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ALABANZAS A MARÍA SANTÍSIMA, VIRGEN DEL ADVIENTO
 

¡Oh Santísima Virgen María! sea una y mil veces bendito vuestro purismo seno, en que por nueve meses hizo su morada el Hijo de Dios, hecho hombre por dar salud a mi alma. Avemaría.

¡Oh Santísima Virgen María! sea una y mil veces bendito vuestro maternal regazo en que reposó y durmió dulcemente el Hijo de Dios, hecho hombre por dar salud a mi alma. Avemaría.

¡Oh Santísima Virgen María! sean una y mil veces benditos vuestros santísimos brazos, que llevaron, abrazaron y tiernamente estrecharon al Hijo de Dios, hecho hombre por dar salud a mi alma. Avemaría.

¡Oh Santísima Virgen María! sean una y mil veces benditas vuestras hermosísimas manos, que acariciaron y cuidadosamente sirvieron al Hijo de Dios, hecho hombre por dar salud a mi alma. Avemaría.

¡Oh Santísima Virgen María! sean una y mil veces benditos vuestros ojos virginales que con tanto deleite se recrearon contemplando el rostro del Hijo de Dios, hecho hombre por dar salud a mi alma. Avemaría.

¡Oh Santísima Virgen María! sean una y mil veces benditos vuestros oídos castísimos, que con tanta frecuencia oyeron el dulce nombre de Madre de la boca del Hijo de Dios, hecho hombre por dar salud a mi alma. Avemaría.

¡Oh Santísima Virgen María! sean una y mil veces benditos vuestros candidísimos labios, que con gozo inexplicable imprimieron tiernos besos en el Hijo de Dios, hecho hombre por dar salud a mi alma. Avemaría.

¡Oh Santísima Virgen María! sea una y mil veces bendita vuestra lengua angelical, que sin cesar alabó y llamó hijo querido al Hijo de Dios, hecho hombre por dar salud a mi alma. Avemaría.


 

EL CAMINO DE MARÍA

Edición 797

30 de noviembre: Primeras Vísperas del Primer Domingo de Adviento.

1 de diciembre . Meditación antes de la oración del Ángelus.

 


Querido/a Suscriptor/a de "El Camino de María"

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El Papa Francisco ha presidido el sábado 30 de noviembre las Primeras Vísperas del Primer Domingo de Adviento, con la participación de los universitarios de los Ateneos Romanos y de las Universidades Pontificias, a las cinco y media de la tarde en la Basílica de San Pedro. Presente el icono mariano de María Sedes Sapientae, que desde el Jubileo del año 2000, por deseo de Juan Pablo II, viaja por las universidades de todo el mundo. Esta tarde, los universitarios de Brasil la entregarán a los de Francia. El icono realizado por el artista Marko Rupnik, S.I., fue donado a los universitarios por el Beato Juan Pablo II el 10 de septiembre del Año Santo del 2000, en ocasión del Jubileo del mundo universitario como «signo de la maternal presencia de María, al lado de los jóvenes, llamados como el Apóstol Juan, a acogerla en sus vidas».

Cómo no recordar que Francisco en la primera Exhortación Apostólica de su Pontificado –La alegría del Evangelio– sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual, cita también la importancia de las universidades.

Como hace, por ejemplo en el capítulo I (n 65), hablando de algunos desafíos culturales, escribe: «A pesar de toda la corriente secularista que invade las sociedades, en muchos países -aun donde el cristianismo es minoría- la Iglesia católica es una institución creíble ante la opinión pública, confiable en lo que respecta al ámbito de la solidaridad y de la preocupación por los más carenciados. En repetidas ocasiones ha servido de mediadora en favor de la solución de problemas que afectan a la paz, la concordia, la tierra, la defensa de la vida, los derechos humanos y ciudadanos, etc. ¡Y cuánto aportan las escuelas y universidades católicas en todo el mundo! Es muy bueno que así sea. Pero nos cuesta mostrar que, cuando planteamos otras cuestiones que despiertan menor aceptación pública, lo hacemos por fidelidad a las mismas convicciones sobre la dignidad humana y el bien común».

También en el capítulo III, sobre cultura, pensamiento y educación (n. 134), Francisco destaca que «Las Universidades son un ámbito privilegiado para pensar y desarrollar este empeño evangelizador de un modo interdisciplinario e integrador. Las escuelas católicas, que intentan siempre conjugar la tarea educativa con el anuncio explícito del Evangelio, constituyen un aporte muy valioso a la evangelización de la cultura, aun en los países y ciudades donde una situación adversa nos estimule a usar nuestra creatividad para encontrar los caminos adecuados».

