Oh María
Estrella del Mar y Flor del Carmelo!
En las dificultades: ayúdame.
De los enemigos del alma: sálvame.
En mis desaciertos: ilumíname.
En mis dudas y penas: confórtame.
En mis enfermedades: fortaléceme.
Cuando me desprecien: anímame.
En las tentaciones: defiéndeme.
En horas difíciles: consuélame.
Con tu Corazón maternal: ámame.
Con tu inmenso poder: protégeme.
Virgen del Carmen, ruega por nosotros. Amen.
3 Avemarías
EL CAMINO DE MARÍA
Edición 928 -
16 de Julio de 2015
NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN
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Querido/a Suscriptor/a de "El Camino de María"
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El 16 de
julio celebramos la memoria de Nuestra Señora del
Carmen, tan querida a la piedad del pueblo cristiano
en todo el mundo, y vinculada de modo especial a la vida
de la gran familia religiosa carmelita.
En la historia de la
piedad mariana aparece la devoción a diversos
escapularios, entre los que destaca el Escapulario de
la Virgen del Carmen. Su difusión es verdaderamente
universal y sin duda se le aplican las palabras
conciliares sobre las prácticas y ejercicios de piedad
recomendados a lo largo de los siglos por el Magisterio.
El Escapulario del Carmen es una forma reducida
del hábito religioso de la Orden de Hermanos de la
Bienaventurada Virgen del Monte Carmelo: se ha
convertido en una devoción muy extendida e incluso más
allá de la vinculación a la vida y espiritualidad de la
familia carmelitana, el Escapulario conserva una especie
de sintonía con la misma.
El Escapulario del Carmen es un signo exterior de
la relación especial, filial y confiada, que se
establece entre la Virgen, Reina y Madre del Carmelo, y
los devotos que se confían a Ella con total entrega y
recurren con toda confianza a su intercesión maternal;
recuerda la primacía de la vida espiritual y la
necesidad de la oración.
El Escapulario se impone con un rito particular de la
Iglesia, en el que se declara que "recuerda el
propósito bautismal de revestirse de Cristo, con la
ayuda de la Virgen Madre, solícita de nuestra
conformación con el Verbo hecho hombre, para alabanza de
la Trinidad, para que llevando el vestido nupcial,
lleguemos a la patria del Cielo".
La imposición del Escapulario del Carmen, como la de
otros escapularios, "se debe reconducir a la seriedad
de sus orígenes: no debe ser un acto más o menos
improvisado, sino el momento final de una cuidadosa
preparación, en la que el fiel se hace consciente de la
naturaleza y de los objetivos de la asociación a la que
se adhiere y de los compromisos de vida que asume".
El Monte Carmelo, cuya
hermosura ensalza la Biblia (ls. 35, 2), ha sido de
siempre un monte sagrado. En el siglo IX A.C., Elías lo
convirtió en el refugio de la fidelidad al Dios único y
en el lugar de los encuentros entre el Señor y su pueblo
(1 R 18, 39). El recuerdo del Profeta «abrasado de
celo por el Dios vivo» había de perpetuarse en el
Carmelo.
El Monte Carmelo, que domina la llanura de Galilea, está
cerca de Nazaret, en donde vivió María Santísima
"conservando todo en su Corazón". De ahí que la
Orden del Carmelo haya querido desde sus orígenes
ponerse bajo el patrocinio de la Madre, la Madre del
Redentor. En el siglo XVI, los dos doctores y
reformadores de la Orden -Santa Teresa de Ávila y San
Juan de la Cruz- convertirían al Monte Carmelo en el
símbolo de aquello que San Buenaventura llamaba
«itinerario hacia Dios».
La Novena a Nuestra Señora Virgen del
Carmen que recomendamos desde El Camino de María
la puede leer y/o imprimir en el siguiente
sitio:
http://www.devocionario.com/maria/carmen_1.html
Triduos, septenarios,
novenas, pueden constituir una ocasión propicia no
sólo para realizar ejercicios de piedad en honor de
la Virgen, sino también pueden servir para presentar
a los fieles una visión adecuada del lugar que ocupa
en el misterio de Cristo y de la Iglesia, y la
función que desempeña.
Triduos, septenarios y novenas, sirven para preparar
verdaderamente la celebración de la fiesta, si los
fieles nos sentimos movidos a acercarnos a los
sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía y a
renovar nuestro compromiso cristiano a ejemplo de
María, la primera y más perfecta discípula de
Cristo.
