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Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorando vuestro auxilio, haya sido desamparado. Animado por esta confianza, a Vos acudo, oh Madre, Virgen de las vírgenes, y gimiendo bajo el peso de mis pecados me atrevo a comparecer ante Vos. Oh Madre de Dios, no desechéis mis súplicas, antes bien, escuchadlas y acogedlas benignamente. Amén.


EL CAMINO DE MARÍA

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MES CONSAGRADO A  MARÍA SANTÍSIMA

EN LOS PAÍSES DEL HEMISFERIO SUR

 

NOVENA A LA INMACULADA - VIII -

PRESENCIA DE MARÍA

EN EL ORIGEN DE LA IGLESIA

Edición 880 - 7 de Diciembre de 2014


 
1. Después de haberme dedicado en las anteriores catequesis a profundizar la identidad y la misión de la Iglesia, siento ahora la necesidad de dirigir la mirada hacia la Santísima Virgen, que vivió perfectamente la santidad y constituye su modelo.

Es lo mismo que hicieron los padres del Concilio Vaticano II: después de haber expuesto la doctrina sobre la realidad histórico-salvífica del pueblo de Dios, quisieron completarla con la ilustración del papel de María en la obra de la salvación. En efecto, el capítulo VIII de la constitución conciliar Lumen gentium tiene como finalidad no sólo subrayar el valor eclesiológico de la doctrina mariana, sino también iluminar la contribución que la figura de la Santísima Virgen ofrece a la comprensión del misterio de la Iglesia.
 
2. Antes de exponer el itinerario mariano del Concilio, deseo dirigir una mirada contemplativa a María, tal como, en el origen de la Iglesia, la describen los Hechos de los Apóstoles. San Lucas, al comienzo de este escrito neotestamentario que presenta la vida de la primera comunidad cristiana, después de haber recordado uno por uno los nombres de los Apóstoles (Hch 1,13), afirma: «Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la Madre de Jesús, y de sus hermanos» (Hch 1,14).
En este cuadro destaca la persona de María, la única a quien se recuerda con su propio nombre, además de los Apóstoles. Ella representa un rostro de la Iglesia diferente y complementario con respecto al ministerial o jerárquico.
 
3. En efecto, la frase de Lucas se refiere a la presencia, en el cenáculo, de algunas mujeres, manifestando así la importancia de la contribución femenina en la vida de la Iglesia, ya desde los primeros tiempos. Esta presencia se pone en relación directa con la perseverancia de la comunidad en la oración y con la concordia. Estos rasgos expresan perfectamente dos aspectos fundamentales de la contribución específica de las mujeres a la vida eclesial. Los hombres, más propensos a la actividad externa, necesitan la ayuda de las mujeres para volver a las relaciones personales y progresar en la unión de los corazones.

«Bendita tú entre las mujeres» (Lc 1,42), María cumple de modo eminente esta misión femenina. ¿Quién, mejor que María, impulsa en todos los creyentes la perseverancia en la oración? ¿Quién promueve, mejor que Ella, la concordia y el amor?

Reconociendo la misión pastoral que Jesús había confiado a los Once, las mujeres del Cenáculo, con María en medio de ellas, se unen a su oración y, al mismo tiempo, testimonian la presencia en la Iglesia de personas que, aunque no hayan recibido esa misión, son igualmente miembros, con pleno título, de la comunidad congregada en la fe en Cristo.
 
4. La presencia de María en la comunidad, que orando espera la efusión del Espíritu (ver Hch 1,14), evoca el papel que desempeñó en la Encarnación del Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo (ver Lc 1,35). El papel de la Virgen en esa fase inicial y el que desempeña ahora, en la manifestación de la Iglesia en Pentecostés, están íntimamente vinculados.

La presencia de María en los primeros momentos de vida de la Iglesia contrasta de modo singular con la participación bastante discreta que tuvo antes, durante la vida pública de Jesús. Cuando el Hijo comienza su misión, María permanece en Nazaret, aunque esa separación no excluye algunos contactos significativos, como en Caná, y, sobre todo, no le impide participar en el sacrificio del Calvario.

Por el contrario, en la primera comunidad el papel de María cobra notable importancia. Después de la Ascensión, y en espera de Pentecostés, la Madre de Jesús está presente personalmente en los primeros pasos de la obra comenzada por el Hijo.
 
5. Los Hechos de los Apóstoles ponen de relieve, que María se encontraba en el cenáculo «con los hermanos de Jesús» (Hch 1,14), es decir, con sus parientes, como ha interpretado siempre la tradición eclesial. No se trata de una reunión de familia, sino del hecho de que, bajo la guía de María, la familia natural de Jesús pasó a formar parte de la familia espiritual de Cristo: «Quien cumpla la Voluntad de Dios, -había dicho Jesús-, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3,34).

En esa misma circunstancia, Lucas define explícitamente a María «la Madre de Jesús» (Hch 1,14), como queriendo sugerir que algo de la presencia de su Hijo elevado al cielo permanece en la presencia de la madre. Ella recuerda a los discípulos el rostro de Jesús y es, con su presencia en medio de la comunidad, el signo de la fidelidad de la Iglesia a Cristo Señor.