La tradición -que comenzó con Benedicto XVI- de celebrar las Primeras Vísperas del Primer Domingo de Adviento en la Basílica de San Pedro, se propone subrayar el comienzo de un nuevo Año Litúrgico para la vida de la Iglesia. Con el Tiempo de Adviento, en efecto, comienza un nuevo ciclo anual, en el cual la Iglesia celebra todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación a Pentecostés y a la espera de la venida definitiva del Señor.

Asimismo, el Tiempo de Adviento es un tiempo mariano: la espera del Señor que viene está acompañada de María, cuya espera del Señor es ejemplar para todos: «La Estrella de la nueva evangelización», escribe el Papa Francisco en la Evangelii Gaudium. Y añade: «A la Madre del Evangelio viviente le pedimos que interceda para que esta invitación a una nueva etapa evangelizadora sea acogida por toda la comunidad eclesial».

En el broche de oro de su primera Exhortación Apostólica, el Santo Padre escribe también: (N. 286) «María es la que sabe transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura. Ella es la esclavita del Padre que se estremece en la alabanza. Ella es la amiga siempre atenta para que no falte el vino en nuestras vidas. Ella es la del corazón abierto por la espada, que comprende todas las penas. Como madre de todos, es signo de esperanza para los pueblos que sufren dolores de parto hasta que brote la justicia. Ella es la misionera que se acerca a nosotros para acompañarnos por la vida, abriendo los corazones a la fe con su cariño materno. Como una verdadera madre, ella camina con nosotros, lucha con nosotros, y derrama incesantemente la cercanía del amor de Dios. A través de las distintas advocaciones marianas, ligadas generalmente a los santuarios, comparte las historias de cada pueblo que ha recibido el Evangelio, y entra a formar parte de su identidad histórica».

 

Una tarde llena de entusiasmo en la periferia romana, en la parroquia de San Cirilo Alessandrino, que recibió la visita del Obispo de Roma. En su homilía Francisco destacó que lo más hermoso que le puede pasar a alguien es encontrar a Jesús que nos ama, nos ha salvado y ha dado su vida por nosotros. Toda nuestra vida es un camino para encontrar a Jesús. Y lo podemos encontrar cada día, cuando no somos egoístas, en la oración y en los Sacramentos. En la segunda visita pastoral de su pontificado, en la tarde del primer domingo de Adviento, encontró a un grupo de enfermos, a los bautizados durante el año y confesó a algunos feligreses, para luego celebrar la Santa Misa en la que confirmó a nueve chicos. 

El Santo Padre recordó la importancia de los Sacramentos, de la Misa y de lo que hacemos en nuestra vida para encontrar a Jesús:

«Cuando hacemos obras buenas, cuando visitamos a los enfermos, cuando ayudamos a un pobre, cuando pensamos en los demás, cuando no somos egoístas, cuando somos amables ... en estas cosas encontramos siempre a Jesús».

Una vez más, el Papa invitó a no desalentarse por nuestras debilidades y a confiar en la misericordia sanadora de Jesús:

Pero tú sabes que las personas que más quería encontrar Jesús eran los más pecadores. Por eso lo reprochaban y la gente - las personas que se crían justas – decían: ¡pero éste no es un verdadero profeta! ¡Mira qué buena compañía que tiene! Él estaba con los pecadores ... y decía: Yo he venido para los necesitan la salud, necesitan sanación. Y Jesús sana nuestros pecados. ¡Sean valientes, no tengan miedo. La vida es este camino. Y el regalo más hermoso es encontrar a Jesús! ¡Adelante y ánimo!

Al final de esta visita pastoral, en un clima familiar, el Papa agradeció de corazón el afecto que recibió, pidió que se rece por él y que disculparan si había habido algún exceso en la organización. Sus palabras fueron recibidas con un gran aplauso: 

"¡Muchas gracias por este tramo de camino que hemos hecho juntos!. Gracias por su acogida, por su bondad, por su alegría. Y les pido que recen por mí, porque lo necesito. Y si algo en la organización de esta visita les ha molestado, tal vez un exceso de seguridad o de miedo, sepan que no estoy de acuerdo con eso: porque yo estoy con ustedes."

 

 

El Tiempo de Adviento nos devuelve el horizonte de la esperanza que no decepciona porque está fundada en la Palabra de Dios.

 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Comenzamos hoy, Primer Domingo de Adviento, un nuevo año litúrgico, es decir un nuevo camino del Pueblo de Dios con Jesucristo, nuestro Pastor, que nos guía en la historia hacia el cumplimiento del Reino de Dios. Por esto este día tiene un atractivo especial, nos hace experimentar un sentimiento profundo del sentido de la historia. Redescubrimos la belleza de estar todos en camino: la Iglesia, con su vocación y misión, y la humanidad entera está en camino, los pueblos, las civilizaciones, las culturas, todos en camino a través de los senderos del tiempo.