MENSAJE DE SAN JUAN PABLO II
MENSAJE
A LA ORDEN DEL CARMEN CON MOTIVO DE LA
DEDICACIÓN DEL AÑO 2001 A MARÍA SANTÍSIMA
25 de marzo de 2001
Amadísimos hermanos y hermanas:
1.El providencial acontecimiento de
gracia, que fue para la Iglesia el Año jubilar, la induce a
mirar con confianza y esperanza el camino recién emprendido
en el nuevo milenio. "Nuestro paso, al principio de
este nuevo siglo debe hacerse más ágil. (...) En este camino
nos acompaña la Santísima Virgen, a la que (...) he
consagrado el tercer milenio" (Novo millennio
ineunten. 58).
Por eso, con profunda alegría he sabido que la Orden del
Carmen, en sus dos ramas, antigua y reformada, quiere
expresar su amor filial a su Patrona consagrándole el año
2001 a Ella, invocada como Flor del Carmelo, Madre y Guía en
el camino de la santidad. Al respecto, no puedo menos de
subrayar una feliz coincidencia: la celebración de este Año
Mariano para todo el Carmelo tiene lugar, según cuanto
transmite una venerable tradición de la Orden misma, en el
750° aniversario de la entrega del Escapulario. Es,
pues, una celebración que constituye para toda la familia
carmelitana una magnífica ocasión no sólo para profundizar
su espiritualidad mariana, sino también para vivirla cada
vez más a la luz del lugar que la Virgen Madre de Dios y de
los hombres ocupa en el misterio de Cristo y de la Iglesia
y, por tanto, para seguirla a Ella que es la "Estrella
de la evangelización" (cf. ib.).
2.Las diversas generaciones del Carmelo, desde su origen
hasta hoy, en su itinerario hacia el "Monte de la
salvación, Jesucristo nuestro Señor" (Misal romano,
oración colecta de la misa en honor de la Virgen del Carmen,
16 de julio), han tratado de modelar su vida según el
ejemplo de María.
Por eso en el Carmelo, y en toda alma impulsada por un
tierno afecto hacia la Virgen y Madre Santísima, florece la
contemplación de Aquella que, desde el principio, supo estar
abierta a la escucha de la Palabra de Dios y acatar su
Voluntad (cf. Lc 2, 19. 51). En efecto, María,
educada y modelada por el Espíritu (cf. Lc 2,
44-50), fue capaz de leer en la fe su propia historia (cf.
Lc 1, 46-55) y, dócil a las inspiraciones divinas,
"avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la
unión con su Hijo hasta la Cruz. Allí, por Voluntad de Dios,
estuvo de pie (cf. Jn 19, 25), sufrió intensamente con su
Hijo y se unió a su sacrificio con Corazón de Madre" (Lumen
gentium, 58).
3.La contemplación de la Virgen nos la presenta mientras,
como Madre solícita, ve crecer a su Hijo en Nazaret (cf.
Lc 2, 40. 52), lo sigue por los caminos de Palestina, lo
asiste en las bodas de Caná (cf. Jn 2, 5) y, al pie
de la Cruz, se convierte en la Madre unida a su ofrenda y
donada a todos los hombres en la entrega que el mismo Jesús
hace de Ella a su discípulo predilecto (cf. Jn 19,
26). Como Madre de la Iglesia, la Virgen Santísima está
unida a los discípulos y "persevera en la oración"
(cf. Hch 1, 14), y, como Mujer nueva que anticipa en
Sí lo que se realizará un día para todos nosotros en la
fruición plena de la vida trinitaria, es elevada al Cielo,
desde donde extiende el manto de protección de su
misericordia sobre sus hijos peregrinos hacia el monte santo
de la gloria.
Esa actitud contemplativa de la mente y del corazón lleva a
admirar la experiencia de fe y de amor de la Virgen, que ya
vive en sí cuanto todo fiel desea y espera realizar en el
misterio de Cristo y de la Iglesia (cf. Sacrosanctum
Concilium, 103; Lumen gentium, 53). Por este
motivo, los carmelitas, tanto la rama masculina como la
femenina, con razón han elegido a María como su Patrona y
Madre espiritual, y ante los ojos del corazón la tienen
siempre presente a Ella, la Virgen purísima que guía a todos
al conocimiento perfecto y a la imitación de Cristo.
Florece así una intimidad de relaciones espirituales que
incrementan cada vez más la comunión con Cristo y con María.
Para los miembros de la familia carmelitana María, la Virgen
Madre de Dios y de los hombres, no sólo es un modelo
a imitar, sino también una dulce presencia de Madre y
Hermana en la que se puede confiar. Con razón Santa Teresa
de Jesús exhortaba: "Imitad a María y considerad qué tal
debe ser la grandeza de esta Señora y el bien de tenerla por
Patrona" (Castillo interior, III, 1, 3).
