
guerras mundiales y de otras muchas en diversas partes
del mundo, los campos de concentración y exterminio, los
gulag, las limpiezas étnicas y las persecuciones,
el terrorismo, los secuestros de personas, la droga y
los atentados contra los hijos por nacer y contra la
familia.
El mensaje de Fátima es una llamada a la conversión,
alertando a la humanidad para que no siga el juego del
"dragón", que, con su "cola", arrastró un tercio de las
estrellas del Cielo y las precipitó sobre la tierra (cf.
Ap 12, 4). La meta última del hombre es el Cielo,
su verdadera Casa, donde el Padre Celestial, con su Amor
Misericordioso, espera a todos.
Dios quiere que nadie se pierda; por eso, hace dos mil
años, envió a la tierra a su Hijo, "a buscar y salvar lo
que estaba perdido" (Lc 19, 10). Él nos ha
salvado con su Muerte en la Cruz; ¡que nadie haga vana
esa Cruz! Jesús murió y resucitó para ser "el
primogénito entre muchos hermanos" (Rm 8, 29).
Con su solicitud materna, la Santísima Virgen vino aquí,
a Fátima, a pedir a los hombres que "no ofendieran más a
Dios, nuestro Señor, que ya ha sido muy ofendido". Su
Dolor de Madre la impulsa a hablar; está en juego el
destino de sus hijos. Por eso pedía a los pastorcitos:
"Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los
pecadores, pues muchas almas van al infierno porque no
hay quien se sacrifique y pida por ellas".
4. La pequeña Jacinta sintió y vivió como suya
esta aflicción de la Virgen, ofreciéndose heroicamente
como víctima por los pecadores. Un día -cuando tanto
ella como Francisco ya habían contraído la enfermedad
que los obligaba a estar en cama- la Virgen María fue a
visitarlos a su casa, como cuenta la pequeña: "Nuestra
Señora vino a vernos, y dijo que muy pronto volvería a
buscar a Francisco para llevarlo al Cielo. Y a mí me
preguntó si aún quería convertir a más pecadores. Le
dije que sí". Y, al acercarse el momento de la muerte de
Francisco, Jacinta le recomienda: "Da muchos saludos de
mi parte a nuestro Señor y a nuestra Señora, y diles que
estoy dispuesta a sufrir todo lo que quieran con tal de
convertir a los pecadores". Jacinta se había quedado tan
impresionada con la visión del infierno, durante la
aparición del 13 de julio, que todas las mortificaciones
y penitencias le parecían pocas con tal de salvar a los
pecadores.
Jacinta bien podía exclamar con San Pablo: "Ahora me
alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y
completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de
Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col
1, 24). El Domingo pasado, en el Coliseo de Roma,
conmemoramos a numerosos testigos de la fe del siglo XX,
recordando las tribulaciones que sufrieron, mediante
algunos significativos testimonios que nos han dejado.
Una multitud incalculable de valientes testigos de la fe
nos ha legado una herencia valiosa, que debe permanecer
viva en el tercer milenio. Aquí, en Fátima, donde se
anunciaron estos tiempos de tribulación y nuestra Señora
pidió oración y penitencia para abreviarlos, quiero hoy
dar gracias al cielo por la fuerza del testimonio que se
manifestó en todas esas vidas. Y deseo, una vez más,
celebrar la bondad que el Señor tuvo conmigo, cuando,
herido gravemente aquel 13 de mayo de 1981, fui salvado
de la muerte. Expreso mi gratitud también a la beata
Jacinta por los sacrificios y oraciones que ofreció por
el Santo Padre, a quien había visto en gran sufrimiento.
5. "Yo te bendigo, Padre, porque has revelado estas
verdades a los pequeños". La alabanza de Jesús reviste
hoy la forma solemne de la beatificación de los
pastorcitos Francisco y Jacinta. Con este rito, la
Iglesia quiere poner en el candelero estas dos velas que
Dios encendió para iluminar a la humanidad en sus horas
sombrías e inquietas. Quiera Dios que brillen sobre el
camino de esta multitud inmensa de peregrinos y de
cuantos nos acompañan a través de la radio y la
televisión.
Que sean una luz amiga para iluminar a todo Portugal y,
de modo especial, a esta diócesis de Leiría-Fátima.
6. Mis últimas palabras son para los niños: queridos
niños y niñas, veo que muchos de vosotros estáis
vestidos como Francisco y Jacinta. ¡Estáis muy bien!
Pero luego, o mañana, dejaréis esos vestidos y... los
pastorcitos desaparecerán. ¿No os parece que no deberían
desaparecer? La Virgen tiene mucha necesidad de todos
vosotros para consolar a Jesús, triste por los pecados
que se cometen; tiene necesidad de vuestras oraciones y
sacrificios por los pecadores.
Pedid a vuestros padres y educadores que os inscriban a
la "Escuela de Nuestra Señora", para que os enseñe a ser
como los pastorcitos, que procuraban hacer todo lo que
ella les pedía. Os digo que "se avanza más en poco
tiempo de sumisión y dependencia de María, que en años
enteros de iniciativas personales, apoyándose sólo en sí
mismos" (San Luis María Grignion de Montfort, Tratado
sobre la verdadera devoción a la Santísima Virgen,
n. 155). Fue así como los pastorcitos rápidamente
alcanzaron la santidad. Una mujer que acogió a Jacinta
en Lisboa, al oír algunos consejos muy buenos y
acertados que daba la pequeña, le preguntó quién se los
había enseñado: "Fue Nuestra Señora", le respondió.
Jacinta y Francisco, entregándose con total generosidad
a la dirección de tan buena Maestra, alcanzaron en poco
tiempo las cumbres de la perfección.
7. "Yo te bendigo, Padre, porque has ocultado estas
cosas a los sabios e inteligentes, y se las has revelado
a los pequeños".
Yo te bendigo, Padre, por todos tus pequeños, comenzando
por la Virgen María, tu humilde sierva, hasta los
pastorcitos Francisco y Jacinta.
Que el mensaje de su vida permanezca siempre vivo para
iluminar el camino de la humanidad.
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