Pero ¿en camino hacia dónde? ¿Hay una meta común? ¿Y cuál es esta meta? El Señor nos responde a través del profeta Isaías. Y dice así: “Sucederá en días futuros que el templo del Señor será asentado en la cima de los montes y se alzará por encima de las colinas. Confluirán a él todas las naciones, y acudirán pueblos numerosos. Dirán: ‘Vengan, subamos al monte del Señor, al templo del Dios de Jacob, para que él nos enseñe sus caminos y nosotros sigamos sus senderos’”. (2, 2-3).

Esto es lo que dice Isaías sobre la meta hacia la que vamos. Es una peregrinación universal hacia una meta común, que en el Antiguo Testamento es Jerusalén, donde surge el templo del Señor, porque desde allí, de Jerusalén, ha venido la revelación del Rostro de Dios y de su ley. La revelación ha encontrado en Jesucristo su cumplimiento, es el “templo del Señor”, Jesucristo. Él mismo se ha vuelto el templo, el Verbo hecho carne: es Él la guía y al mismo tiempo la meta de nuestra peregrinación, de la peregrinación de todo el Pueblo de Dios; y a su luz también los demás pueblos pueden caminar hacia el Reino de la justicia y hacia el Reino de la paz. Dice además el profeta: “Forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas. No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra” (2, 4).

Me permito de repetir esto que dice el profeta, escuchen bien: “Forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas. No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra”. ¿Pero cuándo sucederá esto? Qué hermoso día será ese en el que las armas sean desarmadas, para ser transformadas en instrumentos de trabajo. ¡Qué hermoso día será éste! Y esto es posible. Apostemos a la esperanza. La esperanza de una paz. Y será posible.

Este camino no ha concluido. Como en la vida de cada uno de nosotros siempre hay necesidad de volver a partir, de volver a levantarse, de volver a encontrar el sentido de la meta de la propia existencia, de la misma manera para la gran familia humana es necesario renovar siempre el horizonte común hacia el cual estamos encaminados. ¡El horizonte de la esperanza! Ese es el horizonte para hacer un buen camino. El Tiempo de Adviento, que hoy de nuevo comenzamos, nos devuelve el horizonte de la esperanza, una esperanza que no decepciona porque está fundada en la Palabra de Dios. ¡Una esperanza que no decepciona sencillamente porque el Señor no decepciona jamás! Él es fiel, Él no decepciona. ¡Pensemos y sintamos esta belleza!

El modelo de esta actitud espiritual, de este modo de ser y de caminar en la vida, es la Virgen María. ¡Una sencilla muchacha de pueblo, que lleva en su corazón toda la esperanza de Dios! En su seno, la esperanza de Dios ha tomado carne, se ha hecho hombre, se ha hecho historia: Jesucristo. Su Magníficat es el cántico del Pueblo de Dios en camino, y de todos los hombres y las mujeres que esperan en Dios, en el poder de su misericordia. Dejémonos guiar por Ella, que es Madre, es mamá, y sabe cómo guiarnos. Dejémonos guiar por Ella en este tiempo de espera y de vigilancia activa.

 

 

"VAYAMOS JUBILOSOS AL ENCUENTRO DEL SEÑOR"

 

 

1. «Vayamos jubilosos al encuentro del Señor» (Salmo responsorial).

Son las palabras del Salmo responsorial de esta liturgia del Domingo I de Adviento, tiempo litúrgico que renueva año tras año la espera de la venida de Cristo (...)

«Vayamos jubilosos al encuentro del Señor» es un estribillo que está perfectamente en armonía con el jubileo. Es, por decir así, un «estribillo jubilar», según la etimología de la palabra latina iubilar, que encierra una referencia al júbilo. ¡Vayamos, pues, con alegría! Caminemos jubilosos y vigilantes a la espera del tiempo que recuerda la venida de Dios en la carne humana, tiempo que llegó a su plenitud cuando en la cueva de Belén nació Cristo. Entonces se cumplió el tiempo de la espera.

Viviendo el Adviento, esperamos un acontecimiento que se sitúa en la historia y a la vez la trasciende. Al igual que los demás años, tendrá lugar en la noche de la Navidad del Señor. A la cueva de Belén acudirán los pastores; más tarde, irán los Magos de Oriente. Unos y otros simbolizan, en cierto sentido, a toda la familia humana. La exhortación que resuena en la liturgia de hoy: «Vayamos jubilosos al encuentro del Señor» se difunde en todos los países, en todos los continentes, en todos los pueblos y naciones. La voz de la liturgia, es decir, la voz de la Iglesia, resuena por doquier e invita a todos al gran jubileo.