4.Esta intensa vida mariana, que se manifiesta en una
oración confiada, en una alabanza entusiasta y en una
imitación diligente, lleva a comprender que la forma más
auténtica de devoción a la Virgen Santísima, expresada
mediante el humilde signo del escapulario, es la
consagración a su Corazón Inmaculado (cf. Pío XII,
Neminem profecto latet, 11 de febrero de 1950: AAS 42
[1950], 390-391; Lumen gentium, 67). En el corazón se
realizan así una comunión y una familiaridad cada vez
mayores con la Virgen Santísima, "como "nueva manera" de
vivir para Dios y continuar aquí en la tierra el amor del
Hijo Jesús a su madre María" (Meditación mariana a la
hora del Ángelus, 24 de julio de 1988, n. 2). Como
dijo el beato mártir carmelita Tito Brandsma, se establece
así una profunda sintonía con María, la Theotókos,
transmitiendo como Ella la vida divina: "También a
nosotros el Señor nos envía su ángel. (...) También nosotros
debemos recibir a Dios en nuestro corazón, llevarlo dentro
de nuestro corazón, alimentarlo y hacer que crezca en
nosotros, de modo que nazca de nosotros y viva con nosotros
como el Dios-con-nosotros, el Emmanuel" (De la
relación del beato Tito Brandsma en el Congreso mariológico
de Tongerloo, agosto de 1936).
Este rico patrimonio mariano del Carmelo se ha convertido
con el tiempo, mediante la difusión de la devoción del Santo
Escapulario, en un tesoro para toda la Iglesia. Por su
sencillez, por su valor antropológico y por su relación con
el papel que desempeña María con respecto a la Iglesia y a
la humanidad, el pueblo de Dios ha acogido profunda y
ampliamente esta devoción, hasta el punto de encontrar
expresión en la memoria del 16 de julio, presente en el
calendario litúrgico de la Iglesia universal.
5.Con el signo del escapulario se manifiesta una síntesis
eficaz de espiritualidad mariana, que alimenta la devoción
de los creyentes, haciéndolos sensibles a la presencia
amorosa de la Virgen Madre en su vida. El Escapulario es
esencialmente un "hábito". Quien lo recibe se une o se
asocia, en un grado más o menos íntimo, a la Orden del
Carmen, dedicada al servicio de la Virgen para el bien de
toda la Iglesia (cf. Fórmula de la imposición del
escapulario, en el "Rito de la bendición e imposición
del escapulario", aprobado por la Congregación para el culto
divino y la disciplina de los sacramentos, 5 de enero de
1996). Por tanto, quien se reviste del escapulario se
introduce en la tierra del Carmelo, para "comer sus
frutos y sus productos" (cf. Jr 2, 7), y
experimenta la presencia dulce y materna de María en su
compromiso diario de revestirse interiormente de Jesucristo
y de manifestarlo vivo en sí para el bien de la Iglesia y de
toda la humanidad (cf. Fórmula de la imposición del
escapulario).
Así pues, son dos las verdades evocadas en el signo del
Escapulario:
-por una parte, la protección
continua de la Virgen Santísima, no sólo a lo largo del
camino de la vida, sino también en el momento del paso hacia
la plenitud de la gloria eterna;
-y por otra, la certeza de que la
devoción a Ella no puede limitarse a oraciones y homenajes
en su honor en algunas circunstancias, sino que debe
constituir un "hábito", es decir, una orientación
permanente de la conducta cristiana, impregnada de oración y
de vida interior, mediante la práctica frecuente de los
sacramentos y la práctica concreta de las obras de
misericordia espirituales y corporales. De este modo, el
Escapulario se convierte en signo de "alianza" y de comunión
recíproca entre María y los fieles, pues traduce de
manera concreta la entrega que en la Cruz Jesús hizo de su
Madre a Juan, y en él a todos nosotros, y la entrega del
apóstol predilecto y de nosotros a Ella, constituida nuestra
Madre espiritual.
6.Un espléndido ejemplo de esta espiritualidad mariana, que
modela interiormente a las personas y las configura a
Cristo, primogénito entre muchos hermanos, son los
testimonios de santidad y sabiduría de tantos santos y
santas del Carmelo, todos crecidos a la sombra y bajo la
tutela de la Madre.
También yo llevo sobre mi corazón, desde hace mucho
tiempo, el Escapulario del Carmen. Por el amor que
siento hacia nuestra Madre Celestial común, cuya protección
experimento continuamente, deseo que este año mariano ayude
a todos los religiosos y las religiosas del Carmelo y a los
piadosos fieles que la veneran filialmente a acrecentar su
amor y a irradiar en el mundo la presencia de esta Mujer del
silencio y de la oración, invocada como Madre de la
misericordia, Madre de la esperanza y de la Gracia.
Con estos deseos, imparto de buen grado la bendición
apostólica a todos los frailes, las monjas, las religiosas,
los laicos y las laicas que tanto se esfuerzan por difundir
entre el pueblo de Dios la verdadera devoción a María,
Estrella del mar y Flor del Carmelo.
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