El título de Madre de Jesús, en este contexto, anuncia la actitud de diligente cercanía con la que la Virgen seguirá la vida de la Iglesia. María le abrirá su corazón para manifestarle las maravillas que Dios omnipotente y misericordioso obró en Ella.

Ya desde el principio María desempeña su papel de Madre de la Iglesia: su acción favorece la comprensión entre los Apóstoles, a quienes Lucas presenta con un mismo espíritu y muy lejanos de las disputas que a veces habían surgido entre ellos.

Por último, María ejerce su maternidad con respecto a la comunidad de creyentes no sólo orando para obtener a la Iglesia los dones del Espíritu Santo, necesarios para su formación y su futuro, sino también educando a los discípulos del Señor en la comunión constante con Dios.

Así, se convierte en educadora del pueblo cristiano en la oración y en el encuentro con Dios, elemento central e indispensable para que la obra de los pastores y los fieles tenga siempre en el Señor su comienzo y su motivación profunda.
 
6. Estas breves consideraciones muestran claramente que la relación entre María y la Iglesia constituye una relación fascinante entre dos madres. Ese hecho nos revela nítidamente la misión materna de María y compromete a la Iglesia a buscar siempre su verdadera identidad en la contemplación del Rostro de la Theotókos.
 

SAN JUAN PABLO II

Audiencia General. 6 de septiembre de 1995

 

Concilio Vaticano II

 

LUMEN GENTIUM, 68

 

"Entre tanto, la Madre de Jesús, de la misma manera que ya glorificada en los cielos en cuerpo y alma es la imagen y principio de la Iglesia que ha de ser consumada en el futuro siglo, así en esta tierra, hasta que llegue el día del Señor (cf., 2 Pe 3,10), antecede con su luz al Pueblo de Dios peregrinante como signo de esperanza y de consuelo.(Lumen Gentium, 68)

MARÍA, HIJA DE DIOS PADRE,

MADRE DE DIOS HIJO,

ESPOSA DEL ESPÍRITU SANTO,

MORADA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

 

Te saludamos, Hija de Dios Padre.
Te saludamos, Madre del Hijo de Dios.
Te saludamos, Esposa del Espíritu Santo.
Te saludamos, morada de la Santísima Trinidad
.
Con este saludo nos presentamos ante Ti,
en el día de tu fiesta,
con confianza filial,
y venimos, como ya es tradición,
al pie de esta histórica columna,
a la cita anual en la plaza de España.
Desde aquí tú, amada y venerada Madre de todos,
velas sobre la ciudad de Roma.

Permanece con nosotros, Madre inmaculada,
en el centro de nuestra preparación
para el gran jubileo del año 2000.
Vela, te pedimos, de modo particular sobre el triduo,
formado por los últimos tres años del segundo milenio,
1997, 1998 y 1999,
años dedicados a la contemplación
del misterio trinitario de Dios.
Deseamos que este nuestro siglo,
rico en acontecimientos,
y el segundo milenio cristiano
se clausuren con el sello trinitario.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo
cada día comenzamos el trabajo y la oración.
También dirigiéndonos al Padre celestial
terminamos todas nuestras actividades,
con las palabras:
«Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina Contigo,
en la unidad del Espíritu Santo»
.
Y así, en el signo del misterio trinitario,
la Iglesia que está en Roma,
unida a los creyentes del mundo entero,
avanza, orando, hacia la conclusión del siglo XX,
para entrar con corazón renovado en el tercer milenio.

Te saludamos, Hija de Dios Padre.
Te saludamos, Madre del Hijo de Dios.
Te saludamos, Esposa del Espíritu Santo.
Te saludamos, morada de la santísima Trinidad.

Este saludo pone de manifiesto
cuán impregnada estás de la vida misma de Dios,
de su profundo e inefable misterio.
En este misterio estás totalmente envuelta,
desde el primer instante de tu concepción.
Tú eres llena de gracia. Tú eres inmaculada.

Te saludamos, Inmaculada Madre de Dios.
Acepta nuestra oración y dígnate
llevar maternalmente a la Iglesia
presente en Roma y en el mundo entero
a la plenitud de los tiempos,
a la que tiende el universo
desde el día en que vino al mundo
tu Hijo divino y Señor nuestro Jesucristo.
Él es el principio y el fin, el alfa y la omega,
el rey de los siglos, el primogénito de toda la creación,
el primero y el último.
En Él todo tiene su cumplimiento definitivo;
en Él toda realidad madura
hasta la medida querida por Dios,
en su arcano designio de amor.

Te saludamos, Virgen prudentísima.
Te saludamos, Madre clementísima.

¡Ruega por nosotros,
intercede por nosotros,
Virgen inmaculada,
Madre nuestra, misericordiosa y poderosa, María!

 

SAN JUAN PABLO II

HOMENAJE A LA INMACULADA. 8 DE DICIEMBRE DE 1997

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