2. Estos últimos tres años que preceden al 2000 forman un tiempo de espera muy intenso, orientado a la meditación sobre el significado del inminente evento espiritual y sobre su necesaria preparación. El contenido de esa preparación sigue el modelo trinitario, que se repite al final de toda plegaria litúrgica. Así pues, vayamos jubilosos hacia el Padre, por el camino que es nuestro Señor Jesucristo, el cual vive y reina con Él en la unidad del Espíritu Santo.

Por eso, el primer año lo dedicamos al Hijo; el segundo, al Espíritu Santo; y el que comienza hoy .el último antes del gran jubileo. será el año del Padre. Invitados por el Padre, vayamos a Él mediante el Hijo, en el Espíritu Santo. Este trienio de preparación inmediata para el nuevo milenio, por su carácter trinitario, no sólo nos habla de Dios en Sí mismo, como misterio inefable de vida y santidad, sino también de Dios que viene a nuestro encuentro.

3. Por este motivo, el estribillo «Vayamos jubilosos al encuentro del Señor» resulta tan adecuado. Nosotros podemos encontrar a Dios, porque Él ha venido a nuestro encuentro. Lo ha hecho, como el padre de la parábola del hijo pródigo (cf. Lc 15, 11-32), porque es Rico en Misericordia, Dives in Misericordia, y quiere salir a nuestro encuentro sin importarle de qué parte venimos o a dónde lleva nuestro camino. Dios viene a nuestro encuentro, tanto si lo hemos buscado como si lo hemos ignorado, e incluso si lo hemos evitado. Él sale primero a nuestro encuentro, con los brazos abiertos, como un padre amoroso y misericordioso.

Si Dios se pone en movimiento para salir a nuestro encuentro, ¿podremos nosotros volverle la espalda? Pero no podemos ir solos al encuentro con el Padre. Debemos ir en compañía de cuantos forman parte de «la familia de Dios». Para prepararnos convenientemente al jubileo debemos disponernos a acoger a todas las personas. Todos son nuestros hermanos y hermanas, porque son hijos del mismo Padre celestial. (...)

4. En el Evangelio de hoy hemos escuchado la invitación del Señor a la vigilancia. «Velad, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor». Y a continuación: «Estad preparados, porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del hombre» (Mt 24, 42.44). La exhortación a velar resuena muchas veces en la liturgia, especialmente en Adviento, tiempo de preparación no sólo para la Navidad, sino también para la definitiva y gloriosa venida de Cristo al final de los tiempos. Por eso, tiene un significado marcadamente escatológico e invita al creyente a pasar cada día, cada momento, en presencia de Aquel «que es, que era y que vendrá» (Ap 1, 4), al que pertenece el futuro del mundo y del hombre. Ésta es la esperanza cristiana. Sin esta perspectiva, nuestra existencia se reduciría a un vivir para la muerte.

Cristo es nuestro Redentor: Redentor del mundo y Redentor del hombre. Vino a nosotros para ayudarnos a cruzar el umbral que lleva a la puerta de la vida, la «Puerta Santa» que es Él mismo.

5. Que esta consoladora verdad esté siempre muy presente ante nuestros ojos, mientras caminamos como peregrinos hacia el gran jubileo. Esa verdad constituye la razón última de la alegría a la que nos exhorta la liturgia de hoy: «Vayamos jubilosos al encuentro del Señor». Creyendo en Cristo Crucificado y Resucitado, creemos en la resurrección de la carne y en la vida eterna.

En esta perspectiva, los años, los siglos y los milenios cobran el sentido definitivo de la existencia que el jubileo del año 2000 quiere manifestarnos. Contemplando a Cristo, hagamos nuestras las palabras de un antiguo canto popular polaco:

«La salvación ha venido por la Cruz;
éste es un gran misterio.
Todo sufrimiento tiene un sentido:
lleva a la plenitud de la vida».

Con esta fe en el corazón, que es la fe de la Iglesia, inauguro hoy, como Obispo de Roma, el tercer año de preparación para el gran jubileo. Lo inauguro en el nombre del Padre Celestial, que «tanto amó (...) al mundo que le dio su Hijo Único, para que quien cree en Él (...) tenga la vida eterna» (Jn 3, 16).  ¡Alabado sea Jesucristo!

 

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EL CAMINO DE MARÍA . Edición número 797 para %EmailAddress%

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